Séptimo día de la novena en honor a San Francisco de Asís
7. La explosión del Amor purísimo en el corazón de Francisco
Por la
señal de la Santa Cruz + De nuestros enemigos + Líbranos
Señor, Dios nuestro + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén
Acto de
contrición:
Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú
quién eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en
el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente
la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme
y de cumplir la penitencia que me fuera
impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en
satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu
misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme
y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida
amén.
ORACIÓN ANTE EL CRUCIFIJO
(OrCr)
¡Oh alto y glorioso Dios!
ilumina las tinieblas de mi
corazón.
Dame fe recta, esperanza
cierta, caridad perfecta;
acierto y conocimiento, oh
Señor,
para cumplir tu santo y
veraz mandato. Amén.
TEXTO BÍBLICO PARA
REFLEXIONAR
Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a
una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre
llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.
Y entrando, le dijo: Alégrate, llena de gracia, el
Señor está contigo.
Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué
significaría aquel saludo.
El ángel le dijo: No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un
hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la
casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. María respondió al
ángel: ¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón? El ángel le respondió: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. (Lc
1,26-35).
Es una gracia de Dios para todos los hijos de
Francisco la devoción a la Santísima Virgen María que nuestro Seráfico Padre nos ha legado. No
se trata tan sólo de una piedad romántica y externa sino que debe de
transformar el interior de todo hijo de Francisco. La profunda devoción y piedad mariana del Santo de Asís es evidente desde
la época de su conversión: Bernardo de Quintavalle, que lo hospedó algunas
veces en su casa, observando su comportamiento, "lo veía pasar las noches
en oración, durmiendo poquísimo y alabando al Señor y a la gloriosa Virgen su
Madre, y pensaba, lleno de admiración: 'Realmente, este hombre es un hombre de
Dios" (2Cel., 24).
Así pues en primer
lugar nos encontramos ante un maestro de oración, pero además de eso, nos
encontramos con un corazón enamorado. Sí un corazón enamorado de lo más
hermosos que Dios podía dar a la humanidad después de Jesucristo: María. A
quien sin lugar a dudas, Dios también amó con singular predilección. La virgen
pura. Su pureza fue tal que Dios la eligió para ser la Madre de su Hijo, la
Esposa del Espíritu Santo y Madre de la Iglesia. La Virgen llena de Gracias. Y
cómo no iba a estarlo si llevó dentro de sí todo el Espíritu del Señor y su
santa operación al decirle “Sí” al plan a proyecto que Dios tenía para ella. La
Madre de la Iglesia. Si Jesucristo su Hijo es la Piedra angular donde se
levanta todo el edificio y queda ensamblado para gloria de Dios aquí en la
tierra, María va a ser la Madre de toda la Iglesia y por ello al final de
camino de la Cruz Jesucristo en medio de su dolor de su agonía, pero sobre todo
en medio del amor abrasador para la humanidad nos la da como nuestra Madre.
¡Qué amor tan grande debió tenernos y debe tenernos Jesucristo para darnos a su
Madre como nuestra Madre! Centrémonos pues en este amor puro y virginal de
Francisco para con la Madre de Dios. Y tratemos de acercarnos también nosotros
con un corazón puro limpio y pidamos a María nos conceda la gracia de amar y
servir a Jesucristo de manera fiel y constante como ella lo hizo.
El amor especial que
el “Poverello de Asís” sentía por la
Madre del Hijo de Dios lo manifestó desde los primeros momentos de su
conversión, pero también de alguna manera en la elección de residir en la
Porciúncula, "una iglesita dedicada a la santísima Virgen: una
construcción antigua, pero entonces del todo descuidada y abandonada. Cuando el
hombre de Dios la vio tan abandonada, empujado por su fervorosa devoción por la
Reina del mundo, puso allí su morada, con intención de repararla. Allí gozaba a
menudo de la visita de los Ángeles, como parecía indicar el nombre de la
iglesia misma, llamada desde antiguo Santa María de los Ángeles. Por eso la
eligió como residencia, por su veneración por los ángeles y su especial amor
por la Madre de Cristo" (L.Mayor, II,8).
Francisco amaba de
manera particular aquel lugar, lo amaba "más que todos los demás lugares
del mundo. Aquí, en efecto, conoció la humildad de los comienzos, aquí progresó
en las virtudes, aquí alcanzó felizmente la meta. En el momento de la muerte
recomendó este lugar a los frailes, como el más querido de la Virgen"
(Ibid.), "porque quería que la Orden de los Menores creciera y se
desarrollara, bajo la protección de la Madre de Dios, allí donde, por méritos
de ella, había tenido su origen" (L.Mayor, III,5). El autor de la vida de
S. Clara añade: "Este es aquel lugar famoso donde dio comienzo el nuevo
ejército de los pobres, guiado por Francisco, de modo que apareció claramente
que fue la Madre de la Misericordia la que dio a luz en su morada a una y otra
Orden" (L. S.Clara, 8).
Fijémonos que manera
tan fina y elegante la de los primeros biógrafos de San Francisco para darnos a
conocer a modo de filigrana la manera extraordinaria de la experiencia
espiritual de Francisco desde sus inicios hasta el final de su vida terrena y
que se sigue cultivando hasta el día de hoy en ése pequeño y gran tesoro de
Santa María de los Ángeles. Francisco no la quería por su forma materia, aunque
también, por ser pequeña y humilde, verdaderamente como la Madre de Jesús, pero
no sólo por eso, sino porque ahí se daban cita los más excelsos personajes que
alababan y glorificaban eternamente a Dios. Esto es lo que hace que Francisco
ame con especial predilección ese lugar, pero lo ama ante todo y sobre todo
porque está construido en honor a María la Madre de Dios.
Concretamente
el amor y el afecto de Francisco por María Santísima se manifiestan también en
el Saludo a la Bienaventurada Virgen María, himno de alabanza que exalta la
divina maternidad, obra de Dios, Trino y Uno.
Lo
anterior es muy importante: si Francisco exalta la santidad de María, lo hace
reconociendo y sobre-exaltando la santidad del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Por lo tanto Francisco reconoce que lo que en María se ha realizado es
obra de la Santísima Trinidad y no mérito ni obra de María. El himno de
alabanza que Francisco escribe para saludar a María es uno de los textos más
genuinos y hermosos que nuestro Padre nos ha dejado. Tratemos de entrar en un
ambiente de oración y reflexión en la profundidad espiritual de este cántico.
Saludo a la bienaventurada Virgen María
"¡Salve,
Señora, santa Reina, santa Madre de Dios,
María virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
y ¡salve, todas vosotras, santas virtudes,
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos de infieles, fieles a Dios!"
María virgen hecha Iglesia,
elegida por el santísimo Padre del cielo,
consagrada por él con su santísimo Hijo amado
y el Espíritu Santo Defensor,
en ti estuvo y está toda la plenitud de la gracia y todo bien!
¡Salve, palacio de Dios!
¡Salve, tabernáculo de Dios!
¡Salve, casa suya!
¡Salve, vestidura suya!
¡Salve, esclava suya!
¡Salve, Madre suya!
y ¡salve, todas vosotras, santas virtudes,
que por la gracia e iluminación del Espíritu Santo,
sois infundidas en los corazones de los fieles,
para hacerlos de infieles, fieles a Dios!"
PARA
REVISIÓN DE NUESTRA VIDA
1.
¿Qué
lugar ocupa la Madre de Dios en mi vida?
2.
¿Soy
consciente de la obra que Dios ha realizado en la humanidad por medio de la Madre de Jesús?
3.
¿Cómo
expreso mi devoción y mi gratitud a María por ser mi principal intercesora?
4.
¿Soy
capaz de fomentar la devoción a María o me avergüenzo de ello?
Rezar
Tres Padre Nuestro. Tres Ave Marías. Tres Gloria al Padre…
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