Lectio Divina Primer Miércoles del Tiempo Ordinario B. Tenía que asemejarse en todo a sus hermanos para ser misericordioso con ellos.
Alégrate, siervo bueno y fiel. Entra a compartir el gozo de tu Señor.
Hebreos: 2, 14-18. Marcos: 1,29-39
LECTIO
PRIMERA LECTURA
De la carta a los hebreos: 2, 14-18
Hermanos: Todos los hijos de una familia tienen la misma sangre; por eso, Jesús quiso ser de nuestra misma sangre, para destruir con su muerte al diablo, que mediante la muerte, dominaba a los hombres, y para liberar a aquellos que, por temor a la muerte, vivían como esclavos toda su vida. Pues como bien saben ustedes, Jesús no vino a ayudar a los ángeles, sino a los descendientes de Abraham; por eso tuvo que hacerse semejante a sus hermanos en todo, a fin de llegar a ser sumo sacerdote, misericordioso con ellos y fiel en las relaciones que median entre Dios y los hombres, y expiar así los pecados del pueblo. Como él mismo fue probado por medio del sufrimiento, puede ahora ayudar a los que están sometidos a la prueba.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
Venir en auxilio (Heb 2,16) indica una prestación de ayuda no desde la lejanía, la distancia, sino desde la presencia y cercanía. Propiamente: tomar por la mano para sacar a flote a alguien que peligra. Esto es lo que ha hecho Jesús con nosotros.
La argumentación se fija en primer lugar en la afirmación por disposición divina o por gracia de Dios (Heb 2,9). El proceder de Dios, y el del Hijo, tienen una lógica. No es un capricho. No es un absurdo. Tiene unos motivos comprensibles para nosotros.
El fin que Dios se propone, tal como él nos lo ha manifestado, es llevar a su morada, la gloria, que es la condición de hijos suyos, a los descendientes (hijos) de Abrahán (Heb 2,16), que representan a los hombres todos, a toda la humanidad. Para lograr este fin era un medio adecuado y conveniente, el que Jesús sufriera la muerte. Porque el pionero o jefe de fila de la salvación no podía llegar a la meta (la gloria) sin pasar él mismo por una adaptación de su ser a esa misma gloria, si no se realizaba en él una transformación profunda, radical, íntima, de su propio ser, y precisamente por medio del sufrimiento. La salvación, la plena integridad del ser, la situación definitiva en que ya no hay peligros que acechen, no se consigue ignorando ni evadiéndose de la condición del hombre en su existencia, que es una condición sufriente.
Sólo si se transforma el sufrimiento en camino y medio de salvación se obtiene la liberación y la salvación integral. El sufrimiento le permite al salvador llevar a término su misión de salvador, porque ha de librar al hombre de esa condición de sufrimiento en que se mueve. Era conveniente, pues, que Dios le transformara por el sufrimiento.
Esta conveniencia se hace necesidad en Jesús. Pues es claro que el santificador, el
que ha de pasar a los hombres a la esfera de Dios, el que ha de procurarles el acceso a Dios, y los destinados a ese acceso, los santificados, los hombres, han de ser de la misma masa. Si no hay comunión de naturaleza, no hay salvación. Sólo un hombre auténtico puede salvar a los hombres. Por eso Cristo tuvo que hacerse, y de hecho se hizo, solidario con los hombres asumiendo nuestra misma condición, y mantiene esta solidaridad aun después de su glorificación.
Así pues, esta fraternidad con los hombres exigió a Jesús pasar por la muerte. La muerte, en efecto, es la manifestación extrema de la condición débil, frágil, inconsistente y corruptible (carne-sangre) del hombre. Esta condición hace absolutamente imposible el acceso a Dios, porque la muerte es, en su dimensión teológica, consecuencia y signo del pecado, manifestación y culminación, por lo mismo, de la ruptura del hombre con Dios. Es
el obstáculo fundamental para llegar a la gloria. En este sentido, la muerte se halla bajo el poder del diablo, el enemigo del hombre, el tentador, el instigador de la ruptura con Dios (véase Mt 4,1-11 y par.; Jn 8,44; 1 Pe 5,8; 1 Jn 3,8-10; Ap 12,9; 20,2; Sab 2,24).
Ahora bien, esta forma de ver la muerte mantiene al hombre durante toda la vida sometido a esclavitud, por el temor de que la muerte le lleve a separarse definitivamente de Dios. Dada esta condición de los hombres, Jesús tenía que llevar su solidaridad con nosotros hasta el extremo de compartir la muerte. Se hizo partícipe plenamente de nuestra condición no en apariencia, sino realmente; no parcialmente, sino en plenitud.
Por lo mismo tuvo que asumir la misma muerte, expresión máxima de esa condición.
Se enfrentó con el enemigo del hombre allí donde era más claro su poderío. Y en la muerte y por la muerte consigue la liberación de los hombres. Porque la muerte no es para Jesús ocasión de ruptura. El muere por obediencia y adhesión al proyecto de Dios, y porsolidaridad y afecto con los hombres, compadecido de su situación (Heb 2, 17-18). La muerte sella su entrega y su amor a Dios y a los hombres. Así el mayor obstáculo se ha convertido en camino. Así Jesús echa una mano a la descendencia de Abrahán y la saca del abismo en que se encuentra.
Asumir la naturaleza humana verdadera e integramente le era indispensable a Jesús
para llegar a ser sumo sacerdote misericordioso y digno de crédito, el hombre que asegura en plenitud las relaciones de los hombres con Dios, realizando la expiación de los pecados, término que designa no una acción sobre Dios para cambiar sus disposiciones, ni una acción sobre el pecador, que le castigara o le hiciera “pagar” sus pecados, sino una acción sobre el hombre que transforma su condición y disposición pecadora, su inclinación y connivencia con el pecado. El haber pasado por esa condición y por el sufrimiento que conlleva, siempre es una tentación y prueba para el hombre que le hace capaz de prestar la ayuda necesaria a los hombres sometidos durante toda su vida a la prueba y tentación.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Marcos: 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama, con fiebre, y enseguida le avisaron a Jesús. Él se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles.
Al atardecer, cuando el sol se ponía, le llevaron a todos los enfermos y poseídos del demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran, porque sabían quién era él.
De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, Jesús se levantó, salió y se fue a un lugar solitario, donde se puso a orar. Simón y sus compañeros lo fueron a buscar, y al encontrarlo, le dijeron: "Todos te andan buscando". Él les dijo: "Vamos a los pueblos cercanos para predicar también allá el Evangelio, pues para eso he venido". Y recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando a los demonios.
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
El misterio latente en la persona de Jesús pretende desvelarse en torno a la casa de Pedro (¿símbolo de la Iglesia?) mediante numerosas curaciones. La primera de ellas, que prepara todas las demás, parece dictada por un testigo ocular. La descripción es de una simplicidad extrema. Se excluye toda espectacularidad. El milagro no es teatro. El gesto de Jesús es natural. Pero, como todo gesto, lleva en sí una carga simbólica perenne. Las dos palabras centrales de la narración (la levantó... y se puso a servirles) revelan que el poder de Jesús levanta al hombre, a todo hombre, de su estado de postración para encaminarle sobre el sendero del servicio, que es el sendero de todo discípulo (véase Mc 9,33-37; 10,35-45).
Las demás curaciones invitan a ver en Jesús a aquel que tiene poder para salvar al
hombre de sus miserias más profundas, cargando con todas nuestras enfermedades (véase Is 53,4; Mt 8,17). Todas son acciones elocuentes. Pero es todavía demasiado pronto para emitir un juicio acertado sobre la persona misteriosa de Jesús. El entusiasmo puede traicionar. Como los demonios, el hombre debe callar y esperar.
Soledad y oración forman parte también del ministerio de Jesús. También la oración está en la agenda de su actividad y de sus compromisos. Más aún; aquí es donde culmina su actividad en favor de la muchedumbre y de aquí arrancará de nuevo una actividad similar. La oración es para Jesús -y así debe ser para el cristiano-culmen y fuente de acción. Es a la vez motivo de búsqueda: Todos te buscan. El que ora, el contemplativo, será siempre el hombre buscado. La gente sabe que ésta es una persona que puede ocuparse de sus cosas, precisamente porque se ocupa de las cosas de Dios.
La oración relanza a Jesús a su misión, que ahora se extiende por toda Galilea. Las fronteras de Cafarnaún quedan suprimidas. Pero la acción de Jesús pretende abolir otra
clase de fronteras: aquellas que dividen a los hombres.
MEDITATIO
Jesús se acercó con especial amor e interés a cada uno de los enfermos que de alguna manera se entrecruzaban en su camino, se acercó a su mundo, y de los que padecían algún mal: Curó a muchos enfermos de diversos males. No quiso pasar de largo ante esa dura realidad. Ciertamente la enfermedad, lo mismo que la muerte, es una consecuencia del pecado, pero más cierto es que ni la enfermedad, ni la muerte, ni el pecado tienen la última palabra. Jesús, no vino, sin más, a suprimir el dolor físico o a enseñar una bella teoría sobre el mismo. Vino a sufrir con los que sufrían y a aliviarles cargando sobre sí sus dolencias: Tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades (Mt 8,17).
Hoy le vemos curando a la suegra de Pedro. El relato evangélico señala unos detalles que muestran el talante humanitario de Jesús. Se acercó a la enferma, la cogió de la mano y, una vez curada, le ayudó a levantarse. Entonces aquella mujer se puso a servirles. Pero un día Jesús definirá su misión con estas pala bras: No he venido a ser servido, sino a servir (Mc 10,45).
Un detalle de no poca importancia, más bien de una magnitud mayor, es el afán, el gesto la impronta de querer entrar Jesús en relación con el enfermo ¿cómo? No solamente mirándole contemplandole, más aún, no solamente orando por la persona enferma, sino tocándola, teniendo un contacto físico, cuerpo a cuerpo. Porque salía de Él una fuerza que lo curaba todo (cf Lc 6,19)
El contacto físico para Jesús era importante, signo de podere, de curación, de liberación, de vida. ¡Qué difícil, para nosotros, casi imposible el poder realizar hoy, aquí y ahora en la situación tan terrible y difícil que estamos con esta pandemia este gesto curativo, sanador que Jesús realizaba en cada persona que se acercaba! Y sin embargo, la fe, la fe también sana, la oración confiada, el abandono y la certeza de la esperanza de la esucha de Dios también renuevan todas las cosas y a todas las personas, tal vez no como quisearíamos, pero sin lugar a dudas que es posible.
Por otro lado, Jesús revela cuál es su máxima preocupación. La curación de la mujer hizo que mucha gente se agolpara a la puerta de casa llevándole muchos otros enfermos. El éxito fue enorme. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que su misión podría ser malentendida. Por eso, desde el primer momento quiso dejar las cosas claras. No había venido solo a curar dolencias físicas, sino a algo más.
Con frecuencia Jesús distanciarse de la gente con el fin de predicar a todos la Buena Noticia del Evangelio. Y dice expresamente que para eso había venido. Previamente le vemos retirándose a un lugar solitario a orar. La oración le ayudaba, sin duda, a discernir la verdadera trayectoria de su misión y a mantenerse fiel a la misma.
Podríamos decir que son tres palabras las que manifiestan hoy plenamente todo el perfil misionero de Jesús: curar, orar y proclamar el Evangelio. Ese tendría que ser el programa que debe orientar, inspirar y estimular toda la activi dad de la Iglesia y de cualquier cristiano. (Fray Pablo Jaramilllo, OFMCap).
ORATIO
Padre y Señor omnipotente, Dios del Cielo y de la Tierra, Tú que has creado todo cuanto existe, dando una perfecta armonía a la obra de tus manos, quisiste coronar tu creación universal, haciendo al ser humano a tu imagen y semejanza, y dándole el mando sobr las obra de tus manos.
Más por desobediencia, por soberbia y arrogancia el ser humano optó libremente por alejarse de Ti. Sí Padre, porque Tú lo creaste libre. Esa libertad lo condujo al alejamiento, a la separación de tu proyecto, de tu designio de Amor. El ser humano optó por alejarse de Ti, pero Tú no podías quedarte con los brazos cruzados, no podías permitir que una parte de Ti, la más importante se corrompiera.
Y en un acto de Amor más grande que el de la cración enviáste a Tu Hijo al mundo para salvar a la humanidad, y Cristo Jesús manifestando siempre obediencia plena a tu proyecto de salvación, optó por hacer siempre y en todo tu voluntad, descubrió que era necesario que todos los seres humanos de todos los tiempos se salvaran y llegar a conocer la verdad.
Este proyecto de amor Jesucristo lo cumplió cabalmente, curando, sanando, liberando, dando vida nueva, reconciliando a la humanidad entera Contigo Padre.
Y nuevamente en un acto de amor más sublime que el primero, el de la creación, y que el de la Encarnación, Cristo Jesús entregó su vida por la salvación de la humanidad, con su resurrección nos alcanzo la bienaventuranza eterna.
Gracias Padre porque todo es un don de tu amor, de tu fidelidad, de tu misericordia. Mueve nuestro corazón a Ti, y permítenos que sin perder nuestra libertad, pero sin convertirla en despilfarro, en libertinaje, en irresponsabilidad, podamos caminar a tu encuentro, siempre agradecidos por el Amor con que nos has amado. (Fray Pablo Jaramilllo, OFMCap)
CONTEMPLATIO
Señor, Dios mío, de día te pido auxilio y Tú me escuchas. Hazme comprender y aceptar el amor incondicional que me tienes. Un amor que no genero yo, sino que existe desde antes de la creación del mundo. Un amor que no depende de si yo con mi miseria correspondo a él o no, sino que permanece siempre fiel. Un amor que no disminuye, sino que crece y se transforma en misercordia ante mi falta de correspondencia. Un amor que no mera con mi pecado, por mi pecado, pese a mi pecado y por mi pecado. Un amor que no mira, ni siquiera, la disponibilidad que hay en mi corazón, en mi ser para aceptado.
Señor, Dios mío ¿Cuándo entenderé que tu Amor es gratutio? Que delante de ti no puedo hacer ni tener ningún mérito por bueno y caritativo que sea. Me amas, sólo por amarme y esto no logro entenderlo. ¿Cómo entender la mangitud de tu amor? En la grandeza de tu amo y como signo de fidelidad y de permanencia perenne entre nosotros nos enviaste a tu Hijo. Él es la prueba máxima y contundente de tu Amor. Cristo Jesús es la forma concreta de cómo nos has amado hasta el extremo.
Señor, Dios mío, hoy te pido humildemente me hagas capaz y digno de comprender este abismo de Amor por mí. Hazme digno de comprender la inefable caridad que tú me tienes y que pones en mi corazón para comunicarla y compartirla con mis hermanos, solamente así podré decir que te conozco, porque te amo sobre todas las cosas y porque soy capaz de amar a mis hermanos de manera gratuita y heróica como Tu nos has amado. (Fray Pablo Jaramilllo, OFMCap).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la palabra:
“El Señor nunca olvida sus promesas”. (cf. Salmo 104)
PARA LECTURA ESPIRITUAL
Repara, ¡oh hombre!, en cuán grande excelencia te ha puesto el Señor Dios, pues te creó y formó a imagen de su querido Hijo según el cuerpo y a semejanza suya según el espíritu (cf. Gén 1,26). Y todas las criaturas que están bajo el cielo sirven, conocen y obedecen, a su manera, a su Creador mejor que tú. Y ni los mismos demonios no lo crucificaron, sino que fuiste tú con ellos, y aún lo crucificas al deleitarte en vicios y pecados.
¿De qué, pues, puedes gloriarte? Pues, aunque fueses tan agudo y sabio que tuvieses toda la ciencia (cf. lCor 13,2) y supieses interpretar toda clase de lenguas (cf. lCor 12,28) y escudriñar agudamente las cosas celestiales, no puedes gloriarte de nada de eso; pues un solo demonio sabía de las cosas celestiales, y sabe ahora de las terrenas más que todos los hombres, aunque hubiese alguno que recibiera del Señor un conocimiento especial de la suma sabiduría.
Asimismo, aunque fueses el más hermoso y rico de todos y aunque hicieses tales maravillas que pusieses en fuga a los demonios, todo eso te es perjudicial, y nada te pertenece y de nada de eso puedes gloriarte.
En esto nos podemos gloriar: en nuestras enfermedades (cf. 2Cor 12,5) y en cargar diariamente la santa cruz de nuestro Señor Jesucristo (cf. Lc 14,27).
Reparemos todos los hermanos en el buen Pastor, que por salvar a sus ovejas soportó la pasión de la cruz.
Las ovejas del Señor lo siguieron en la tribulación y la persecución, en el sonrojo y el hambre, en la enfermedad y la tentación, y en todo lo demás; y por ello recibieron del Señor la vida sempiterna.
Por eso es grandemente vergonzoso para nosotros, siervos de Dios, que los santos hicieron las obras y nosotros, con narrarlas y predicarlas, queremos recibir honor y gloria. (Admoniciones 5 y 6 de San Francisco de Asís).
Comentarios
Publicar un comentario