LECTIO DIVINA MIÉRCOLES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

LECTIO DIVINA MIÉRCOLES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

A ustedes los llamo amigos, dice el Señor, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre

Jeremías: 15, 10. 16-21 Mateo: 13, 44-46





PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías: 15, 10. 16-21


¡Ay de mí, madre mía! ¿Por qué me engendraste para que fuera objeto de pleitos y discordias en todo el país? A nadie debo dinero, ni me lo deben a mí, y sin embargo, todos me maldicen.

Siempre que oí tus palabras, Señor, las acepté con gusto; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo defendía tu causa, Señor, Dios de los ejércitos.

No me senté a reír con los que se divertían; forzado por tu mano, me sentaba aparte, porque me habías contagiado con tu propia ira. ¿Por qué mi dolor no acaba nunca y mi herida se ha vuelto incurable? ¿Acaso te has convertido para mí, Señor, en espejismo de aguas que no existen?

Entonces el Señor me respondió: “Si te vuelves a mí, yo haré que cambies de actitud, y seguirás a mi servicio; si separas el metal precioso de la escoria, seguirás siendo mi profeta. Ellos cambiarán de actitud para contigo y no tú para con ellos. Yo te convertiré frente a este pueblo en una poderosa muralla de bronce: lucharán contra ti, pero no podrán contigo, porque yo estaré a tu lado para librarte y defenderte, dice el Señor. Te libraré de las manos de los perversos, te rescataré de las manos de los poderosos”.


Palabra de Dios. 

R. Te alabamos, Señor.


El texto litúrgico forma parte de una de las llamadas« Confesiones de Jeremías», fragmentos escritos en primera persona en los que vierte el profeta sus propios sentimientos y deja aflorar su ánimo, desahogándose con Dios por la dureza de la misión que le ha confiado y hasta por su misma existencia, cuyo fracaso percibe. Jeremías, que tanto hubiera deseado la paz, y que, sin embargo, a causa de la Palabra, es objeto de contiendas y de pleitos (v. 10), deplora haber nacido. Recuerda el entusiasmo y la alegría del primer encuentro con la Palabra del Señor, convertida después en el centro y el sentido de toda su vida. A la iniciativa de Dios le había seguido la disponibilidad total de Jeremías, el compromiso de toda su persona en la decisión consciente de estar consagrado a Dios (v. 16). La soledad, el distanciamiento de las compañías festivas, fueron la consecuencia de esta dedicación absoluta a una Palabra que va contra corriente y que sus contemporáneos rechazan e incluso combaten (v. 17).

De ahí procede el agudo sufrimiento que siente Jeremías sin posibilidad de curación y el grito de denuncia de su propia situación frente a Dios, que se le ha vuelto engañoso como un arroyo de aguas caprichosas.

Por toda respuesta (vv. 19-21), el Señor le confirma al profeta su arduo mandato, pidiéndole de nuevo su entera disponibilidad, renovándole la promesa del éxito final de su misión, garantizado por su misma presencia. La Palabra que le había seducido en un tiempo deberá «encarnarse» aún más en Jeremías . Fiel a ella, el profeta recibirá la fuerza necesaria para resistir a todos los adversarios.   


EVANGELIO

Según san Mateo: 13, 44-46


En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud: “El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende ∫cuanto tiene y la compra”.


Palabra del Señor. 

R. Gloria a ti, Señor Jesús.


En el marco del sermón dirigido a los discípulos en casa (cf. Mt 13,36), las parábolas del tesoro encontrado por casualidad en el campo y de la perla largo tiempo buscada y por fin encontrada ponen el acento en la alegría de quien ha comprendido el valor del Reino de Dios.

Se trata de una alegría tan penetrante y profunda que hace posible la venta de cualquier otro bien para comprar el campo donde está escondido el tesoro o adquirir la perla preciosa. Acoger la Palabra de Jesús y tener acceso al misterio del Reino de Dios no es, por tanto, únicamente una experiencia de contraste y de paciente tenacidad, como sugerían las parábolas del sembrador y de la cizaña, sino que es también y sobre todo una experiencia de alegría.

Junto a esta enseñanza principal, las parábolas plantean la exigencia del radicalismo en la opción por el Reino: no es posible llegar a soluciones de compromiso; es preciso darlo todo si queremos gozar del amor de Dios. El hombre experimenta esto como don inesperado y como fruto del empeño: Dios se ofrece en virtud de su libre iniciativa, más allá de cualquier posible mérito del hombre. Haciéndose buscar, dilata en él el espacio del deseo.


MEDITATIO


Hay dos tonalidades en las lecturas que hoy nos ofrece la liturgia. Está la alegría de quien ha encontrado el sentido de su vida en una palabra, la de Dios, que le ha abierto el corazón, y por la que no vacila en comprometer toda su vida renunciando a todo lo demás, y está la desolación de quien siente la inutilidad de su vivir, el fracaso de sus esfuerzos, aunque sean sinceros. Con frecuencia coloreamos la vida con una u otra escala cromática. Tal vez empleamos con mayor frecuencia la segunda.

El Señor nos dice algo importante: la alegría del encuentro con él, saboreada en un momento preciso que ha iluminado nuestra existencia, constituye el fundamento que debemos redescubrir de continuo. Es la memoria que nos garantiza lo esencial: la certeza de que el Señor está vivo y presente junto a nosotros. La pesadez del vivir, la constatación de haber fracasado, son experiencias dolorosas y lancinantes, que desgarran por dentro, que estallan en un grito: «¡Basta!». Volver a encontrar la alegría del momento del descubrimiento, o bien desear proseguir la búsqueda si todavía no hemos encontrado, es la verdadera aventura de la vida, es su sentido más profundo. Vale la pena entregarlo todo por esto.

Dejémonos atraer por el Señor, que, como hizo con el profeta, nos dice hoy a nosotros: «Si vuelves a mí, haré que vuelvas y estés a mi servicio» (Jr 15,19).


ORATIO


Tengo necesidad de ti, Señor, de tu presencia, que da vigor a mis fuerzas e impulso a mi corazón. Necesito saborear la dulzura de tu amistad, dejarme deslumbrar por el esplendor de tu belleza. Tengo necesidad de apasionarme por tus cosas y de descubrir que sólo perteneciéndote soy de verdad yo mismo.

No es fácil encontrar a precio de saldo el coraje de arriesgar. Y -me doy cuenta de ello- no es el resultado de una operación lógica. El coraje necesario para apostarlo todo, toda la existencia, por ti, Señor, apoyados en tu Palabra, es algo que pertenece al orden del corazón, y es posible si acepto dejarme abrasar interiormente por el fuego del Espíritu, por tu amor creador. Que yo también pueda saborear, Señor, tu bondad y tu dulzura...

Así, lo menos que podré hacer será dejarlo todo por ti y gritarte una vez más: «¡Aquí estoy, Señor!».


CONTEMPLATIO


Si Cristo habita en nuestros corazones por medio de la fe, como dice el divino apóstol, y todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en él, entonces todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento están escondidos en nuestros corazones y se revelan al corazón en la medida de la purificación alcanzada por cada uno mediante los mandamientos. Éste es el tesoro escondido en el campo del corazón, y todavía no lo has encontrado a causa de tu pereza. Si, en efecto, lo hubieras encontrado, habrías vendido ya todo lo que tienes y habrías comprado este campo.

Como un labrador que busca un campo adecuado para trasplantar algún árbol silvestre y encuentra por casualidad un tesoro inesperado, así es todo asceta humilde y sencillo. El asceta experimentado es un agricultor espiritual que trasplanta como un árbol silvestre la contemplación de las cosas visibles orientada a la percepción sensible en la región de las realidades inteligibles, y encuentra un tesoro, es decir, la manifestación, por la gracia, de la sabiduría que hay en los seres (Máximo el Confesor, La filocalia, II, Turín 1983, 107 y 116).


ACTIO


Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:


«Tu Palabra es la alegría de mi corazón» (cf. Jr 15,16).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL


La alegría del Evangelio es propia de quien, tras haber encontrado la plenitud de la vida, queda suelto, libre, desenvuelto, sin temor, no cohibido. Ahora bien, ¿creen acaso que quien ha encontrado  la perla preciosa empezará a despreciar todas las otras perlas? En absoluto. Quien ha encontrado la perla preciosa se vuelve capaz de colocar las otras en una escala de valores justa, para relativizarlas, para juzgarlas en relación con la perla más bella. Y lo hace con extrema sencillez, porque, teniendo como piedra de toque la preciosa, es capaz de comprender mejor el valor de las otras.

A quien tiene la alegría del Evangelio, a quien tiene la perla preciosa, el tesoro, se le dará el discernimiento de los otros valores, de los valores de las otras religiones, de los valores humanos que hay fuera del cristianismo; se le dará la capacidad de dialogar sin timidez, sin tristeza, sin reticencias; mas aún con alegría, precisamente porque conocerá el valor de todo lo demás. Quien busca la alegría en seguridades humanas, en ideologías, en sutilezas, no puede encontrar esta alegría. La alegría del Evangelio es Jesús crucificado, que llena nuestra vida perdonando nuestros pecados, dándonos el signo de su amor infinito, llenándonos día y noche con su alegría profunda. Cuando cacemos de soltura, cuando estamos espantados, cuando somos perezosos, temerosos, cuando estamos preocupados por el futuro de la iglesia y de nuestra comunidad, eso significa que no tenemos la alegría del Evangelio, sino sólo alguna sombras, algún eco lejano, intelectual, abstracto, del mismo. Acoger el Evangelio es acoger su fuerza y apostar por ella, confiarnos a Cristo crucificado, que quiere llenarnos de su alegría (Carlo Maria Martini, La gioia del vangelo, Casale M. 1988 [edición española: La alegría del evangelio, Sal Terrae, Santander 1996]).

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