"Ciudad toda franciscana"
11 de agosto
Espero que no
esté lejos el día en que goces de una alegría de cielo, marchando a Asís, la
ciudad toda franciscana, monumento elocuente del gran amor y de la infinita
caridad del S. Padre S. Francisco. Sí, me auguro que un día no lejano me
llegará la noticia de que te has arrodillado allí, en el pequeño y devoto
templo de la Santa Porciúncula, ennegrecida por el paso de los años, donde,
como cuenta la buena admiradora de la obra franciscana, la señora Henrion, los
besos de los penitentes, a través de siete siglos de religiosa admiración, lo
han pulido, como el mármol y el alabastro las toscas paredes. ¡Cómo late el corazón
del memorioso peregrino que se detiene allí para orar con fervor! Cada oscuro
ladrillo recoge la historia de miles y miles de almas que, en confiado
abandono, han apoyado la cabeza y con ella las angustias de la vida.
El peregrino
se arrodilla allí instintivamente; y, en el silencio divino, siente que aletea
sobre él como una bendición suavísima. Y la infinita y dulce plegaria resuena y
pasa desde hace siglos y pasará por los siglos: plegarias encendidas de amor de
los santos, holocaustos de víctimas puras, lágrimas de redimidos. ¡Oh!, ¡qué
grande y dulce es, en la Iglesia de Jesús, el dogma de la comunión de los
santos! Ésta es en verdad la puerta de la vida eterna, como está escrito en el
frontispicio del pequeño y devoto templo de la Porciúncula.
(30 de diciembre de 1921, a
Graciela Pannullo – Ep. III, p. 1087)
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