O perdonas a este pueblo o bórrame del libro de la vida.



21 de noviembre

¿Cómo es posible ver a Dios que se entristece ante el mal y no entristecerse del mismo modo? ¿Ver a Dios que está a punto de descargar sus rayos y que, para pararlos, no hay otro remedio que el de alzar una mano y detener su brazo y dirigir la otra, agitándola, al propio hermano, por un doble motivo: que abandonen el mal, y que se alejen, y de prisa, del lugar donde están, porque la mano del juez está para descargar sobre ellos?

Pero créame también que, en ese momento, mi interior no está en absoluto oprimido o alterado. No siento otra cosa que la de tener y querer lo que Dios quiere. Y en él me encuentro siempre en paz; al menos en mi interior siempre; por fuera con frecuencia un poco incómodo.

Y ¿por los hermanos? ¡Ay! Cuántas veces, por no decir siempre, me toca decir a Dios juez con Moisés: o perdonas a este pueblo o bórrame del libro de la vida.

¡Qué triste es vivir de afectos! Hay que morir en cada instante de una muerte que no hace morir sino vivir muriendo y muriendo vivir.

¡Ah! ¿Quién me librará de esto fuego devorador?

Ruegue, padre mío, para que me venga un torrente de agua a refrescarme un poco de estas llamas devoradoras que, sin tregua alguna, me queman en el corazón.

 (20 de noviembre de 1921, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1246)

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