LECTIO DIVINA SEGUNDO JUEVES DE PASCUA. Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres
Primero
hay que obedecer a Dios
y
luego a los hombres
Hechos
5, 27-33 Salmo 33 Juan 3,31-36
LECTIO
1°
Lectura (Hech 5, 27-33)
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles
En
aquellos días, los guardias condujeron a los apóstoles ante el sanedrín y el
sumo sacerdote los reprendió, diciéndoles: "Les hemos prohibido enseñar en
nombre de ese Jesús; sin embargo, ustedes han llenado a Jerusalem con sus
enseñanzas y quieren hacemos responsables de la sangre de ese hombre”.
Pedro
y los otros apóstoles replicaron: "Primero hay que obedecer a Dios y luego
a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quienes ustedes
dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exalto y lo ha hecho
jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de
los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu
Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen". Esta
respuesta los exasperó y decidieron matarlos.
Palabra
de Dios
A. Te
alabamos, Señor.
Es el
cuarto discurso de Pedro, también delante del Sanedrín. En él responde a la
doble acusación de haber desobedecido la prohibición terminante de «Enseñar en
nombre de ése» y haber hecho a los notables del pueblo responsables de la
muerte de Jesús. Es preciso señalar la alergia que sienten los miembros del sanedrín
hacia «el nombre de ése», nombre en torno al cual se está llevando a cabo el
giro decisivo.
Las
características de este breve discurso pueden ser resumidas de este modo: en
primer lugar, Pedro reafirma el deber de someterse a Dios antes que a los hombres,
porque sólo a quien se somete a Dios se le concede el Espíritu Santo (v. 32).
En segundo lugar, a
Jesús
se le vuelve a llamar, una vez más, «Príncipe» (o autor o iniciador) y
«Salvador». Jesús es el nuevo Moisés que guía al pueblo hacia la liberación y
la salvación. En tercer lugar, la obra propia y originaria de este Príncipe y
Salvador consiste en «dar a Israel la ocasión de arrepentirse y de alcanzar el
perdón de los pecados». Se trata de una alusión a Jeremías: «Pondré mi Ley en su
interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi
pueblo» (31,33). Gracias a Jesús, Príncipe y Salvador, han llegado los tiempos
de este don sublime. Por último, el Espíritu Santo es el garante de la
autenticidad del testimonio tanto en favor de la vida nueva como de la certeza
y el valor que infunde y de los prodigios que realiza.
La
reacción, de rabia, es preocupante: tras la eliminación física del Nazareno, se
piensa también en la de los apóstoles.
Salmo
responsorial (Sal 33)
R.Haz
la prueba y verás qué bueno es el Señor. Aleluya.
L.
Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Haz la prueba y verás qué bueno es el Señor.
Dichoso el hombre el hombre que se refugia en él./R.
L. En
contra del malvado está el Señor para borrar de la tierra su recuerdo;
escucha,
en cambio, al hombre justo y lo libra de todas sus congojas. /R.
L. El
Señor no está lejos de sus fieles y levanta a las almas abatidas. Muchas
tribulaciones
pasa el justo, pero de todas ellas Dios lo libra./R.
5.
Aclamación antes del Evangelio (Jn 20, 29)
R.
Aleluya, aleluya. Tomás, tú crees porque me has visto; dichosos los que creen
sin haberme visto, dice el Señor.
R.
Aleluya.
Evangelio (Jn 3,31-36)
Del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
En
aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "El que viene de lo alto está sobre
todos. El que tiene su origen en la tierra es terreno y habla de las cosas de
la tierra; el que viene del cielo " da testimonio de lo que ha visto y
oído; sin embargo, nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio reconoce
que Dios dice la verdad, porque cuando habla aquel a quien Dios ha enviado, es
Dios mismo quien habla, ya que Dios le ha comunicado plenamente su Espíritu. El
Padre ama al Hijo y le ha confiado todo. El que cree en el Hijo tiene la vida
eterna, pero quien no lo acepta no tendrá esa vida, sino que la ira de Dios pesa
sobre él.
Palabra
del Señor
A.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La
perícopa con que concluye Jn 3 recoge en síntesis la reflexión del evangelista,
expresada con sucesión de dichos de Jesús muy estimados por la Iglesia joánea.
El tema central sigue siendo la figura de Jesús, único revelador del Padre y
dador de vida eterna a través del Espíritu. El discípulo está invitado por la Palabra
de Dios a comprobar su propia relación con Jesús.
Esto
se lleva a cabo a la luz del ejemplo del Bautista que renunció a sí mismo y se
abrió con alegría a Cristo. Cristo es «el que viene de lo alto» (v.
31a): pertenece al mundo divino y es superior a todos los hombres. El hombre,
sin embargo, aun cuando sea un gran profeta como el Bautista, «es terreno»
(v. 31b) y sigue siendo un ser terreno y limitado. En consecuencia, sólo Jesús
puede hablar de Dios al hombre por experiencia directa. Ahora bien, incluso
ante estas palabras de vida eterna que revela Jesús, se niegan los hombres a
creer.
Con
todo, existe un «resto» que vive de la fe: son los creyentes que confiesan «que
Dios dice la verdad» (v. 33). Su fe es la que confirma que el obrar de Jesús
forma unidad con el del Padre. Ahora bien, Cristo no es sólo la revelación de
la Palabra de Dios: es la Palabra misma, es « Espíritu y vida» (Jn 6,63). Esta
realidad profunda del ser de Jesús hace que no sólo sea el que recibe todo del Padre,
sino también el que transmite a su vez cuanto posee. Es el canal a través de
cual se da el Espíritu. ¿Cómo comunica Jesús este don? A través de su Palabra,
cuando se deja que ella penetre en el interior del hombre, es como se da el
Espíritu de Dios de una manera sobreabundante. Las palabras de Jesús y el
Espíritu de Dios están en perfecta correspondencia.
MEDITATIO
Todos
los discursos de Pedro concluyen con la promesa de la remisión de los pecados
para aquellos que se conviertan. La obra de Jesús se presenta aquí como la del
iniciador y salvador destinado a dar a Israel la gracia de la conversión y de
la remisión de los pecados.
Esto
nos hace pensar: ¿por qué este tema está desapareciendo de la predicación y de
la conciencia de no pocos cristianos? Presentar la salvación como perdón de los
pecados está, por lo menos, fuera de moda. No se usa mucho. Sin embargo, para
quien tiene el sentido de Dios, para quien se da cuenta de la importancia
decisiva que tiene estar en comunión con él, para quien siente la experiencia
de la tragedia que supone estar lejos de él, para quien se toma en serio el
hecho de que, en definitiva, lo que cuenta es estar en amistad y en comunión con
Dios, el perdón de los pecados se presenta como el hecho decisivo de la vida.
¿Quién
no es pecador? ¿Quién no tiene necesidad de perdón? ¿Quién es más «salvador»
que aquel que, al perdonar, restablece la amistad con Dios? Presentar la obra
de Jesús como ligada al perdón de los pecados,significa presentarla como la de
alguien que restablece la comunión filial, amistosa, tranquilizadora,
beatificante, con Dios. Ese es el inicio de cualquier otro bien mesiánico. ¿Qué
se puede construir sin este fundamento? Estar lejos de Dios, sentirnos no
aceptados por él, sentirnos ajenos a nuestro origen y a nuestro fin: ¿se puede llamar
a eso vida? Por eso anuncia Pedro a Jesús como alguien que ha sido exaltado por
Dios con el poder de ofrecer el don del restablecimiento de la amistad entre el
angustiado corazón del hombre y el ardiente corazón del Padre.
ORATIO
Te doy
gracias, Señor, por haber hecho que me encontrara hoy con esta Palabra que me
recuerda el don del perdón de los pecados. Me olvido demasiado pronto de las
veces que me has perdonado, de la alegría de sentirme reconciliado por ti y
contigo. En el intento de «actualizar» la palabra salvación para hacerla comprensible
y aceptable por los otros, por los hermanos que considero distraídos por las
excesivas cosas de este mundo, corro el riesgo de olvidarme de que la salvación
si bien se refleja también en este mundo, consiste fundamentalmente en estar y
en sentirse en comunión contigo. Para nosotros, pecadores, eso incluye y
presupone que tú perdonas nuestros pecados.
Señor,
ilumíname para que sepa hablar de tu salvación en términos comprensibles, pero,
al mismo tiempo, no me olvide del núcleo insustituible de esta realidad que es
estar unido contigo. Haz, sobre todo, que no pierda la esperanza de tenerte
como amigo benévolo [Y Salvador] cuando, oprimido por mis culpas, me dirija
tembloroso a ti: muéstrame entonces tu rostro benigno de salvador y dame tu
Espíritu «para el perdón de los pecados».
CONTEMPLATIO
El
vigor de la conversión es el ardor de la caridad derramada en nuestros
corazones con la visita del Espíritu Santo. Está escrito de este mismo Espíritu
que es el perdón de los pecados. En efecto, cuando se digna visitar el corazón
de los justos, los purifica con gran poder de toda la impureza de sus pecados,
porque, apenas se derrama en el alma, suscita en ella de manera inefable el
odio a los pecados y el amor a las virtudes. Hace que el alma odie de inmediato
lo que amaba, ame ardientemente aquello por lo que sentía horror y gima intensamente
por lo uno y lo otro, porque se acuerda de haber amado -para su condena- el mal
y odiado el bien que ama. En efecto, ¿quién se atreverá a decir que un hombre aunque
esté cargado con el peso de todo tipo de pecados, pueda perecer si es visitado
por la gracia del Espíritu Santo? (Gregorio Magno, Comentario al libro
primero de los reyes, II, 107).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Bienaventurado
el hombre que se refugia en el Señor>>
(cf.
Sal 2,12c).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
¿De
qué modo trabajamos para la reconciliación? En primer lugar y sobre todo,
reivindicando para nosotros mismos el hecho de que Dios nos ha reconciliado
consigo en Cristo. Pero no
basta
con creer esto con nuestra cabeza. Debemos dejar que la verdad de esta
reconciliación penetre en todos los rincones de nuestro ser. Hasta que no
estemos plena y absolutamente convencidos de que hemos sido reconciliados con
Dios, de que estamos perdonados, de que hemos recibido un corazón nuevo, un espíritu
nuevo, unos ojos nuevos para ver y unos nuevos oídos para oír, continuaremos
creando divisiones entre la gente, porque esperaremos de ella un poder de
curación que no posee.
Sólo
cuando confiemos plenamente en el hecho de que pertenecemos a Dios y podemos
encontrar en nuestra relación con Dios todo lo que necesitamos para nuestra
mente, nuestro corazón, nuestra alma, podremos ser libres de verdad en este
mundo y ser ministros de la reconciliación. Esto es algo que no resulta fácil;
muy pronto volvemos a caer en la duda y en el rechazo de nosotros mismos.
Necesitamos que se nos recuerde
constantemente
a través de la Palabra de Dios, de los sacramentos y del amor al prójimo que
estamos reconciliados de verdad (H. J. M. Nouwen, Pane per il viaggio,
Brescia 1997, p. 385 (trad. esp.: Pan para el viaje, PPC, Madrid 1999])
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