13 de enero
Estate atenta para no
perder de vista la presencia divina a causa de las actividades que realices. No
emprendas nunca tarea alguna u otra acción cualquiera, sin haber elevado antes
la mente a Dios, dirigiéndole a él, con santa intención, las acciones que vas a
realizar. Harás lo mismo con la acción de gracias al término de todas tus
actividades, examinándote si todo lo has realizado siguiendo la recta intención
deseada al principio; y si te encuentras manchada, pide humildemente perdón al
Señor, con la firme resolución de corregir los errores.
No debes desanimarte
ni entristecerte si tus acciones no te salen con la perfección que buscaba tu
intención; ¡qué quieres! Somos frágiles, somos tierra, y no todo terreno
produce los mismos frutos según la intención del sembrador. Pero, ante nuestras
miserias, humillémonos siempre, reconociendo que no somos nada sin la ayuda
divina.
(17 de diciembre de 1914, a Raffaelina Cerase
– Ep. II, p. 273)
Cuanta necesidad encuentro que tenemos en centrar
nuestra atención en lo esencial y lo importante de nuestra vida. Con cuánta
facilidad y frecuencia podemos realizar una serie de cosas buenas, tal vez
hasta excelentes, pero sin Dios. Cuando desviamos la mirada y perdemos la atención
en el Dios de Jesucristo, en su
divinidad y en su misericordia, todo lo
que realizamos, bien sea de palabra o de obra, si no está inspirado por Dios,
todo es vano. Qué importante es esto. El reto que se presenta ante un alma cristiana
es grande, fuerte y exigente porque en todo momento se ha de volver la mente,
la atención, la vida y el corazón a Dios. Todo esto es necesario que se lleve a
cabo con recta intención desde el principio hasta el final, y no solamente por
una mezquina intención personal o favorable a quien la reliza. Que el examen
constante de conciencia que realicemos nos conduzca siempre el encuentro con
Dios y a saber reconocer que lo poco de rectitud que vivimos es gracias a su
presencia amorosa que no nos deja nunca de la mano. Reconozcamos pues que todo
se lo debemos a la providencia y al amor que Dios nos tiene para que de nuestro
interior brote el más sublime y humilde cántico de acción de gracias por todo
lo que Dios realiza en nosotros.
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