Dios quiere desposarse con el alma en fe
25 de noviembre
Dios quiere desposarse con el alma en fe; y el alma que debe celebrar este celestial matrimonio debe caminar en fe pura, la única que es medio adecuado y único para esta unión de amor. El alma, digo, para elevarse a la divina contemplación, debe estar purificada de todas las imperfecciones, no sólo actuales, lo que se alcanza con la purificación de los sentidos, sino también de todas las imperfecciones habituales, como son ciertos afectos, ciertas actitudes imperfectas que la purificación de los sentidos no ha conseguido extirpar y que quedan en el alma como raíces, y que se consigue con la purificación del espíritu, con la que Dios, con una luz altísima, invade el alma, la traspasa íntimamente y la renueva del todo.
Esta luz altísima, que Dios infunde en dichas almas, coloca el espíritu de éstas en una situación de sufrimiento y de desolación, capaz de llevarlas a sufrimientos extremos y a penas interiores de muerte. En esa situación, no son capaces de comprender esta actuación divina, esta altísima luz; y esto les sucede por dos razones: la primera, por parte de la misma luz, que es tan excelsa y tan sublime que sobrepasa absolutamente la capacidad de las almas, de modo que es para ellas causa más de tinieblas y de tormentos que de luz. La segunda razón se debe a la bajeza e impureza de las mismas almas, motivo por el que esta altísima luz no sólo les resulta obscura sino además penosa y aflictiva, y, por tanto, en lugar de consolarlas, las atormenta, llenándolas de grandes sufrimientos en los sentidos y de graves angustias y penas horrorosas en las facultades espirituales.
Todo esto acontece al principio, pues la luz divina encuentra las almas no preparadas para la unión divina y, por tanto, las pone en estado de purificación; y después, cuando esta luz ya las ha purificado, las lleva al estado iluminativo, elevándolas a la visión y a la unión perfecta con Dios.
Por tanto, que se alegren en el Señor por la alta dignidad a la que él las va elevando, y que confíen plenamente en el mismo Señor, como hacía el santo Job que, puesto también él por Dios en esa situación, esperaba ver la luz después de las tinieblas.
(9 de diciembre de 1913, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 439)
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