Lectio Divina II Domingo del tiempo Ordinario B. Habla Señor que tu siervo escucha.

 Hemos encontrado a Cristo, el Mesías. La gracia y la verdad nos han llegado por él.

 

I Samuel: 3, 3-10. 19. I Corintios: 6,13-15.17-20. Juan: 1,35-42

 


Lectio

 

Del primer libro de Samuel: 3, 3-10. 19

 

En aquellos días, el joven Samuel servía en el templo a las órdenes del sacerdote Elí. Una noche, estando Elí acostado en su habitación y Samuel en la suya, dentro del santuario donde se encontraba el arca de Dios, el Señor llamó a Samuel y éste respondió: "Aquí estoy". Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?". Respondió Elí: "Yo no te he llamado. Vuelve a acostarte". Samuel se fue a acostar. Volvió el Señor a llamado y él se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: "Aquí estoy. ¿Para qué me llamaste?". Respondió Elí: "No te he llamado, hijo mío. Vuelve a acostarte". 

Aún no conocía Samuel al Señor, pues la palabra del Señor no le había sido revelada. Por tercera vez llamó el Señor a Samuel; éste se levantó, fue a donde estaba Elí y le dijo: ''Aquí estoy. ¿Para Qué me llamaste?".

Entonces comprendió Elí que era el Señor quien llamaba al joven y dijo a Samuel: "Ve a acostarte y si te llama alguien responde: 'Habla, Señor; tu siervo te escucha' ". Y Samuel se fue a acostar.

De nuevo el Señor se presentó y lo llamó como antes: "Samuel, Samuel". Éste respondió: "Habla, Señor; tu siervo te escucha". Samuel creció y el Señor estaba con él. y todo lo que el Señor le decía, se cumplía. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

La primera lectura presenta a Samuel que recibe el llamado de Dios para ser profeta, mientras, todavía niño, cumple un servicio en el templo de Silo. Esto acontece en un momento decisivo en la historia del pueblo de Israel: el pase de un régimen de coalición entre tribus, gobernadas a turno por un juez, a la unidad del pueblo bajo el gobierno de un rey.

Una noche una voz por tres veces despierta del sueño a Samuel llamándolo por nombre. Él rápido se levanta y se presenta al sacerdote Elí:“Aquí estoy, porque me has llamado”. Samuel no entiende que esa voz viene de Dios, porque “todavía la palabra del Señor no le había sido revelada”. Pero, Elí se da cuenta que esa voz viene de Dios y sugiere a Samuel que responda: “Habla, que tu servidor escucha”.

La escucha marca el inicio de su misión como profeta encargado de guiar a las autoridades y al pueblo de Israel en discernir la voluntad del Señor en esa época de grandes cambios. Samuel cumple esa tarea con gran fidelidad y entrega a la palabra de Dios, venciendo muchos obstáculos y pruebas gracias a que: “El Señor estaba con él, y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras”.

Se trata de la llamada divina a cumplir una misión. Esto lo podemos constatar perfectamente tanto en la actitud de quien escucha y se sabe llamado, en este caso de Samuel, como las exigencias que Dios impone. En primer lugar, el texto (vv. 1-3) presenta a los protagonistas —el Señor, Elí y Samuel— y las circunstancias que rodean el acontecimiento: la noche, cuando todos duermen, el Templo, el Arca y la lámpara de Dios, todavía encendida, indican que aquello es extraordinario y viene sólo de Dios.

En segundo lugar (vv. 4-8) nos encontramos con un delicioso diálogo entre el Señor y Samuel, y entre Samuel y Elí, que culmina en una fórmula sublime de disponibilidad: «Aquí estoy porque me has llamado» (v. 8). «Aquel niño nos da muestras de una altísima obediencia. La verdadera obediencia ni discute la intención de lo mandado, ni lo juzga, pues el que decide obedecer con perfección, renuncia a emitir juicios» (S. Gregorio Magno, In primum Regum 2,4,10-11). A esta actitud, San Francisco de Asís, le llama la obediencia perfecta.

En tercer lugar (vv. 9-14) descubrimos la doble función del profeta, que inicia de forma solemne Samuel escucha atentamente a Dios (vv. 9-10) y finalmente transmite fielmente el mensaje recibido, aunque resulte severo a sus oyentes inmediatos (vv. 11-14). «Inmensamente bienaventurado es aquel que percibe en ­silencio el susurro divino y repite con frecuencia aquello de Samuel: “Habla Señor, que tu siervo escucha”» (S. Bernardo, Sermones de diversis 23,7).

«Habla, Señor, que tu siervo escucha» (v.9). Esta oración fue el inicio del itinerario de Samuel como profeta, llamado por Dios, y la pauta de su comportamiento, pues toda su actividad estuvo regida por el trato asiduo y directo con el Señor y la intercesión por los suyos. La disponibilidad de Samuel estuvo siempre al servicio de Dios, aquellas palabras salidas de sus labios en el primer momento de su llamada, como respuesta tras ser aconsejado por Elí, serán su proyecto de vida. Su itinerario que le guiará siempre. Sin lugar a duda que estaba al pendiente y disponible a las inspiraciones del Espíritu de Dios. Así lo había aprendido, así lo vivía.  Será Como sugiere el Catecismo de la Iglesia Católica todo esto lo aprendió de su madre desde niño: «La oración del pueblo de Dios se desarrolla a la sombra de la Morada de Dios, el Arca de la Alianza y más tarde el Templo. Los guías del pueblo —pastores y profetas— son los primeros que le enseñan a orar. El niño Samuel aprendió de su madre Ana cómo “estar ante el Señor” (cfr 1 S 1,9-18) y del sacerdote Elí cómo escuchar su Palabra: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 S 3,9-10). Más tarde, también él conocerá el precio y la carga de la intercesión: “Por mi parte, lejos de mí pecar contra el Señor dejando de suplicar por vosotros y de enseñaros el camino bueno y recto” (1 S 12,23)» (n. 2578). (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 6,13-15.17-20

 

Hermanos: El cuerpo no es para fornicar, sino para servir al Señor; y el Señor, para santificar el cuerpo. Dios resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros con su poder.

¿No saben ustedes que sus cuerpos son miembros de Cristo? Y el que se une al Señor, se hace un solo espíritu con él. Huyan, por lo tanto, de la fornicación. Cualquier otro pecado que cometa una persona, queda fuera de su cuerpo; pero el que fornica, peca contra su propio cuerpo.

¿O es que no saben ustedes que su cuerpo es templo del Espíritu Santo. Que han recibido de Dios y habita en ustedes? No son ustedes sus propios dueños, porque Dios los ha comprado a un precio muy caro. Glorifiquen, pues, a Dios con el cuerpo. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Corinto era una ciudad famosa por su santuario a Afrodita, la diosa del amor, al que acudían gentes que llegaban a la ciudad doblemente portuaria desde las regiones lejanas y limítrofes. El hecho de la prostitución sagrada era una perversión del amor y de la sexualidad humana según san Pablo. Precisamente por ello el apóstol hace una teología del «cuerpo» humano, que no es la carne y la sangre, aquello que nos llevará a la muerte; sino de lo más interior a nosotros mismos, que es lo que no podemos entregar a la irracionalidad. La “antropología” bíblica que subyace en esta concepción del cuerpo del texto paulino es manifiesta: no es dicotómica, dualista, sino es una realidad única: interior-exterior, alma-cuerpo.

Esto, probablemente, lo escribe Pablo, porque algunos convertidos al cristianismo no veían inconveniente en participar en esos ritos sagrados de la sexualidad, y por ello afronta la cuestión desde la clave más profunda de la fe cristiana: la resurrección de los cuerpos, que volverá a afrontar en el c.15 de esta misma carta. La sexualidad forma parte de nuestro ser; si la entregamos al comercio y a lo irracional, pierde todo el valor positivo que el Creador ha puesto en ella; la reducimos a la animalidad. Pero ni lo irracional, ni lo animal están llamados a la resurrección. El cuerpo no es simplemente lo exterior, lo que se ve, lo que se gasta: el cuerpo lleva en su seno el misterio de la persona, de la interioridad, de la misma libertad. Por eso si entregamos nuestro cuerpo a cualquiera o a cualquier cosa, eso es una idolatría. Es decir, estaremos sometidos a los ídolos, que no son más que irracionalidad y ceguera. 

Es necesaria una correcta valoración de la sexualidad y sobre la bondad radical del cuerpo humano. La sexualidad es, en efecto, una importante y positiva dimensión de ese cuerpo que es para el Señor y en el que también se realiza el hombre como persona. No es, pes, una cosa de la qe pueda usarse y abusarse a discreción. Es encuentro, relación, intercambio, entrega personal mutua y no simple acción egoísta e instumentalizadora del otro. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

EVANGELIO

Vieron dónde vivía y se quedaron con él.

Del santo Evangelio según san Juan: 1,35-42

 

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: "Éste es el Cordero de Dios". Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: "¿Qué buscan?". Ellos le contestaron: "¿Dónde vives, Rabí?". (Rabí significa "maestro"). Él les dijo: "Vengan a ver". 

Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés fue a su hermano Simón, y le dijo: "Hemos encontrado al Mesías" (que quiere decir "el Ungido"). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: "Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás" (que significa Pedro, es decir, "roca"). 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Han exitido personas extraordinariamente valiosas que  han fracasado a veces por no haber sabido rodearse de buenos colaboradores. Jesús quiso desde el primer momento compartir con un grupo de amigos sus ideas, inquietudes y proyectos. Una de sus mayores preocupaciones fue precisamente elegir a sus colaboradores. No sabemos exactamente cómo y cuándo o con qué criterios lo hizo en cada caso. El hecho es que Jesús eligió a los qe Él quiso, y desde luego, asumió las consecuencias de dicha elección.

El evangelio de hoy describe los primeros fichajes en un tono sencillo y cordial. Es la historia de las primeras vocaciones, según el evangelio de Juan. En toda vocación humana y cris tiana tiene lugar siempre una historia propia y un proceso de maduración personal. Casi siempre entran en juego diversas mediaciones, a veces sorprendentes. Hoy es la de Juan Bautista, que les presenta así a Jesús a dos discípulos suyos: “Este es el Cordero de Dios”. 

Debió decir con tal fuerza y convicción esas palabras que aquellos discípulos decidieron inmediatamente seguir a Jesús, sin saber todavía lo que eso implicaba. Esa presentación de Jesús hecha por el Bautista fue el motivo que les llevó a man tener un “encuentro directo y personal con él. Jesús les hizo una pregunta simple y fundamental: “¿Qué buscan?”. Curiosamente son sus primeras palabras en el evangelio de Juan.

En cualquier modelo de vocación cristiana es importante el testimonio de otros. Dios, regularmente se vale de personas para hacer llegar su llamda y por lo tanto, su voluntad de cara a la vocación de los demás. Sólo extraordinariamente y muy  rara vez, Dios actúa de manera directa, como lo pudimos constatar hoy en la Primera Lectura. No obstante, en el caso de los discípulos, siempre es indispensable el conocimiento directo de Jesús y una experiencia personal de encuentro con él. Eso es lo que Jesús quiso expresar con esta invitación entrañable: “Vengan a ver”. Fue definitivo aquel encuentro. Los dos se quedaron con Jesús para siempre.

Por otra parte, todo encuentro personal con Jesús y toda vocación cristiana empujan a comunicar a otros esa dicha. Lo podemos constatar hasta el día de hoy. Cuando una persona se ha encontrado con Jesús, no se calla, lo anuncia, lo da a conocer. Dá testimonio de este encuentro maravilloso. Así lo hizo uno de los dos discípulos, Andrés, con su hermano Pedro. Jesús penetró con su mirada en el interior de Pedro, destinado a ser la piedra sobre la que iba a construir la Iglesia. Y también se quedó con él.

El cristiano auténtico es el que se siente movido a compartir su fe con los demás. ¿Por qué será que a muchos les falta el coraje de comunicar a otros la dicha de su propia experiencia cristiana? ¿No será que les falta precisamente una auténtica convicción personal? O tal vez será que no se han encontrado verdaderamente con el Cordero de Dios. no lo sabemos. Esto solamente lo sabe cada uno, pero no hemos de olvidar que el que da testimonio de Jesús aquí en la tierra, Jesús lo reconocerá delante de su Padre en el Cielo. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

MEDITATIO

 

            Segundo Domingo del Tiempo Ordinario B. Evidentemente nuestra meditación tiene que ir más allá de tiempo y día que hoy celebramos. ¡Tiene que ir hasta la profundidad de nuestro corazón! En primer lugar hemos de reparar en la conciencia de nuestra vocación, de la llamada personal, única y exclusiva que el Señor nos ha hecho. ¡Claro! Las lecturas de hoy nos recuerdan que Dios nos ha dado una vocación, un estilo de vida a cada uno que siempre ha vivirse en la pureza de corazón, en la simplicidad de la escucha atenta y reverente de la Palabra y en la práctia de lo que esto ha significado para cada uno.

            Hablar de llamada, es hablar de vocación, hablar de vocación es hablar de presencia de Dios en la propia vida. Y por lo tanto, ser muy concientes que Dios siempre sale a nuestro encuentro para recordarnos que tiene un proyecto lindo, hermoso, maravilloso, grandioso, para todos y cada uno de nosotros.

            Solamente en la apertura a estre proyecto podremos ser verdaderamente felices, responder y corresponder al llamado que Dios nos hace con recta intención y pureza de corazón va generando en la persona la inmensa posibilidad de ser plenamente feliz. De encontrar el verdadero sentido a la vida y generar siempre esperanza en su entorno.

            Significa descubrir la trascendencia de la propia vida y el valor auténtico de la verdadera libertad, aspectos que hacen posible la vivencia de la gracia y la experiencia de Dios en la propia vida. Y por lo tanto capaces de descubrirnos habitados por el Espíritu de Dios.

            Solamente quien poco a poco se va descubriendo “lleno de gracia” es capaz de darle la dimensión correcta a la dignidad de su propio cuerpo y por lo tanto al uso del mismo. Pero más aún solamente quien se descubre “lleno de Dios” es capaz de atender al llamda que Jesús hace, contajiar a otros de la alegría que genera la voz del señor que llama, e invitar también a otros para seguir, ir y ver. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

OTATIO

 

            Dios de amor y misericordia que has manifestado tu plan de salvación al universo entero a través de la Encarnación de tu Hijo, conduciéndonos por caminos de salvación, y que a través del tiempo y de la historia haz ido suscitendo de diversas maneras, a través de los llamados personales que Tú haces a cada uno de tus hijso para dar testimonio de Ti, danos unos oídos bien abiertos, para escuchar tu voz.

            No permitas que en medio de tantas voces, de tantos ruidos que aturden a la humanidad, nos dejemos cautivar y envolver por las palabras sin-sentido que nos conducen fuera del camino que Tú tienes para cada uno de nosotros.

            Nos perdemos en medio de tantos ruidos inhumanos si abrimos nuestros sentidos a lo mundano, a lo pecaminos, a lo que no está dentro de tu proyecto para hacernos felices. El ser humano fenece, muere, cuando se aleja de Ti. Ojalá y logremos entender, sólo por tu gracia, que solamente estando cerca de Ti podemos tener vida abundante y amorosa, porque solamente experimentando y viviendo en tu amor podemos ser libres para amar, para llevar a cabo en nuestra vida, con alegría, esperanza y paz el proyecto que nos hace libres para la vida eterna.

            Haz Dios nuestro que seamos capaces de corresponder a esta gracia para que nuestro mundo se vea transformado y salvado de la situación actual que estamos viviendo tan terrible. Aunque nos hemos alejado de Ti, y en todo hemos delinquido, no te olvides de nosotros, apela Tú mismo a tu amor, a tu fidelidad y a tu misericordia que son eternas y no te olvides de la obra de tus manos. Amén. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

CONTEMPLATIO

 

Tu palabra señor es eterna, tu palabra nos da vida, pero es necesaria una mente y n corazón bien dispuestos para corresponder a tan magnífico don. Para darnos cuenta que la trascendencia de nuestra vida no está en realizar cosas que pasen a la historia, tampoco se encuentra en eternizarnos en la historia por medio de nuestras palabras o mensaje, sino qe la verdadera trascendencia es decubrir que en medio de este mundo, en medio de esta vida, y en medio de las circunstancias concretas que nos tocan vivir, Tú nos llamas, nos impulsas y nos capacitas para escuchar tu Palabra y permitir que vaya calando poco a poco en nuestro interior, hasta hacer de cada uno de nosotros templos de tu Palabra. Templos para tu Palabra. Esta es la verdadera trascendencia aquí en la tierra que nos lanza hasta la eternidad. Escuchar tu Palabra y permitir que habite en nosotros, nos hace penetrar hasta lo más recóndito del cielo, porque el Cielo eres Tú, y tu Palabra es Eterna. Abrásanos con tu Palabra para que consumidos en el Fuego de tu Amor eterno, podamos experimentar de una vez para siempre el día sin ocaso, el abrazo trinitario y la plenitud de la vida, haciendo camino para este encuentro ya desde este momento, con la plena certeza de que nos encontraremos Contigo, Eterna Palabra. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap).

 

PARA LECTURA ESPIRITUAL

 

Admonición 5. San Francisco de Asís

 

Nadie se enorgullezca, sino gloríese en la cruz del Señor

 

Repara, ¡oh hombre!, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a semejanza suya según el espíritu (cf. Gén 1,26). Y todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su manera, a su Creador mejor que tú. Y ni los mismos demonios no lo crucificaron, sino que fuiste tú con ellos, y aún lo crucificas al deleitarte en vicios y pecados.

¿De qué, pues, puedes gloriarte? Pues, aunque fueses tan agudo y sabio que tuvieses toda la ciencia (cf. lCor 13,2) y supieses interpretar toda clase de lenguas (cf. lCor 12,28) y escudriñar agudamente las cosas celestiales, no puedes gloriarte de nada de eso; pues un solo demonio sabía de las cosas celestiales, y sabe ahora de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiese alguno que recibiera del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría.

Asimismo, aunque fueses el más hermoso y rico de todos y aunque hicieses tales maravillas que pusieses en fuga a los demonios, todo eso te es perjudicial, y nada te pertenece y de nada de eso puedes gloriarte.

En esto nos podemos gloriar: en nuestras enfermedades (cf. 2Cor 12,5) y en cargar diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27).

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