Aviva en Ti el don de la Fe
29
de noviembre
Avivemos sobre todo nuestra fe y tengamos presente la
estrepitosa victoria de la que nos hablan las sagradas cartas, que consiguió el
pueblo de Israel sobre los madianitas. En el corazón de la noche, allí se lee,
mientras el inmenso tropel enemigo, abandonando las trincheras, acampaba en la
llanura y, sin que lo sospechara, fue silenciosamente rodeado sólo por
trescientos guerreros de Gedeón, todos con la trompeta en una mano y en la otra
un cántaro que contenía dentro una antorcha encendida. A la señal del capitán,
se rompen con estrépito los cántaros, se hace sonar las trompetas y, después de
cada toque, se oye el grito de guerra: «Al
Señor y a Gedeón».
Ante los tremendos gritos, el estruendo de las trompetas,
el inmenso resplandor de las antorchas, un inmenso terror invadió al campo
enemigo, y todos comenzaron a correr precipitadamente, aún medio dormidos,
mientras las trompetas seguían su lúgubre sonido, y los enemigos, en la
indescriptible confusión de la fuga precipitada, muchos se mataban entre sí,
dejando en el campo cadáveres a montones.
Esta victoria la consiguió el pueblo israelita, como
hemos visto, no ya con las armas, sino con una particular estrategia de guerra.
Pues bien, también nosotros, mientras vivimos, tenemos
que sostener una lucha bastante dura. Venzamos esta guerra con esa singular
estrategia usada por Gedeón. Hagamos que en esta lucha vaya por delante la luz
de las buenas obras, la virtud de la ciencia de Dios, el deseo ardiente de la
palabra de Dios. Después, combatamos también nosotros al son de los himnos, de
los salmos y de los cánticos espirituales, cantando y alzando con fuerza la voz
al Señor, y así nos haremos dignos de conseguir la victoria en nuestro Señor
Jesús, para quién es la gloria y el poder por todos los siglos.
(14 de octubre de 1915, a Raffaelina Cerase –
Ep. II, p. 514)
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