Lectio Divina Domingo XXV del Tiempo Ordinario A. Yo soy el buen pastor, dice el Señor; y conozco a mis ovejas, y ellas me conocenamí.

 Yo soy la salvación de mi pueblo, dice el Señor. Los escucharé cuando me llamen en cualquier tribulación, y siempre seré su Dios. 

Isaías: 55, 6-9. Filipenses: 1, 20-24. 27    Mateo: 20, 1-16





 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías: 55, 6-9

 

Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal, sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos, dice el Señor. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos.

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos Señor.

 

Con este oráculo, Isaías se dirige al pueblo de Israel, que ha vuelto del destierro babilónico. El profeta invita a los suyos a reconocer la presencia de Dios en los aconte cimientos imprevisibles de la vida y a reconsiderar la idea que se han hecho de Dios, una idea muy a la medida... del hombre. El tono del oráculo es un tanto revelador, pues en pocos versículos encontramos expresada una de las paradojas que caracterizan a Dios: su cercanía e intimidad con el hombre, así como su suma trascendencia.

 

La profecía da comienzo con la invitación a buscar al Señor (v. 6): a buscarlo porque «se deja encontrar», a invocarlo porque «está cerca». Tan cerca, que su presencia cuestiona la vida del hombre en la esfera de sus relaciones mundanas («caminos») y consigo mismo («planes») y le pide que abandone el camino del malvado y el plan del criminal. Que el Señor esté cerca no quiere decir que se puedan conocer fácilmente sus planes y modos de actuar, y mucho menos que éstos sean según las medidas humanas. Para hacerse una idea justa de la proporción, Dios toma la palabra -ha habido un cambio repentino de la tercera a la primera persona, e indica el trecho cielo-tierra como la unidad métrica para calibrar la distancia entre sus planes y los nuestros, sus caminos y los nuestros. La misma medida, desbordante y abierta al infinito, que utiliza el salmista cuando canta la misericordia de Dios: «Como la altura del cielo sobre la tierra...» (Sal 103,11).

 

La estructura literaria quiástica (mis planes, vuestros planes; vuestros caminos, mis caminos) introduce de nuevo, dentro del oráculo, el elemento de la cercanía de Dios al hombre. Nuestros caminos y nuestros planes quedan envueltos y abrazados por los de Dios. Un Dios trascendente, inaprensible mediante cálculos y previsiones humanas; una trascendencia que no es separación, pues envuelve al mundo y la vida del hombre, sino una trascendencia cuidadosamente solícita, sumamente sabia y eternamente providente.

 

SEGUNDA LECTURA

 

De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses: 1, 20-24. 27

 

Hermanos: Ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí. Porque para mí, la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia. Pero si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes. Por lo que a ustedes toca, lleven una vida digna del Evangelio de Cristo. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos Señor.

 

Pablo escribe la Carta a los Filipenses desde la cárcel y, a las primeras de cambio, desea informar a los suyos sobre la situación personal en que se encuentra. Es tal la pasión por el Evangelio que, en primer lugar, y antes de que hable de sí mismo, cuenta cómo su encarcelamiento está contribuyendo a la difusión del Evangelio.

Y, entrañablemente, abre su corazón a los destinatarios de la carta: ¿será condenado a muerte o será absuelto?

 

Pablo está convencido de que en ambos casos -«tanto si vivo como si muero» (v. 20)- su persona será el lugar de la manifestación del Señor. esto, porque la vida у la muerte tienen un nuevo sentido para él: «Para mí la vida es Cristo». A primera vista, parece decir: frente a esta esclarecedora certeza, la vida y la muerte son relativas. Ninguna de las dos condiciones es de por sí mejor que la unión con Cristo. Quien cuenta es él, la comunión con él, la adhesión a su voluntad. El modo y el estado de vivir todo esto... es sencillamente un don que se acoge.

Pablo rehúye tanto el apego materialista a la tierra como un dualismo espiritualista que le reste valor a la existencia terrena. Se plantea si morir, para estar con Cristo, o continuar viviendo en este mundo, e, indiscutiblemente, morir significa unirse al Señor en comunión plena, una ganancia, sin ninguna duda. Sin embargo, sabe que su existencia terrena sería provechosa para sus comunidades. Encontrándose en la tesitura de desear lo mejor para sí o lo más necesario para la Iglesia, Pablo elige la posibilidad segunda.

 

 

EVANGELIO según san Mateo: 20, 1-16

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: '¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?'. Ellos le respondieron: 'Porque nadie nos ha contratado'. Él les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: 'Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que

llegues a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno. Cuando les llegó su tumo a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'. Pero él respondió a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?'. De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos”. 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti Señor Jesús.

 

Un hombre, una viña y unos obreros contratados a jornal. Esta parábola nos descubre el secreto del Reino de Dios, nos introduce en el estilo de vida y en el clima que se respira. Nos dice cuál es el modo de pensar y de actuar que reina, contrastándolo con el modo de pensar y de actuar que impera entre los hombres.

 

La descripción de las repetidas llamadas del dueño de la viña y las respuestas de los obreros, enviados en distintas horas del día, apuntan hacia el momento culminante de la parábola, ése en el que se produce una ruptura en el desarrollo de los acontecimientos con el modo habitual de pensar. De improviso, irrumpe en la trama de los hechos una lógica diferente, que orienta el relato en otra dirección, sugiriendo pensamientos, relaciones y acciones nuevas. Por eso no es esencial dar una explicación precisa de cada uno de los elementos que aparecen en la parábola; el decisivo es el que marca la fractura con el punto de vista del lector. Y aquí Jesús, indudablemente, consigue el efecto.

 

El momento imprevisible se produce al atardecer, a hora de recoger el jornal, cuando las expectativas de los obreros -y nuestras- se ven completamente trastocadas y decepcionadas. Porque jamás quien ha trabajado solamente «un rato» es tratado como el que «ha soportado el peso del día y del calor» (v. 12). El comportamiento de Dios es así, diferente del comportamiento de los hombres, aunque pueda parecer injusto. «Amigo, no te hago ninguna injusticia» (v. 13), contesta el dueño de la viña. Que es como decir: a los últimos les he hecho un regalo, y a ti no te he quitado nada de lo que es tuyo. La parábola se remonta hasta la raíz de la diferente lógica que guía el actuar de Dios, por una parte, y las expectativas del hombre, por la otra, con la pregunta final: «¿O es que tienes envidia porque yo soy bueno?» (v. 15). La envidia y la bondad son direcciones opuestas del corazón. Jesús nos invita a cambiar de mentalidad, nos guía hacia el horizonte de su Reino a partir de un modo diferente de «ver» y «comprender» el bien, la justicia y el amor.

 

MEDITATIO

 

Es sugestivo el oráculo de Isaías, ya que nos ayuda a ver el mundo y la vida según la perspectiva de Dios, desde el «cielo». Y es sorprendente la enseñanza de la Palabra del Evangelio, porque en Jesucristo lo anunciado por Isaías alcanza su plenitud y su sentido pleno, encuentra su realización. En Jesús tenemos al Dios-con-nosotros, Dios cercano para siempre, viaducto entre el cielo y la tierra. En Jesús tenemos «hecho hombre» (Col 2,9) y «en su condición de hombre» (Flp 2,7) el pensamiento de Dios y, a su vez, el camino para encontrarlo.

 

La parábola de Mateo nos adentra en el misterio del Reino de Dios, en el pensamiento de Cristo, en el corazón del Padre, desvelándonos el secreto. Es, para todos, una fuerte invitación a cambiar de mentalidad, a pasar de la lógica del mérito, de quien vive de pretensiones y no reconoce ni admite regalos, al mundo de la gratuidad, que es la raíz del amor y el secreto del Reino de Dios. Al inicio de la historia de cada uno hay un don: la llamada a ser y a trabajar en la viña. La vida es el regalo precioso del tiempo para vivir y trabajar en la viña. Al final del día tendrá lugar la recompensa, que no será para nadie el fruto de sus propios méritos o esfuerzos, sino un regalo divino e inmerecido. Aquello que es profundamente nuestro –«lo tuyo», es la llamada de Dios a participar en su vida y en su obra, la posibilidad de trabajar y fatigarnos, de gastar la vida por él. Infeliz, murmurador y envidioso es quien no reconoce el regalo.

 

Quien se siente acreedor, con derechos ante Dios y la vida, porque piensa que ya ha hecho demasiado, considera todo lo gratuito como un robo, como una amenaza a la presunta justicia. Sin embargo, descubrir que somos amados gratuitamente es empezar a responder desde esa hora a la llamada de Dios; descubrir que todo es don -la viña, el vino, el trabajo, la fatiga...- es el modo de estar en la Iglesia buscando el Reino de Dios.

 

Pablo nos muestra que es posible y hermoso vivir así: responder a la llamada, esforzarse en su viña y esperar de sus manos la recompensa del modo que quiera y el día que quiera. Sólo quien vive así puede decir: «Para mí la vida es Cristo».

 

 

ORATIO

 

¡Tarde te amé,

hermosura tan antigua y tan nueva,

tarde te amé!

Tú estabas dentro de mí,

y yo afuera,

у así por fuera te buscaba;

tú estabas conmigo,

mas yo no estaba contigo.

Me llamaste y clamaste,

y quebrantaste mi sordera;

brillaste y resplandeciste,

y curaste mi ceguera;

exhalaste tu perfume

y lo aspiré,

у ahora te anhelo;

gusté de ti

y ahora siento hambre y sed de ti;

me tocaste

y deseé con ansia la paz que procede de ti.

 

(Agustín de Hipona, «Confesiones», 10,27, en Obras de san Agustin, II, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1946, 751).

 

CONTEMPLATIO

 

Tú vete en siendo llamado. Se te llama a la hora de sexta; ven. El amo también te ha ofrecido un denario si vienes a la undécima, pero que vivas hasta la hora undécima, eso nadie te lo ha prometido. No digo hasta la undécima, sino hasta la séptima. ¿Por qué, cierto del salario, mas incierto del día, haces esperar a quien te llama? Mira, no te quedes, por tu dilación, sin la prometida retribución (Agustín de Hipona, «Sermón» 87,8, en 232 Obras de san Agustin, VII, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1950, 247).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Mis planes no son como vuestros planes» (Is 55,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Habiendo entrado, a las cinco y diez de la mañana, en una capilla del barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.

 

Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, «católico, apostólico, romano», llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.

 

Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo y que miraba en torno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en

los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantigado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.

 

No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que este de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada. Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos (A. Frossard, Dios existe. Yo lo he encontrado, Rialp, Madrid 2001, 6-8; traducción, José María Carrascal Muñoz).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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