Tercer Día de la novena en hohor a San Fracisco de Asís.


3. ¿SEÑOR QUÉ QUIERES QUE HAGA?
FRANCISCO: ¡VE  Y REPARA MI IGLESIA!
Por la  señal de la Santa Cruz + De nuestros enemigos + Líbranos Señor, Dios nuestro + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén
Acto de contrición:
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quién eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y  de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.
 
TEXTO BÍBLICO PARA REFLEXIONAR
13 Por lo tanto, manténganse con el espíritu alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se manifieste Jesucristo. 14 Como hijos obedientes, no procedan de acuerdo con los malos deseos que tenían antes, mientras vivían en la ignorancia. 15 Así como aquel que los llamó es santo, también ustedes sean santos en toda su conducta, 16 de acuerdo con lo que está escrito: Sean santos, porque yo soy santo.  (1 P 1,13-16)
Después de haber sido testigos de la gran necesidad que Francisco tenía de darle sentido a su vida, y tras haberse dejando encontrar por Jesucristo, ahora es necesario dejarse amar de verdad y poner manos a la obra. Debemos destacar que  Francisco vivió un período de búsqueda bastante largo impregnado de crisis existencial. Son procesos que en la vida de cualquier persona llevan su tiempo y hay que madurar para poder acertar con la gracia de Dios y la asistencia del Espíritu Santo en hacer la voluntad de Dios. Esta crisis en Francisco duró por lo menos tres años. Fue poco antes de comenzar a trabajar como albañil, cuando Francisco estaba de rodillas ante el Crucifijo de San Damián, meditando, mirándose a sí mismo con los ojos interiores, los que contemplan lo que somos, las obras, pensamientos, omisiones..., indescifrables a los ojos de los demás; de vez en cuando elevaba la mirada exterior a la cruz que presidía la iglesia de San Damián, ante la que Francisco se encontraba postrado, cuando de pronto sintió  aquellas palabras: "¡Francisco, ve y repara mi casa, pues, como ves, amenaza ruina!". Francisco inmediatamente  comenzó a trabajar,  con la cuchara de albañil, y a colocar piedras que ocultaran los huecos o unir lo resquebrajado para reconstruir la Ermita de San Damián. Pero, de pronto, se dio cuenta que la Iglesia era más que la Ermita de San Damián... se dio cuenta de que el rostro de Jesús, ese Jesús que le miraba desde la cruz, era más vivo, más latente, más dialogante. Se percató que la Iglesia tenía un cuerpo, el de los hombres, y los hombres un rostro, el de Cristo.
Nos hallamos ante una cadena de hechos bastante “normales”, que manifiestan las disposiciones de Francisco y su encuentro progresivo con Cristo: las numerosas visitas a la iglesia de San Damián, los prolongados momentos de oración y de contemplación del Crucifijo sirio, en el transcurso de los cuales llegó la respuesta del Señor al corazón de Francisco.
 Encuentro con Cristo
Por tanto, el Francisco que visita con regularidad la iglesia de San Damián y suplica al Señor: «Sumo, glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón, dame Fe recta. Esperanza cierta y Caridad perfecta. Acierto y conocimiento oh Señor para cumplir tu santo y veraz mandamiento. Amén.>> Esta era la oración insistente de Francisco, le suplicaba al Señor le mostrara su voluntad: ¡Señor dime qué debo hacer!. Francisco  es un hombre inquieto y atormentado, pero sensible y a la espera de un signo del Señor.
Un día, durante su oración ante el Crucifijo, Francisco queda fuertemente impresionado por el contraste existente entre la oscura y deteriorada capilla y el Cristo luminoso que hay encima del altar. Aquel día no descubrió toda la riqueza teológica del Crucifijo, pero quedó asombrado por su luminosidad. Hasta ese momento Francisco estaba demasiado replegado sobre sí mismo; pero aquel día vio al Cristo luminoso. ¿Fue antes o después de pedir: «Ilumina las tinieblas de mi corazón»? ¡Qué importa! En aquel momento comprobó las tinieblas y el deterioro del santuario. ¿No era un signo del cielo, una respuesta a su espera? Francisco así lo entiende: debe restaurar la iglesia y hacer que arda una lámpara delante del Crucifijo. No tratemos de averiguar si el Crucifijo le habló verdaderamente a Francisco; no hay ninguna duda de que a su corazón ávido llegó una respuesta del Señor: ante la claridad del Cristo, se dio perfecta cuenta de las tinieblas de aquel lugar donde reinaba el Cristo luminoso y viviente desde su oscura cruz, y comprendió: «Francisco, ¿no ves que mi casa se derrumba? Anda, pues, y repárala» (TC 13c; 2 Cel 10). Al mismo tiempo, ante la luz del Crucifijo, Francisco experimenta aún más sus propias tinieblas y comprende que la luz del Cristo es una respuesta a su oración angustiada. Según la Leyenda de los tres compañeros, Francisco «sintió realmente en su alma que había sido Cristo crucificado el que le había hablado» (TC 13c), en tanto que Celano afirma que «la imagen de Cristo crucificado, desplegando los labios, habla desde el cuadro a Francisco» (2 Cel 10a); Buenaventura dice que Francisco «oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la misma cruz que le dijo tres veces...» (LM 2,1a). Schmucki escribe: «El espectáculo de la capilla en ruinas debió producir una viva impresión en la sensibilidad de Francisco. En tal estado de ánimo, bastaba con oír la voz interior de Dios... para sentirse llamado por el crucifijo a restaurar la iglesia».
Aquí le vemos nuevamente a Cristo y a Francisco. Dos corazones amantes se habían vuelto a encontrar y donde se encuentran dos necesitados de amor, se dialoga y se entiende de corazón a corazón y no se piensa demasiado en cómo hay que actuar, simplemente se actúa, a la letra, sin glosa, -como dirá después Francisco  de cara al Evangelio. Francisco reconstruye la Ermita material, pero pronto entiende que es otra iglesia, que es otra casa la que necesita la reparación. Es la Iglesia, cuerpo místico de Cristo la que no está del todo en sintonía con la Cabeza. Se ha sufrido una fuerte esquizofrenia y ahora hay que insistirle a tiempo y a destiempo y con el testimonio que es necesario volver la mirada y el corazón a Jesucristo para poder vivir en la altísima dignidad de los Hijos de Dios. ¡Vaya tarea la de Francisco! ¡Vaya tarea la de nosotros si de verdad nos hemos encontrado también con Jesucristo!.
1.      ¿Soy consciente de la necesidad de descubrir la gracia de Dios en mi vida?
2.      ¿Siento en mí la necesidad de reparar la Iglesia de Dios que es mi propia vida y la de los demás?
3.      ¿Descubro en los que me rodean el rostro de Cristo que me invitan a amarles y a servirles?
4.      Mis luchas, mis crisis, mis dudas ¿a dónde me conducen?
5.      ¿Le pido al Señor que me ilumine de manera constante?
6.      ¿Cuál es mi respuesta ante esta reflexión?


Oración a la Trinidad


Omnipotente, eterno, justo y misericordioso Dios, concédenos por ti mismo a nosotros, míseros, hacer lo que abemos que quieres y querer siempre lo que te agrada, a fin de que, interiormente purificados, iluminados interiormente y encendidos por el fuego del Espíritu Santo, podamos seguir las huellas de tu amado Hijo, nuestro Señor Jesucristo, y llegar, por sola tu gracia, a ti, Altísimo, que en perfecta Trinidad y en simple Unidad
vives y reinas y eres glorificado, Dios omnipotente, por todos los siglos de los siglos. Amén.

Bendigamos al Señor, Dios vivo y verdadero,
y restituyámosle, siempre la alabanza, la gloria, el honor, la bendición y todos los bienes. Amén.
(Oficio de la Pasión del Señor)

Temed y honrad,
alabad y bendecid,
dad gracias y adorad
al Señor Dios omnipotente
en Trinidad y Unidad,
Padre e Hijo y Espíritu Santo,
creador de todas las cosas.
(Regla no bulada, XXI, 2)

Reza tres Padres Nuestros. Tres Ave María y tres Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo

 

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