Cuarto día de la novena en honor a San Francisco de Asís


4. FRANCISCO UN HOMBRE HECHO ORACIÓN 4-9
 
Por la  señal de la Santa Cruz + De nuestros enemigos + Líbranos Señor, Dios nuestro + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén

Acto de contrición:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quién eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y  de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

 

ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO (OrCr)

 

¡Oh alto y glorioso Dios!

ilumina las tinieblas de mi corazón.

Dame fe recta, esperanza cierta, caridad perfecta;

acierto y conocimiento, oh Señor,

para cumplir tu santo y veraz mandato.

Amén.

 

TEXTO BÍBLICO PARA REFLEXIONAR

 

Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. (Ap 5,7-8).

 

Otro Ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono. Y por mano del Ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos. (Ap 8,3-4).

 

LA ORACIÓN SEGÚN EL SERÁFICO PADRE FRANCISCO

 

            La oración es un tema que da sentido, abraza totalmente y domina la vida y personalidad del seráfico Padre san Francisco. Francisco piensa y dice: “Cristo es necesario para la vida y es suficiente para la vida”; esta es su gran intuición y la hace “gran experiencia” transformada en vida asumida, testimoniada e inmolada. En el encuentro con Cristo, Francisco reencuentra parte de su propio misterio y reencuentra la posibilidad de una realización auténtica de su propia humanidad. Realización que había buscado de otras formas: en la idea de hacerse caballero y en el interés económico, hacia el cual parecía dirigido más que nada, incluso por tradición familiar.

            En lugar de ser “caballero” u “hombre de negocios”, francisco escoge ser lo opuesto: “pobre y humilde”. Cristo se convierte para él en Evangelio viviente. Y es la oración humilde y fervorosa la que lo transforma en “otro Cristo”.

 

CRISTO ORANTE, MAESTRO DE ORACIÓN PARA FRANCISCO

 

            Sobre las laderas del Monte de los Olivos, enfrente de Jerusalén, los apóstoles le piden a Jesús: “Señor, enséñanos a orar” (Cfr Lc 11,1). La respuesta de Jesús es: “Cuando recen digan: Padre nuestro” (Cfr Lc 11,2; Mt 6,9).

            La oración acompaña toda la vida de Jesús: “subió al monte para orar a solas” (Mt 14,23); “se levantó muy de madrugada y salió, se marchó a un descampado y estuvo orando allí” (Mc 1,35). Y Lucas 6,12: “Se fue a la montaña a orar y se pasó la noche orando a Dios”. Jesús, además de ser “hombre de oración” es también “maestro de oración”: “Señor, enséñanos a orar” (Cfr Lc 11,1); invita  a “orar siempre y no desanimarse” (Lc 18,1); afirma que sólo una cosa “es necesaria” y elogia a María pues “ha escogido la parte mejor” (Lc 10, 41).

 

ES LA ORACIÓN LA QUE TRANSFORMA LA VIDA

           

            La imitación casi perfecta que hace Francisco de Cristo consiste antes que nada en la oración. La gracia de la oración se le da a Francisco a través de la gracia de la conversión. Suplicaba devotamente a la clemencia divina que se dignara mostrarle lo que debía hacer. La práctica asidua de la oración desarrollaba siempre más fuerte en Francisco la llama de los deseos celestiales (LM 1,4).

            Cuando recibe el “don”  de los hermanos y los llama “minores” les invita a buscar  consejo al Señor. Y los tres, se dirigen al templo de San Nicolás, donde rezan: Señor Dios, Padre de la Gloria, te suplicamos que, en tu misericordia, nos manifiestes lo que debemos hacer. (TC VIII).

            Otro momento importante en que Francisco recurre a la oración es el encuentro en Roma en 1209 con Inocencio III, cuando pide al papa la aprobación de su “forma de vida” (2 Cel 16).

            No era tanto un hombre que oraba, cuanto más bien él mismo era todo transformado en oración viviente (1 Cel 95). Su puerto seguro era la oración, no de algún minuto, vacía o como fuga, sino profundamente devota, humilde y prolongada lo más posible. Si la iniciaba en la tarde, a duras penas lograba dejarla en la mañana. Estaba siempre ocupado en la oración, cuando caminaba y cuando se sentaba, cuando comía y cuando bebía (1 Cel 71).

            A menudo y casi diariamente se sumergía de manera secreta en la oración. Se sentía atraído por la irrupción de aquella ‘misteriosa dulzura’ que penetrándolo frecuentemente en el alma, lo incitaba a la oración hasta cuando estaba en la plaza o en otros lugares públicos (TC 8).

            En la Regla exhorta cálidamente a la oración: Los siervos de Dios deben siempre dedicarse a la oración. (1 Re 7).

            Todos nosotros, frailes, tengamos cuidado de que bajo pretexto de gratificaciones por recibir, de cosas por hacer o de buenas obras pendientes, perdamos o desviemos nuestra mente y corazón del Señor...Es necesario rezar siempre sin cansarse nunca...

            Con gran insistencia invita a orar en el trabajo: No apaguen el espíritu de la santa oración y devoción, a éste deben servir todas las otras cosas temporales. (2 Re 5,3).

            Al hermano Antonio escribía: Me agrada que enseñes la Sagrada Escritura a los frailes, con tal que en dicha actividad no apagues el espíritu de devoción como está escrito en la Regla. (Cta Ant).

            El religioso debe desear la gracia de la oración y a causa de las cargas de gobierno y de los compromisos de la predicación, no debe descuidar la santa y devota oración. (EP 73).

            La predicación debe estar precedida por la oración; en efecto, el predicador debe antes obtener en el secreto de la oración lo que después verterá en los sermones (2 Cel 163).

            También el fraile que ejercita cada día el ministerio de la reconciliación, debe prepararse en la oración. A quien ocupaba el cargo de superior recomendaba: Se aplique con diligencia a la oración y sepa distribuir determinadas horas a su alma y otras al rebaño que le ha confiado. Así, en las primeras horas de la mañana debe anteponer el sacrificio de la misa y recomendar con larga oración a sí mismo y a su rebaño a la protección divina. (2 Cel 185. EP 80).

 

LAS FUENTES DE LA ORACIÓN DE FRANCISCO

 

            La oración del Padre Francisco tiene inspiración cristológica, trinitaria y cósmica. Las fuentes de su oración son cuatro: la Sagrada Escritura, la Cruz, la Liturgia y la Creación.

 

a). Sagrada Escritura: basta que vayamos a cualquier texto escrito por Francisco y enseguida nos daremos cuenta que la fuente de inspiración es la Palabra. Concretamente en el Oficio de la pasión del Señor, podemos descubrir los misterios de la vida de Cristo. Se meditan a través de un conjunto de textos recabados de varios salmos bíblicos presentes en el salterio que Francisco se sabe de memoria. El santo de Asís tiene gran reverencia y estima por la Palabra del señor, que es el Verbo del Padre y por  las palabras del Espíritu Santo que son espíritu y vida.

b). El Libro de la Cruz: se trata de la meditación “aderezada” de lágrimas con la mirada centrada en la pasión de Cristo, que permite rezar también a los frailes simples e iletrados, cuya oración es elogiada por el santo de Asís: Estos hermanos son mis caballeros de la mesa redonda, que se esconden en lugares apartados y deshabitados para comprometerse con más fervor a la oración y a la meditación (EP 72c). Fue precisamente esta meditación la que sumergió a Francisco en el gozoso encuentro con su Señor, convirtiéndose así en “Otro Cristo”, porque la Cruz es el libro de la vida.

c). Oración litúrgica: Francisco afectuosamente se deja penetrar por el espíritu de la oración de la Iglesia. 

            Francisco insiste en el rezo del oficio divino. La liturgia de las horas es la oración de la Iglesia universal. Exhorta Francisco: Todos los frailes, sena clérigos o laicos, reciten el oficio divino y lo recen por los vivos y por los muertos según las costumbres de los clérigos. Por los defectos y las negligencias de los frailes recen diariamente el De profundis con el Padre Nuestro. (I Re 3).  

d). Otra fuente de oración de San Francisco es la creación. Es genial en este aspecto La alabanza al Dios altísimo. Es el canto de agradecimiento, parte de lo que ve, de las maravillas de Dios… He aquí el Cántico de las Criaturas: Altísimo omnipotente buen Señor, tuyas son las alabanzas, la gloria y el honor y toda bendición… (Cánt 1).

 

Que nuestra oración sea confiada de la misma manera que confía un niño en brazos de su madre.

 

PUNTOS PARA MEDITAR:

 

            Cada uno y con toda libertad se puede servir de las siguientes preguntas para meditar, o bien puede recurrir a las suyas propias, ya que la fuente de inspiración ha de ser siempre el Espíritu Santo.

 

¿Qué importancia tiene para mí la vida de oración práctica?

¿Ha sido verdaderamente el parte aguas de mi vida después del encuentro con Jesucristo?

¿Cuál es la realidad de mi oración hoy?

¿Qué  ha significado para mí llevar una vida de oración?

¿Cómo vivo ésta experiencia de oración cada día?

¿Soy de los que piensan que en la oración se pierde el tiempo?

¿Cómo es mi oración?

¿Cuál es la calidad de mi oración?

¿Reduzco mi vida de oración sólo a los horarios marcado en la fraternidad?

El Señor me pide vivir nuevamente ese encuentro con Él en la oración ¿En qué medida y con qué método estoy dispuesto a hacerlo?

 

Paráfrasis del Padrenuestro

¡Oh santísimo Padre nuestro: creador, redentor, consolador y salvador nuestro!

Que estás en los cielos: en los ángeles y en los santos; iluminándolos para conocer, porque tú. Señor, eres la luz; inflamándolos para amar, porque tú, Señor, eres el amor; habitando en ellos y colmándolos para gozar de la eterna bienaventuranza, porque tú. Señor, eres el bien sumo, eterno, de quien todo bien procede, sin quien no hay bien alguno.

Santificado sea tu nombre: clarificada sea en nosotros tu noticia, para que conozcamos cuál es la anchura de tus beneficios, la largura de tus promesas, la sublimidad de tu majestad y la hondura de tus juicios.

Venga tu reino: para que reines en nosotros por la gracia, y nos hagas llegar a tu reino, donde está la visión manifiesta de ti, el amor perfecto a ti, la unión bienaventurada contigo, la fruición de ti por siempre.

Hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo: para que te amemos con todo el corazón, pensando siempre en ti; con toda el alma, deseándote siempre a ti; con toda la mente, dirigiendo todas nuestras intenciones a ti, buscando en todo tu honor; y con todas nuestras fuerzas, destinando todas nuestras fuerzas y los sentidos del alma y del cuerpo al servicio de tu amor y no a otra cosa; y para que amemos a nuestros prójimos como a nosotros mismos, atrayendo a todos, según nuestras fuerzas, a tu amor, alegrándonos de los bienes ajenos como de los nuestros y compadeciéndolos en los males, y no siendo causa de tropiezo para nadie.

El pan nuestro de cada día: tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, dánosle hoy: para que recordemos, comprendamos y veneremos el amor que nos tuvo y cuanto por nosotros dijo, hizo y padeció.

Y perdónanos nuestras deudas: por tu inefable misericordia, por el poder de la pasión de tu amado Hijo y por los méritos e intercesión de la beatísima Virgen y de todos tus elegidos.

Así como nosotros perdonamos a nuestros deudores: y lo que no perdonamos plenamente, haz tú, Señor, que plenamente lo perdonemos; para que por ti amemos de verdad a los enemigos y por ellos intercedamos devotamente ante ti, no devolviendo a nadie mal por mal, y para que nos esforcemos por ser en ti útiles en todo.

Y no nos dejes caer en la tentación: oculta o manifiesta, imprevista o insistente.


Mas líbranos del mal: pasado, presente y futuro.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos.
Amén.

 

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