Segundo día de la Novena en Honor a San francisco de Asís.


2. LA DUDA EXISTENCIAL

EL ENCUENTRO CON CRISTO POBRE HUMILDE Y CRUCIFICADO

 

Por la  señal de la Santa Cruz + De nuestros enemigos + Líbranos Señor, Dios nuestro + En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo + Amén

Acto de contrición:

Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser Tú quién eres y porque te amo sobre todas las cosas, a mí me pesa Señor, pésame en el alma y en todo mi corazón el haberte ofendido. Yo creo y propongo firmemente la enmienda de nunca más pecar, de apartarme de las ocasiones, de confesarme y  de cumplir la penitencia que me fuera impuesta por mis pecados. Te ofrezco Señor mi vida, obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados. Así como te suplico, así confío en tu misericordia infinita que me perdonarás y me darás luz y gracia para enmendarme y perseverar en tu santo servicio hasta el último instante y fin de mi vida amén.

 

Textos para profundizar

 

Mc 8, 34 - 9. 1  Lc 9, 23-27  Mt 10, 38-39  Lc 14, 27; 17. 33  Jn. 12, 25-26

 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: "El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
 Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
 ¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida?
(Mt 16,24-27)

Francisco fue un hombre normal como todos, con grandes aspiraciones, deseos de fama mundial, pensó tener el mundo a sus pies y sólo le faltaba una cosa: ser un guerrero invencible, “ser un gran príncipe”. Podrá pro fin hacerse famoso en los campos de batalla por unos cuantos hechos de armas y conquistar a punta de espada sus títulos de nobleza. ¡Ya la aurora de la gloria brillaba en su mirada! ¿Qué hubiera sido él y del él, si este sueño se hubiera realizado? Quizá un poderoso de este mundo. Su voluntad de prestigio y de dominio, exaltada por el éxito, hubiera podido llevarle a conculcar muchas cosas para alcanzar sus fines. De haber sido así, ésta hubiese sido una fama pasajera. Sin embargo Francisco se pone en pie de guerra.

Pero en Espoleto, una voz interior le interpela, le cuestiona y le conmina a regresar a Asís. Francisco se deja convencer y no le queda de otra que desandar el camino. ¡Qué ridículo! ¡Qué frustración! ¡Qué mala fama! Después de todos los sueños de grandeza que tenía… Éste brusco cambio causó asombro, y con razón. Imagina la sorpresa de sus amigos, de su familia al verle regresar. Sin embargo desde hacía algún tiempo y a pesar de todo Francisco ya no era el mismo, estaba sufriendo la falta de sentido en su vida, no sabía para qué había venido al mundo, su existencia carecía de sentido a pesar de los grandes sueños que tenía. A pesar de todas las apariencias ya no era el mismo.

El deseo de la fama, el deseo del triunfo y el deseo de la gloria se habían apoderado de él y lo deslumbraron fuertemente, pero sólo por un instante. Todo fue efímero como lo son los fuegos de artificio que por hermosos que sean y deslumbrantes que parezcan son eso: artificio, imagen, apariencia. Era necesario que otro aliento soplara en la vida de Francisco y lo invadiera para que recobrara la ilusión, la alegría, el sentido a su vida.

“Quebrantado por larga enfermedad –nos dice Tomás de Celano- comenzó a pensar dentro de sí cosas distintas de las que acostumbraba”. (1C 3). En cuanto le volvieron las fuerzas, salió a ver de nuevo la campiña. Mas he aquí que esta campiña que le había visto crecer y que tanto amaba él, ya no significaba nada. Parecía perder colorido y marchitarse a su llegada. El encanto estaba roto. Todo Él estaba roto! Todo lo dejaba indiferente. Sintió frío y se retiró.

En realidad esta indiferencia era, a decir verdad, el signo de un desencanto más profundo y que tenía que ver con todo lo que hasta entonces le había seducido y fascinado. Todos los antiguos valores se habían ido por tierra. Francisco, ¡el gran Francisco descubría el vacío de su vida! Un vacío tal que nada en el mundo podrá colmar. Ni siquiera la belleza de las cosas.

Francisco se ha encontrado consigo mismo y con su realidad. Su realidad vacía y terriblemente angustiante. Le faltaba el horizonte, le faltaba la alegría, le faltaba el sol que brillase no sólo sobre la campiña de la umbría, sino el Sol que brillase dentro de sí mismo. Francisco empieza a intuir que algo está cambiando y que aquello que él esperaba en la guerra, en la vida que llevaba hasta el momento  no era sino “vanidad de vanidades”. ¿Qué hacer ahora, quién podría indicarle el camino a seguir?

Francisco entra dentro de sí mismo, es como si el mismo se envolviera de un no sé qué que lo llevaría cada vez más a la búsqueda verdadera y profunda de su existencia. En su búsqueda Francisco no encuentra algo sino a Alguien, o mejor dicho se deja encontrar por Alguien ¡por Jesucristo! Jesucristo se le revela bajo los rasgos del Crucificado, es la humanidad de Dios; habría que decir más exactamente “la humanización de Dios”. Durante largas horas francisco contempla a Cristo en la Cruz. No, ese Dios no se parece en nada al de los señoríos eclesiásticos; no es el Dios de las guerras feudales ni de las guerras santas. No es tampoco el Dios del dinero. No es el Dios de los privilegiados del nuevo orden social. Tampoco es el Dios de los poderosos de hoy, ni el Dios de los que se sienten buenos, al estilo de los fariseos y de los maestros de la ley de la Sagrada Escritura. No es un Dios dominador.

Es todo lo contrario. Se encuentra en lo más profundo de la angustia del mundo, en cada uno de los pequeños, aplastados por la sociedad de ayer y de hoy, puede fácilmente reconocerse en Él. Es su hermano. “Y siendo El sobremanera rico, quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza” (2 CtaF 5).

El que compartía la gloria de Dios y que estaba por encima de todo, se dignó existir con los pequeños, con los menores, los humillados, con los apaleados y los marginados de todos los tiempos. ¡Francisco en su indigencia y en la soledad, descubre, contempla la insondable humanidad de Dios. Enardecido el corazón, se abre a este soplo de ternura que le penetra hasta el trasfondo del alma. Entonces nace en él un inmenso deseo: tener parte en el espíritu del Señor, seguir al altísimo Hijo de Dios en su camino humano, en su humildad y pobreza, renunciar a querer estar por encima de los demás para estar con ellos, para llegar a ser uno de ellos, el más pequeño entre ellos: su hermano.

Francisco ha encontrado el verdadero sentido a su vida y a su existencia, de ahora en adelante no descansará hasta convertirse en otro Cristo, en un Cristo pobre, humilde y crucificado, de la misma Manera que el Hijo de Dios, que la Palabra encarnada.

Esta es la vida de Francisco y su relación con Dios con un Dios plenamente humano y con un Dios plenamente Divino. A la luz de lo anterior te invito a que reflexiones de la manera siguiente:

Oh alto y glorioso Dios, ilumina las tinieblas de mi corazón. Dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta. Acierto y conocimiento oh Señor para cumplir tu santo y veraz mandamiento. Amén.

1.     ¿Cuáles son mis más grandes aspiraciones en esta vida?

2.     ¿Qué es por lo que más lucho?

3.     ¿Qué lugar ocupa Dios en mi vida y en mis planes?

4.     ¿Qué imagen tengo de Jesucristo?

5.     ¿Estoy dispuesto a transfigurarme en otro Cristo pobre, humilde y crucificado?

Alabanzas de Dios

Autor: San Francisco de Asís.

Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas.

Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres altísimo.

Tú eres Rey omnipotente, Tú eres Padre santo, Rey del Cielo y de la tierra.

Tú eres trino y uno, Señor Dios, todo bien.

Tú eres el bien, todo bien, sumo bien, Señor Dios, vivo y verdadero.

Tú eres caridad y amor, tú eres sabiduría.

Tú eres humildad, Tú eres paciencia, Tú eres seguridad.

Tú eres quietud, Tú eres gozo y alegría.

Tú eres justicia y templanza.

Tú eres todas nuestras riquezas a satisfacción.

Tú eres hermosura, Tú eres mansedumbre.

Tú eres protector, Tú eres custodio y defensor.

Tú eres fortaleza, Tú eres refrigerio.

Tú eres esperanza nuestra, Tú eres fe nuestra.

Tú eres la gran dulcedumbre nuestra.

Tú eres la vida eterna nuestra, grande y admirable Señor, Dios omnipotente,

 misericordioso Salvador

Reza tres Padres Nuestro y tres Ave María con Gloria al Padre.

 

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