Confía siempre en el Señor


6 de agosto

¡Bien de mi alma!, ¿dónde estás? ¿A dónde has ido a esconderte? ¿Dónde encontrarte de nuevo? ¿Dónde buscarte? ¿No ves, Jesús, que mi alma, sea como sea, te quiere sentir? Te busca por todas partes, pero no te dejas encontrar más que en la intensidad de tu furor, llenándola de grandísima turbación y amargura al darle a comprender qué es lo que ella te da y qué es lo que a ti te corresponde. ¡¿Quién puede expresar la gravedad de mi situación?! Lo que comprendo en el reflejo de tu luz, no logro decirlo con palabras humanas; y, cuando intento querer decir alguna cosa tartamudeando, el alma se da cuenta de que se ha equivocado y de que lo dicho no corresponde para nada a la verdad de los hechos.

¡Bien mío!, ¿me has privado de ti para siempre? Tengo ganas de gritar y de lamentarme con toda mi voz, pero estoy muy débil y las fuerzas no me acompañan. Y, mientras tanto, ¿qué podré hacer que no sea elevar a tu trono este lamento: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?...

 (17 de octubre de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 1089)

 

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