LECTIO DIVINA SEGUNDO LUNES DE CUARESMA. Perdonen y serán perdonados.

 LECTIO DIVINA SEGUNDO LUNES DE CUARESMA

Daniel: 9, 4-10. Lucas: 6, 36-38

Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Hemos pecado, Señor, hemos cometido iniquidades. 

Del libro del profeta Daniel: 9, 4-10 

 

En aquellos días, imploré al Señor, mi Dios, y le hice esta confesión: "Señor Dios, grande y temible, que guardas la alianza y el amor a los que te aman y observan tus mandamientos. Nosotros hemos pecado, hemos cometido iniquidades, hemos sido malos, nos hemos rebelado y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus normas. No hemos hecho caso a los profetas, tus siervos, que hablaban a nuestros reyes, a nuestros príncipes, a nuestros 

padres y a todo el pueblo. 

Tuya es, Señor, la justicia, y nuestra la vergüenza en el rostro, que ahora soportan los hombres de Judá, los habitantes de Jerusalén y de todo Israel, próximos y lejanos, en todos los países donde tú los dispersaste, a causa de las infidelidades que cometieron contra ti.

Señor, la vergüenza es nuestra, de nuestros reyes, de nuestros príncipes y de nuestros padres, porque hemos pecado contra ti. 

De nuestro Dios, en cambio, es el tener misericordia y perdonar, aunque nos hemos rebelado contra él, y al no seguir las leyes que él nos había dado por medio de sus siervos, los profetas, no hemos obedecido su voz". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor. 

 

Redactada en un cuidadoso hebreo, la oración de Daniel aparece en el c. 9 como explicación de un oráculo de Jeremías sobre la duración del destierro de Babilonia у sobre la restauración de Jerusalén (cf. Jr 25,11s; 29,10).

Los setenta años anunciados por Jeremías se interpretan según recientes cálculos exegéticos, como un período de setenta semanas de años (490 años), una larga “cuaresma" entre el comienzo del destierro y la nueva consagración del templo de Jerusalén después de la profanación por parte de Antíoco IV.

En la prueba, Daniel se dirige a Dios haciendo una lectura de la historia a la luz de la tradición deuteronomista: a la infidelidad del pueblo sigue indefectiblemente el castigo (vv. 5-7). ¿Pero hasta cuándo se verá obligado el Señor a corregir tan duramente a Israel? Sólo Dios puede responder, y ésta es la razón de la pregunta del profeta (v. 3), casi como una provocación. Por su parte, como individuo y como portavoz de todo el pueblo, Daniel confiesa a Dios grande y terrible (v. 4), con sincero arrepentimiento, que los sufrimientos son

bien merecidos (cf. por ejemplo Neh 1,5 y Dt 7,9.21). Sin embargo, la confesión no se cierra en desesperación, sino en una espera confiada en el perdón divino (v. 9): pues el Dios de Israel es fiel y benévolo (v. 4), lento a la

ira y rico en amor.

 

EVANGELIO 

Perdonen y serán perdonados. 

Del santo Evangelio según san Lucas: 6, 36-38

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Sean misericordiosos, como su Padre es misericordioso. No juzguen y no serán juzgados; no condenen y no serán condenados; perdonen y serán perdonados. Den y se les dará: recibirán una medida buena, bien sacudida, apretada y rebosante en los pliegues de su túnica. Porque con la misma medida con que midan, serán medidos". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús. 

 

Después de la proclamación de las Bienaventuranzas, casi como su desarrollo concreto, el evangelista Lucas pone en labios de Jesús el mandamiento del amor universal y de la misericordia (cf. 6,27-38). Redacta un pequeño poema didáctico en tres estrofas: enunciado del mandamiento (vv. 27-31); sus motivaciones (v. 32-35) y su práctica (vv. 36-38). La analogía con el “discurso de la montaña” de Mateo es evidente. Pero se da una peculiaridad en el fragmento de Lucas: habla de la imitación del Padre en términos de misericordia donde Mateo usa la palabra “perfección”. ¿Cómo hay que practicar en concreto esta misericordia? Éste es el tema de los versículos que leemos hoy.

Cinco verbos pasivos nos indican que el verdadero protagonista es el Padre: "No serán juzgados..., no serán condenados..., serán perdonados..., se les dará..., les verterán una medida generosa" (vv. 37s). Es un crescendo en bondad, un don en superlativo (per-dón): así es la misericordia que usa el Padre con nosotros, y la usará plenamente.

 

 

MEDITATIO

 

 

La vida cristiana nos presenta a menudo, por no decir siempre, la dolorosa condición de comprobar nuestras carencias y las trágicas situaciones de muerte y odio que dominan en el mundo. Si nos quedamos sólo en la crónica corremos el riesgo de ahogar la confianza y la esperanza. ¿Qué hacer? Es preciso tener la valentía de mirar con ojos nuevos, purificados por un sincero arrepentimiento y por la oración.

En la oración es donde podremos encontrar a Dios, conocerlo, hablar con Él y, sobre todo, escuchar su voz. Entonces se manifestará a nuestros ojos en su misteriosa y paradójica trascendencia: tan grandioso y, sin embargo, tan cercano, benévolo, paciente. Nuestro corazón se abrirá a su propia verdad y a la de los demás: en presencia de Dios todo juicio de condena se transforma en humilde petición de perdón para todos, porque todos somos corresponsables de tanto mal.

En este encuentro continuamente repetido cambia el modo de ver la historia personal y universal: en la oración aprendemos a descubrir las huellas de la presencia de Dios, las semillas de bien, ocultas pero reales, de la que esperamos con fe y paciencia que germinen y florezcan.

 

ORATIO

 

Cuando la mezquindad de mis horizontes pretende juzgar los infinitos espacios de tu misericordia, Señor, escucha; Señor, perdona. La impaciencia hace que coseche sólo en la vida fatigas, sufrimientos, promesas vacías o pruebas inútiles. Dilata mi pobre corazón para no contristar al Espíritu que todo lo sostiene y lo renueva todo. Enséñame, oh Dios, el arte de elegir lo mejor en todo y en cada uno, ayúdame a mirar al mundo con tu amor de Padre.

Concédeme una mirada sincera y serena de mí mismo: reconociéndome, mirado con benevolencia, esperado, perdonado, aprenda así a perdonar, a esperar, a callar. Sugiéreme el tiempo y modo más oportunos para ofrecer a cada uno la ayuda que necesite sin excluir a nadie en mi interior.

Cuando el temor me asalte y vacile mi esperanza, Señor, hazte cargo de todo; que me limite a gritar: “¿Hasta cuándo, Señor?". No con orgullo o amargura, sino con las lágrimas de un niño que sabe hablar a su Padre.

 

CONTEMPLATIO

 

Cuanto más nos engolfamos en la inmensidad de la bondad divina, tanto más vamos adquiriendo conocimiento de nosotros mismos. Comienzan a abrirse las fuentes de la gracia y a abrirse las flores magníficas de las virtudes. La primera, la mayor, es el amor de Dios y del prójimo. ¿Cómo puede encenderse ese amor sino en la llama de la humildad? Porque sólo el alma que ve su propia nada se enciende de amor total y se transforma en Dios. Y transformada en Dios por amor, ¿cómo podría dejar de amar a toda criatura por igual? La transformación de amor hace amar a toda criatura con el amor con que Dios creador ama a todo lo por él creado. Y es que hace ver en toda criatura la medida desmesurada del amor de Dios.

Transformarse en Dios quiere decir amar lo que Dios ama. Quiere decir alegrarse y gozarse de los bienes del prójimo. Quiere decir sufrir y contristarse por sus males. Y como el alma abierta a estos sentimientos está abierta al bien y sólo al bien, no se enorgullece al ver las culpas de los hombres, ni juzga, ni desprecia. Estos sentimientos le impiden el orgullo que nos lleva a juzgar. Y le lleva a ver no sólo los males morales de su prójimo sufriéndolos y haciéndolos suyos, sino también los males corporales que afligen a la humanidad, y por el amor que la transforma totalmente, los reputa como males propios (Ángela de Foligno, Instrucciones, Salamanca 1991).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

“Atiende, respóndeme, Señor Dios mío" (Sal 12,4).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Cuando gustamos desde dentro la misericordia de Dios, cuando experimentamos interiormente la suavidad del amor de Dios, algo pasa dentro de nosotros. Se disuelven hasta las peñas. Nos convertimos en criaturas que penetran de tal modo los misterios del Señor y de una comunión fraterna tal que se puede comprobar verdadera es la bienaventuranza del Señor, que nos dice: "Dichosos los misericordiosos". Cuando la misericordia es solamente fruto del cansancio, no digo que no tenga valor, pero manifiesta que todavía no me identifico con la misericordia que practico. Se reduce a un instrumento operativo, a un método de comportamiento. Pero cuando la misericordia recobra esa dimensión con la que me identifico, entonces soy dichoso. Entonces vivo el gozo de practicar la misericordia.

Y ésta es la razón por la que Dios es dichoso en su misericordia: no cansa ser misericordioso, depende de la perfección de su amor, de la plenitud de su amor. Estoy llamado a configurarme con mi Señor de tal modo que mi vida sea un testimonio de la misericordia divina en la vida de los hermanos. Quizás hemos encontrado en nuestra vida personas que son de verdad signo de la misericordia de Dios. Hay personas que defienden siempre a todos, a todos juzgan buenos. He conocido varias en mi vida, y las recuerdo con gran gozo. Por ejemplo, un hermano. Aunque le pincharas para hacerle decir algo carente de misericordia, perdías el tiempo. Cuando una persona se identifica con la misericordia del Señor, todo es posible, y se es capaz de verdadera comunión con los otros. A primera vista parece que tiene que ser uno al que todo le resbala: no acusa a nadie, ni agravia a nadie, se deja coger todas las cosas por cualquiera. Pero los demás no pueden negarle nada. Tiene tal fascinación, que uno se convierte en una presencia incisiva en su vida. La serenidad interior de estas criaturas es admirable. Y la confianza en la bondad del Señor es absoluta en su vida espiritual.

También nosotros estamos llamados a identificarnos con el misterio de la misericordia del Señor, a vivirla con total serenidad, a ser en el mundo su continuación y sacramento (A. Ballestrero, Le beatitudini, Leumann 1986, 132-134, passim).

 

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