Lectio Divina PRIMER VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO B. El Hijo del hombre tiene el poder para perdonar los pecados.
Que nuestro único orgullo sea la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, porque en él tenemos la salvación, la vida y la resurrección, y por él hemos sido salvados y redimidos.
(Gal 6,14)
Hebreos: 4, 1-5. 11. Marcos: 2, 1-12
LECTIO
PRIMERA LECTURA
De la carta a los hebreos: 4, 1-5. 11
Hermanos: Mientras está en pie la promesa de entrar en el descanso de Dios, tengamos cuidado, no sea que alguno se quede fuera. Porque a nosotros también se nos ha anunciado este mensaje de salvación, lo mismo que a los israelitas en el desierto; pero a ellos no les sirvió de nada oído, porque no lo recibieron con fe. En cambio, nosotros, que hemos creído, ciertamente entraremos en aquel descanso, al que se refería el Señor, cuando dijo: Por eso juré en mi cólera que no entrarían en mi descanso.
Los trabajos de Dios terminaron con la creación del mundo, ya que al hablar del séptimo día, la Escritura dice que Dios descansó de todos sus trabajos el día séptimo; y en el pasaje del que estamos hablando, afirma que no entrarían en su descanso.
Apresurémonos, pues, a entrar en ese descanso; no sea que alguno caiga en la infidelidad, como les sucedió a los israelitas.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El descanso ofrecido por Dios. El segundo párrafo de la exhortación (Heb 4,1-11) recoge la última parte del salmo, la entrada en el descanso. La fe es la condición para la entrada y el disfrute del descanso. Se unen aquí dos expectativas de reposo: la de la tierra prometida con relación al desierto, y la de Dios al terminar la obra de la creación (Gn 2,2). El descanso que a nosotros se nos promete ya no es el de una etapa intermedia, sino el definitivo; no es como el de Israel, a saber, terreno, y por lo mismo deficiente, provisional e imperfecto, sino el de Dios mismo, es decir, habitar en su morada, en su “gloria”. La entrada en este descanso se nos proporciona por medio de un nuevo Josué-Jesús, nuestro libertador, guía, pionero, que atraviesa los cielos, que ha llegado hasta el mismo Dios (Heb 4,14), y que ha conseguido el descanso perfecto una vez terminada su dura y agotadora misión.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 1-12
Cuando Jesús volvió a Cafarnaúm, corrió la voz de que estaba en casa, y muy pronto se aglomeró tanta gente, que ya no había sitio frente a la puerta. Mientras él enseñaba su doctrina, le quisieron presentar a un paralítico, que iban cargando entre cuatro. Pero como no podían acercarse a Jesús por la cantidad de gente, quitaron parte del techo, encima de donde estaba Jesús, y por el agujero bajaron al enfermo en una camilla.
Viendo Jesús la fe de aquellos hombres, le dijo al paralítico: "Hijo, tus pecados te quedan perdonados". Algunos escribas que estaban allí sentados comenzaron a pensar: "¿Por qué habla éste así? Eso es una blasfemia. ¿Quién puede perdonar los pecados sino sólo Dios?".
Conociendo Jesús lo que estaban pensando, les dijo: "¿Por qué piensan así? ¿Qué es más fácil, decide al paralítico: 'Tus pecados te son perdonados' o decirle: 'Levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa'? Pues para que sepan que el Hijo del hombre tiene poder en la tierra para perdonar los pecados -le dijo al paralítico-: Yo te lo mando: levántate, recoge tu camilla y vete a tu casa".
El hombre se levantó inmediatamente, recogió su camilla y salió de allí a la vista de todos, que se quedaron atónitos y daban gloria a Dios, diciendo: "¡Nunca habíamos visto cosa igual!".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
El perdón que cura. “No hay muerte sin pecado ni sufrimiento sin culpa”. "El enfermo no se librará de su enfermedad hasta que Dios no le haya perdonado sus pecados”. Así rezan dos textos rabínicos, que reflejan la mentalidad judía de la época. Jesús se arroga sin ambages el poder divino de perdonar. Los maestros de la ley quedan escandalizados e inmediatamente le tachan en sus adentros de blasfemo. ¿Quién puede perdonar pecados sino sólo Dios? Su razonamiento es perfecto. Su conclusión, sin embargo, es demasiado precipitada. Cabe otra que, aun intuyéndola, se niegan a admitir.
Ante esta negativa, Jesús no repara en ofrecerles la prueba incontrovertible e irrefutable, la prueba de los hechos, poniendo en pie al paralítico. Perdón y curación que, revelando la potestad divina de Jesús, no pretenden respaldar la conexión causal que el judaísmo establecía entre pecado y enfermedad (véase Jn 9,3). La sucesión responde a la lógica de la controversia. Ambos gestos quieren ser signo de la salvación completa, en cuerpo y alma, a la que el hombre está destinado.
Aun cuando escape a los ojos de nuestra carne, esta salvación ha comenzado ya a realizarse sobre la tierra. En la persona de Jesús, Dios se ha manifestado compasivo hacia el hombre pecador y desvalido y, reconciliándole consigo, ha inaugurado ya el proceso de la plena curación para la humanidad y para el mundo.
MEDITATIO
En la actualidad el ser humano de cualquier condición social, religión, nacionalidad, cultura, color o raza, se ha empeñado por forjarse un mundo, una sociedad a pedir de boca. Es decir, se ha empeñado tanto en hacer este mundo tan funcional para sus propios intereses que no importan los medios a los que hay que recurrir para lograr lo que se quiere y no tanto lo que se necesita.
Desde este presupuesto se puede constatar como el ser humano en las últimas decadas se ha empeñado en vivir en un activismo desenfrenado con el anhelo de “vivir una vida de mayor calidad”, aunque para ello tenga que estár la mayor parte del tiempo fuera del hogar, lejos de la familia, y por lo tanto con unas relaciones intrafamiliares casi nulas. A lo sumo cando por azares del destino se ha tenido que quedar en casa por tiempo prolongado, esto se convierte casi en un infierno.
Esto lo podemos constatar en los últimos once meces que estamos viviendo. De la noche a la mañana se ha cambiado el estilo de vida de las personas y todas aquellas que pasaban la mayor parte del tiempo fuera de casa por cuestiones de trabajo, en un santiamén se ven literalmente “recluidos” en sus hogares, y con la necesidad de compartir tiempos y espacios con el resto de la familia o de los moradores de esa casa, incluso para continuar trabajando, convirtiendo la propia casa en una “home office”, o en lo que fuese.
Esto ha significado un cambio de vida drástico, con consecuencias en muchas ocasiones terribles, por no decir mortales, y finalmente todo lo anterior ha dejado de manifiesto que el ser humano se había empeñado tanto en vivir hacia fuera, con un activismo desenfrenado, incapaz de dar tiempo al descanso, incapaz de hacer un alto en el camino, pensando que “todo dependía de él”.
La realidad es otra, y hasta Dios mismo descansó. Por todo ello, las lecturas de hoy, sobre todo la primera nos invita a entrar en esa dimensión sagrada del descanso. Se trata no sólo de descansar de hacer algo, o dejar de hacer cosas, sino sobre todo de descansar en Dios. Entrar en Él, contemplarle, dejarse amar por Él, sentirse seguro en sus brazos amorosos de Padre y permitir que nos perdone, que nos cure, que nos libere, que nos haga entrar en su dinámica de vida, esperanza y alegría. Que podamos levantarnos de la vida que nos mantiene postrados y alejados de Dios, incapaces de poder ser libres para amar. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).
ORATIO
Señor Dios nuestro que nos invitas a entrar en la dimensión sagrada de la vida, en la dimensión auténtica que brota del encuentro Contigo y que se perdió a raíz de la renuncia a vivir en tu presencia, hoy nuevamente venimos ante Ti, para implorar tu misericordia y tu perdon.
Te pedimos Padre Bueno nos concedas la gracia de entrar en tu tiempo que es entrar en la eternidad. Sí Padre, porque hemos perdido de vista que somos eternos en tu presencia. Porque existimos en Ti y por Ti. Aunque muchas veces nos empeñemos a afianzarnos en este mundo y nos aferremos a nuestras pobres expectativas, aún perdiendo de vista la propia trascendencia, hoy nos damos cuenta que dependemos de ti.
Necesitamos entrar en tu descanso para poder encontrar nuevamente sentido a nuestra vida, a nuestra Historia de Salvación. Nos hemos empeñado tanto en vivir de nosotros mismos, de nuestros proyectos, de nuestros planes de nuestros propios intereses, que, por buenos que sean y nobles en su ejecución, nos hemos olvidado de Ti.
Hemos olvidado el plan que tienes para nosotros. No hemos enrolado en nuestro pequeño mundo y hemos perdido de vista el gran regalo que nos haz hecho del universo entero. Nos alejamos de Ti y en todo hemos delinquido.
Por eso, hoy te pedimos no apartes de nosotros tu misericordia, tu perdón. No olvides que somo hechura tuya, obra de tus manos somos, estamos hechos, modelados a tu imagen y semejanza. No permitas Padre de bondad y Dios de todo consuelo que continuemos caminando a nuestro libre albedrío, sino que gozando de la verdadera libertad que Tú nos das, vivamos libre y felizmente anhelando siempre y en todo conocer y hacer tu voluntad, hasta que retornemos sanos y salvos a la Casa Paterna, a donde Jesucristo, nuestro Hermano no ha ido a preparar un lugar donde estaremos seguros y seremos eternamente felices porque habremos entrado en tu descanso. Amén. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).
CONTEMPLATIO
Los momentos actuales que nos etán tocando vivir son ciertamente difíciles. Evidentemente hemos de preguntarnos seriamente ¿qué es lo que Dios no está diciendo con todo lo qe está sucediendo? Sería una interrogante que todo cristiano nos tendríamos que hacer, y desde luego, tener la capacidad para responderla. En medio de la realidad del dolor, del sufrimiento, de la muerte, se cierne una profunda crisis de fe en Dios, y esta nos aleja cada vez más del plan de Dios para la humanidad, y nos hace, muchas veces, también indiferentes a las necesidades de los hermanos. La crisis de la fe en Dios tiene hoy una de sus manifestaciones más preocupantes en la pérdida de la conciencia de pecado. El alejarnos del plan de salvación que dios ha trazado para cada uno, para cada una es un pecado abominable.
El olvidarnos o desatendernos del prójimo es una falta grave a la cardidad. Como dijo un conocido autor, si Dios no existe, es lícito decir o hacer cualquier disparate. Sin Dios, en efecto, todo queda relativizado y desfundamentado. El relativismo doctrinal y moral es una de sus graves y lamentables consecuencias.
“Jesús se encontró con una sociedad en la que los conceptos de Dios y de pecado estaban distorsionados. Su Dios era muy distinto, y el pecado real, según él, no estaba muchas veces en los que comúnmente eran considerados como pecadores, sino en los que eran tenidos como justos. Jesús denunció frecuentemente aquella situación. Pensemos, por ejemplo, en las controversias generadas entre los escribas, los fariseos, los maestros de la Ley, los líderes religiosos. Se hacían pasar como buenos, y tal vez lo eran, pero no desde la perspectiva del Reino. Era necesaria una actualización de todas la normas y leyes que regían al Pueblo Elegido, y Jesús de Nazaret, con su venidad trajo, encarnó, manifestó dicha actualización.
Por eso, hoy le vemos perdonando los pecados a un paralítico, a quien, afortunadamente sus amigos habían acercado a Jesús. Lo llevaron ante Jesús con el único objetivo de que lo sanara. La sorpresa fue enorme cuando le oyeron decir de labios de Jesús al enfermo algo que no esperaban. Algo que sonaba a blasfemia y a usurpación del Nombre, más aún de la Persona de Dios. ¿A qué viene eso de perdonar los pecados? Viene a decirnos a todos que el Reino de Dios ha llegado, que está en medio de nosotros y el que quiera oír que oiga, y el que quiera ver que vea. Jesús quiso mostrar así que su misión iba más allá de la simple curación. De esa manera abrió ante todos un horizonte trascendente sobre su verdadera identidad y misión salvadora. ¡Jesús es el Mesías!
El perdón de los pecados era una prerrogativa de Dios (Is 43,25). Sóla y exclusivametne Dios podía llevar a cabo semejante acto de reconciliación. ¡Nadie más! Arrogarse ese poder era, por tanto, una blasfemia. Así pensaban aquellos letrados que “acechaban a Jesús. Jamás se había oído ni visto que un ser humano se atribuyera ese poder exclusivo de Dios. ¡Era un blasfemo!
Una de las cosas que sorprendió y escandalizó a muchos en la vida de Jesús fue su actitud de comprensión, acogida y misericordia con los pecadores. Así lo demostró constantemen te. Quiso revelar y reflejar de esa manera el rostro misericordioso y amable de Dios frente a una imagen dura y severa. Aquellos que se sintieron perdonados por Jesús son los que mejor conocieron y apreciaron a Dios. A partir de este momento, la imagen de Dios estaba cambiando, y se estaba revelando realmente tal y como es, un Padre rico en Misericordia. Jesucristo es el rostro de esa misericordia y por eso puede perdonar los pecado y reconciliar el mundo entero con Dios.
El relato evangélico de hoy nos invita a recuperar la conciencia de la realidad del pecado en nuestra propia vida. Es fundamental reconocer su existencia y nociva realidad. Si no somos capaces de reconocernos pecadores, tampoco estaremos a la altura de recibir la reconciliación. La salvación de Dios. El pecado es como una fuerza hostil que perturba nuestra relación con Dios, la quebranta, la debilita y muchas vece la interfiere y la elimina, a la vez que nos incapacita para la convivencia fraterna, comuntaria. El pecado nos aleja de la salvación de Dios traída por Jesús a la humanidad. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
“Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”. (Lc 7,16)
PARA LECTURA ESPIRITUAL
Admonición. 1. De San Francisco de Asís
El cuerpo del Señor
Dice el Señor Jesús a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida; ninguno viene al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceréis también a mi Padre; y desde ahora lo conocéis y lo habéis visto. Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Le dice Jesús: Tanto tiempo con vosotros, ¿y no me habéis conocido? Felipe, el que me ve a mí, ve también a mi Padre (Jn 14, 6-9). El Padre habita en una luz inaccesible (cf. 1Tim 6,15), y Dios es espíritu (Jn 4,24), y a Dios nadie lo vio jamás (Jn 1,18). Y no puede ser visto sino en espíritu, porque el espíritu es el que vivifica; la carne no le aprovecha a nadie (Jn 6,63). Ni siquiera el Hijo puede ser visto por nadie en cuanto igual al Padre, de forma distinta que el Padre, de forma distinta que el Espíritu Santo.
Por eso, todos los que vieron al Señor Jesús según la humanidad y no lo vieron ni creyeron, según el espíritu y la divinidad, que él era el verdadero Hijo de Dios, se condenaron. Del mismo modo, todos los que ven el sacramento, que se se santifica por las palabras del Señor sobre el altar por manos del sacerdote en forma de pan y de vino, y no ven ni creen, según el espíritu y la divinidad, que es verdaderamente el santísimo cuerpo y sangre de nuestro Señor Jesucristo, están condenados, como atestigua el Altísimo mismo, que dice: Esto es mi cuerpo y la sangre de mi nueva alianza etc. (Mc 14,22.24); y: Quien come mi carne y bebe mi Sangre, tiene la vida eterna (cf. Jn 6,55). Por tanto, el espíritu del Señor, que habita en sus fieles, está con aquel que recibe el santísimo cuerpo y sangre del Señor. Todos los demás, que no tienen dicho espíritu y presumen de recibirlo, comen y beben su propia condena (cf. lCor 1 1 ,29).
Por eso, hijos de los hombres, ¿Hasta cuándo seréis duros de corazón? (Sal 4,3). ¿Por qué no reconocéis la verdad y creéis en el Hijo de Dios? (cf. Jn 9,35). Mirad que diariamente se humilla (cf. Flp 2,8), como cuando vino desde el trono real, (Sab 18,15) al seno de la Virgen. Él mismo viene diariamente a nosotros en humilde apariencia. Cada día baja del seno del Padre al altar, en manos del sacerdote. Y como se mostró a los santos apóstoles en carne verdadera, así también ahora se muestra a nosotros en el pan sagrado. Y lo mismo que ellos con los ojos del cuerpo veían solamente su carne, mas con los ojos espirituales creían que El era Dios, así también nosotros, al ver el pan y el vino con los ojos del cuerpo, veamos y creamos firmemente que es su santísimo cuerpo y sangre vivo y verdadero.
Y de ese modo está siempre el Señor con sus fieles, como El mismo dijo: Mirad que yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos (cf. Mt 28,20).
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