Sed siempre sinceros con el que tiene que curar vuestras enfermedades espirituales.


20 de agosto

Os exhorto, mis queridísimos hijos, a cuidar con todo empeño vuestros corazones. Procurad mantener la paz, controlando vuestro temperamento. Yo no digo, escuchad bien, mantener la paz, sino que os digo que procuréis mantenerla: que éste sea vuestro deseo importante; y guardaos bien de que sea motivo de inquietud el no poder controlar la variedad de los sentimientos y de vuestro temperamento.

Aprended bien qué significa el claustro, para que no os llevéis a engaño. Es la academia de la necesaria corrección, en la que el alma debe aprender a dejarse trabajar, cepillar y pulir, para que, estando bien pulida y enderezada, pueda unirse y acoplarse a la voluntad de Dios. La contraseña evidente de la perfección es querer ser corregidos, porque éste es el fruto principal de la humildad, que nos lleva a reconocer que necesitamos la corrección.

El claustro es un hospital de enfermos espirituales, que quieren ser curados; y, para conseguirlo, se someten a la sangría, al bisturí, a la navaja, al hierro, al fuego y a todos los inconvenientes de las medicinas. En la primitiva Iglesia, a los religiosos se les llamaba con un nombre que significa médico. Hijos míos, sed también vosotros médicos y no hagáis caso a lo que el amor propio os pueda sugerir en contra; y, dulce, amable y amorosamente, tomad esta decisión: o morir o curarse. Y, porque no se quiere morir espiritualmente, elegid la curación. Y, para curaros, aceptad sufrir los cuidados y la corrección, y suplicad a los médicos del alma que no os priven de ningún medio que os pueda alcanzar la curación. Sed siempre sinceros con el que tiene que curar vuestras enfermedades espirituales.

 (18 de enero de 1918, a los novicios – Ep. IV, p. 366)

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