Lectio Divina Domingo XXVI del Tiempo Ordinario A. Descúbrenos, Señor, tus caminos.
Recuerda, Señor, la promesa que le hiciste a tu siervo, ella me infunde esperanza y consuelo en mi dolor
Ezequiel 18,25-28. Filipenses 2,1-11. Mateo 21, 28-32.
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro del profeta Ezequiel 18, 25-28
Esto dice el Señor: “Si ustedes dicen: 'No es justo el proceder del Señor', escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto? Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
El problema de la responsabilidad personal y colectiva recorre toda la Biblia con pinceladas y matices no siempre convergentes. En la antigüedad, la pertenencia de un hombre o una mujer, desde el nacimiento hasta la muerte, a un grupo étnico bien definido y concreto conllevaba amoldarse y someterse continuamente a las tradiciones del clan y, por lo tanto, a las directrices del jefe del grupo, del patriarca. El espacio de libertad o de opciones individuales era casi inexistente. La misma ley divina, comunicada solemnemente por Dios al responsable del grupo (patriarca jefe), no admitía posibilidad alguna ni de arreglos ni de interpretaciones.
La conciencia personal nace despacio y gradualmente. Junto a ella crece, poco a poco, una relación diferente de la persona con el grupo, el clan o la tribu, y con las tradiciones. La ley, en el pasado, sometía al hombre y a la mujer a una observancia exterior. Al declarar las sanciones y penas previstas en las leyes, la autoridad responsable juzgaba y aplicaba las normas de manera objetiva, atendiendo puramente a lo exterior. Es decir, tan sólo se tenía en cuenta la culpa, no al culpable; el pecado, no al pecador. Los jueces se regían exclusivamente por el hecho, sin considerar la intencionalidad.
Ezequiel se convierte en el defensor de la responsabilidad personal. En el Deuteronomio, Dios, por boca de Moisés, había hablado de la observancia de la Ley como fuente de vida o de muerte (cf. Dt 30,19ss: «Elige la vida y viviréis tú y tu descendencia, amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz y uniéndote a él»). El texto de Ezequiel afirma: «Si el malvado se aparta de la maldad cometida y se comporta recta y honradamente, vivirá. Si recapacita y se convierte de los pecados cometidos, vivirá, no morirá » (vv. 27ss). La responsabilidad ante el bien y ante el mal es sobre todo personal. Una de las verdades que el cristianismo ha ofrecido a toda la humanidad.
SEGUNDA LECTURA
De la carta del apóstol san Pablo a los filipenses 2,1-11
Hermanos: Si alguna fuerza tiene una advertencia en nombre de Cristo, si de algo sirve una exhortación nacida del amor, si nos une el mismo Espíritu y si ustedes me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma. Nada hagan por espíritu de rivalidad ni presunción; antes bien, por humildad, cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo y no busque su propio interés, sino el del prójimo. Tengan los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús. Cristo, siendo Dios, no consideró que debía aferrarse a las prerrogativas de su condición divina, sino que, por el contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, y se hizo semejante a los hombres.
Así, hecho uno de ellos, se humilló a sí mismo y por obediencia aceptó incluso la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó sobre todas las cosas y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que, al nombre de Jesús, todos doblen la rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.
Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.
La exhortación de Pablo reflexiona en profundidad esta frase: «Tengan los sentimientos que corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (v. 5). Jesús ha planteado el tema de la responsabilidad personal. Pensemos en la parábola de los talentos: cada uno dará cuenta de lo que ha recibido. Pero también ha expuesto el tema de la responsabilidad colectiva -o mejor aún, comunitaria- de cara al bien y al mal, en concreto con los más débiles, con los pequeños. Y no sólo en polémica con los judíos, desafiándolos por sus pecados; él mismo, que no ha cometido pecado, ha tomado sobre sí todos los nuestros. Y se ha convertido en pecado por nuestra salvación.
Cada uno de nosotros, de alguna manera, tiene que rendir cuentas de todo y todos de cada uno mismo. Él por nosotros, se ha hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Ha vivido la justicia y la rectitud haciendo de la voluntad del Padre su alimento. Se ha hecho justificación por todos y cada uno de nosotros. Si lo seguimos, podemos estar seguros, nosotros que somos pecadores, de pasar de la muerte a la vida. Podemos experimentar este paso ya, desde la vida terrena, y tener la esperanza cierta de la eternidad.
EVANGELIO según san Mateo 21, 28-32.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo; “¿Qué opinan de esto? Un hombre que tenía dos hijos fue a ver al primero y le ordenó: Hijo, ve a trabajar hoy en la viña'. Él le contestó: 'Ya voy, señor', pero no fue. El padre se dirigió al segundo y le dijo lo mismo. Éste le respondió: 'No quiero ir', pero se arrepintió y fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad del padre?”. Ellos le respondieron: “El segundo”. Entonces Jesús les dijo: “Yo les aseguro que los publícanos y las prostitutas se les han adelantado en el camino del Reino de Dios. Porque vino a ustedes Juan, predicó el camino de la justicia y no le creyeron; en cambio, los publícanos y las prostitutas sí le creyeron; ustedes, ni siquiera después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en él”.
Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
La parábola, referida por Jesús durante su actividad en Jerusalén, antes de la pasión y de la muerte, muestra, ante la voluntad explícita e imperativa del padre y la reacción de cada uno de los dos hijos, no sólo la diferencia y la distancia entre las palabras y los hechos, sino el cambio y la transformación interior en el modo de pensar.
El primero de los hijos da la impresión de ser sincero, y, de forma veraz, le comunica al padre su voluntad: «No quiero». Pero después de la respuesta «se arrepintió» (v. 29), y obedeció, «y fue» (v. 29). El segundo hijo escucha formalmente las palabras del Padre y respetuosamente le dice: «Voy, señor» (v. 30). Pero no tiene intención de hacer efectivas sus palabras, y desobedeció,«y no fue» (v. 30). El primer hijo reconsidera la decisión de cumplir la voluntad del Padre y cambia de actitud; Jesús lo subraya: «Se arrepintió». El Maestro, con una pregunta, implica a los presentes para que se pronuncien sobre el distinto comportamiento de los dos hijos: «¿Cuál de los dos cumplió la voluntad de su padre?». Los
interpelados le contestaron: «El primero».
Jesús había dicho: «No todo el que me dice: ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos me dirán aquel día: ¡Señor, Señor! ¿No profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Pero yo les responderé: No los conozco de nada. ¡Apártense de mí, malvados!» (Mt 7,21-23). Y Jeremías, a propósito del sentido de la circuncisión (4,4): «Circuncídense para consagrarse al Señor, quiten el prepucio de su corazón, habitantes de Judá y de Jerusalén, no sea que estalle mi ira como fuego y arda sin que nadie pueda apagarla, por la maldad de sus acciones».
Puede parecer que el arrepentimiento y la conversión brotan de un «conocimiento» de la ley que dicta normas de comportamiento. En realidad, tienen la raíz en el corazón de la persona que reconoce en el legislador no a un amo, sino a un padre. En la persona que ve en la ley la expresión de la voluntad del padre -de un padre que quiere hacer feliz al hijo (pues hasta la ley le supone al hijo esfuerzo y sacrificio).
MEDITATIO
«Les aseguro que los publicanos y las prostitutas entrerán antes que ustedes en el Reino de Dios. Porque vino Juan a mostrarles el camino de la salvación y no le creyeron; en cambio, los publicanos y las prostitutas sí le creyeron. Y ustedes, a pesar de verlo, no se arrepintieron ni creyeron en él» (Mt 21,31-32).
La referencia básica de la lectura es el «arrepentimiento» la conversión del corazón. «Arrepentirse para creer». Jesús ha invertido intencionadamente el orden de los verbos. No es sólo «creer para arrepentirse». Arrepentirse para creer consiste, ante todo, en no considerarse ni justos, ni rectos, ni santos. Ni tampoco pensar que por observar tal o cual ley no somos como el resto de los hombres que no la observan.
Tener conciencia de ser pecadores nos pone en actitud de conversión. Creernos justos nos impide encauzar los pasos por el camino de la conversión. Quien nos hace justos, rectos y santos es sólo Dios (la parábola del fariseo y del publicano de Lc 18,9-14 no deja
lugar a dudas ni a equívocos). Arrepentirse para creer consiste en no ser nosotros quienes determinemos que es bueno o malo, justo o injusto, recto o torcido, santo o profano, sino el Señor.
El discurso de Ezequiel, entre Dios e Israel, arranca con un interrogante: ¿Acaso no es justo mi proceder? ¿No es más bien vuestro proceder el que es injusto? ES lícito -y necesario preguntarse: ¿Qué sabe Israel de «rectitud»? La respuesta sólo la puede dar Dios: la iniquidad es causa de muerte; la justicia y la rectitud son causa de vida. Pasar de la iniquidad a la justicia y a la rectitud es pasar de la muerte a la vida. ¿Quién determina este paso? Dios.
ORATIO
Concédeme, benignísimo Jesús, tu gracia para que esté conmigo, y obre conmigo, y persevere conmigo hasta el fin.
Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a ti.
Tu voluntad sea la mía, y mi voluntad siga siempre la tuya y se conforme en todo con ella.
Tenga yo un querer y no querer contigo, y no pueda querer y no querer, sino lo que tú quieres y no quieres.
Dame, Señor, que muera a todo lo que hay en el mundo, y dame que desee por ti ser despreciado y olvidado en este siglo.
Dame, sobre todo, lo que se puede desear, descansar en Ti y aquietar mi corazón en ti.
Tú eres la verdadera paz del corazón, tú el único descanso; fuera de ti todas las cosas son molestas e inquietas.
En esta paz permanente, esto es, en ti, sumo y eterno Bien, dormiré y descansaré. Amén (Tomás de Kempis, La imitación de Cristo, III,15,3).
CONTEMPLATIO
Dios omnipotente y eterno, señor del universo, creador y dueño de todas las cosas, tú, por obra de Cristo, has hecho del hombre el esplendor del mundo, le has entregado la ley natural y la escrita para que viva ordinariamente como ser dotado de razón, y, cuando peca, le propones como norma tu bondad para que se arrepienta, dirige tu mirada a quienes con su vida se desvían de ti, porque tú no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta, de modo que se aparte del camino de la perdición y viva.
Tú que has aceptado el arrepentimiento de los habitantes de Ninive, tú que quieres que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, tú que has abrazado con cariño paternal al hijo que dilapidó disolutamente los bienes y volvió arrepentido, acoge también ahora la penitencia de quienes te suplican, para que nadie peque en tu presencia: si te fijas en nuestras iniquidades, Señor, Señor, ¿quién podrá resistir? Que agradable es estar en tu presencia.
Devuélvele a la Iglesia la dignidad y la condición primera, por intercesión de Cristo, Dios y salvador nuestro, a ti la gloria y el honor con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén («Constituciones de los apóstoles», VIII, 9, en S. Pricoco - M. Simonetti (eds.), La
preghiera dei cristiani, Milán 2000, 125).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Señor, ten piedad de mí» (Mt 15,21).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Mi Dios, en mí se enfrentan dos hombres en cruenta batalla. Uno, lleno de amor, seguirte fielmente ansia.
Mas el otro, rebelde a tu deseo, contra tu ley estalla.
El primero siempre vuelto al cielo me dispone, inclinado a los bienes eternos, de los terrenales despreocupado.
El segndo me curva hacia la tierra con su funesto peso. Infeliz, si conmigo peleo, ¿cuándo alcanzaré la paz?
Quiero el bien, lo sé, y no lo hago. Lo quiero, y he aquí la miseria,
Aquello que amo no lo hago, y el mal que no amo, sí lo hago ¡qué horror!
¡Oh gracia, resplandor salvador, ven y ponme de acuerdo! Domina con tu dulzura a este hombre que tanto te contraría. (J. Recine, Preghiere dellúmanità, Brescia 1993, 46).
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