Confía plenamente en Dios


27 de enero

Si la providencia ha alejado de nosotros el motivo de descuidar el alma para poder preocuparnos de mejorar nuestro cuerpo, ha sido infinita la sabiduría de Dios al haber puesto en nuestras manos todos los medios para poder hermosear nuestra alma, también después de haberla deformado con la culpa. Basta que el alma quiera colaborar con la gracia divina para que su belleza pueda alcanzar tal esplendor, tal belleza, tal hermosura que logre atraer hacia sí, por amor o por asombro, no sólo los ojos de los ángeles sino los del mismo Dios, de acuerdo al testimonio de la misma sagrada escritura: «El rey, es decir Dios, se prendará de tu belleza».

 (16 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 226)

 

La gracia es un don que Dios nuestro Padre nos ha concedido por su pura misericordia y el amor siempre fiel que nos tiene. Por eso hemos de estar siempre abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo para que Dios vaya actuando siempre y cada vez más en nosotros. La gracia de Dios siempre actúa de manera extraordinaria en aquellas personas que se arriesgan y confían plenamente en Dios. El pecado hace que matemos esa gracia, esa acción de Dios, esa presencia divina en nosotros. Por eso hemos de procurar siempre estar atentos, alertas en no faltar al menos consciente y deliberadamente a este tan buen Padre ya que la mínima distracción puede conducirnos a la pérdida total de la obra que Dios va realizando en el alma de la persona. Cuando hablo de “mínima distracción” me refiera a aquella actitud que aún sabiendo que va en contra del Espíritu nos empeñamos por soberbia, por egoísmo o por negligencia a seguir cultivando en nosotros. Esforcémonos pues en caminar por la vía estrecha que cada vez se va haciendo más  ancha y atrayente si descubrimos que Jesús es el Camino. No dudemos pues en abandonarnos a la gracia de Dios y caminemos presurosos por el camino de sus mandatos.

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