LECTIO DIVINA MIÉRCOLES 5ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA MIÉRCOLES 5ª SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

I Reyes: 10, 1-10. Marcos: 7,14-23

Cultiva la santidad del corazón para alabar a Dios y agradar a los hermanos



 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

La reina de Sabá comprobó la sabiduría de Salomón.

Del primer libro de los Reyes: 10, 1-10

 

En aquellos días, la reina de Sabá oyó hablar de la fama de Salomón y quiso cerciorarse personalmente de su sabiduría, haciéndole algunas preguntas sutiles. 

Llegó, pues, a Jerusalén con una gran caravana de camellos cargados de perfumes, oro en gran cantidad y piedras preciosas. Entró en el palacio de Salomón y le hizo al rey las preguntas que había preparado. Salomón respondió a todas, de modo que no dejó de contestar ni la más difícil. Cuando la reina de Sabá comprobó la sabiduría de Salomón y vio el palacio que había construido, los manjares de su mesa, las habitaciones de sus servidores, el porte y los vestidos de sus ministros, sus coperos y los sacrificios que ofrecía en el templo del Señor, se quedó maravillada y dijo al rey: "De veras es cierto lo que en mi país me habían contado de ti y de tu sabiduría. Yo no quería creerlo, pero ahora que estoy aquí y lo veo con mis propios ojos, comprendo que no me habían dicho ni la mitad, pues tu sabiduría y tu prosperidad superan todo cuanto oí decir. 

Dichoso tu pueblo y dichosos estos servidores tuyos, que siempre están en tu presencia y escuchan tu sabiduría. Bendito sea el Señor, tu Dios, que se ha complacido en ti y que por el amor eterno que le tiene a Israel, te ha elegido para colocarte en el trono de Israel y te ha hecho rey para que gobiernes con justicia". 

La reina le regaló a Salomón cuatro toneladas de oro y gran cantidad de perfumes y de piedras preciosas; nunca hubo en Jerusalén tal cantidad de perfumes como la que la reina de Sabá le obsequió a Salomón.

 

Palabra de Dios. 

R./Te alabamos, Señor.

 

Este fragmento nos presenta el marco conclusivode la primera parte del primer libro de los Reyes, en donde se narra la historia del rey Salomón. Se trata de la descripción del esplendor, de la riqueza y de la estabilidad que alcanzó el reino con Salomón, tal como se nos había anticipado algunos capítulos antes: «Salomón sucedió a su padre, David, en el trono, y su reino se consolidó firmemente» (1 Re 2,12). 

En estos versículos se pone de relieve la floreciente actividad comercial entre Israel y los pueblos del Oriente Próximo, y a este respecto resulta significativo que sea precisamente una «desconocida» reina de Saba, probablemente la regente de alguna de las lejanas tribus sabeas que se habían establecido en el norte de Arabia, la que emprendiera un viaje tan largo, hasta Jerusalén, para conocer a Salomón. La sabiduría de la que habla el texto, según la mentalidad de todo el Oriente antiguo, es la del buen gobierno, de acuerdo al cual la primera cualidad que debe tener un rey es la de ser justo. Salomón la ha pedido y Dios se la ha concedido (cf. 3,5-15; 5,9-14), de suerte que la reina de Saba puede exclamar: «¡Feliz tu gente, felices tus servidores, que están siempre a tu lado y escuchan tu sabiduría!» (v. 8). 

La imagen del gran movimiento de las tribus sabeas hacia Jerusalén vuelve en los libros de los profetas (cf. Is 60,6): Sabá representa a los pueblos que se convierten y vienen al verdadero Dios, tal como canta también el salmista: «Que los reyes de Tarsis y de los pueblos lejanos le traigan presentes; que los monarcas de Arabia y de Sabá le hagan regalos» (Sal 72,10). Por último, en el Nuevo Testamento, Mateo utiliza esta referencia como llamada a la fe en Jesucristo. Se trata de una llamada dirigida a todos: a las jóvenes comunidades cristianas, aunque de manera especial a los judíos. Estos últimos, al revés que los paganos, rechazan la salvación traída por Jesús y no reconocen que «aquí hay uno que es más importante que Salomón» (Mt 12,42).

 

EVANGELIO

Lo que mancha al hombre es lo que sale de dentro.

Del santo Evangelio según san Marcos: 7,14-23

 

En aquel tiempo, Jesús llamó de nuevo a la gente y les dijo: "Escúchenme todos y entiéndanme. Nada que entre de fuera puede manchar al hombre; lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro". 

Cuando entró en una casa para alejarse de la muchedumbre, los discípulos le preguntaron qué quería decir aquella parábola. Él les dijo: "¿Ustedes también son incapaces de comprender? ¿No entienden que nada de lo que entra en el hombre desde afuera puede contaminarlo, porque no entra en su corazón, sino en el vientre y después, sale del cuerpo?". Con estas palabras declaraba limpios todos los alimentos. 

Luego agregó: "Lo que sí mancha al hombre es lo que sale de dentro; porque del corazón del hombre salen las intenciones malas, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, las codicias, las injusticias, los fraudes, el desenfreno, las envidias, la difamación, el orgullo y la frivolidad. Todas estas maldades salen de dentro y manchan al hombre".

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Estamos en plena discusión con los fariseos sobre «la tradición de los antiguos». La palabra y la atención se dirigen ahora de nuevo a la gente común, al pueblo: volvemos a encontrar, en efecto, a Jesús adoctrinando a la gente y, en un segundo momento, se dirige aparte a los discípulos. Toda la argumentación gira en torno a cuestiones legales muy delicadas para la mentalidad del piadoso judío observante. El tema está relacionado con la cuestión de lo puro y de lo impuro, con una referencia particular a los alimentos. Se trata de una cuestión central para la tradición judía, hasta el punto que constituye uno de los problemas más candentes por los que habían pasado las primeras comunidades de los creyentes. Podemos subdividir el texto en tres escenas: la enseñanza de Jesús a la gente (vv. 14-16); el dicho de Jesús (v. 15); la enseñanza a los discípulos (v. 17-23): la verdadera impureza, el corazón, el catálogo de vicios. 

El tema central de toda la perícopa es el comportamiento de los hombres respecto a las exigencias del Reino de Dios. Los fariseos reclaman la pureza a propósito de las abluciones, y Jesús responde tomando en consideración el problema más general de la impureza atribuida por la Ley a ciertos alimentos. Traslada el problema y lo sitúa en su centro: el corazón del hombre. Los últimos versículos, por último, constituyen un catálogo de vicios que podemos encontrar, ampliamente documentados, en toda la literatura paulina. Y es precisamente el eco de san Pablo lo que resuena entre líneas: «No se acomoden a los criterios de este mundo; al contrario, transfórmense, renueven su interior» (Rom 12,2). «Renuncien a su conducta anterior y al hombre viejo, corrompido por apetencias engañosas. De este modo, se renovarán espiritualmente y se revestirán del hombre nuevo creado a imagen de Dios, para llevar una vida verdaderamente recta y santa» (Ef 4,22-24).

 

MEDITATIO

 

«Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo. Lo que sale de dentro es lo que contamina al hombre.» Estamos frente a un nuevo principio de la moral cristiana: todo lo que hago es puro en la medida en que está en relación con la persona del Señor Jesús. San Pablo habría dicho: «Lo que hagan, háganlo con el mayor empeño, buscando agradar al Señor y no a los hombres» (Col 3,23ss). Se trata de una invitación explícita: «Escúchenme todos y entiendan esto». 

El hombre, de una manera casi subversiva, queda puesto frente a sí mismo, frente a las actitudes y deseos de su corazón; en una palabra, frente a las intenciones profundas que motivan sus opciones y sus decisiones. Queda colocado de nuevo en la posición justa: bajo la mirada de Dios. Frente a su Señor no puede esconderse, aunque puede no conocerse a fondo.

Por eso hay aquí, ante todo, una invitación a «comprender», una invitación que tiene que ver, principalmente, con el conocimiento de nosotros mismos. Una invitación a recibir como don de Dios una comprensión más profunda de la realidad. Es la invitación a derribar la pretensión farisaica presente en nosotros y que nos lleva a intentar poseer y administrar el misterio de Dios; la invitación a dejarnos más bien investir y transformar por la desconcertante novedad que es Dios cuanto entra en nuestra vida. 

La Palabra de Dios que nos alcanza nos sitúa en un principio nuevo de obediencia: «Escúcheme todos», poniendo así el principio de la escucha como criterio de juicio y de discernimiento. Escucha de la historia contemporánea y de la Iglesia; escucha de los más débiles e indefensos en la sociedad y en la comunidad; escucha de las verdaderas necesidades del hombre; escucha del grito de los que sufren y de los oprimidos; escucha de la Palabra de Dios que es Cristo, presencia resucitada y viva en medio de nosotros; escucha como raíz del seguimiento de Cristo-Verdad, que supera los esquemas que cada uno de nosotros es muy capaz de construir y justificar y que nos llama a ser sus verdaderos discípulos en la escuela de la Verdad por el camino de la interioridad.

 

ORATIO

 

¡Oh Verdad, lumbre de mi corazón, no me hablen mis tinieblas! Me incliné a éstas y me quedé a oscuras, pero desde ellas, sí, desde ellas te amé con pasión. Erré y me acordé de ti. Oí tu voz, detrás de mí, que volviese; pero apenas la oí por el tumulto de los sin-paz. Mas he aquí que ahora, abrasado y anhelante, vuelvo a tu fuente. Nadie me lo prohíba: que beba de ella y viva de ella. No sea yo mi vida; mal viví de mí; muerte fui para mí. En ti comienzo a vivir; háblame tú, sermonéame tú. He dado fe a tus libros, pero sus palabras son arcanos profundos (Agustín de Hipona, Las confesiones, XII, 10, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 61968, pp. 515-516).

 

CONTEMPLATIO

 

No salgas fuera de ti, vuelve a ti mismo: la verdad habita en el hombre interior. Y si encontraras que tu naturaleza es mutable, pasa también por encima de ti mismo. [...] Obremos de manera que nuestra religión no consista en vacías representaciones. Cualquier cosa, en efecto, con tal de que sea verdadera, es mejor que todo lo que pueda ser imaginado por el albedrío. Obremos de suerte que nuestra religión no consista en el culto a las obras humanas, que no consista en el culto a animales, que no consista en el culto a los muertos, ni a los demonios, ni a los cuerpos etéreos y celestes, ni siquiera a la misma perfecta y sabia alma racional. 

La religión, por consiguiente, nos une al Dios único y omnipotente. Él es el principio al que volvemos, la forma que seguimos y la gracia por la que somos reconciliados (cf. Agustín de Hipona, La verdadera religión).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Escúchenme» (cf. Mc 7,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Desde que el Señor inserto en el mundo como fermento «incomodador» el principio del amor fraterno, se ha introducido en las estructuras sociales una levadura de permanente  

Ahora, en ocasiones -incluso a menudo-, sucede esto: hasta los cristianos nos adherimos a ciertos valores relativos como si fueran absolutos y no nos damos cuenta de que esos valores, que eran considerados como absolutos antes de Cristo, no pueden ser considerados ya como tales después de la venida de Cristo. Bajo la acción fermentadora -aunque invisible- del amor, han sido purificados de una manera gradual; se ha resquebrajado la corteza que esconde su núcleo sustancial; de un modo lento, aunque indefectible, han sido colocados en su verdadero sitio en la jerarquía de los valores. Aparece aquel incómodo precepto del amor fraterno: esclavos y libres son iguales; el orden está subordinado al amor; la patria está ordenada a la amplia familia humana y sus intereses han de ser subordinados a los de la familia colectiva de las naciones; la potestad familiar ha de ser transformada en su raíz; la personalidad de cada uno -hombre y mujer, adulto o pequeño, esclavo o libre- ha de ser respetada como sagrada, como reflejo de la misma personalidad divina. Todo se desbarajusta, todo se revoluciona, todo se tambalea: los perezosos y los temerosos hacen sonar la alarma, pero el amor procede de manera inexorable en su obra «corrosiva»: donde es posible se corrige, donde no lo es se abate. ¡Qué extraño es este Cristo! ¿Cuáles son los límites de la autoridad? ¿Cuáles los del amor familiar у los del amor patrio? ¿Cuáles los del orden? ¿Cuál es la única dirección en la que es lícito decir que alguien puede inmolarse por un ideal? ¿Cuándo puede decirse de verdad que una acción es heroica y virtuosa? ¿Entre qué límites tiene fundamento la propiedad? La respuesta de Cristo es inflexiblemente sencilla: todo define y califica el amor al otro: al otro en cuanto tal, prescindiendo de cualquier esquema en el que este pueda encontrarse encasillado. Libre o esclavo, bárbaro o escita, rico o pobre, etc. (G. La Pira, «Sull'ottimismo cristiano», en L'Osservatore Romano, 1941).

 

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