Ven en pos de Mi!
21
de enero
Mi alma se va
derritiendo de dolor y de amor, de amargura y
de dulzura al mismo tiempo. ¿Qué
haré para sostener tan
inmensa actuación del Altísimo? Lo poseo en mí, y es
motivo
de tal alegría que me lleva, sin que lo pueda evitar, a decir
con la
Virgen Santísima: «Se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador».
Lo poseo en mí,
y siento la necesidad imperiosa de decir con
la esposa del Cantar de los
Cantares: «Encontré al que ama
mi alma... lo abracé y no lo
soltaré». Pero es entonces
cuando me siento incapaz de sostener
el peso de este amor
infinito, de mantenerlo entero en la pequeñez de mi
existencia; y me invade el terror, porque quizás tenga que
dejarlo por la
incapacidad de poder contenerlo en el estrecho
espacio de mi corazón.
Este pensamiento, que, por otro lado, no es infundado
(mido mis fuerzas, que son limitadísimas, incapaces e impotentes para tener
siempre fuertemente abrazado este divino amor), me tortura, me aflige, y siento
que el corazón salta de mi pecho.
(12 de enero de
1919, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1111)
El amor causa la muerte en la persona amada para que el amante pueda
generar una nueva vida. Esta muerte no se lleva a cabo sin un profundo dolor
que significa despojarse del temporal y propio “yo” para que vaya generando
vida abundante el eterno y propio “Otro”. Cuánto dolor, cuánto sufrimiento y
cuánto confusión experimenta el alma que se encuentra en este estado. Sin embargo,
al mismo tiempo va entrando en una paz y en una confianza verdaderas donde más
que experimentar el dolor, experimenta el amor, la misericordia y la caricia
del Amante que le habla al oído y le dice: -¡Ven en pos de Mí, yo soy el único
que te puede dar el verdadero y eterno amor. Yo soy la verdad plena que ha de
dar un sentido profundo, sólido y verdadero a tu vida. Yo soy el Alfa y la
Omega, el Principio y el Fin, el que hizo y te constituyo. Yo te he creado para
mí. Solamente para mí!- El alma que escucha estas palabras va descubriendo su
incalculable pequeñez y el mismo tiempo la manera de cómo Dios la va elevando.
¿Qué es este amor? ¿Por qué Dios me puede amar tanto? ¿Cómo puede el Creador
amar de esa manera a la criatura? ¡Dios mío, dulce amor de mi vida! No me sueltes,
no te alejes, no me abandones pues sin ti me perdería, sin ti me moriría. ¡Sin
ti perezco! No tengo nada ni a nadie más a dónde recurrir. Me siento incapaz de
poder contener el volcán de fuego que vas generando en mí, y al mismo tiempo
deseo seguir experimentando tu presencia santificante, tu presencia renovadora,
tu presencia que llena el alma de esperanza.
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