Lectio Divina Fiesta del Bautismo del Señor Ciclo B. Tú eres mi Hijo amado; yo tengo en ti mis complacencias.

 Éste es aquél de quien Juan decía: Yo lo he visto y doy testimonio de que él es el Hijo de Dios.

Isaías: 55, 1-11. 1 Juan 5,1-9.  Marcos: 1, 7-11




 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Isaías: 55, 1-11

 

Esto dice el Señor: "Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar. ¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?

Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán.

Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David. Como a él lo puse por testigo ante los pueblos, como príncipe y soberano de las naciones, así tú reinarás a un pueblo desconocido, y las naciones que no te conocían acudirán a ti, por amor del Señor, tu Dios, por el Santo de Israel, que te ha honrado.

Busquen al Señor mientras lo pueden encontrar, invóquenlo mientras está cerca; que el malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón.

Mis pensamientos no son los pensamientos de ustedes, sus caminos no son mis caminos. Porque así como aventajan los cielos a la tierra, así aventajan mis caminos a los de ustedes y mis pensamientos a sus pensamientos.

Como bajan del cielo la lluvia y la nieve y no vuelven allá, sino después de empapar la tierra, de fecundada y hacerla germinar, a fin de que dé semilla para sembrar y pan para comer, así será la palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El oráculo del profeta anuncia una alianza eterna que Dios ofrece al pueblo invitando a todos, especialmente a los pobres, los sedientos, los hambrientos, al banquete escatológico de los tiempos mesiánicos. Dios quiere que se recuerden las promesas hechas a los padres, a Abraham, a David, de los que ahora el pueblo es el heredero (w. 3-4); quiere que se piense ya en un retorno del exilio babilonio, a condición de que todos abran el corazón al arrepentimiento y a la acogida de su perdón (vv. 6-11). Estamos frente a la teología de los “pobres de Jahveh” (= ‘anawîm), de aquellos que, teniendo necesidad de Dios, se abandonan a él con confianza y disponibilidad total.

El Segundo Isaías expone su reflexión con la imagen del banquete, lugar de felicidad y de satisfacción de todo deseo humano. La única condición requerida para participar en él está en escuchar la Palabra de Dios, verdadera fuente de la vida y de la sabiduría divina: «Presten atención, vengan a mí, escúchenme y vivirán» (v. 3). La Palabra de Dios es eficaz y realiza lo que proclama, como la lluvia que cae del cielo y retorna a él sólo cuando ha fecundado la tierra (w. 10-11). Es preciso, pues, saber volver con la memoria a la historia pasada que es maestra de vida, a la historia de Abraham, cuya alianza con Dios, fundamentada sobre la convicción interior y sobre la fidelidad en el amor, fue un testimonio vivo y fuerte para su gente. Esto reclama que hoy se renueve la alianza de Dios con los hombres. Sólo entonces todos los pueblos vendrán a Jerusalén, atraídos por la santidad de vida del pueblo, fiel al plan de Dios, y allí tendrá lugar una verdadera conversión de todos, porque se vivirá en comunión con Dios sin adherirse a los falsos atractivos del mundo.

 

 

SEGUNDA LECTURA

1 JUAN 5,1-9

 

Todo el que cree que Jesús es el Mesías, ha nacido de Dios. Todo el que ama a un padre, ama también a los hijos de éste. Conocemos que amamos a los hijos de Dios en que amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, pues el amor de Dios consiste en que cumplamos sus preceptos. Y sus mandamientos no son pesados, porque todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y nuestra fe es la que nos ha dado la victoria sobre el mundo. Queridos hijos: ¿Quién es el que vence al mundo? Sólo el que cree que Jesús es el Hijo de Dios. Jesucristo es el que vino por medio del agua y de la sangre; él vino, no sólo con agua, sino con agua y con sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la verdad. Así pues, los testigos son tres: el Espíritu, el agua y la sangre. Y los tres están de acuerdo.

Si aceptamos el testimonio de los hombres, el testimonio de Dios vale mucho más y ese testimonio es el que Dios ha dado de su Hijo.

 

Palabra de Dios

R/. Te alabamos Señor.

 

El autor expone conjuntamente, como en una especie de visión sinóptica, los tres pensamientos que le son más queridos: la obediencia necesaria al mandamiento del amor, la confesión cristiana de la fe en Jesús como el Hijo de Dios, y la convicción de que la muerte de Jesús por los pecados concede la vida eterna a cuantos le aceptan.

La verdadera fe, que es inseparable del amor, alcanza la victoria sobre el mundo y

obtiene la vida eterna. Así se destaca el doble aspecto del único mandamiento. La formulación más estricta había sido hecha en1 Jn 3,23. En 1 Jn 4,7-21 se ha explicitado dicha formulación. Esta realidad cristiana, siempre la misma, es descrita ahora desde otros puntos de vista. La fe cristiana tiene dos efectos: a) Introduce al creyente en la familia de Dios. El que mantiene la fe verdadera "ha nacido de Dios”. Por tanto, pertenece a su familia. b) La fe da al creyente la posibilidad de vencer las influencias nefastas del mundo. El que se mantiene en la confesión de la verdadera fe vive en el mundo de Dios, y Dios está por encima del mundo.

Estos dos efectos de la fe llevan en su misma entraña dos consecuencias que el autor

explicita de la forma siguiente: 1. El creyente debe amar a Dios y a los hijos de Dios. Es el pensamiento de la hermandad o fraternidad cristiana. El que se considera hijo de Dios, engendrado por él, perteneciente a su familia y está obligado a amar a todos aquellos que son miembros de la misma familia. 2. El creyente debe cumplir los mandamientos de Dios. Por una razón elemental: nos ha dicho que el que cree debe amar; ahora bien, el que ama a una persona está obligado a realizar lo que le es grato y todo aquello que está mandado por ella. No se puede decir que se ama a Dios si no se cumplen sus mandamientos. El cumplimiento de éstos es la garantía de la veracidad del amor que tenemos a Dios (1 Jn 5,1-3).

Este breve desarrollo termina con la aclamación de la victoria de la fe. Existen diversas expresiones sinónimas que nos ayudan a entender el sentido de la misma: la victoria sobre el mundo significa lo mismo que la victoria sobre el Maligno (1 Jn 2,13s); lo mismo que la victoria sobre los adversarios (1 Jn 4,4; detrás de cuyas convicciones erróneas estaba actuando el anticristo); lo mismo que no amar al mundo (1 Jn 2,15-17). La victoria sobre el mundo se logra mediante el amor o la superación del odio y del egoísmo, que es lo propio del mundo; éste es vencido en su propio terreno, donde él es el campeón; se logra mediante la observancia de los mandamientos.

La victoria anunciada queda garantizada  con el sello del testimonio divino (1 Jn 5,512). El autor comienza por precisar que la victoria la consigue quien acepta a Jesús como el Hijo de Dios. La realidad divina llega al hombre a través del Jesús histórico. De nuevo se sitúa el autor en la perspectiva de la polémica con sus adversarios. Estos afirmaban que el Cristo celeste se había apropiado de Jesús de Nazaret en el bautismo (Jn 1,32s), lo había utilizado para llevar a cabo su revelación y lo había abandonado antes de la muerte, porque el Cristo celeste no podía padecer. Frente a este error destructor de la fe cristiana, afirma el autor que Jesús, el Hijo de Dios, vino no sólo por el agua (alusión al bautismo), sino por agua y por sangre (alusión al bautismo y a la pasión).

La confesión cristiana de la fe: “Jesús es el Hijo de Dios venido en la carne o encarnado", se halla rubricada con argumentos valiosos y contundentes. El primero en testimoniar es el Espíritu, que ilumina el corazón de los creyentes descubriéndoles el sentido y la dimensión del misterio y haciendo que den testimonio de lo que ellos han experimentado.

El Espíritu es testigo porque es la verdad. Y esta verdad, que es la realidad divina, se

manifiesta en el mundo; no es algo perteneciente al pasado, sino una realidad presente. Esta realidad, en cuanto divina, no es tangible a no ser en el campo de la fe; no puede ser aducida como prueba en un juicio.

Según el derecho vigente, el testimonio de uno sólo no era válido (Mt 18,16); debía darse la coincidencia de dos o tres testigos. Por eso, después de mencionado el Espíritu, son

aducidas el agua y la sangre. Con ellas se destaca la necesidad de tener en cuenta los datos históricos de la vida de Jesús, que se hallan en conexión directa con la confesión cristiana de la fe. Más aún, sirven para enraizarla en nuestra historia. Estos datos testimonian la manifestación de Dios en Jesús de Nazaret.

El triple testimonio mencionado es el de Dios mismo. De ahí la obligatoriedad de ser

aceptado. Primero, porque Dios es mayor que el hombre, y por tanto es más creíble, más fidedigno. En segundo lugar, porque sólo Dios tiene competencia en el tema del testimonio sobre el que se está hablando: sobre Dios sólo puede testimoniar Dios mismo; sólo él es competente en este asunto, porque se trata de su autorrevelación en Jesús. Desde este contenido único del testimonio de Dios se explica perfectamente lo relativo a los tres testigos anteriores (1 Jn 5,9-10).

La conclusión es que los creyentes poseen una vida nueva. La “vida eterna", expresión sintética de los bienes salvíficos, de la salvación de Dios, se consigue mediante la comunión con el Hijo; no es fruto que el hombre pueda lograr mediante el propio esfuerzo; no es efecto de absorciones mistéricas, al estilo gnóstico. Es don de Dios. pero no un don inmediato que actúe en el hombre en forma mágica y sin su esfuerzo personal. Se halla vinvulado a la person histórica de Jesú de Nazaret y condicionado por la actitud del hombre ante él. Hasta el extremo de que quien tiene al Hijo tiene la vida; el que no tiene al Hijo no tiene la vida.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Marcos: 1, 7-11

En aquel tiempo, Juan predicaba diciendo: "Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".

Por esos días, vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Al salir Jesús del agua, vio que los cielos se rasgaban y que el Espíritu, en figura de paloma, descendía sobre él. Se oyó entonces una voz del cielo que decía: "Tú eres mi Hijo amado yo tengo en ti mis complacencias". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

La figura del Bautista es presentada en este paaje cona lgunos de los rasgos típicos del verdadero profeta: hombre pobre y austero, que proclama la Palabra de Dios, pero también independiente de la mentalidad que lo rodea y del mundo. Jesús se presenta al Bautista, mezclado entre las filas de sus penitentes, pero el profeta lo reconoce y lo presenta como superior a sí mismo: «Detrás de mi viene el que es más fuerte que yo. Yo no soy digno ni de postrarme ante él par desatar la correa de sus sandalias» (v. 7). Jesús, como un hombre cualquiera, se presenta al bautismo de conversión y comparte con humildad la condición del pecador, e incluso «se hace pecado» (2 Cor 5,21). Pero la voz del Padre, dirigiéndose directamente al Hijo, lo proclama inocente y pone de relieve su naturaleza divina: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco» (v. 11).

La humanidad y la divinidad de Jesús se armonizan en una síntesis ideal: el Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre. Por esto el bautismo de Juan se diferencia del practicado por Jesús. El del Precursor es realizado «con agua», mientras que el del Cristo lo es «con Espíritu Santo» (v. 8). Y Jesús recibe el bautismo de Juan, pero, mientras sale del agua, el Espíritu Santo lo inviste con su poder y su fuerza, con vistas a la misión que le espera. Él es el “Siervo" poseído en su intimidad por el Espíritu de Dios (cf. Is 42,1) que sale, no como Moisés de las aguas del Nilo, sino como nuevo Moisés del agua del Jordán (cf. Is 63,11). Él guiará a su pueblo hacia pastos fecundos de paz, de salvación y de justicia (cf. Is 63,14).

 

MEDITATIO

 

Desde mucho tiempo atrás Israel esperaba la venida del Mesías, Verbo del Padre, tantas veces prometida a los antiguos israelitas con una alianza por parte de Dios gratuita e irreversible. Ésta se ha presentado oficialmente y realizado en plenitud en la persona del Hijo de Dios, cuando el profeta de Nazaret se ha confundido entre los hombres, como todo hombre pecador junto al Jordán, en espera de recibir el bautismo de penitencia. El Inocente se ha hecho pecado para la salvación de la humanidad y así ha querido mezclar lo divino con lo humano para transformar lo humano en divino.

Es la vivencia que la Iglesia ha sido invitada a recorrer en su camino de testimonio entre los pueblos: hacerse solidaria con la humanidad, revestida de pecado y de debilidad, para liberarla de la muerte y transformarla en riqueza de vida con los dones del Espíritu y de su santidad de vida. La inmersión de la Iglesia y de toda comunidad cristiana en la situación de pecado de los hombres es una invitación para todo cristiano a no identificarse con el mundo para no mancharse con él, sino a presentarse siempre puro y sin mancha para difundir sin compromisos el evangelio de Jesús. El Señor, en efecto, llama a todos a una conversión radical de vida y a creer en la Palabra de aquel que nos ha transmitido la verdad del Padre (cf. Mc 1,15).

 

ORATIO

 

Señor Dios nuestro y de nuestros padres, que nos has invitado por boca del profeta («Sedientos todos, acudid por agua...»: Is 55,1.3a) a escuchar tu Palabra, para nosotros estas palabras son una alusión a Jesús nuevo templo, el templo mesiánico, del que manarán en el futuro ríos de agua viva para la humanidad (cf. Ez 47,1-2; Zac 13,1; 14,8; Sal 78,15-16). Pero también las palabras pronunciadas por el evangelista («De sus entrañas brotarán ríos de agua viva»: Jn 7,38) son un reclamo que anticipa la escena del Calvario, donde del costado abierto de Cristo brotará «sangre y agua» (Jn 19,34). Es Jesús la imagen más viva de tu amor a la humanidad. De su corazón herido brota una fuente perenne de vida. Por tu Hijo Jesús nosotros podemos conseguir el agua que es tu Palabra. Debemos asimilar interiormente esta Palabra para lograr la felicidad y la vida.

Señor, sabemos que son dos los tiempos de la revelación: el de Jesús y el del Espíritu. Si, por una parte, Jesús nos invita a creer en él, por otra preanuncia la acción del Espíritu que fecundará nuestro corazón de discípulos creyentes. Por tanto podemos alcanzar la fe, la interiorización, el conocimiento de Jesús sólo con una condición: ser dóciles a la acción del Espíritu Santo, el Espíritu de verdad que Jesús mismo nos enviará después de su retorno a ti. La única persona que cuenta, pues, es el Mesías. La única ley en vigor es la Palabra, que Jesús anuncia, viviendo entre los hombres, con su vida y sus obras. Señor, haznos operarios de esta verdad.

 

CONTEMPLATIO

 

Cosa grande es el amor. De todos los movimientos del alma, de los sentimientos, de los afectos, el amor es el único con que la criatura puede responder a su Creador, si no de igual a igual, al menos de semejante a semejante.

El amor del Esposo o, mejor, el Esposo que es amor, pide sólo reciprocidad de amor fidelidad. La amada, pues, debe amarlo a su vez. ¿Cómo podría no amar la que es esposa y esposa del Amor? ¿Cómo podría el Amor no ser amado?

Ciertamente el flujo del amor no brota con la misma riqueza de quien ama y de quien es el Amor, del alma y del Verbo, de la esposa y del Esposo, del Creador y de la criatura. ¿Y entonces? La aspiración de quien espera, el ardor del amante, la confianza de quien espera ¿quedará desilusionado porque la esposa no puede correr con el paso de un gigante, competir en dulzura con la miel, en mansedumbre con el cordero, en candor con el lirio, en luminosidad con el sol, en amor con Aquel que es Caridad? No. En efecto, aunque la criatura ame menos porque es más pequeña, sin embargo puede amar con todo su ser y donde existe el todo no falta nada (Bernardo de Claraval, Sermones super Cantica Canticorum, 83).

 

ACTIO

 

Repite a menudo y vive hoy la Palabra:

 

«Él os bautizará con el Espíritu Santo» (Mc 1,8).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Dios infinito, la primera y la última experiencia de mi vida eres Tú. Sí, justamente Tú, no tu idea ni el nombre que nosotros te hemos dado. Tú, en efecto, has venido sobre mí en el agua y en el Espíritu del bautismo. Entonces no he pensado ni elucubrado nada sobre ti. Entonces mi inteligencia, con su perspicacia sagaz, ha guardado silencio. Entonces Tú mismo te has hecho, sin consultarme, el destino de mi corazón. Has sido Tú a tomarme, no yo a "comprenderte", Tú has transformado mi ser desde sus dos últimas raíces, Tú me has hecho partícipe de tu ser y de tu vida, te me has dado, te me has entregado Tú mismo y no una simple información poco clara y remota respecto a ti en palabras humanas. Es por esto que no logro olvidarte, porque te has hecho Tú el centro mismo de mi ser. Tu palabra y tu sabiduría están en mí, no porque te conozco en conceptos míos, sino porque Tú me reconoces como hijo y amigo.

¡Crece dentro de mí, resplandece cada vez más en mí, iluminame, luz eterna! Sólo Tú debes iluminarme, sólo Tú hablarme. Todo lo demás que conozco o he aprendido debe solamente llevarme a Ti (K. Rahner, Palabras al silencio. Oraciones cristianas, Estella 01998).

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