Lectio Divina PRIMER SABADO DEL TIEMPO ORDINARIO B. No he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores.

 El Señor me ha enviado para llevar a los pobres la buena nueva y anunciar la liberación a los cautivos.

Hebreos: 4, 12-16. Marcos: 2, 13-17

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

De la carta a los hebreos: 4, 12-16

 

Hermanos: La palabra de Dios es viva, eficaz y más penetrante que una espada de dos filos. Llega hasta lo más íntimo del alma, hasta la médula de los huesos y descubre los pensamientos e intenciones del corazón. Toda creatura es transparente para ella. Todo queda al desnudo y al descubierto ante los ojos de aquel a quien debemos rendir cuentas. 

Puesto que Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo, mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado. 

Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza, al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Elogio de la palabra de Dios. El comentario a Sal 95 termina con una especie de himno a la palabra de Dios, de la que se ha hecho transmisor Jesús. Nadie debe tener en poca cosa esta palabra de Jesús, porque, como palabra de Dios que es, es una palabra fuerte, actuante, vivificadora, eficaz. Y esta palabra ha sido constituida en juez de los hombres. Ella pondrá de relieve los más intimos secretos, intenciones y actitudes de los corazones humanos tanto en su relación con el mundo como en relación con Dios. Nada se escapa a esta palabra. Todo se le halla sometido, subyugado. La palabra de Dios, por frágil que parezca, es la fuerza decisiva de la historia humana. Puede ser desoída, depreciada, ignorada, pero a la hora de la verdad, ya en este mundo, será ella la que nos pida cuentas de todo lo que haya sido nuestra existencia. Ella, en su aparente debilidad, es la única energía salvadora de la historia.

Heb 4,14 concluye y resume la exposición y la exhortación: teniendo en el cielo a nuestro sumo sacerdote magnífico, digno de todo crédito, a Jesús, el Hijo de Dios, hemos de aferrarnos sin desfallecer a esa fe que, por ser adhesión plena a él, nos lleva con él hasta los mismos cielos, hasta Dios mismo.

Jesucristo, sacerdote misericordioso. El autor se centra ahora en el otro aspecto del sacerdocio: el de la misericordia, uniéndolo a la función del sacrificio.

La explicación se hace en comparación con la figura característica del sacerdocio israelita, la de Aarón. El objeto de la exposición es la capacidad para comprender y ayudar a los hombres, colocados en la situación penosa de tentación, de prueba, de pecado.

Era necesario explicar este aspecto porque la imagen del sacerdocio del Antiguo Testamento no parecía exigir ni la cercanía ni la semejanza con los pecadores, sino más bien suponía distancia, alejamiento, separación, como muestran las prescripciones referentes a la purificación de los sacerdotes (véase Ex 29,29-30; Lv 8-9).

En Heb 4,15-16 se inicia el tema empalmando con el anuncio de Heb 2,17-18. La afirmación primera tiene una connotación afectiva no exenta de ternura: tenemos un sumo sacerdote; existe, es nuestro, está ahí para nosotros, a nuestro alcance. No es un sumo sacerdote que no tenga capacidad para comprender nuestras debilidades, pues él mismo ha pasado por todas ellas a semejanza nuestra, aunque no le llevaron a pecar ni a apartarse de Dios, como nos ocurre a todos los demás. La semejanza no le exigió asumir el pecado. Esta realidad ha de movernos a acercarnos con libertad, sin miedo, a ese trono lleno de gracia, de donde brota el favor y la disposición para ayudarnos.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Marcos: 2, 13-17

 

En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a caminar por la orilla del lago; toda la muchedumbre lo seguía y él les hablaba. Al pasar, vio a Leví (Mateo), el hijo de Alfeo, sentado en el banco de los impuestos, y le dijo: "Sígueme". Él se levantó y lo siguió. Mientras Jesús estaba a la mesa en casa de Leví, muchos publicanos y pecadores se sentaron a la mesa junto con Jesús y sus discípulos, porque eran muchos los que lo seguían. Entonces unos escribas de la secta de los fariseos, viéndolo comer con los pecadores y publicanos, preguntaron a sus discípulos: "¿Por qué su maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores?".

Habiendo oído esto, Jesús les dijo: "No son los sanos los que tienen necesidad del médico, sino los enfermos. Yo no he venido para llamar a los justos, sino a los pecadores". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

La comida con pecadores. El poder de Jesús para perdonar los pecados viene explicitado en la llamada que hace a Leví, pecador por ser publicano (es decir, encargado de recaudar impuestos), y en el hecho de que no tenga reparo en comer con pecadores. El concepto de "pecador" tenía en aquel entonces un significado bien delimitado. Era el calificativo que se aplicaba a los que menospreciaban públicamente la ley de Dios y el que se daba también a todos aquellos que ejercían profesiones despreciables. Se trataba generalmente de profesiones que conducían a la inmoralidad. Entre éstas ocupaba un lugar importante la profesión de "publicano" o recaudador de los derechos de aduana, impuestos que gravaban las mercancías provenientes de otras regiones o países. Tales impuestos iban a parar, no directamente a la caja imperial -como era el caso de otra clase de impuestos-, sino a las arcas del señor del país; en el distrito de Galilea, a las de Herodes Antipas. Ricos contratistas se responsabilizaban de recaudar los impuestos establecidos, subastando los diversos puestos y arrendándolos al mejor postor. Leví sería uno de estos arrendatarios, que, obligados a sacar el precio ofrecido, con una ganancia adicional por su trabajo, corrian la fuerte tentación de abusar y aprovecharse de la gente, especialmente de la más ignorante. De aquí que se les considerara como los "tramposos" por antonomasia. Sospechosos de una falta total de honradez, se les negaba todo derecho civil. Su reputación era tal que incluso su arrepentimiento se juzgaba imposible.

A esta clase de personas llama Jesús a su seguimiento y con ellas se sienta a la mesa.

Era el signo más elocuente de que quería entablar con ellos una comunión de vida, ofreciéndoles la confianza, la fraternidad y el perdón (véase 2 Re 25,27-30; Jr 52,31-34).

La reacción de los maestros de la ley no se hace esperar. Aquella actitud de Jesús contradecía todas las reglas de piedad de la época. El judaísmo de entonces tenía como supremo deber religioso el separarse de los pecadores. En el trato con ellos se ponía en peligro la pureza del justo. El escándalo, la indignación y la protesta apasionada eran inevitables. El interrogante que, con toda cortesía, dirigen a los discípulos no es una inocente súplica en busca de información. En él subyace la acusación de blasfemia y el requerimiento a los discípulos de abandonar y rechazar a aquel corruptor religioso.

Jesús se ve obligado a justificar su comportamiento. Recurre para ello al lenguaje figurado. Mediante un dicho proverbial, bien conocido, especifica su misión y revela su propia identidad. Su venida como médico que busca y sana al enfermo pecador no es otra que la venida de Dios mismo, el único capaz de eliminar la raíz última del mal (véase Os 6,1 -2; Eclo 38,1-15). Quien quiera aprovecharse de su acción medicinal ha de reconocerse enfermo y pecador. Los que se tienen por sanos o justos se autoexcluyen. De este modo, los recaudadores de impuestos y demás pecadores se convierten en figura y modelo de todos los hombres que, con humildad y fe, se abren a la acción salvífica de Dios en Jesús.

 

MEDITATIO

 

Queridos hermanos y hermanas ya le vemos a Jesús en plena actividad misionera. A partir de que se ha puesto en plan de evangelizador, no para, ora y anuncia a tiempo y a destiempo la llegada del Reino de su Padre. Jesús de Nazaret sale a recorrer la ribera del lago de Galilea, ha tenido jornadas intensas de curación, de sanación, de expulsión de demonios. Todas las miradas están puestas sobre Él, sobre su persona, sobre sus palabras, sobre sus acciones. Muchas personas siguen al Maestro, y seguro qe las atiende a todas, pero ahora hay una sorpresa más que, Jesús llamará a uno de sus apóstoles. Jesús ciertamente es desconcertante. Ahora se fija en Levi, Mateo, el hijo de Alfeo, que se dedica nada más y nada menos que a ser sevidor público, ¡es recaudador de impuestos! Esto le hacía una persona despreciable por parte de los escribas y los fariseos, ¡Jesús se fija en él y lo llama! Era un recaudador considerado impuro y pecador por ser colaborador de un gobierno extranjero que se imponía sobre el pueblo judío, llegando incluso a la represión, opresión y explotación.

A este hombre Jesús le ve con ojos de misericordia, con ojos de amor. Porque Jesús ya había visto el corazón de Leví “¡sígume!”, le dice. Y Leví, cerrando el puesto de recaudador de impuesto, sin pensarlo dos vece le sigue sin titubera. Si había tantos a quién llamar ¿por qué Jesús le llama a Mateo, el hijo de Alfeo? Sin lugar a dudas la respuesta es muy sencilla aunque no simple. Jesús conocía el corazón de Leví, sabía que era un corazón capaz de amar y ser amado. Esta elección no se puede quedar así nada más. La actitud y mirada del Maestro, junta con la llamada distintiva que le hace a Leví-Mateo no podía quedar sin trascendencia, y entonces a Mateo se le ocurre hacer una fiesta. Una fiesta como alguien que ha sido salvado, liberado, perdonado. Leví organiza un banquete en honor de Aquel que le ha devulto la vida, la libertad, la dignidad.

Evidentemente hay un sector de la sociedad que no entiende, no está de acuerdo porque son duros de corazón y entonces vienen las críticas ¿ Por qué s maestro come y bebe en compañía de publicanos y pecadores? Ahh, entonces no solamente estaban Mateo, los discípulos de Jesús y Jesús, sino también los amigos, los compañeros de trabajo de Leví y esto genera un escándalo terrible. 

Pero Jesús les da y nos da también a nosotros una lección contundente, que Dios quiera logremos entender: “…No vine a llamar a los justos sino a los pecadores”. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap). 

 

 

ORATIO

 

            Señor nuestro Jesucristo, Tú que no haz venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, dignate mirar con ojos de misericordia a la humanidad entera, que lejos de reconocer la propia limitación y pecado, se empecina por pretender vivir una vida enmancipada de tu proyecto de amor, de misericordia, de perdon, de vida eterna.

            Mira Señor al mundo que se debate entre la vida y la muerte, no sólo a causa de esta terrible Pandemia, sino ante todo y sobre todo, porque ha crecido la incapacidad entre los seres humanos de vernos como verdaderos hermanos, hijos del único Padre que está en el Cielo.

            Tú Señor haz venido a manifestar el rostro amoroso del Padre. Nos viniste a  recordar hasta dónde es capaz Dios de amarnos, hasta dar en Ti la vida por nosotros. Al presentarnos a este Dios rico en misericordia nos recuerdas que Dios no hace excepción de personas, que elije solamente a los buenos, sino que Él ve las intenciones del corazón, la capacidad de amar y ser amado para poder depositar así en esa persona su proyecto de salvación.

            Un proyecto que comienza en primer lugar con la persona elegida, pero que posteriormente es esta persona la continuadora del Reino de Dios. ¡Cuánta confianza has depositado en tus discípulos! Les confiaste y nos confías tu proyecto de amor y de salvación universal. Concédenos Señor poder estár a la altura de tus expectativas y mantenernos fieles y firmes a tu proyecto y en tu proyecto, siendo siempre testigos de tu obra de redención universal.

            Que la tristeza, el dolor, el desaliento que muchas experimentamos no hagan mermar nuestra confianza en Ti y nuestra esperaza imperecedera, antes bien, que movidos y asistidos por la acción de tu Espíritu Santo podamos caminar presurosos por el sendero de la paz y el bien, hasta que lleguemos finalmente a la contemplación del rostro amoroso del Padre, cuya luz no conoce oscuridad no tinieblas. Amén. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap). 

 

CONTEMPLATIO

 

            Entre los antiguos escritores cristianos, se proponían dos diferentes concepciones de la iglesia. De acuerdo con el abogado africano Tertuliano (siglo III d. C.), la iglesia es un campo de entretenimiento poblado por los cristianos perfectos que logran sobrevivir las pruebas de la fe sin la más mínima equivocación. Aún cuando esta concepción toma la fe con gran seriedad, parece bastante dura. San Agustín de Hipona (siglos IV y V d. C.) propuso otra concepción: la iglesia es un hospital que cuida de los seres humanos espiritualmente enfermos, frágiles, y dados a cometer errores. Es precisamente la imagen que nos comunica Jesús en el Evangelio de hoy: llama no a los que se creen perfectos sino a los publicanos y a los pecadores. La iglesia es para los que necesitan a Dios. Así, durante el Pontificado del Papa Francisco, éste no se ha cansando de decir que la Iglesia es madre, y es una iglesia de pecadores, aunque no de corruptos. Esto nos lleva a pensar que cada vez que la Iglesia es capaz de actuar a favor de los pobres, de los más necesitados, para que alcancen una vida más digna, inclusive cuando la Iglesia a través de sus ministros perdona los pecados entonces la Iglesia está actuando con los sentimientos del corazón de Jesús y se convierte así en profética y esperanzadora en momentos donde parece que todo es oscuridad y caos. (Fray Pablo Jaramillo, OFMCap). 

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la palabra:

 

Acerquémonos con plena confianza al trono de la gracia(cf. Hb 4,16)

 

PARA LECTURA ESPIRITUAL

 

Adm 3. San Francisco de Asís 

 

La perfecta obediencia

 

Dice el Señor en el Evangelio: Quien no renuncie a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo (LC 14,33). Y: Quien quiera salvar su alma, la pierda (LC 9,24).

Abandona todo lo que posee y pierde su cuerpo el hombre que se ofrece a sí mismo totalmente a la obediencia en manos de su prelado. Y todo lo que haga o diga, si sabe que no es contrario a su voluntad, mientras sea bueno lo que haga, es verdadera obediencia.

Y cuando el súbdito vea algo mejor y de más provecho para su alma que lo que le manda el prelado, sacrifique lo suyo voluntariamente a Dios y procure, en cambio, poner por obra lo que le manda el prelado. Pues ésta es la obediencia caritativa (cf. 1Pe 1,22), porque cumple con Dios y con el prójimo.

Pero, si el prelado manda al súbdito algo contra su alma, no lo obedezca, mas no lo abandone. Y si por ello tiene que soportar persecución por parte de algunos, ámelos más por Dios. Porque quien prefiere padecer persecución antes que separarse de sus hermanos, se mantiene verdaderamente en la obediencia perfecta, porque entrega su alma (cf. In 15.13) por sus hermanos.

Pues son muchos los religiosos que, so pretexto de ver cosas mejores que las que mandan sus prelados, miran atrás (cf. LC 9,62) y vuelven al vómito de la voluntad propia (cf. Prov 26,11; 2Pe 2,22). Esos son homicidas, y, por sus malos ejemplos, hacen que se pierdan muchas almas.

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