Segundo día de la Novena en Honor a San francisco de Asís.
2. LA
DUDA EXISTENCIAL
EL
ENCUENTRO CON CRISTO POBRE HUMILDE Y CRUCIFICADO
Por la
señal de la Santa Cruz + De nuestros enemigos + Líbranos
Señor, Dios nuestro + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén
Acto de
contrición:
Señor mío
Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú
quién eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en
el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente
la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y de cumplir la penitencia que me fuera impuesta
por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de
todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita
que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu
santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.
Textos
para profundizar
Francisco fue un
hombre normal como todos, con grandes aspiraciones, deseos de fama mundial,
pensó tener el mundo a sus pies y sólo le faltaba una cosa: ser un guerrero
invencible, “ser un gran príncipe”. Podrá pro fin hacerse famoso en los campos
de batalla por unos cuantos hechos de armas y conquistar a punta de espada sus
títulos de nobleza. ¡Ya la aurora de la gloria brillaba en su mirada! ¿Qué
hubiera sido él y del él, si este sueño se hubiera realizado? Quizá un poderoso
de este mundo. Su voluntad de prestigio y de dominio, exaltada por el éxito,
hubiera podido llevarle a conculcar muchas cosas para alcanzar sus fines. De haber
sido así, ésta hubiese sido una fama pasajera. Sin embargo Francisco se pone en
pie de guerra.
Pero en
Espoleto, una voz interior le interpela, le cuestiona y le conmina a regresar a
Asís. Francisco se deja convencer y no le queda de otra que desandar el camino.
¡Qué ridículo! ¡Qué frustración! ¡Qué mala fama! Después de todos los sueños de
grandeza que tenía… Éste brusco cambio causó asombro, y con razón. Imagina la
sorpresa de sus amigos, de su familia al verle regresar. Sin embargo desde
hacía algún tiempo y a pesar de todo Francisco ya no era el mismo, estaba
sufriendo la falta de sentido en su vida, no sabía para qué había venido al
mundo, su existencia carecía de sentido a pesar de los grandes sueños que
tenía. A pesar de todas las apariencias ya no era el mismo.
El deseo de la
fama, el deseo del triunfo y el deseo de la gloria se habían apoderado de él y
lo deslumbraron fuertemente, pero sólo por un instante. Todo fue efímero como
lo son los fuegos de artificio que por hermosos que sean y deslumbrantes que
parezcan son eso: artificio, imagen, apariencia. Era necesario que otro aliento
soplara en la vida de Francisco y lo invadiera para que recobrara la ilusión,
la alegría, el sentido a su vida.
“Quebrantado por
larga enfermedad –nos dice Tomás de Celano- comenzó a pensar dentro de sí cosas
distintas de las que acostumbraba”. (1C 3). En cuanto le volvieron las fuerzas,
salió a ver de nuevo la campiña. Mas he aquí que esta campiña que le había
visto crecer y que tanto amaba él, ya no significaba nada. Parecía perder
colorido y marchitarse a su llegada. El encanto estaba roto. Todo Él estaba
roto! Todo lo dejaba indiferente. Sintió frío y se retiró.
En realidad esta
indiferencia era, a decir verdad, el signo de un desencanto más profundo y que
tenía que ver con todo lo que hasta entonces le había seducido y fascinado.
Todos los antiguos valores se habían ido por tierra. Francisco, ¡el gran Francisco
descubría el vacío de su vida! Un vacío tal que nada en el mundo podrá colmar.
Ni siquiera la belleza de las cosas.
Francisco se ha
encontrado consigo mismo y con su realidad. Su realidad vacía y terriblemente
angustiante. Le faltaba el horizonte, le faltaba la alegría, le faltaba el sol
que brillase no sólo sobre la campiña de la umbría, sino el Sol que brillase
dentro de sí mismo. Francisco empieza a intuir que algo está cambiando y que
aquello que él esperaba en la guerra, en la vida que llevaba hasta el
momento no era sino “vanidad de
vanidades”. ¿Qué hacer ahora, quién podría indicarle el camino a seguir?
Francisco entra
dentro de sí mismo, es como si el mismo se envolviera de un no sé qué que lo
llevaría cada vez más a la búsqueda verdadera y profunda de su existencia. En
su búsqueda Francisco no encuentra algo sino a Alguien, o mejor dicho se deja
encontrar por Alguien ¡por Jesucristo! Jesucristo se le revela bajo los rasgos
del Crucificado, es la humanidad de Dios; habría que decir más exactamente “la
humanización de Dios”. Durante largas horas francisco contempla a Cristo en la
Cruz. No, ese Dios no se parece en nada al de los señoríos eclesiásticos; no es
el Dios de las guerras feudales ni de las guerras santas. No es tampoco el Dios
del dinero. No es el Dios de los privilegiados del nuevo orden social. Tampoco
es el Dios de los poderosos de hoy, ni el Dios de los que se sienten buenos, al
estilo de los fariseos y de los maestros de la ley de la Sagrada Escritura. No
es un Dios dominador.
Es todo lo
contrario. Se encuentra en lo más profundo de la angustia del mundo, en cada
uno de los pequeños, aplastados por la sociedad de ayer y de hoy, puede
fácilmente reconocerse en Él. Es su hermano. “Y siendo El sobremanera rico,
quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la
pobreza” (2 CtaF 5).
El que compartía
la gloria de Dios y que estaba por encima de todo, se dignó existir con los
pequeños, con los menores, los humillados, con los apaleados y los marginados
de todos los tiempos. ¡Francisco en su indigencia y en la soledad, descubre,
contempla la insondable humanidad de Dios. Enardecido el corazón, se abre a
este soplo de ternura que le penetra hasta el trasfondo del alma. Entonces nace
en él un inmenso deseo: tener parte en el espíritu del Señor, seguir al
altísimo Hijo de Dios en su camino humano, en su humildad y pobreza, renunciar
a querer estar por encima de los demás para estar con ellos, para llegar a ser
uno de ellos, el más pequeño entre ellos: su hermano.
Francisco ha
encontrado el verdadero sentido a su vida y a su existencia, de ahora en
adelante no descansará hasta convertirse en otro Cristo, en un Cristo pobre,
humilde y crucificado, de la misma Manera que el Hijo de Dios, que la Palabra
encarnada.
Esta es la vida
de Francisco y su relación con Dios con un Dios plenamente humano y con un Dios
plenamente Divino. A la luz de lo anterior te invito a que reflexiones de la
manera siguiente:
Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi
corazón. Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta. Acierto y
conocimiento oh Señor para cumplir tu santo y veraz mandamiento. Amén.
1.
¿Cuáles
son mis más grandes aspiraciones en esta vida?
2.
¿Qué
es por lo que más lucho?
3.
¿Qué
lugar ocupa Dios en mi vida y en mis planes?
4.
¿Qué
imagen tengo de Jesucristo?
5.
¿Estoy
dispuesto a transfigurarme en otro Cristo pobre, humilde y crucificado?
Alabanzas de Dios
Autor: San Francisco de Asís.
Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.
Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres altísimo.
Tú eres Rey omnipotente, Tú eres Padre santo, Rey del Cielo y de la
tierra.
Tú eres trino y uno, Señor Dios, todo bien.
Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios, vivo y verdadero.
Tú eres caridad y amor, tú eres sabiduría.
Tú eres humildad, Tú eres paciencia, Tú eres seguridad.
Tú eres quietud, Tú eres gozo y alegría.
Tú eres justicia y templanza.
Tú eres todas nuestras riquezas a satisfacción.
Tú eres hermosura, Tú eres mansedumbre.
Tú eres protector, Tú eres custodio y defensor.
Tú eres fortaleza, Tú eres refrigerio.
Tú eres esperanza nuestra, Tú eres fe nuestra.
Tú eres la gran dulcedumbre nuestra.
Tú eres la vida eterna nuestra, grande y admirable Señor, Dios
omnipotente,
misericordioso Salvador
Reza tres Padres Nuestro y tres Ave María con
Gloria al Padre.
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