Herido de Amor
5 de agosto
No soy capaz
de describirle lo que tuvo lugar en este período de tan intenso martirio.
Estaba confesando a nuestros muchachos la tarde del cinco, cuando de golpe me
aterrorizó la vista de un personaje celeste, que se me presenta ante los ojos
de la inteligencia. Tenía en la mano una especie de arnés, semejante a una
larguísima lámina de hierro con una punta bien afilada, y parecía que de esa
punta saliera fuego.
Ver todo esto
y observar que dicho personaje arrojaba con toda violencia el dicho arnés en el
alma, fue todo uno. Emití con dificultad un lamento, me sentía morir. Le dije
al muchacho que se retirara porque me sentía mal y no tenía fuerzas para
continuar.
Este martirio
duró, sin interrupción, hasta la mañana del día siete. Lo que yo sufrí en este
luctuoso período no sabría expresarlo. Veía que hasta las entrañas quedaban
desgarradas y estiradas tras aquel arnés, y que todo era pasado a hierro y
fuego. Desde aquel día yo estoy herido de muerte. Siento en lo más íntimo del
alma una herida que está siempre abierta y que me tiene en ansias
continuamente.
¿No es éste un
nuevo castigo que me inflige la justicia divina? Juzgue usted cuánta verdad hay
en esta afirmación y si no tengo todos los motivos para temer y vivir en una
angustia extrema.
(21 de agosto de 1918, al P.
Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1061)
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