Elevan la mente al Señor...
12 de agosto
Recordando las
maravillas de aquellos tiempos, me viene a la memoria la querida primogénita
del Seráfico Padre, allá, en el silencio profundo y solemne del austero
refectorio, Santa Clara, con sus hijas humildes y mortificadas, que, al ritmo
de la pobreza, cantan las notas breves y claras de la renuncia y del
sacrificio. Las hermanas se dirigen a sus puestos, elevan la mente al Señor y
esperan en paz… Entonces la voz cristalina de la madre s. Clara entona el Benedicite. La mano virginal se eleva,
lenta y solemne, para bendecir con gesto grave y milagroso.
En una
ocasión, en el monasterio no había más que un solo pan, y era la hora de la
comida. El hambre aguijoneaba el estómago de las pobres hermanas, que, aún
habiendo triunfado de todo, no podían olvidar permanentemente las imperiosas
necesidades de la vida. Sor Cecilia, la despensera, en el aprieto, recurrió a
la santa abadesa, que le mandó que partiera el pan en dos mitades, que mandara
una a los hermanos que cuidaban el monasterio, y que se quedara la otra; y ésta
que la partiera en 50 trozos, tantos como las hermanas; y que pusiera a cada
una su parte en la mesa de la pobreza. Pero como la devota hija le respondiera
que serían necesarios los antiguos milagros de Jesús para que un pan tan
pequeño se pudiera partir en 50 porciones, la madre le repuso: hija mía, haz
con confianza lo que yo te digo.
Se apresta la
obediente hija a cumplir el mandato materno y la madre Clara se apresura a
recurrir a Jesús con súplicas y piadosos suspiros en favor de sus hijas. Y, por
gracia divina, el pequeño pan aumenta en las manos de la que lo parte, y toca a
cada hermana una porción abundante.
(30 de diciembre de 1921, a
Graciela Pannullo – Ep. III, p. 1087)
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