LECTIO DIVINA TERCER VIERNES DE PASCUA. ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Aquí estoy Señor
Hechos 9, 1-20    Salmo 116    Juan 6, 52-59

LECTIO

1ªLectura (Hech 9, 1-20)
Del libro de los Hechos de los Apóstoles
En aquellos días, Saúlo, amenazando todavía de muerte a los discípulos del Señor, fue a ver al sumo sacerdote y le pidió, para las sinagogas de Damasco, cartas que lo autorizaran para traer presos a Jerusalén a todos aquellos hombres y mujeres que seguían la nueva doctrina. Pero sucedió que, cuando se aproximaba a Damasco, una luz del cielo lo envolvió de repente con su resplandor. Cayó por tierra y oyó una voz que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Preguntó él: “¿Quién eres, Señor?” La respuesta fue: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Levántate. Entra en la ciudad y ahí se te dirá lo que tienes que hacer”.
Los hombres que lo acompañaban en el viaje se habían detenido, mudos de asombro, pues oyeron la voz, pero no vieron a nadie. Saulo se levantó del suelo, y aunque tenía abiertos los ojos, no podía ver. Lo llevaron de la mano hasta Damasco y ahí estuvo tres días ciego, sin comer ni beber. Había en Damasco un discípulo que se llamaba Ananías, a quien se le apareció el Señor y le dijo: “Ananías”. El respondió: “Aquí estoy, Señor”. El Señor le dijo: “Ve a la calle principal y busca en casa de Judas a un hombre de Tarso, llamado Saulo, que está orando”. Saulo tuvo también la visión de un hombre llamado Ananías, que entraba y le imponía las manos para que recobrara la vista. Ananías contestó: “Señor, he oído a muchos hablar de ese individuo y del daño que ha hecho a tus fieles en Jerusalén. Además, trae autorización de los sumos sacerdotes para poner presos a todos los que invocan tu nombre”. Pero el Señor le dijo: “No importa. Tú ve allá, porque yo lo he escogido como instrumento, para que me dé a conocer a las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto tendrá que padecer por mi causa”. Ananías fue allá, entró en la casa, le impuso las manos a Saulo y le dijo: “Saulo, hermano, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino, me envía para que recobres la vista y quedes lleno del Espíritu Santo”. Al instante, algo como escamas se le desprendió de los ojos y recobró la vista. Se levantó y lo bautizaron. Luego comió y recuperó las fuerzas. Se quedó unos días con los discípulos en Damasco y se puso a predicar en las sinagogas, afirmando que Jesús era el Hijo de Dios.

Palabra de Dios.                                                           
R./ Te alabamos, Señor. 

La que para Saulo era una secta se está difundiendo peligrosamente más allá de los confines de Judea y Samaría, hasta Siria. Saulo quiere extirpar la herejía que está cosechando tanto éxito y obtiene para ello un mandato especial. Sin embargo, en el camino hacia Damasco, le envolvió un resplandor que lo cegó, y oyó una voz que le preguntaba. Estamos ante un relato típico de vocación, con la aparición de un fenómeno extraordinario y una voz que interpela. La voz aquí es nada menos que la del perseguido. Saulo se queda ciego y permanece en ayunas durante tres días, es decir, debe morir a su ceguera interior para resurgir a la nueva comprensión de la realidad.
Al reacio Ananías, un discípulo que no debemos confundir con el desdichado protagonista de Hch 5, le ha sido revelado el «misterio» de Saulo, el alcance único de su misión universal, su futuro de misionero discutido, controvertido y perseguido. El destino de Saulo está ligado ahora al «nombre de Jesús, nombre que deberá llevar y atestiguar ante los paganos y ante sus gobernantes, así como ante los hijos de Israel. No se podía expresar mejor el contenido de la misión y de la «pasión» de Saulo. Pasan sólo algunos días y vemos ya a Saulo manifestando su carácter de una pieza, pasando a la acción más sorprendente que quepa imaginar: proclamar «Hijo de Dios» al Jesús que, pocos días antes, le llenaba de indignación y rabia, hasta el punto de perseguir a sus seguidores.

Salmo Responsorial Salmo 116 
R./ Que aclamen al Señor todos los pueblos. Aleluya.
L. Que alaben al Señor, todas las naciones, que lo aclamen todos los pueblos.
R./ Que aclamen al Señor todos los pueblos. Aleluya.
Porque grande es su amor hacia nosotros y su fidelidad dura por siempre.
R./ Que aclamen al Señor todos los pueblos. Aleluya. 
Aclamación antes del Evangelio 
R./Aleluya, aleluya.                                                                                                            El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él, dice el Señor. R./Aleluya, aleluya. 
Evangelio (Jn 6, 52-59)

Del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, los judíos se pusieron a discutir entre sí: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no podrán tener vida en ustedes.
El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitaré el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”. Esto lo dijo Jesús enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm. 

Palabra del Señor.                                                                                                                  R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

Este fragmento, que sirve de conclusión al «Discurso del pan de vida», va unido a lo que el evangelista nos ha dicho antes. Sin embargo, el mensaje se vuelve aquí más profundo y se hace más sacrificial y eucarístico. Se trata de hacer sitio a la persona de Jesús en su dimensión eucarística. Él es el pan de vida, no sólo por lo que hace, sino especialmente en el sacramento de la eucaristía, lugar de unión del creyente con Cristo. Jesús-pan se identifica con su humanidad, la misma que será sacrificada en la cruz para la salvación de los hombres. Jesús es el pan -como Palabra de Dios y como víctima sacrificial- que se hace don por amor al hombre. La ulterior murmuración de los judíos:
«¿Cómo puede éste darnos de comer su carne?» (v. 52), denuncia la mentalidad incrédula de los que no se dejan regenerar por el Espíritu y no tienen intención de adherirse a Jesús.
Éste insiste con vigor, exhortando a consumir el pan eucarístico para participar de su vida: «Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (v. 53). Más aún, anuncia los frutos extraordinarios que recibirán los que participen en el banquete eucarístico: el que permanece en Cristo y toma parte en su misterio pascual permanece en él con una unión íntima y duradera. El discípulo de Jesús recibe como don la vida en Cristo, una vida que supera toda expectativa humana porque es resurrección e inmortalidad (vv. 39.54.58).
Esta es la enseñanza profunda y autorizada de Jesús en Cafarnaún, cuyas características esenciales versan, más que sobre el sacramento en sí, sobre la revelación gradual de todo el misterio de la persona y de la vida de Jesús.

MEDITATIO

Dios escoge a sus discípulos como y cuando quiere y del modo más imprevisto. Es posible contar innumerables casos de hombres que han experimentado un cambio inesperado e impensable en la orientación de sus energías. Antes las dedicaban a otra cosa y después las han consagrado a la causa del evangelio.
La lista podrían encabezarla Saulo, Agustín y otros casos menos clamorosos, más o menos conocidos. Eso significa que la misión está en las manos de Dios, que sabe recoger a sus colaboradores donde le parece mejor. Esto mismo nos hace pensar en ciertas inquietudes vocacionales, en ciertas intemperancias misioneras, en ciertos catastrofismos apostólicos, más bien extendidos, que casi dan a entender algo así como si «el brazo de Dios se hubiera... acortado». Como si casi fuera imposible que se produjera hoy la sorpresa de grandes cambios decisivos en la misión.
El Dios que puede hacer surgir de las piedras hijos de Abrahán, el Dios que pudo transformar a un violento perseguidor en un misionero imparable, puede hacer surgir también hoy, precisamente en nuestro mundo secularizado y secularizador, nuevas personalidades capaces de «llevar su nombre a las naciones» y de «proclamar a Jesús Hijo de Dios».
A nosotros quizás se nos pida, sobre todo en este momento, rezar y dar testimonio: rezar para que de nuestra constatada impotencia, pueda hacer brotar el Señor nuevos apóstoles, y dar testimonio para que -cual modestos Ananías- podamos servir de ayuda a los nuevos apóstoles que el poder del Señor quiera suscitar.

ORATIO

Señor, mi pecado más cotidiano es la poca esperanza. Mis ojos ven sobre todo el mal que invade el mundo: el odio, las luchas fratricidas, la vulgaridad, la pornografía, la droga, las separaciones... y no sigo porque tú conoces bien mi lamento cotidiano. Y si bien estás contento de que te recuerde en la oración estas miserias, no sé si lo estás también cuando te digo, con sentido de desconfianza: «¿Hasta cuándo, Señor?».
Incluso cuando te rezo por las vocaciones, lo hago porque tú me lo has mandado, sin que esté convencido del todo de que tú me escuchas. Y es que te he rezado mucho, pero con tan escasos resultados, si es que no ha sido en vano. Hoy, no obstante, me animas presentándome tu acción poderosa en Saulo. Permíteme que te diga una sola cosa: renueva tus prodigios en medio de nosotros. Muestra una vez más tu poder y suscita grandes evangelizadores. Yo seguiré rezando en medio del silencio y en público, pero tú no me dejes decepcionado. Muestra tu poder, para bien del pueblo.

CONTEMPLATIO

El Arquímedes de Siracusa dijo: «Dame una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo». Lo que aquel sabio de la antigüedad no pudo obtener, porque su petición no se dirigía a Dios y porque sólo estaba hecha desde el punto de vista material, lo han obtenido los santos en plenitud. El Omnipotente les ha concedido un punto de apoyo: él mismo y sólo él. La palanca es la oración, que enciende todo con un fuego de amor. Y así fue como ellos levantaron el mundo. Así es como los santos militantes lo levantan todavía y lo seguirán
levantando hasta el fin del mundo (Teresa del Niño Jesús).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
« Muéstranos, Señor, tu poder y suscita grandes evangelizadores».

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Ante las pruebas que agitan hoy a la Iglesia -el fenómeno de losecularización, que amenaza con disolver o marginar la fe, la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, las dificultades con las que se encuentran las familias para vivir un matrimonio cristiano-, hace falta recordar la necesidad de la oración.
La gracia de la renovación o de la conversión no se darán más que a una Iglesia en oración. Jesús oraba en Getsemaní para que su pasión correspondiera a la voluntad del Padre, a la salvación del mundo. Suplicaba a sus apóstoles que velaran y oraran para no entrar en tentación (ct. Mt 26,41). Habituemos a nuestro pueblo cristiano, personas y comunidades, a mantener una oración ardiente al Señor, con María (Juan Pablo II, Discurso a los obispos de Suiza, julio de 1984).


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