Tú me has hecho subir a la cruz de tu Hijo
7 de noviembre
Dios mío, ¡qué ha sido mi vida ante ti en estos días en que las más densas tinieblas me han envuelto completamente! ¿Y cuál será mi futuro? Yo ignoro todo, absolutamente todo. Mientras tanto, no cesaré de alzar de noche mis manos desde este lugar santo, y te bendeciré siempre, mientras me quede un soplo de vida.
Te ruego, mi buen Dios, que seas tú mi vida, mi barca y mi puerto. Tú me has hecho subir a la cruz de tu Hijo y yo me esfuerzo por adaptarme del mejor modo posible: estoy convencido de que no descenderé nunca y de que jamás llegaré a ver despejado el horizonte.
Sé que te debo hablar entre truenos y tormentas, y que he de verte en la zarza, entre el fuego de las espinas; pero, para realizar todo esto, es claro que hay que descalzarse y renunciar del todo a la propia voluntad y a las satisfacciones personales.
Estoy dispuesto a todo, pero ¿te dejarás ver algún día en el Tabor, en el ocaso santo? ¿Tendré fuerza para, sin cansarme nunca, ascender a la visión de mi Salvador en el cielo?
(8 de noviembre de 1916, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 836)
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