LECTIO DIVINA TERCER LUNES DE CUARESMA. Envíanos, Señor, tu luz y tu verdad

 LECTIO DIVINA TERCER LUNES DE CUARESMA

Reyes: 5, 1-15. Lucas: 4, 24-30

Envíanos, Señor, tu luz y tu verdad



 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Muchos leprosos había en Israel, pero ninguno fue curado, sino Naamán, el sirio.

Del segundo libro de los Reyes: 5, 1-15

 

En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso. Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella le dijo a su señora: "Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra". Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: "Esto y esto dice la muchacha israelita". El rey de Siria le respondió: "Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel". Naamán se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: "Al recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la lepra". 

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: "¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando es un pretexto para hacerme la guerra".

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: "Por qué rasgaste tus vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel". Llegó, pues, Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Éste le mandó decir con un mensajero: "Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia".

Naamán se alejó enojado, diciendo: "Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que, invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos y quedar limpio?". Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus criados se acercaron a él y le dijeron: "Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano".

Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó, diciendo: "Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos. Señor.

 

Con palabras bien medidas, con unas pinceladas bien marcadas, se presenta a Naamán -nombre cuya raíz hebrea (n'm) expresa belleza- como un personaje excepcional con unas cualidades envidiables que contrastan de repente con el abismo de soledad y maldición: "Este hombre, que era poderoso, tenía la lepra" (v. 1). La lepra: enfermedad que significa separación, impureza, castigo divino; situación humanamente sin salida, sin esperanza. A pesar de todo esto, el general del ejército de Siria acoge la proposición de una muchacha israelita cautiva en una correría: debería dirigirse al profeta de Samaria. Hasta el mismo rey de Siria, benévolamente, apoya la sugerencia, aunque al rey de Israel le parece una provocación. La creciente tensión entre ambos países hostiles se mitiga por la intervención de Eliseo, profeta. Sólo siguiendo sus indicaciones, tan sencillas que parecen banales, se efectuará el milagro de la curación de Naamán, como primer paso para llegar a la profesión de fe en el Dios de Israel. Junto a los personajes que aparecen en primer plano (Naamán, Eliseo y los dos soberanos), aparecen también, como mediadores indispensables de los que se sirve el Señor para orientar el curso de los acontecimientos, la joven cautiva, el mensajero y los siervos. 

El pasaje contiene claras referencias al simbolismo

bautismal: inmersión en las aguas, la eficacia de la Palabra del Dios de Israel, el carácter universal de la salvación concedida en virtud de la obediencia.

 

EVANGELIO

Como Elías y Eliseo, Jesús no ha sido enviado sólo a los judíos.

Del santo Evangelio según san Lucas: 4, 24-30

 

En aquel tiempo, Jesús llegó a Nazaret, entró a la sinagoga y dijo al pueblo: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria". 

Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí. 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

            El hecho que se narra lo ubica Lucas dentro de la fase inaugural de la misión de Jesús. Estamos en la sinagoga de Nazaret. Jesús, entre los suyos, lee un pasaje del rollo de Isaías anunciando el cumplimiento en su misma persona. 

Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron”: la frase de Juan (1,11), que resume el destino histórico de Jesús, es el mejor comentario al rechazo manifestado por los paisanos de Nazaret, interpretado por Lucas como prefiguración de todo el misterio pascual. La desconcertante revelación del "Verbo hecho carne" -el hijo de José, va pasando desde la admiración a la incredulidad hostil, incluso al odio homicida. ¿Puede haber un destino distinto para un profeta? Las palabras de Jesús lo excluyen: el testimonio de Elías y Eliseo lo confirma. Cualquier prejuicio –ya sea religioso, cultural, nacionalista...es un obstáculo para acoger la humilde revelación de Dios. La viuda de Sarepta en Sidón, Naamán el Sirio, extranjeros, acogen la salvación, ofrecida a todos, pero rechazada precisamente por sus primeros destinatarios.

 

MEDITATIO

 

"Este hombre, que era poderoso, tenía la lepra” (2 Re 5,1), "...pero ninguno de ellos fue curado, sino únicamente Naamán el sirio" (Lc 4,27). 

Pero: conjunción adversativa que entre ambos fragmentos indica un cambio de situación. En el primer caso, de una situación de “esplendor" a una extrema pobreza; en el segundo, de una negativa a la experiencia de la salvación. 

Cuántos “peros”, también, en nuestra vida personal y comunitaria. A veces, señalando nuestra propia condición de límite y de pecado; a veces, introduciendo una intervención inesperada de gracia. 

El itinerario de Naamán de un "pero" al otro puede señalar también nuestro camino de curación, que en etapas sucesivas nos conduce a la salvación. Este camino sólo se realiza tras el paso de una actitud inicial de orgullo y presunción a otra de humildad que posibilita el fiarse de los sencillos medios de salvación que nos ofrece Dios.

 

ORATIO

 

Señor Jesús, aquí me tienes. No tengo otra esperanza. Tú me conoces. Ante ti está mi miseria. Ante ti están también todos mis deseos. Sólo tú puedes curarme. Tú eres el único que tienes palabras de vida eterna. Espero en ti, Jesús, espero en tu Palabra, porque tu misericordia es inmensa. 

No te pido signos maravillosos y desconcertantes. Te pido el don de un corazón humilde y dócil que se deje convencer por la fuerza persuasiva de tu Espíritu, que, junto con el Padre, está sobre todos, actúa por medio de todos y está presente en todos. Te pido el don de un corazón sencillo capaz de contemplar -maravillado- la grandeza de tu amor oculto en los humildes signos del pan y el vino, de la luz y el agua, en la voz y el rostro de cada hermano. Te pido el “milagro” de una fe sin reservas que acepte -sobre todo en el momento de las dudas, la impotencia y el pecado- el fiarse totalmente de ti.

 

CONTEMPLATIO

 

El Señor ama al alma obediente: y si la ama, le da todo lo que el alma le pide. Como en otras épocas, también hoy el Señor escucha nuestras oraciones y atiende nuestras súplicas. Todos buscan la paz y la felicidad, pero sólo unos pocos saben dónde encontrar esta felicidad y esta paz y qué hay que hacer para obtenerlas [...]. 

Todo el que ha sido tocado por la gracia, aunque no sea más que ligeramente, se somete con alegría a cualquier autoridad. Sabe que Dios gobierna el cielo, la tierra y el infierno, su propia vida y sus cosas, y todo lo que hay en el mundo; por esta razón, conserva la paz. El obediente se ha abandonado a la voluntad de Dios y no teme la muerte, porque su alma está habituada a vivir con Dios y le ama. Ha renunciado a su propia voluntad y, por ello, ni en su alma ni en su cuerpo se da la lucha que atormenta al desobediente y al que obra según su propia voluntad. ¿Por qué los Santos Padres han colocado la obediencia por encima del ayuno y la oración? Porque si se hacen esfuerzos ascéticos, pero sin obediencia, eso desarrolla el espíritu de vanidad; el obediente, por el contrario, lo hace todo como se le ha dicho, y no tiene de qué enorgullecerse. 

Por otra parte, el obediente ha renunciado en todo a su voluntad, y por eso su espíritu está libre de cualquier preocupación y recibe el don de la oración pura. Gracias a la obediencia, el hombre es preservado del orgullo. Por la obediencia, se recibe el don de la oración; gracias a la obediencia, se nos da la gracia del Espíritu Santo (Archimandrita Sofronio, San Siloan el Athonita, Madrid 1996, 353-354, passim).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

Envíanos, Señor, tu luz y tu verdad" (Sal 42,3).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Existe una obediencia a Dios, con frecuencia muy exigente, que consiste sencillamente en obedecer a las situaciones. Cuando se ha visto que, a pesar de todo el esfuerzo y las oraciones, se dan, en nuestra vida, situaciones difíciles, incluso a veces absurdas y, a nuestro parecer, espiritualmente contraproducentes, que no cambian, hay que dejar "de dar coces contra el aguijón" y empezar a ver en tales situaciones la silenciosa pero no menos cierta voluntad de Dios con nosotros. Es preciso, además, dejar todo, para hacer la voluntad de Dios: trabajo, proyectos, relaciones [...]. 

La conclusión más hermosa de vida de obediencia sería "morir por obediencia", es decir, morir porque Dios dice a su siervo: "; Ven!", y él viene. 

La obediencia a Dios en su forma concreta no es asunto exclusivo de los religiosos en la Iglesia, sino que está abierta a todos los bautizados. Los laicos no tienen, en la Iglesia, un superior al que obedecer -por lo menos no en el sentido en que lo tienen los religiosos y clérigos-, pero, en compensación, tienen un "Señor" al que obedecer. Tienen su Palabra. Desde sus más remotas raíces hebreas, la palabra "obedecer" indica la escucha y se refiere a la Palabra de Dios. El camino de la obediencia se abre al que ha decidido vivir "para el Señor”; es una exigencia que se desprende de la verdadera conversión (R. Cantalamessa, L' obbedienza, Milan 1986, 59-63, passim).

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