LECTIO DIVINA TERCER JUEVES DE CUARESMA. Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna

 LECTIO DIVINA TERCER JUEVES DE CUARESMA

Jeremías: 7, 23-28. Lucas: 11, 14-23

Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, su Dios. 

Del libro del profeta Jeremías: 7, 23-28

 

Esto dice el Señor: "Ésta es la orden que di a mi pueblo: 'Escuchen mi voz, y yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo; caminen siempre por el camino que yo les mostraré, para que les vaya bien'. 

Pero ellos no escucharon ni prestaron oído. Caminaron según sus ideas, según la maldad de su corazón obstinado, y en vez de darme la cara, me dieron la espalda, desde que sus padres salieron del país de Egipto hasta hoy. 

Yo les envié a mis siervos, los profetas, un día y otro día; pero ellos no los escucharon ni les prestaron oído. Endurecieron su cabeza y fueron peores que sus padres. Tú les dirás, pues, todas estas palabras, pero no te escucharán; los llamarás y no te responderán. Entonces les dirás: 'Éste es el pueblo que no escuchó la voz del Señor, su Dios, ni aceptó la corrección. Ya no existe fidelidad en Israel; ha desaparecido de su misma boca' ". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Dentro de la dura condena del culto convertido en formulismo vacío (Jr 7,1-8,3), el profeta denuncia sobre todo la sordera de Israel a la voz de Dios (v. 23), escuchada de modo extraordinario en el Sinaí, en el momento de la alianza (cf. Ex 20,1-21). Solamente en la escucha obediente -de hecho, el primer mandamiento comienza con “Escucha, Israel"- el pueblo elegido podrá conocer a su Dios, diferente de otra divinidad o ídolo. Los verdaderos profetas no cesan de exhortar, pero junto a su predicación está la más fácil y cómoda de los falsos profetas. La elección es radical: se juega uno la vida o la muerte. El fragmento está dividido en tres partes; las dos primeras presentan una idéntica estructura: al mandamiento de Dios ("Escuchad”: v.23) y su urgente solicitud (“Envie" v. 25) corresponden los claros rechazos: "Pero no escucharon" (vv. 24.26). No aparece ni sombra de arrepentimiento, ningún deseo de conversión.

Sólo queda una conclusión -tercera parte-: mientras el pueblo vuelve a caer obstinadamente en la idolatría y espiritualmente vuelve a ser esclavo de Egipto, lejos de Dios (vv. 24-27; cf. Nm 11,4-6), el profeta no deja de ser fiel a su vocación: enviado a desenmascarar esta situación enojosa (v. 27), comparte con Dios el sufrimiento de ser rechazado, incluso de ser tachado de impostor por los que prefieren la mentira a la verdad.

 

EVANGELIO

El que no está conmigo, está contra mí.

Del santo Evangelio según san Lucas: 11, 14-23

 

En aquel tiempo, Jesús expulsó a un demonio, que era mudo. Apenas salió el demonio, habló el mudo y la multitud quedó maravillada. Pero algunos decían: "Este expulsa a los demonios con el poder de Belzebú, el príncipe de los demonios". Otros, para ponerlo a prueba, le pedían una señal milagrosa.

Pero Jesús, que conocía sus malas intenciones, les dijo: "Todo reino dividido por luchas internas va a la ruina y se derrumba casa por casa. Si Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo mantendrá su reino? Ustedes dicen que yo arrojo a los demonios con el poder de Belzebú. Entonces, ¿con el poder de quién los arrojan los hijos de ustedes? Por eso, ellos mismos serán sus jueces. Pero si yo arrojo a los demonios con el dedo de Dios, eso significa que ha llegado a ustedes el Reino de Dios.

Cuando un hombre fuerte y bien armado guarda su palacio, sus bienes están seguros; pero si otro más fuerte lo asalta y lo vence, entonces le quita las armas en que confiaba y después dispone de sus bienes. El que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

 

Jesús acaba de enseñar a los suyos el Padre nuestro (11,2-4); les ha regalado la oración por excelencia, que abre el corazón a la venida del Espíritu Santo (v. 13). El Reino de los Cielos ya está en la tierra. Tiene lugar una curación. El pueblo sencillo se admira: intuye que algo extraordinario está pasando y se dispone a acoger la salvación. Pero no todos piensan lo mismo (vv. 14s).

Como en la primera lectura, se da una oposición entre dos actitudes irreconciliables. Surge una duro contraste (vv. 14-15) entre los fariseos y Jesús, a quien se le acusa de blasfemia y de aliarse con Satanás. Es el destino de todo profeta. Jesús responde con un discurso apologético. La imagen fuerte de la catástrofe (v. 17) lleva al oyente a excluir que Satanás pueda luchar contra sí mismo. La conclusión se impone: está actuando “el poder de Dios”, expresión que recuerda los prodigios ejecutados por medio de Moisés en el tiempo del Éxodo. Lo mismo que después de la enseñanza sobre la oración, aparece la afirmación esencial: “El Reino de Dios ha llegado a ustedes", Jesús, expulsando a los demonios, abre una nueva época, época de libertad de la esclavitud, a condición de acoger libremente la Buena Noticia que anuncia (v. 23).

 

MEDITATIO

 

Si instintivamente sentimos la necesidad de valorar personas y acontecimientos, viéndolo con nuestros propios ojos, la Palabra que se nos actualiza hoy nos proporciona materia abundante: para saber ver de verdad, es indispensable aprender antes a escuchar. Escuchar ¿qué? La voz del que ha creado todo con su Palabra amorosa y tiene todo en su mano. Pero hay un enemigo celoso de la felicidad del hombre siempre al acecho para impedirle escuchar la voz del Señor y dejarse conducir por su mano.

El mentiroso sugiere pensamientos falsos, infunde dudas y sospechas. Y si el hombre no guarda en su corazón la Palabra de Dios, lámpara de sus pasos, si no la medita día y noche, no estará en disposición de discernir rectamente, con riesgo de extraviarse y hasta de caer totalmente bajo el dominio de falsas doctrinas. Nos puede suceder también a nosotros, en tantas cuestiones, quizás de ética personal, familiar o comunitaria, que no nos sintamos en sintonía con el Evangelio, nos parezca duro, desfasado, incapaz de ponerse al día... 

De este modo, imperceptiblemente, en muchas ocasiones aparentemente secundarias nos deslizamos hacia un paganismo tal vez no de calibre mayor, pero paganismo al fin y al cabo. A la larga, se perderá el gusto por la Palabra: no sólo no parecerá dulce al paladar, sino hasta llegaremos a perder la necesidad de ella e incluso puede llegar a molestarnos si alguien nos la recuerda.

 

ORATIO

 

Padre, que tu voz resuene siempre en nuestro corazón, no permitas que otras voces la apaguen. Vuelve a susurrarnos lo mucho que nos quieres, tanto cuando nos animas como cuando nos corriges. Apartanos de esas sugestiones sutiles, de los mensajes persuasivos del antiguo enemigo astuto, celoso de nuestra amistad contigo. Sabes bien que el orgullo frecuentemente nos acecha, el miedo nos paraliza frente al dolor o la prueba.

Con tal de sufrir menos, estamos dispuestos a vender la piel al diablo. Perdona, Señor, nuestra arrogancia, la audacia con que nos erguimos presumidos frente a tu Hijo y frente a ti, cuando nos hablas de cruz, de camino estrecho, de escucha, obediencia, sacrificio...

Compadécete de nuestra fragilidad, mira nuestra buena voluntad, acrecienta en nosotros los deseos de verdad y bondad. Si te ofendemos, no nos lo tomes en serio; si te comprendemos mal, ayúdanos a rectificar; si te damos la espalda, sigue buscándonos.

 

CONTEMPLATIO

 

Ciertamente, el término o fruto de la Sagrada Escritura no es cualquiera, sino la plenitud de la bienaventuranza eterna. Las palabras de esta Escritura son palabras de vida eterna.

A esta plenitud se esfuerza en introducirnos la divina Escritura: con este fin y con esta intención ha de ser la Sagrada Escritura escudriñada y enseñada y también escuchada. Para  que lleguemos a este fruto o término andando derechamente por el recto camino de las Escrituras, hemos de comenzar por el exordio, a saber, por acercarnos con fe al Padre de las luces, doblando las rodillas de nuestro corazón, a fin de que él, por su Hijo en el Espíritu Santo, nos dé verdadero conocimiento de Jesucristo y, con el conocimiento, su amor.

Sólo así, conociéndole y amándole, y consolidados en la fe y arraigados en la caridad, podremos comprender la amplitud, la longitud, la altura y la profundidad de la Sagrada Escritura y llegar por este conocimiento al conocimiento perfecto y amor extático de la Santísima Trinidad, adonde tienden los deseos de los santos y donde se halla el término y la plenitud de todo lo verdadero y bueno (Buenaventura, Breviloquium, prologus).

 

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

"Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Callarse no significa estar mudo, como tampoco hablar equivale a locuacidad. Žl mutismo no crea soledad, como tampoco la locuacidad crea comunión. "El silencio es el exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es malsano, como algo que sólo fue mutilado y no sacrificado" (Ernest Hello). Del mismo modo que existen en la jornada del cristiano determinadas horas para la Palabra, especialmente las horas de meditación y de oración en común, deben existir también ciertos momentos de silencio a partir de la Palabra. Serán sobre todo los momentos que preceden y siguen a la escucha de la Palabra. Ésta no se manifiesta a personas charlatanas, sino en el recogimiento y silencio. 

Callamos antes de escuchar la Palabra, para que nuestros pensamientos se dirijan a la Palabra, igual que calla un niño cuando entra en la habitación de su padre. Callamos después de haber oído la Palabra, porque todavía resuena, vive y quiere permanecer en nosotros. Callamos al comenzar el día, porque es Dios quien debe decir la primera palabra; callamos al caer la noche, porque a Dios corresponde la última palabra. Callamos sólo por amor a la

Palabra.

Callar, en definitiva, no significa otra cosa que estar atentos a la Palabra de Dios para poder caminar con su bendición (D. Bonhoeffer, Vida en Comunidad, Salamanca 1983, 61s).

 

 

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