Fiesta de Los Santos Arcángeles Miguel, Rafael y Gabriel
Santos Arcángeles Miguel Gabriel y Rafael
Daniel 7,9-10.13-14
"He aquí un verdadero israelita, en quien no hay engaño"
Natanael era uno de esos judíos, que como Ana o Simeón, formaba parte del resto fiel que esperaba con una fe genuina la venida del Mesías. Y a Jesús le complacía encontrarse con personas así. Era tan excepcional encontrar un israelita honrado y sincero, sin doblez...
Sin embargo, como ya hemos visto, Natanael no era de los que se dejaba convencer fácilmente. Pero Cristo está dispuesto a dar evidencias a todo aquel que se acerca a él con el genuino deseo de conocerle de verdad.
La conversación entre Jesús y Natanael es muy interesante, bien que su brevedad nos fuerza a emplear cierta medida de imaginación controlada. El Señor parece sacar a la luz los íntimos pensamientos que Natanael estaba teniendo en su lugar secreto debajo de la higuera. Todo parece apuntar a que probablemente Natanael estaba meditando sobre el patriarca Jacob, y el engaño con el que había arrebatado la bendición a su hermano Esaú (Gn 27). En contraste Jacob el suplantador, Jesús se refiere a Natanael como "un verdadero israelita, en quien no hay engaño". A esto podríamos añadir la contestación que más tarde le dio el Señor y en la que hacía referencia al cielo abierto y a los ángeles subiendo y bajando, que inevitablemente nos recuerda a la visión que Jacob tuvo cuando huía de su hermano Esaú (Gn 28:12).
"¿De dónde me conoces?"
Natanael se sintió tremendamente sorprendido. Se dio cuenta de que el penetrante ojo del Señor se había introducido hasta el santuario íntimo de sus devociones debajo de la higuera y había percibido con total claridad su auténtico carácter y anhelos. Era evidente que Jesús conocía perfectamente a Natanael, aun antes de que Felipe le hablara de él. Lo que ahora faltaba era que Natanael también conociera quién era realmente Jesús.
Pero esto que tanto impacto a Natanael, es una verdad también en cuanto a todos nosotros: Cristo nos conoce íntimamente, aun cuando nosotros no logremos percatarnos de ello. No importa que nos escondamos allí donde el ojo humano no puede penetrar, aun debajo de las ramas y el follaje de una higuera, el Señor puede ver nuestros pensamientos más profundos. Este conocimiento sobrenatural convenció a Natanael de que estaba en la presencia del Mesías.
"Rabí, tú eres el Hijo de Dios; tú eres el Rey de Israel"
Natanael, profundamente conmovido, hizo esta solemne declaración que tenemos aquí. Sin embargo, es seguro que Natanael no entendía en este momento todas las implicaciones de lo que estaba diciendo. Muy probablemente, estos dos títulos, "Hijo de Dios" y "Rey de Israel", que podemos encontrar en el (Sal 2), los estaba empleando en un sentido únicamente mesiánico.
"Cosas mayores que estas verás"
Con un corazón sincero, Natanael había confesado a Jesús como el Mesías, y esto era sin lugar a dudas un gran paso hacia adelante. Pero el Señor le hace la promesa de que llegaría a ver y a entender quién era él de una forma mucho más completa. Este es un principio universal: en recompensa a la fe, el Señor revela siempre cosas mayores acerca de él mismo y de su gloria.
¿A qué se refería el Señor por "cosas mayores"?
Natanael lo había confesado como el "Rey de Israel", pero descubriría que él es el Rey de reyes, el Rey del universo entero.
Lo había confesado como el "Hijo de Dios", pero llegaría a entender que era también el "Hijo del Hombre".
Lo que había vislumbrado del carácter del Señor no era nada comparado con lo que le quedaba por ver. Todavía había de ver los milagros que Jesús iba a hacer a lo largo de su ministerio y que eran señales que indicaban diferentes facetas de su persona y obra. ¡Y qué diremos de su misma resurrección!
Esta es una verdad invariable: con Cristo siempre hay más y mejor en el futuro. Sobre cada bendición que recibimos de su parte, él siempre nos dice "cosas mayores que éstas verás". Empezamos con la conversión, pero inmediatamente somos adoptados como hijos, y si hijos, también herederos... y como herederos somos llamados a reinar juntamente con Cristo, sentados en los lugares celestiales con él... El diablo siempre intenta engañar a los creyentes haciéndoles pensar que si estamos recibiendo bendiciones del Señor, debemos prepararnos para algo malo porque eso no puede durar mucho. Pero evidentemente, esto es una mentira.
"De aquí adelante veréis el cielo abierto, y a los ángeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del Hombre"
El Señor hace aquí una declaración solemne, introducida por su frase habitual: "De cierto, de cierto os digo". Por un lado indica la autoridad y plena seguridad de lo que decía, pero por otro, requería la atención de parte de sus oyentes porque iban a escuchar algo de mucha importancia.
La gran verdad que Jesús estaba anunciando, es que él era el eslabón de unión entre Dios y el hombre. En Cristo, el cielo se abría para el hombre, tal como ocurrió en su bautismo (Mt 3:16). Y se cumplía lo que pidió el profeta Isaías de forma poética: (Is 64:1) "¡Oh, si rompieses los cielos, y descendieras".
El Señor enseña esta gran verdad por medio de una referencia a la historia de Jacob que encontramos en (Gn 28). Cuando Jacob huía de su hermano Esaú, llegó hasta Betel, donde experimentó por primera vez lo que era una verdadera comunicación entre el cielo y él mismo en la tierra. Allí tuvo un sueño en el que vio una escalera que tocaba el suelo y cuyo extremo alcanzaba hasta el cielo, y sobre ella veía ascender y descender los ángeles de Dios. En relación con este sueño Jacob escuchó una voz que pronunció sobre él una bendición gloriosa: "Y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente" (Gn 28:14).
Ahora el Señor les dice a sus discípulos que ellos también compartirían la experiencia que había tenido Jacob. Ellos también verían abrirse los cielos y los ángeles de Dios descendiendo sobre el Hijo del Hombre. Pero el Señor llega más lejos aún, aclarando que la escalera que vio Jacob era un tipo que encontraba su cumplimiento pleno en Cristo.
El Señor utilizó muchas imágenes como esta para ilustrar quién es él en relación a los hombres. En otras ocasiones dijo: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy la luz del mundo", "Yo soy la puerta", "Yo soy el camino". A todas estas hay que añadir la declaración que hizo aquí: él es la "escalera" que nos lleva hasta el cielo de Dios.
Cristo mismo es el vínculo de comunión entre el cielo y la tierra, entre Dios y el hombre, por cuanto Jesús es a la vez "el Hijo de Dios", como había dicho Natanael, y "el Hijo del Hombre", como aquí se designa Jesús a sí mismo. Dios y el hombre se encuentran en Cristo: (1 Ti 2:5) "Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre".
En cuanto a la referencia a "los ángeles de Dios que suben y descienden", no queda claro, ni en Génesis, ni aquí en el evangelio de Juan, qué es lo que hacen exactamente. Quizá hubo experiencias de este tipo que no están relatadas en los evangelios. O podría referirse a algunas de las ocasiones que conocemos, como cuando Jesús fue tentado en el desierto y los ángeles le servían (Mt 4:11), o cuando en el jardín del Getsemaní apareció un ángel para fortalecerlo (Lc 22:43), o cuando en su ascensión al cielo unos ángeles aparecieron a los discípulos para anunciarles que volvería (Hch 1:10-11). En cualquier caso, se da a entender que el ministerio de Cristo fue el centro de una enorme actividad celestial.
También debemos notar esta primera referencia que Jesús hace de sí mismo como el "Hijo del Hombre". Era un título que Jesús usaba con mucha frecuencia. Con él se identificaba con la raza humana, como el hombre perfecto. Pero era también un título mesiánico que encontramos en (Dn 7:13), y con el que Cristo se identificó ante Caifás al final de su ministerio (Mr 14:62).
Cuando comparamos el título "Hijo de Dios" con el de "Hijo del Hombre", podemos decir que Cristo toca con una mano las cumbres de la divinidad y con la otra las simas de la humanidad.
Yo estuve mirando hasta que fueron colocados unos tronos y un Anciano se sentó. Su vestidura era blanca como la nieve y los cabellos de su cabeza como la lana pura; su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego brotaba y corría delante de él. Miles de millares lo servían, y centenares de miles estaban de pie en su presencia. El tribunal se sentó y fueron abiertos unos libros.
Yo estaba mirando, en las visiones nocturnas, y vi que venía sobre las nubes del cielo como un Hijo de hombre; él avanzó hacia el Anciano y lo hicieron acercar hasta él. Y le fue dado el dominio, la gloria y el reino, y lo sirvieron todos los pueblos, naciones y lenguas. Su dominio es un dominio eterno que no pasará, y su reino no será destruido.
Palabra de Dios.
R./Te alabamos, Señor.
Este trocito de la profecía de Daniel nos invita a mirar al final, a aquel día en que el hijo del hombre, Jesucristo, Rey eterno, recapituladas en sí todas las cosas, se las entregue al Padre. El día sin ocaso en el que Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y no habrá más muerte ni llantos ni luto ni dolor, porque él hace nuevas todas las cosas (Cfr. Ap. 21, 3-5), “ese día” que no tendrá fin.
PRIMERA LECTURA
Del libro del Apocalipsis del apóstol san Juan 12, 7-12
En el cielo se trabó una gran batalla: Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón. El dragón y sus ángeles lucharon ferozmente, pero fueron vencidos y arrojados del cielo para siempre. Así, el dragón, que es la antigua serpiente, la que se llama Diablo y Satanás, la que engaña al mundo entero, fue precipitado a la tierra, junto con sus ángeles.
Entonces yo, Juan, oí en el cielo una voz poderosa, que decía: “Ha sonado la hora de la victoria de nuestro Dios, de su dominio y de su reinado, y del poder de su Mesías, porque ha sido reducido a la impotencia el que de día y de noche acusaba a nuestros hermanos, delante de Dios. Pero ellos lo han vencido por medio de la sangre del Cordero y por el
testimonio que dieron, pues su amor a la vida no les impidió aceptar la muerte. Por eso, alégrense los cielos y todos los que en ellos habitan”.
Palabra de Dios.
R./Te alabamos, Señor.
La guerra encarnizada del mal contra el bien se hace presente en la humanidad desde que Dios mismo quiso reconciliar consigo todas las cosas. Fue en aquel momento cuando en el cielo se trabó una gran batalla. El Diablo pretende ocupar el lugar de Dios, y esto simplemente es imposible por la sólo y única razón de que Dios es el Creador de todo cuanto existe. Nos podemos preguntar: ¿También él creó al Diablo, a Satanás? Nos podemos responder: ¡No! Al menos no como se nos presenta en el texto que acabamos de leer, porque lo que no podemos olvidar es que “todo lo que Dios creó lo hizo muy bueno”. Sin embargo, el mal uso de la libertad de la que Dios dotó a todas sus creaturas, fue lo que ocasionó el pecado de soberbia, el querer ser como Dios, y entonces así es como surge el mal y con él, la lucha constante en contra del bien. En la lucha, los intentos del dragón resultaron infructuosos, perdió la batalla y fue arrojado fuera del Cielo para siempre, es decir, fuera de la presencia de Dios, porque nosotros no podemos pensar que el cielo es un lugar, sino una forma de de describir la plenitud de Dios, más aún, el corazón de Dios mismo. Por eso, allí no puede habitar el pecado, el mal, sino solamente Dios y los que le pertenecen a él. Una vez que el Diablo perdió la batalla, fue arrojado a la tierra, lejos de Dios, por eso, san Juan en su evangelio nos dice: el hombre terreno es de aquí abajo, el hombre celestial es de allá arriba, ¿Cómo se puede ser terreno o celestial? Simplemente de acuerdo a las opciones, a las decisiones que cada uno tomemos, si nosotros actuamos de acuerdo a la voluntad de Dios, estamos siendo hombre celestiales, si actuamos movidos por el espíritu del Diablo, estamos siendo hombres terrenos. Pero si pecamos, abogado tenemos y es precisamente Cristo Jesús.
La salvación y la fuerza de la iglesia sólo deben atribuirse al Rey y Cabeza de la iglesia, Jesucristo. El enemigo vencido odia la presencia de Dios, pero está dispuesto a comparecer para acusar al pueblo de Dios. Cuidémonos para no darle causa de acusarnos; cuando hemos pecado, presentémonos ante el Señor, a acusarnos a nosotros mismos y encomendar nuestra causa a Cristo nuestro Abogado y Salvador. Nosotros no podemos olvidar que hemos sido comprados a precio de la Sangre del Cordero. La victoria ya es nuestro. Podemos también nosotros mismo vencer el poder de Satanás por medio del testimonio de vida, por medio de la coherencia entre palabra y obra. Es necesario, pues, dar la vida por los demás. Es necesario dar la vida por Jesucristo, es necesario dar la vida por el Evangelio. Esto es lo que nos constituye en verdaderos cristianos, hijos de Dios y ciudadanos del Cielo.
Evangelio
Juan 1, 47-51
En aquel tiempo, cuando Jesús vio que Natanael se acercaba, dijo: "Este es n verdadero israelita en el que no hay doblez". Natanael le preguntó "¿De dónde me conoces?". Jesús le respondió: "Antes de que Felipe te llamara, te vi cuando estabas debajo de la higuera". Respondió Natanael: Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel". Jesús le contestó: "Tú crees, porque te he dicho que te vi debajo de la higuera. Mayores cosas has de ver". Después añadió: "Yo les aseguro que verán el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre".
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
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