Lectio Divina Martes XIII del Tiempo Ordinario

 Lectio Divina Martes XIII del Tiempo Ordinario

Dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma.

Amós: 3, 1-8; 4, 11-12             Mateo: 8, 23-27

 


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Amós: 3, 1-8; 4, 11-12

 

Escuchen estas palabras que el Señor les dirige a ustedes, hijos de Israel, y a todo el pueblo que hizo salir de Egipto:

 “Sólo a ustedes los elegí entre todos los pueblos de la tierra, por eso los castigaré con mayor rigor por todos sus crímenes.

¿Acaso podrán caminar dos juntos, si no están de acuerdo? ¿Acaso no ruge el león en la selva, cuando tiene ya su presa? ¿Lanza su rugido el cachorro de león desde su cueva, si no ha cazado nada? ¿Cae el pájaro al suelo, sin que se le haya tendido una trampa? ¿Se levanta del suelo la trampa, sin que haya atrapado algo? ¿Se toca la trompeta en la ciudad, sin que se alarme la gente? ¿Hay alguna desgracia en la ciudad, sin que el Señor la mande? Ciertamente el Señor no hace nada sin revelar antes su designio a sus profetas. Pues bien, ya ha rugido el león, ¿quién no tendrá miedo? El Señor Dios ha hablado, ¿quién no profetizará?

Los he destruido a ustedes como a Sodoma y a Gomorra; han quedado como un tizón sacado del incendio y no se han vuelto a mí, dice el Señor. Por eso te voy a tratar así, Israel, y porque así te voy a tratar, prepárate, Israel, a comparecer ante tu Dios”.

 

Palabra de Dios. 

R. Te alabamos, Señor.

 

La alianza entre el Señor e Israel, que es «salida» y «liberación» de Egipto, no puede ser motivo de exoneración de su compromiso para el pueblo de Israel, que no puede sentirse asegurado a ultranza por un Dios indiferente o cómplice. El Dios de Israel se preocupa de su pueblo y lo libera para que se vuelva semejante a él, a fin de que le imite y le siga. Es Padre, no padrino; es aliado, no protector; es madre, no suplente. Las siete preguntas retóricas del texto preparan la clarificación de la necesidad que tiene Dios de hablar y el profeta de profetizar. Lo que sale a flote es, sin embargo, la verdad de la relación de alianza entre el Señor y su pueblo. Este último está subordinado a la elección, y no viceversa: Dios es fiel a sí mismo, corresponde a sí mismo y, eligiendo a Israel, lo compromete a asumir una responsabilidad superior. Por todo ello, el encuentro con su propio Señor es para Israel -tanto para el antiguo como para el nuevo Israel- siempre maravilloso y siempre terrible, al mismo tiempo turbador y apasionante.

 

EVANGELIO

según san Mateo: 8, 23-27

 

En aquel tiempo, Jesús subió a una barca junto con sus discípulos. De pronto se levantó en el mar una tempestad tan fuerte, que las olas cubrían la barca; pero él estaba dormido. Los discípulos lo despertaron, diciéndole: “Señor, ¡sálvanos, que perecemos!”.

Él les respondió: “¿Por qué tienen miedo, hombres de poca fe?”. Entonces se levantó, dio una orden terminante a los vientos y al mar, y sobrevino una gran calma. Y aquellos hombres, maravillados, decían: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?”.

 

Palabra del Señor. 

R. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

La Iglesia es una barca en medio de la tempestad, Jesús duerme. La experiencia del abandono del Señor -de la Iglesia que abandona a su Jesús y de Jesús que deja a su Iglesia- marca hasta el fondo esta página evangélica. Rogar al Señor, acercarse a él y despertarlo (Despiértate, Señor, ¿por qué duermes?»: cf. Sal 44,24) e implorarle: «Señor, sálvanos, que perecemos», significa volver a encontrarnos a nosotros mismos como creyentes, como fieles, como discípulos, y encontrar a Jesús como Señor y como Cristo. La tempestad de la pasión, el triunfo de la muerte, quedan dispersados por la presencia de quien recompone con autoridad el orden de la gracia.

De modo diferente a los paralelos de Marcos y de Lucas, sin embargo, aquí Jesús reprocha a los discípulos su poca fe antes de calmar las olas. El señorío de Jesús y la fe de los discípulos se reclaman recíprocamente, aunque no puede haber entre ellos una perfecta reciprocidad.

El hecho de que Jesús duerma indica, al mismo tiempo, el drama de la muerte del Hijo del hombre, que es un desafío para la fe de la Iglesia, y la serena confianza en el Padre por parte de aquel que «se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Flp 2,8). 

 

MEDITATIO

 

Las espléndidas preguntas con que está tejido el pasaje tomado del libro de Amós conducen, idealmente, desde la sabiduría a la profecía, desde la observación atenta de la realidad natural a la irrupción de una palabra y de una acción que expresan su sentido y verdad. Al final, la profecía, la necesidad de profetizar, aparece como una nueva evidencia, como una impelente necesidad para Israel: «Habla el Señor: ¿quién no profetizará?». La Palabra de Dios y la del hombre, la del Señor del cielo y la tierra y la del pastor-profeta, llegan de inmediato a un acuerdo: el mismo acuerdo que se ha vuelto accesible a cada hombre en Jesús.

El nuevo Israel, la Iglesia engendrada también por el Espíritu de Cristo, no puede dormir, no puede morir. Está confusa y desconcertada por el silencio profundo desde el que su Señor hace subir su Palabra autorizada y su gesto resolutorio. La fe que falta a la Iglesia es la confianza en su Señor, la misma confianza que el sueño de Jesús anuncia dramática y serenamente.

 

ORATIO

 

Oh Señor, tú fuiste capaz de dormir, fuiste capaz de morir. Enséñanos a descubrir en tu obediencia el secreto de nuestra libertad, en tu muerte el secreto de nuestra vida, en tu sueño el misterio de nuestra vigilancia.

Oh Espíritu del Resucitado, ayúdanos a prestar oído a la voz de la profecía que se eleva desde los lugares más inesperados de la tierra, desde el mar, desde el cielo; estos lugares repiten inconscientes las notas más profundas de tu indefectible solicitud.

Oh Padre de todos nosotros, concédenos una palabra firme en las incertidumbres y una mirada clarividente entre las olas, a fin de que la autoridad de tu Hijo pueda hacerse presente en el Espíritu, que visita y anima siempre a tu Iglesia.

 

CONTEMPLATIO

 

Por tanto, también el sueño de Cristo es signo de algún misterio. Los navegantes son las almas que pasan este mundo en un madero. También la nave aquella figuraba a la Iglesia. Cada uno, en efecto, es templo de Dios y cada uno navega en su corazón. Si sus pensamientos son rectos, no naufragará. Oíste una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Soplando el viento y encrespándose el oleaje, se halla en peligro la nave, peligra tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Te vengaste y, cediendo a la injuria ajena, naufragaste. ¿Cuál es la causa? Porque duerme en ti Cristo. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta, pues, a Cristo, acuérdate de él, esté despierto en ti: piensa en él (Agustín, Sermón 63, 1ss [traducción española de Lope Cilleruelo y otros, BAC, Madrid 1983]).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Habla el Señor: ¿quién no profetizará?» (Am 3,8b).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Consideremos el insomnio [...]. El insomnio se caracteriza por la conciencia de que esta situación no acabará nunca, esto es, que no existe ya ningún medio para salir de la vigilancia a la que estamos obligados. Una vigilancia sin objeto [...]. Con todo, es preciso que nos preguntemos si la conciencia se deja definir por la vigilancia, si la conciencia no es, más bien, la posibilidad de sustraernos a la vigilancia; si el sentido propio de la conciencia no consiste tal vez en ser una vigilancia puesta al abrigo de una posibilidad de dormir; si el particular modo de ser del yo no consiste en el poder de salir de la situación de la vigilancia impersonal. La conciencia participa ya, en efecto, en la vigilancia. Sin embargo, lo que la caracteriza de modo particular es el hecho de reservarse siempre la posibilidad de retirarse «detrás» para dormir. La conciencia es el poder de dormir. En esta fuga plena consiste, en cierto sentido, la paradoja misma de la conciencia (E. Lévinas, Il Tempo e l'Altro, Génova 1997, pp. 22-25 [edición española: El tiempo y el otro, Ediciones Paidós ibérica, Barcelona 1993]).

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