LECTIO DIVINA CUARTO MARTES DE CUARESMA. Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad.

 LECTIO DIVINA CUARTO MARTES DE CUARESMA

Ezequiel: 47, 1-9. 12. Juan: 5, 1-3. 5-16

Devuélveme la alegría de tu salvación



 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Vi salir agua del templo: era un agua que daba vida y fertilidad.

Del libro del profeta Ezequiel: 47, 1-9. 12

 

En aquellos tiempos, un hombre me llevó a la entrada del templo. Por debajo del umbral manaba agua hacia el oriente, pues el templo miraba hacia el oriente, y el agua bajaba por el lado derecho del templo, al sur del altar. 

Luego me hizo salir por el pórtico del norte y dar la vuelta hasta el pórtico que mira hacia el oriente, y el agua corría por el lado derecho. Aquel hombre salió hacia el oriente, y con la cuerda que tenía en la mano, midió quinientos metros y me hizo atravesar por el agua, que me daba a los tobillos. Midió otros quinientos metros y me hizo pasar; el agua me daba a las rodillas. Midió quinientos más y me hizo cruzar; el agua me daba a la cintura. Era ya un torrente que yo no podía vadear, pues habían crecido las aguas y no se tocaba el fondo. Entonces me dijo: "¿Has visto, hijo de hombre?". 

Después me hizo volver a la orilla del torrente, y al mirar hacia atrás, vi una gran cantidad de árboles en una y otra orilla. Aquel hombre me dijo: "Estas aguas van hacia la región oriental; bajarán hasta el Arabá, entrarán en el mar de aguas saladas y lo sanearán. Todo ser viviente que se mueva por donde pasa el torrente, vivirá; habrá peces en abundancia, porque los lugares a donde lleguen estas aguas quedarán saneados y por dondequiera que el torrente pase, prosperará la vida. En ambas márgenes del torrente crecerán árboles frutales de toda especie, de follaje perenne e inagotables frutos. Darán frutos nuevos cada mes, porque los riegan las aguas que manan del santuario. Sus frutos servirán de alimento y sus hojas, de medicina. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Debido al clima árido de Palestina, las fuentes se consideran con frecuencia símbolos del poder vivificador de Dios. Por eso, a veces en las inmediaciones de una fuente se erigía un santuario. En la visión de Ezequiel, este poder de vida nueva mana del zaguán del mismo templo y fluyen hacia oriente, por donde regresó la Gloria del Señor a morar en medio del pueblo vuelto del destierro. Al principio, es un pequeño arroyo de agua insignificante, comparado con los grandes ríos mesopotámicos, pero va creciendo cada vez más y más hasta convertirse en un río navegable.

Es sugestivo el contraste entre la medida exacta y calculada siempre igual por el ángel y el crecer sin medida del agua, cuyo poder debe experimentar el profeta en su cuerpo (vv. 3b.4b). A él se le revela la extraordinaria fecundidad y eficacia de la fuente: llena de vegetación el territorio, sana el mar Muerto, hace que abunden los peces y que prosperen las gentes (vv. 7-10); los árboles frutales dan cosechas extraordinarias: el agua que viene de Dios sana y fecunda la tierra que recorre. 

El Nuevo Testamento recogerá y llevará a plenitud la simbología: Jesús es el verdadero templo del que brota el agua viva del Espíritu (Jn 7,38; 19,34) por medio de la regeneración con esta agua vivificante у medicinal (Jn 3,5).

 

EVANGELIO

Al momento el hombre quedó curado.

Del santo Evangelio según san Juan: 5, 1-3. 5-16

 

Era un día de fiesta para los judíos, cuando Jesús subió a Jerusalén. Hay en Jerusalén, junto a la puerta de las Ovejas, una piscina llamada Betesdá, en hebreo, con cinco pórticos, bajo los cuales yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos estaba un hombre que llevaba treinta y ocho años enfermo. 

Al verlo ahí tendido y sabiendo que ya llevaba mucho tiempo en tal estado, Jesús le dijo: "¿Quieres curarte?". Le respondió el enfermo: "Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua. Cuando logro llegar, ya otro ha bajado antes que yo". Jesús le dijo: "Levántate, toma tu camilla y anda". Al momento el hombre quedó curado, tomó su camilla y se puso a andar.

Aquel día era sábado. Por eso los judíos le dijeron al que había sido curado: "No te es lícito cargar tu camilla". Pero él contestó: "El que me curó me dijo: 'Toma tu camilla y anda'". Ellos le preguntaron: "¿Quién es el que te dijo: 'Toma tu camilla y anda'?". Pero el que había sido curado no lo sabía, porque Jesús había desaparecido entre la muchedumbre. Más tarde lo encontró Jesús en el templo y le dijo: "Mira, ya quedaste sano. No peques más, no sea que te vaya a suceder algo peor". Aquel hombre fue y les contó a los judíos que el que lo había curado era Jesús. Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía estas cosas en sábado. 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

 

 

            Jesús, la salvación de Dios, decide atravesar los soportales de miserias huamanas que se reúnen junto a la piscina de Betesda, en Jerusalén. Allí se encuentra con una en particular. Su palabra se dirige a ese pobre paralítico que lleva enfermo treinta y ocho años, casi toda su existencia. Después de tan larga espera, ¿qué puede pedir de bueno a la vida? 

La pregunta aparentemente obvia de Jesús (v. 6) despierta la voluntad de este hombre y, por un simple mandato (v. 8), recobra la fuerza: carga con su camilla, compañera de tantos años de enfermedad, y camina llevándola consigo como testimonio de su curación. Jesús renueva la vida, cosa que no podrían hacer los ritos supersticiosos, ni siquiera la Ley: quien se queda bloqueado en su interpretación literal, en la rigurosa observancia del sábado, es un paralítico del espíritu, un ciego de corazón. A diferencia de aquel enfermo, no quiere curarse y su rigidez se convierte en hostilidad. 

En el templo, Jesús se encuentra con el hombre curado y le dirige la palabra clara y exigente (v. 14), de la que se desprende que hay algo peor que 38 años de parálisis: el pecado, con sus consecuencias. Jesús no quiere renovar la vida a medias: si no se nos libera de las ataduras del pecado, de nada nos sirve que se nos desentumezcan los miembros. Es una libertad por la que debemos optar cada día: "¿Quieres quedar sano?... No peques más".

 

MEDITATIO

 

Sentado en los límites de la esperanza, sin poder comprometerse con la vida, desilusionado de los demás y con frecuencia también de la religión: así es el hombre de hoy, de siempre, al que Cristo viene a buscar allí donde se encuentra, paralizado por el sufrimiento, el pecado o por distintas circunstancias. Jesús sencillamente pregunta: "¿Quieres curarte?". Pregunta obvia, quizás, pero exige una respuesta personal que renueva interiormente y hace sentir la gran dignidad del hombre: su libertad y responsabilidad. Luego, sencillamente, dice:

Levántate: echa a andar...". No por medio de ritos vacíos o por no sé qué agua milagrosa, sino por el poder de la Palabra de Dios que recrea, rompe las ataduras que aprisonan. No es nada la parálisis del cuerpo: hay ataduras mucho peores que atan el corazón al pecado. Por esta razón, Cristo ha dejado a la Iglesia la eficacia de su Palabra y la gracia que brota como un río de su costado abierto: agua viva del baño bautismal, que regenera y renueva al pecador; agua viva de las lágrimas del arrepentimiento, que suscita el Espíritu para absolver de todo vínculo de culpa al penitente; sangre derramada por aquel que fue perseguido a muerte por haber traído al mundo la salvación de Dios.

 

ORATIO

 

Ven, Señor Jesús a buscar a todo el que yace con el ánimo abatido, en la enfermedad de sus miembros, en la desesperación del pecado oculto. Ven a buscarme también a mí. Acércate a nosotros, oh Cristo, vuélvete a nosotros, uno por uno, para que en cada uno resuene la pregunta: “¿Quieres curarte?". Pídemelo también a mí. Ven a sumergirnos, Señor, en el profundo abismo de tu amor, que brota de tu corazón abierto como un río y corre, inagotable y potente, atravesando y renovando tiempos y espacios para desembocar en el Eterno. Ya me purificaste en la fuente bautismal: haz que viva fielmente en conformidad a los dones recibidos. Que pueda cada día cancelar las culpas cometidas con el agua de mis lágrimas: que me abran a la gracia del perdón nunca merecido, siempre humildemente implorado. Libre del pecado que me inmoviliza en una existencia carente de sentido, que pueda caminar anunciando que en ti todos pueden volver a encontrar la vida y sentirse hermanos.

 

CONTEMPLATIO

 

La piscina o el agua simbolizan la amable persona de nuestro Señor Jesucristo [...]. Bajo los pórticos de la piscina yacían muchos enfermos, y el que bajaba al agua después de ser agitada quedaba completamente curado. Esta agitación y este contacto son el Espíritu Santo, que viene de lo alto sobre el hombre, toca su interior y produce tal movimiento que su ser, literalmente, se conmociona y se transforma completamente, hasta el punto de que le hastían las cosas que antes le agradaban o desea ardientemente lo que antes le horrorizaba, como el desprecio, la miseria, la renuncia, la interioridad, la humildad, la abyección, el distanciamiento de las criaturas. Ahora constituye su mayor delicia. Cuando se produce esta agitación, el enfermo -esto es, el hombre exterior, con todas sus facultades, desciende interiormente al fondo de la piscina y se lava a conciencia en Cristo, en su sangre preciosísima. Gracias a este contacto, se cura con toda certeza, como está escrito: “Todos los que lo tocaban se curaban” (J. Taulero, Sermón del evangelio de Juan para el viernes después de ceniza).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

"Devuélveme la alegría de tu salvación" (Sal 50,14a).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Volviendo a un hombre totalmente sano, Jesús le confiere la vida en plenitud; se exhorta ciertamente al hombre a no pecar más, pero él no hace más que una cosa: "andar”. A diferencia del ciego de nacimiento, después de su curación, no se pone a proclamar que Jesús es un profeta, ni se pone a confesar su fe, sino que es simplemente un signo vivo de la vida transmitida por el Hijo, y en este sentido expresa al Padre. No hay ninguna consigna de que no "reniegue", sino el deber de existir, de “caminar" simplemente. El creyente es un hombre que camina, si permanece en relación con el Hijo y, por él, con el Padre [...]. 

¿Cómo transmite Jesús la verdad que habitaba en él? Él sabe que la Palabra es creadora de vida sabe también que la Palabra traducida en palabras corre el peligro de verse confundida con el parloteo del lenguaje humano. Por eso empieza dando la salud a un hombre que llevaba muchos años enfermo; y sólo a continuación ilumina su acción [...]. Al realizar esta acción en día de sábado, suscita una cuestión sobre la autoridad de su misma persona, y luego explica su sentido. 

De esta manera, todo discípulo puede aprender también la forma de comunicar su experiencia de fe. Frente a los que no la comparten, me siento tentado a combatir con palabras que expresen la verdad. Pero de esta manera me olvidaría de que las palabras no son solamente un medio de comunicación, sino también un obstáculo para el encuentro con otro. Por el contrario, si pongo al otro en presencia de un acto que invite a reflexionar sobre ese ser extraño que soy yo (cf. Jn 3,8), entonces se entabla un diálogo, no con palabras que se cruzan, sino entre unos seres vivos, discípulos, para comunicarse a través de unos gestos que ofrecen sentido (X. Léon-Dufour, Lectura del evangelio de Juan, Salamanca 1992, 11, 67-68, passim).

 

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