LECTIO DIVINA TERCER JUEVES DE PASCUA. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre.
Yo soy
el pan vivo que ha bajado del cielo,
dice
el Señor;
el que
coma de este pan vivirá para siempre
Hechos
8, 26-40 Salmo 65 Juan 6,44-51
1ª
Lectura (Hech 8, 26-40)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
En
aquellos días, un ángel del Señor le dijo a Felipe: "Levántate y toma
el camino del sur, que va de Jerusalén a Gaza y que es poco transitado".
Felipe se puso en camino. Y sucedió que un etíope, alto funcionario de
Candaces, reina de Etiopía, y administrador de sus tesoros, que había venido a
Jerusalén para adorar a Dios, regresaba en su carro, leyendo al profeta Isaías.
Entonces
el Espíritu le dijo a Felipe: "Acércate y camina junto a ese carro".
Corrió Felipe, y oyendo que el hombre leía al profeta Isaías, le preguntó: "¿Entiendes
lo que estás leyendo?". El le contestó: "¿Cómo voy a entenderlo, si
nadie me lo explica?". Entonces invitó a Felipe a subir y a sentarse junto
a él.
El
pasaje de la Escritura que estaba leyendo, era éste: Como oveja fue llevado
a la muerte; como cordero que no se queja frente al que lo trasquila, así él abrió
la boca. En su humillación no se le hizo justicia. ¿Quién podrá hablar de su
descendencia, puesto que su vida ha sido arrancada de la tierra?
El
etíope le preguntó a Felipe: "Dime, por favor: ¿De quién dice esto el
profeta, de sí mismo o de otro?". Felipe comenzó a hablarle y partiendo de
aquel pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. Siguieron adelante, llegaron a
un sitio donde había agua y dijo el etíope: "Aquí hay agua. ¿Hay alguna
dificultad para que me bautices?". Felipe le contestó: "Ninguna, si
crees de todo corazón". Respondió el etíope: "Creo que Jesús es el
Hijo de Dios". Mandó parar el carro, bajaron los dos al agua y Felipe lo
bautizó.
Cuando
salieron del agua, el Espíritu del Señor arrebató a Felipe. El etíope ya no lo
vio más y prosiguió su viaje, lleno de alegría. En cuanto a Felipe, se encontró
en la ciudad de Azoto y evangelizaba los poblados que encontraba a su paso,
hasta que llegó a Cesarea.
Palabra
de Dios.
A. Te
alabamos, Señor.
Lucas
prosigue su esmerada presentación de la difusión del Evangelio a grupos cada
vez más alejados del judaísmo oficial. Tras los samaritanos nos encontramos con
un representante de la diáspora, probablemente alguien que no era judío desde
el punto de vista étnico y
que,
sin embargo, formaba parte de la comunidad judía en calidad de «prosélito». Se
trata de un etíope; por consiguiente, viene de lejos y llevará lejos el
Evangelio. Es un eunuco, alguien que, para el Deuteronomio, no puede ser
admitido en la comunidad del Señor, aunque para Isaías ya no será excluido. Es
un personaje influyente y rico, puesto que dispone de medios para realizar un
largo viaje con todo su equipamiento y cuenta con la posibilidad de disponer de
un costoso rollo manuscrito de la Biblia.
A este
personaje le envía Dios a Felipe a través de su ángel, y por medio del Espíritu
le guía hacia la obra que debe llevar a cabo. La ocasión se la brinda la
Sagrada Escritura, mientras que la mediación es apostólica. A partir de la
profecía de Isaías sobre el Siervo de YHWH lleva a cabo Felipe su misión
salvífica de predicador del Evangelio, abriendo los ojos a la inteligencia
plena de la Escritura.
El
eunuco plantea con claridad la gran pregunta de siempre desde los orígenes: «Te
ruego que me digas de quien dice esto el profeta, ¿de sí mismo o de algún
otro?». Con la mediación eclesial y con la gracia de Dios es posible disipar la
duda de quien, pensativa aunque sinceramente, va buscando la verdad. Al don de
la fe le sigue el bautismo, y de ambos brota la salvación.
Salmo
responsorial (Sal 65)
R. Tu
salvación, Señor, es para todos. Aleluya.
L.
Naciones, bendigan a nuestro Dios, hagan resonar sus alabanzas, porque
él nos
ha devuelto la vida y no dejó que tropezaran nuestros pies. /R.
L.
Cuantos temen a Dios, vengan y escuchen, y les diré lo que ha hecho por
mi: a
él dirigí mis oraciones y mi lengua le cantó alabanzas. /R.
L.
Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su gracia. /R.
Aclamación
antes del Evangelio (Jn 6, 51)
R. Aleluya,
aleluya. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, dice el Señor, el que coma
de este pan vivirá para siempre.
R.
Aleluya.
Evangelio
(Jn 6, 44-51)
Del
santo Evangelio según san Juan
A.
Gloria a ti, Señor.
En
aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: "Nadie puede venir a mí, si no lo
atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está
escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha
al Padre y aprende de él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al
Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ése sí ha visto al Padre.
Yo les
aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Sus
padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Este es el pan
que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan
que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida".
Palabra
del Señor
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
Las
anteriores revelaciones de Jesús sobre su origen divino -«Yo soy el pan de
vida» (v. 35) y Yo he bajado del cielo» (v. 38)- habían provocado el
disentimiento y la protesta entre la muchedumbre, que murmura y se vuelve
hostil. Resulta demasiado duro superar el obstáculo del origen humano de Cristo
y reconocerlo como Dios (v. 42). Jesús evita entonces una inútil discusión con
los judíos y les ayuda a reflexionar sobre la dureza de su corazón, enunciando
las condiciones necesarias para creer en él.
La
primera es ser atraídos por el Padre (v. 44), don y manifestación del amor de
Dios por la humanidad. Nadie puede ir a Jesús si no es atraído por el Padre. La
segunda condición es la docilidad a Dios (v. 45a). Los hombres deben darse
cuenta de la acción salvífica de Dios respecto al mundo. La tercera condición
es escuchar al Padre (v. 45b). De la enseñanza interior del Padre y de la vida
de Jesús es de donde brota la fe obediente del creyente en la Palabra del Padre
y del Hijo.
Escuchar
a Jesús significa ser enseñados por el Padre mismo. Con la venida de Jesús
queda abierta la salvación a todo el mundo; ahora bien, la condición esencial que
se requiere es dejarse atraer por él, escuchando con docilidad la Palabra de
vida. Aquí es donde el evangelista precisa la relación entre la fe y la vida
eterna, principio que resume toda regla para acceder a Jesús. Sólo el hombre
que vive en comunión con Jesús se realiza y
se
abre a una vida duradera y feliz. Sólo «quien come» de Jesús-pan no muere. Jesús,
pan de vida, dará la inmortalidad a quien se alimenta de él, a quien, en la fe,
interioriza su Palabra y asimila su vida.
MEDITATIO
La
evangelización es, por encima de todo, obra divina, misteriosa, prodigiosa, por
sus inicios y por sus éxitos imprevisibles. En el fragmento de Hechos de los Apóstoles
que hemos leído, por ejemplo, nos encontramos muy lejos de una acción humana
planificada. Es Dios quien tiene su plan, un plan que nosotros hemos de
secundar. Felipe recibe la orden de ir por un camino que cruza por el desierto,
a pleno sol, precisamente hacia el sur. A decir verdad, no parece una buena
premisa para la evangelización. Pero es aquí donde Dios ha predispuesto un
encuentro importante. De él ha hecho partir la tradición la evangelización de
África. Lo que parece decisivo aquí es la disponibilidad de Felipe, su impulso evangelizador,
que no deja perder ninguna ocasión; su capacidad para interpretar la Escritura.
Con otras palabras: su convencida entrega a la causa del Evangelio y a su
<preparación». El resto lo ha hecho el Espíritu, que hizo posible el
encuentro y favoreció el acercamiento misionero.
Quizás
nos preguntamos hoy, con excesiva frecuencia, por el futuro de la misión,
cuando, en realidad, deberíamos preguntarnos por nuestra calidad de
evangelizadores, por nuestra disponibilidad para ir a alguno de los muchos
«desiertos» de la ciudad secular, precisamente a los sitios donde parece inútil
ir, porque son áridos lugares posiblemente desesperados. Sin embargo, es
posible que sea en alguno de estos lugares desiertos donde puedan tener lugar
encuentros decisivos. Depende del corazón ardiente del evangelizador, depende
de su capacidad para intuir la pregunta religiosa, una pregunta que asume, a
veces, una forma extraña. En cualquier lugar, incluso en el más improbable, es
posible encontrar una pregunta y una inquietud a las que dar una respuesta, a
veces rechazada, y en alguna ocasión acogida como liberadora.
ORATIO
Te
pido, Señor, tener más confianza en tu Evangelio. Recuerdo haber sido abucheado
o ridiculizado o hecho callar demasiadas veces cuando hablaba de ti como
respuesta a los problemas de nuestro tiempo: quizás por eso me he vuelto
demasiado cauto, casi me he retirado y ya no me atrevo a hablar de un modo tan
abierto de ti, a no ser en los lugares donde pienso que seré escuchado.
Ciertamente, me he procurado óptimos motivos para obrar así: es necesario
«respetar» los tiempos de maduración y las opciones de los otros, no debemos
ser
«fanáticos»,
no debemos «forzar» las cosas y los tiempos, pero el hecho cierto es que cada
vez hablo menos de ti. ¡Cuántas ocasiones he perdido para iluminar a corazones
inquietos, cuántas situaciones potencialmente abiertas a tu Palabra se me han
escapado!
Es
posible que tú, Señor, me hayas llevado desde la excesiva seguridad a la
desconcertante incertidumbre para traerme a este momento, en el que me siento
un humilde servidor de la Palabra, consciente de que no soy yo quien decido las
conversiones, sino de que eres tú el dueño de la mies, y de que yo debería estar,
como Felipe, sólo dispuesto a introducir en la comprensión de tus caminos.
Gracias,
Señor, por haberme indicado este camino.
CONTEMPLATIO
La
vida de los predicadores resuena y arde. Resuena con la Palabra y arde con el
deseo. Del bronce incandescente se desprenden chispas, porque de sus
exhortaciones salen palabras encendidas que llegan a los oídos de quienes las
escuchan. Las palabras de los predicadores reciben justamente el nombre de
«chispas» porque encienden el corazón de aquellos con quienes tropiezan.
Hemos
de señalar que las chispas son muy sutiles y delicadas. En efecto, cuando los
predicadores hablan de la patria celestial, más que abrir los corazones con las
palabras, los hacen arder de deseo. De sus lenguas llegan a nosotros algo así
como chispas, puesto que a partir de su voz apenas se puede conocer levemente
algo de la patria celestial, aunque ellos no la aman precisamente de una manera
leve.
Sin embargo, la divina
voluntad hace, ciertamente, que estas menudísimas chispas enciendan una llama en
el corazón de quien escucha. Y es que hay algunos que con sólo escuchar unas
pocas palabras se llenan de un gran deseo y les basta con las chispas muy tenues
de algunas palabras para hacerlos arder con un purísimo amor a Dios (Gregorio
Magno, Homilías sobre Ezequiel, 1, 3,5).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Señor,
dame un corazón de evangelizador».
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Si el
siglo XXI se convierte, será a través de una mirada nueva, por medio de la
mirada mística, que tiene la propiedad de ver las cosas, por primera vez, de
una manera inédita.
Cuando
el ser humano se dé cuenta de que está amenazado en su esencia por la cocina infernal
de los aprendices de brujos; en su vida, por el peligro mortal de la polución,
sin hablar de la polución moral que acabará por darle miedo, quizás experimente
entonces la necesidad de ser salvado; y este instinto de salvación es posible que
le lleve a buscar en otra parte, muy lejos de los discursos inoperantes de la
política o del murmullo de una cultura exangüe, la
razón
primera de lo que es él. Ahora bien, no la encontrará más que a través del
rejuvenecimiento integral de su inteligencia por medio de la contemplación, del
silencio, de la atención más extrema y, para decirlo con una sola palabra, de
la mística, que no es otra
cosa
que el conocimiento experimental de Dios (A. Frossard).
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