Lectio Divina Domingo XXIII del Tiempo Ordinario A. Eres justo, Señor, y rectos son tus mandamientos; muéstrate bondadoso con tu siervo.

 

Dios reconcilió al mundo consigo por medio de Cristo, y a nosotros nos confió el mensaje de la reconciliación

Ezequiel: 33, 7-9        Romanos 13,8-10       Mateo 18,15-20

 


 

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

 

Del libro del profeta Ezequiel: 33, 7-9

 

Esto dice el Señor: “A ti, hijo de hombre, te he constituido centinela para la casa de Israel. Cuando escuches una palabra de mi boca, tú se la comunicarás de mi parte.

Si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre, porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. En cambio, si tú lo amonestas para que deje su mal camino y él no lo deja, morirá por su culpa, pero tú habrás salvado tu vida”.

 

Palabra de Dios.

R./ Te alabamos, Señor.

 

El trasfondo histórico del oráculo de Ezequiel es la caída de Jerusalén y la invasión de Nabucodonosor. El oráculo señala la segunda etapa de su ministerio. La misión actual del profeta es sustentar la esperanza de Israel asegurándole al pueblo exiliado que Dios cumplirá sus promesas e iniciará un nuevo período de reconstrucción nacional.

La imagen del centinela -utilizada en la vocación del profeta (3,16-19) en un perfecto paralelismo con esta perícopa- expresa la nueva misión de Ezequiel. Ser el vigía de un pueblo sin ciudad y sin murallas; otear desde lejos el horizonte de los acontecimientos para prevenir al pueblo de las inminentes amenazas, leer los signos recónditos de vida y muerte, interpretarlos y comunicárselos a la casa de Israel. La tarea del guardián encierra una paradoja: los peligros que apremian al pueblo no provienen de fuera, sino de dentro, del mismo Señor. Sin embargo, en lugar de acercarse sin avisar, en silencio y de puntillas, y sorprender a sus víctimas, el Señor envía al centinela para avisarles. Y, si aún fuese poco, el Señor le obliga en conciencia al «contraespionaje» para prevenir al pueblo amenazado. Es una paradoja reveladora: la secuencia pecado-amenaza-castigo engloba un nuevo elemento en la sucesión, pecado-amenaza-conversión-perdón, porque Dios quiere la vida y no la muerte.

Destaca el corazón cariñoso y paternal del Señor, que siempre encuentra el medio para salvar de la muerte al propio hijo, Israel, y conducirlo por el camino de la conversión y la vida. Junto al amor del Señor, fundamento de su proceder, el relato de Ezequiel resalta la responsabilidad del profeta que acoge la Palabra del Señor y se convierte en su portavoz, una responsabilidad que se detiene ante el umbral de la libre elección personal.

 

 

SEGUNDA LECTURA

 

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 13, 8-10

 

Hermanos: No tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo, ha cumplido ya toda la ley. En efecto, los mandamientos que ordenan: “No cometerás adulterio, no robarás, no matarás, no darás falso testimonio, no codiciarás” y todos los otros, se resumen en éste: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pues quien ama a su prójimo no le causa daño a nadie. Así pues, el cumplimiento pleno de la ley consiste en amar.

 

Palabra de Dios.

R./ Palabra de Dios

 

El fragmento de la Carta a los Romanos pertenece a la parte exhortativa, donde Pablo pasa del plano doctrinal al práctico, a la vida del cristiano. El apóstol centra la atención del relato en el mandamiento del amor, con unas expresiones tan sintéticas y eficaces que perfectamente podría llevar por título «el segundo himno paulino a la caridad».

En los versículos precedentes, Pablo se detenía en los deberes del cristiano y las autoridades civiles, particularmente en el cumplimiento de dar «a cada cual lo que le corresponda» (v. 7); ahora, habla de una «deuda» singular, inextinguible: la del amor mutuo. Esta deuda, observaba H. U. von Balthasar, «desciende del título de cristianos; la contraen porque quieren vivir de acuerdo a la alianza de amor de Dios con la humanidad, alianza que se realiza en el sacramento de la Iglesia. Nadie los obliga a creer, aunque si "creen” deben "amar" libremente, incondicionalmente, tan incondicionalmente como lo es la fe. Y “deben", como Cristo, amar "libremente” a los enemigos como amigos, única posibilidad para atraer a los enemigos a la reciprocidad del amor o encomendarlos a la correspondencia de la nueva y eterna alianza».

Pablo está citando Lv 19,18 («Amarás a tu prójimo como a ti mismo») y lo interpreta según la nueva acepción ofrecida por Jesús en Mt 22,40, donde el «prójimo» no es solamente uno de los míos, el hermano y miembro de la comunidad cristiana, sino cada persona. El proyecto de vida cristiana encuentra su fulcro en el mandamiento del amor, compendio y resumen de la Ley, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. En este sentido, «el amor es la plenitud de la Ley» (v. 10), es decir, su cumplimiento, su plena consumación y su núcleo esencial.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Mateo: 18, 15-20

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de un pagano o de un publicano.

Yo les aseguro que todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo.

Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.

 

Palabra del Señor.

Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

El texto evangélico de hoy pertenece al «discurso eclesial» de Jesús (o discurso sobre la fraternidad). En el evangelio de Mateo se encuentra después de la parábola de la oveja perdida y la solicitud de Jesús con los «pequeños», con las personas más débiles en la fe y, por lo tanto, más expuestas al peligro del desaliento o la deserción. El presente relato se puede leer como la ilustración práctica de la búsqueda solícita de la oveja perdida.

Si hacemos una lectura superficial de las palabras de Jesús, nos puede dar la impresión de que se trata de un discurso duro: enumera detalladamente una serie de normas disciplinares y concluye con una sentencia judicial. En realidad, la enseñanza de Jesús responde a una preocupación pastoral: salvar a los hermanos más frágiles y exhortar a todos para que se responsabilicen del hermano que ha pecado y le ayuden a volver.

El mandato categórico «ve» (v. 15) sobreentiende que se requiere coraje para corregir al hermano extraviado, que es necesario vencer una resistencia interior para dar este paso, pues el bien del hermano vale más que el malestar percibido, y, a gusto y por él, se sacrifica el propio «bienestar». Jesús sugiere el itinerario a seguir en la corrección fraterna. Se parte con una primera tentativa admonitoria, cara a cara, con delicadeza y discreción, sin intención de humillar o mortificar, sino con el deseo de comunicar el sufrimiento de la comunidad, causado por el pecado y la separación, y a la espera de abrazar afectuosamente al hermano.

Si este intento fracasa, se recurre a la corrección en presencia de dos o tres testigos; y sólo en el caso de un ulterior fiasco se hace partícipe del problema a toda la comunidad. Si a pesar de la intervención de la comunidad el resultado es negativo, queda el reconocimiento oficial de la separación del hermano de la Iglesia.

No se trata, propiamente, de una «excomunión», sino de la declaración explícita de una situación de hecho ya ocurrida: «Considéralo como un pagano o un publicano» (v. 17), es decir, como alguien extraño a la comunidad.

El hincapié sobre la comunión es insistente en los versículos finales (vv. 19ss): la concordia de los corazones -en griego, «sintonía» o «sinfonía», puestos de acuerdo para pedir cualquier cosa asegura la acogida de la petición, la comunión «en el nombre de Jesús».

Es decir, reunirse en torno a la persona de Jesús, adhiriéndose a su Palabra y a su misión en la historia, asegura la presencia de Dios. El texto evangélico podríamos leerlo ahora a partir de estos versículos finales, con cuya luz se ilumina el rostro auténtico de la Iglesia: una comunidad de amor que hunde sus raíces en el misterio de Cristo, el misterio del amor hasta el extremo.

 

MEDITATIO

 

La Palabra de Dios propuesta por la liturgia orienta nuestros pasos y guía nuestra mente y nuestro corazón hasta el mandamiento evangélico de la corrección fraterna: el profeta Ezequiel proclama la responsabilidad personal, el apóstol Pablo recuerda que en el amor mutuo hunde sus raíces y, por último, el evangelista Mateo enseña a practicarla con el estilo de Jesús.

Frente a este tema experimentamos una sensación de malestar, una cierta resistencia. Y a menudo -así hay que reconocerlo- eludimos la corrección fraterna. Por tanto, es necesario redescubrir el sentido teológico profundo de la corrección fraterna. Contemplemos con mirada atenta el misterio de la cruz de Jesucristo; mediante la cruz nos llega la salvación; la cruz es el signo del gran amor que Dios nos tiene; salvándonos, nos hace portadores de su salvación. La auténtica corrección fraterna nace justo «en ese punto de encuentro donde la salvación obtenida se convierte en salvación entregada, donde un pecador perdonado se convierte en instrumento de perdón redentor, de mediación salvadora, y sale al encuentro del hermano, pecador como él, para que acoja el don de Dios, igual que él» (A. Cencini).

Si la cruz de Jesús es el centro de la experiencia religiosa personal, también será el centro de la fraternidad que se reúne en su nombre: por la cruz pasará nuestra interrelación. Sólo la cruz de Jesús tiene el poder de juzgar y reconciliar, y si vivo en la escucha humilde y sincera de la Palabra de la cruz, si me dejo «radiografiar» en mi verdad y forjar en la verdad de Dios-Amor, entonces, y sólo entonces, podré ser un instrumento de corrección y reconciliación, libre de cualquier tipo de juicio. Este camino de corrección fraterna evita tanto los excesos de la impotencia como de la prepotencia, excesos -uno y otro- que revelan un escaso sentido de la comunicación y de la disponibilidad para corregir y dejarse corregir fraternalmente.

Todavía resuenan hoy las proféticas palabras de Pablo VI en su exhortación Paterna cum benevolentia: «La corrección fraterna es un acto de caridad mandado por el Señor [...]. Su práctica obliga a quien la realiza a sacar primero la viga de su ojo (cf. Mt 7,5), para que no se pervierta el orden de la corrección. La práctica de la misma se dirige desde el principio como un movimiento a la santidad, que sólo pue obtener en la reconciliación su plenitud; consistente no en una pacificación oportunista que disfrazase la peor de las enemistades, sino en la conversión interior y en el amor unificador en Cristo que se deriva» (cap. VI). En esta línea comprendemos la grandeza de la corrección fraterna: un instrumento indispensable que ayuda a crecer a la comunidad y a cimentarla en el amor de Cristo.

 

ORATIO

 

Ayúdame, Señor, a permanecer enmudecido a los pies de tu cruz para escuchar tu Palabra y dejarme alcanzar y modelar por ella. Sólo la Palabra de tu cruz revela la verdad de mi vida y desvela el disfraz de mi mentira. Tu Palabra me juzga, Señor, me juzga severamente; ante ella no puedo, ni quiero, esconderme. Descubro con la delicia y la alegría del niño que, mientras tu Palabra «hiere, cura» (cf. Job 5,18), de ella nace una vida nueva. Descubro que «el Señor reprende a quien ama, como un padre a su hijo predilecto» (cf. Prov 3,12). Descubro que «el reprende, corrige, enseña y conduce como un pastor su rebaño» (cf. Sir 18,13). Y aún descubro que la Palabra de la cruz me atrae y su potencia divina acoge mi debilidad palmaria y transforma el mal en bien. Señor, ayúdame a ser según tu Palabra.

 

CONTEMPLATIO

 

Debemos querer la salvación de todos; empleemos saludablemente la severa corrección para que no perezcan o se pierdan otros. Sólo a Dios toca el hacerla provechosa a los que Él previó y destino para ser conformes a la imagen de su Hijo (Rom 8,29). Pues si alguna vez nos abstenemos de corregir por temor a que alguien se pierda ¿por qué hemos de corregir por temor a que alguien no se pervierta más? No tenemos nosotros entrañas más piadosas que el apóstol cuando dice: «Os exhortamos asimismo, hermanos, a que amonestéis a los que viven desconcertados, animéis a los pusilánimes, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos» (1 Tes 5,14ss). Estas palabras significan que se vuelve mal por mal cuando se descuida la corrección que debe hacerse y se evita con culpable disimulo. Pues dice también: «A los culpables, repréndelos delante de todos, para que los demás cobren temor» (1 Tim 5,20).

Se alude aquí a los pecados públicos, pues de lo contrario daría motivo para pensar que el lenguaje del apóstol es contrario al del Salvador, que manda: «Si tu hermano te ofende, ve y repréndelo a solas» (Mt 18,15). Y, sin embargo, Él también lleva la severidad más adelante, añadiendo: «Si no les hace caso, díselo a la comunidad; y si tampoco hace caso a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano» (Mt 18,17).

¿Y quién amó más a los enfermos que Él, pues por todos se hizo flaco y por todos fue crucificado a causa de su humanidad?

Siendo esto así, luego ni la gracia excluye la corrección ni la corrección excluye la gracia. Por consiguiente, al prescribirse lo que exige la justicia, se ha de pedir

con fiel oración a Dios la gracia para cumplirla, y ambas cosas han de hacerse sin que se descuide la justa corrección. Y todo hágase con caridad, porque la caridad no peca y cubre multitud de los pecados (1 Pe 4,8) (Agustín de Hipona, «De la corrección y de la gracia», 16.49, en Obras, VI, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1949, 201).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«El que ama no hace mal al prójimo» (Rom 13,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Hay un significado clásico de la corrección fraterna, en perfecta consonancia con el mandato evangélico de Mt 18, que entiende este servicio fraterno, en la línea de la recuperación de quien se ha equivocado, como un modo evangélico de situarse ante el pecado ajeno. La corrección fraterna «es un gesto purisimo de caridad, realizado con discreción y humildad, en relación con quien ha errado; es comprensión caritativa y disponibilidad sincera hacia el hermano para ayudarle a llevar el fardo de defectos, de sus miserias y debilidades a lo largo de los arduos senderos de la vida; es una mano tendida hacia quien ha caído para ayudarle a levantarse y reemprender el camino...; es una práctica y eficaz catequesis que hace creíbles el amor y la verdad; es una solícita intervención fraterna que quiere curar las heridas del alma sin causar sufrimientos ni humillaciones».

Pero hay también otro significado que está abriéndose camino progresivamente en la interpretación de la corrección fraterna. «A lo largo de los últimos años, la corrección fraterna se ha desplazado desde la esfera penitencial hacia la espiritual», es decir, ha pasado gradualmente de la finalidad exclusivamente negativa (el reproche por un error) a otra positiva-«propositiva, que se articula «en una pluralidad de intervenciones graduales, no fácilmente definibles a priori, que van desde la ayuda que se presta al hermano para que no se extravie, el apoyo que seofrece a los débiles o el estímulo dirigido a los pusilánimes, la exhortación, la llamada de atención y la corrección, hasta la drástica medida de la excomunión, en el caso de que se revele como útil».

Así pues, siempre se trata de una intervención motivada por la presencia del mal, de la limitación, de la debilidad, de la incertidumbre, pero con la intención de superar todas estas realidades en virtud de la fuerza positiva siempre presente en el sujeto; la corrección fraterna quiere poner de manifiesto este bien para hacerlo fructificar. Se trata de corregir «promoviendo» y de «promover» corrigiendo. Precisamente, gracias a esta apertura o a esta mirada prospectiva tiene lugar la integración del mal.

En este sentido, la corrección fraterna es «un conjunto de comportamientos de iluminación, consejo, estímulo, reproche, amonestación y súplica que hay que cultivar pacientemente para adquirirlos como estilo propio y para hacerlos practicables cada día», por medio de los cuales se trata de ayudar al hermano a desistir del mal y hacer el bien. «La corrección fraterna es entrar en la intimidad del culpable, pero éste alberga en su interior quién sabe cuántos valiosos elementos positivos: hay que reservar un elogio para ellos».

Supone una notable ampliación de significado y, de todos modos, en línea con ese sentido de fraternidad responsable que es la clave de lectura de Mateo 15-17. efecto, el verbo reprender traduce un término hebreo cuya raíz significa también «exhortar y educar», no sólo «corregir y castigar». Existe, además, una interpretación etimológica realmente sugestiva (aunque no sé en qué medida está fundada), según la cual «corregir» vendría del verbo cumregere, esto es, literalmente significaría «llevar juntos», llevar juntos el peso de un problema, de una debilidad, de un pecado, en definitiva, de una situación complicada del hermano, para no dejarlo solo y ayudarle a salir de sus problemas. En cierto modo, como aquellos hombres

del evangelio de Lucas que cargaron sobre sus espaldas al paralítico y lo llevaron ante Jesús para que lo curara: Jesús lo curó, como ya sabemos, al ver su fe (cf. Lc 5,17-26). Corrección fraterna és también esto: cargar con el peso de alguien que es débil y que sólo con sus fuerzas nunca podría llegar a resolver sus problemas, teniendo bien presente que, en otras ocasiones, nosotros mismos hemos sido llevados por otro. Entonces se realiza realmente la integración del mal (A. Cencini, Como ungüento precioso, San Pablo, Madrid 2000, 211-213; traducción, José Francisco Domínguez).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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