Lectio Divina II Lunes del Tiempo Ordinario B. A pesar de ser el Hijo de Dios, aprendió a obedecer padeciendo.

 A pesar de ser el Hijo de Dios, aprendió a obedecer padeciendo.

Hebreos 5,1-10. Marcos: 2, 18-22

 


 

 

LECTIO 

 

PRIMERA LECTURA

De la carta a los hebreos: 5, 1-10

 

            Hermanos: Todo sumo sacerdote es un hombre escogido entre los hombres y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios. Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec. Precisamente por eso, durante su vida mortal, ofreció oraciones y súplicas, con fuertes voces y lágrimas, a aquel que podía librarlo de la muerte, y fue escuchado por su piedad. A pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo, y llegado a su perfección, se convirtió en la causa de la salvación eterna para todos los que lo obedecen y fue proclamado por Dios sumo sacerdote, como Melquisedec. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

La carta a los hebreos tiene como tema fundamental el del sacerdocio. Razona y argumenta con unos esquemas de pensamiento muy alejados de los nuestros, sobre el sacerdocio de Jesús como un nuevo tipo de sacerdocio. El sacerdocio cristiano no es el sacerdocio del antiguo testamento o del común de las religiones. La misma palabra «sacerdote» es sin duda inadecuada para el uso normal que hacemos de ella, pues en todo el nuevo testamento está aplicada solamente a Jesús y a todo el pueblo de Dios (pueblo de sacerdotes), nunca a personas individuales dentro del pueblo de Dios. Jesús no fundó sacerdotes, sino apóstoles, enviados, seguidores... y dentro de esa comunidad es donde surgen los ministerios, los servicios a la misma comunidad. El sacerdocio mismo de Jesús fue distinto al sacerdocio típico de las religiones clásicas o del mismo nuevo testamento. De todo ello es de lo que nos va a hablar la carta a los hebreos, y sus reflexiones no son inútiles en estos tiempos.

 

 EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 18-22


En una ocasión, en que los discípulos de Juan el Bautista y los fariseos ayunaban, algunos de ellos se acercaron a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan, y los tuyos no?".

Jesús les contestó: "¿Cómo van a ayunar los invitados a una boda, mientras el novio está con ellos? Mientras está con ellos el novio, no pueden ayunar. Pero llegará el día en que el novio les será quitado y entonces sí ayunarán.

Nadie le pone un parche de tela nueva a un vestido viejo, porque el remiendo encoge y rompe la tela vieja y se hace peor la rotura. Nadie echa vino nuevo en odres viejos, porque el vino rompe los odres, se perdería el vino y se echarían a perder los odres. A vino nuevo, odres nuevos". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El Evangelio nos recuerda que el ayuno era una práctica religiosa muy importante para los judíos del tiempo de Jesús, especialmente para los más piadosos y observantes: los fariseos y los discípulos de Juan Bautista. Por el ayuno se disponían a escuchar y meditar la Palabra de Dios, a ponerla en práctica. También se ejercitaban en el dominio de las pasiones, en el autocontrol, disponiéndose para la oración y la expiación de los pecados. Por eso se escandalizaban al ver que los discípulos de Jesús no ayunaban como ellos, y le reclamaban a Jesús el que no inculcara esta práctica a sus seguidores. Él les respondió con una imagen muy hermosa: su presencia en el mundo era como un tiempo de bodas, de fiesta nupcial. Él era el novio prometido, sus discípulos, los amigos del novio: estaban de fiesta y por eso no ayunaban; lo harían cuando les quitaran al novio, cuando lo hicieran morir los mismos que reclamaban por el ayuno. Esta actitud de Jesús implica la novedad del tiempo que él inaugura. Son los tiempos mesiánicos, el novio está con nosotros, resucitado de entre los muertos, nos ahorra las prácticas ascéticas, siempre y cuando estemos dispuestos a acoger su enseñanza y a comprometernos con ella. Dispuestos a hacer partícipes a todos de esta fiesta de bodas entre Dios y la humanidad, entre el cielo y la tierra.

 

MEDITATIO

 

Los discípulos de Juan y los fariseos se encuentran haciendo lo que ordena la Ley, pero los de Jesús están con él ocupados en asuntos más triviales: están desatendiendo a la ley del ayuno. Jesús va a decir en forma de parábola: mientras se está conociendo, por intermedio de sus palabras, la esencia de lo que es el Reino, lo demás puede esperar hasta cuando se tenga tiempo.

En la sociedad de aquel tiempo, tan rígida y embebida en los asuntos legales, no era bien visto que pudiera haber algo superior a la Ley. Y por ello, nada resultaba para ellos más lógico que el legalismo. Las leyes son un instrumento que la sociedad se da a sí misma para estructurarse, para sostenerse. Son un producto de la propia sociedad, reflejan sus intereses y necesidades. Pero pueden apoyar más unos intereses que otros. Pueden también ser el instrumento jurídico que justifique la injusticia en la sociedad...

Eso es lo que ocurría en la sociedad de Jesús, ése era el papel fundamental (un papel de fundamento) que de hecho jugaba la Ley en aquella sociedad. Por eso, Jesús cuestiona la Ley, no la acepta ciegamente; la crítica, la somete a la medida de una ley superior: la voluntad de amor y misericordia de Dios. Algo puede ser "legal", con legalidad humana; pero para Jesús (y para nosotros), la legalidad de las leyes humanas no es la suprema legalidad; ésta nos viene de la ley del Dios de la Vida, la ley del Reino. Cuando Jesús cuestiona la ley conmueve a la sociedad; pero ése es, inevitablemente, el único camino posible para transformarla y curarla.

La parábola del remiendo y el vino nuevo pone de manifiesto la novedad del Reino, la capacidad de riesgo y creatividad que el Reino exige. Querer convertir la propuesta de Jesús en una "reforma" significa entrar en conflicto con Él. Los valores de convivencia que propone el Evangelio nunca podrán compatibilizarse con la injusticia. Quienes intentan darle otro significado quedan atrapados en la imposibilidad y el fracaso, y desvirtúan la novedad de Jesús, su "buena noticia", su evangelio. Con su testimonio Jesús demuestra que la vieja estructura debe ser cambiada de raíz, que el Reino no es una reforma de la ley, que no vino a poner algo nuevo sobre lo viejo. Lo más cierto es que todo debe ser nuevo entre nosotros sus seguidores.

 

ORATIO

 

            Señor Jesús, tu recuerdo irrumpe en la monotonía de nuestras jornadas como un toque de fiesta. Mientras a nuestro alrededor parece imperar la mordaza de un despiadado egoísmo, peor que una pandemia, tú sabes decir aún la palabra que abre los corazones a la alegría y a la esperanza. Tú eres la novedad absoluta, el vino nuevo y espumoso que rompe los odres endurecidos de nuestras presuntas certezas.

Hoy quisiéramos no sentirnos bien en el vestido viejo de nuestras ideas preconcebidas.

Envía de nuevo al Espíritu del Padre para que permitamos al paño nuevo y robusto de tu divina humanidad revestimos con los vestidos de la salvación. Será el vestido festivo que nos permitirá sentamos contigo en el banquete de bodas, saborear el vino de la alegría, comer ese pan que no tiene otra cosa sino la perpetuación de tu entrega de amor por nosotros. Haz que tengamos parte en tu mesa, conscientes del precio de los «gritos y lágrimas» que tú derramaste por nosotros. Haz que también nosotros, viviendo contigo y en el Espíritu en obediencia al Padre, llevemos a cumplimiento su designio de salvación y lleguemos a ser testigos de su amor eterno para todos los hermanos. Amén

 

CONTEMPLATIO

 

            La vida de fe en Jesucristo y en su Evangelio no es una vida de remiendos, sino una auténtica renovación total de la persona. El verdadero cristiano no puede llamarse tal mientras su vida no tome un nuevo camino, caminando en la verdad del Evangelio, viviendo el amor hasta sus últimas consecuencias. Quien se conforme con ayunos, con oraciones o con algunas otras expresiones esporádicas de fe y piense que con practicarlas ya ha cumplido con lo que se le exige a un hombre de fe auténtica, está equivocado. 

Cristo ha venido a destruir nuestros pecados y a renovar totalmente nuestra vida para que, viviendo en comunión de vida con Él, tengamos la alegría de sentirnos amados, hijos de Dios llenos de gozo y de paz interior. Quien sólo vive su fe como un parche en su existencia seguirá siendo esclavo del pecado y tratará de remendar, tal vez incluso de un modo enfermizo y masoquista, aquello que sólo Dios ha venido a perdonar y a restaurar. Aprendamos a vivir, con el máximo compromiso, nuestra fe en Cristo.

Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre por obra del Espíritu Santo, en el seno de María, Virgen, no vino con un cuerpo aparente, sino real. Él asumió toda nuestra naturaleza, haciéndose uno de nosotros para redimirnos del pecado y de la muerte. Él nos tomó en serio, y nos amó hasta el extremo dando su vida por nosotros. Esta prueba de su amor es lo que celebramos al reunirnos en torno a Él en esta Eucaristía, Memorial de su Pascua. Así vemos el amor de Dios no como un pequeño remiendo que se ofrece ante el pecado del hombre, sino como una vestidura nueva. Efectivamente, quienes creemos en Cristo, estamos llamados a revestirnos de Él, pues el proyecto del Padre Dios sobre nosotros es que seamos conforme a la imagen de su propio Hijo.

Por eso el hombre de fe auténtica no se conforma con ofrecerle culto a Dios; aun cuando es muy loable el que oremos a Dios, y mucho más lo es cuando oramos en común, y más todavía cuando lo hacemos mediante la celebración Eucarística, el Señor nos pide, antes que nada, que seamos fieles a su voluntad sobre nosotros. Puede vivir engañado quien piense que por acudir a las celebraciones litúrgicas se ha hecho propicio a Dios; y vive engañado si no sabe ser fiel a Dios que, al renovar nuestra vida en Cristo, nos quiere como personas que vivan el amor fraterno, que trabajen por la paz, que se preocupen de dar solución a las injusticias sociales. Mientras no vivamos totalmente comprometidos con nuestra fe en la vida diaria, todo lo que hagamos, en cuanto a prácticas religiosas, no será en nosotros sino sólo un remiendo, que nos deja más lejos que cerca de Dios por no vivir la cercanía con el prójimo. Efectivamente, quien dice amar a Dios a quien no ve, y desprecia a su prójimo a quien sí ve, es un mentiroso.

 

ACTIO

 

Repite frecuentemente y vive hoy la palabrar:

 

A vino nuevo, odres nuevos

 

PARA LECTURA ESPIRITUAL

 

¡Qué pena! Los fariseos y los escribas no han captado la novedad que trae Jesucristo. En Jesús ven más de lo mismo. No captan la originalidad de la revelación de Jesucristo. Podíamos hoy preguntarnos el por qué de esta dificultad. ¿Por qué no descubrieron dicha novedad? El mismo Jesús lo dirá en otro pasaje del domingo pasado: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está bien lejos de mí.

Ahí esta el problema: la dureza de corazón. Esta enfermedad me lleva a justificar siempre mis acciones y a juzgar las acciones de los demás porque me dejan en evidencia. Por eso les molesta Jesús, porque con su modo de actuar les deja al descubierto.

Nos lo decía el Papa Francisco: La Palabra de Dios siempre enfada a ciertos corazones. La Palabra de Dios molesta, cuando tienes el corazón duro, cuando tienes el corazón pagano, porque la Palabra de Dios te pide seguir hacia delante, alimentándote con ese pan del que hablaba Jesús. En la Historia de la Revelación, muchos mártires fueron asesinados por su fidelidad a la Palabra de Dios, a la Verdad de Dios.

Para poder acoger, por tanto, la novedad de Jesús y para honrarle no sólo con los labios sino, sobre todo, con el corazón es preciso un corazón nuevo. ¡A vino nuevo odres nuevos! Sólo un corazón nuevo es capaz de captar la novedad de Cristo, que es la novedad de la fe.

Este corazón nuevo es un don que tenemos que suplicar pues Jesús nos lo ha prometido por medio del profeta Ezequiel: y os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne (Ez36, 26). Esto es la conversión: un cambio de corazón. Ahora bien, esto no lo hacemos por nosotros mismos. Es el Señor quien tiene que hacer este trasplante. Así le contestaba el papa Benedicto XVI a Anna, una joven italiana de 19 años, en un encuentro del 6 de abril de 2006: El corazón después del pecado “se endureció”, pero este no era el plan del Creador; y los profetas, cada vez con mayor claridad, insistieron en ese plan originario... necesitamos un corazón nuevo; en vez del corazón de piedra -como dice Ezequiel- necesitamos un corazón de carne, un corazón realmente humano. Y en el bautismo, mediante la fe, el Señor “implanta” en nosotros este corazón nuevo... En este “trasplante” espiritual, en el que el Señor nos implanta un corazón nuevo, un corazón abierto al Creador, a la vocación de Dios, para poder vivir con este corazón nuevo hacen falta cuidados adecuados, hay que recurrir a las medicinas oportunas para que el nuevo corazón llegue a ser realmente “nuestro corazón”. 

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