Jesús quiere hacernos santos a toda costa
12
de noviembre
Para llegar a
alcanzar nuestro fin último es necesario seguir al jefe divino, que no suele
conducir al alma elegida por camino distinto al que él recorrió; por el de, lo
digo, la abnegación y la cruz: «Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame». ¿Y
no debes llamarte afortunada al verte así tratada por Jesús? Necio quien no
sabe penetrar en el secreto de la cruz.
Para llegar al
puerto de la salvación, nos dice el Espíritu Santo, las almas de los elegidos
deben pasar y purificarse en el fuego de las dolorosas humillaciones, como el
oro y la plata en el crisol, y de esa forma se ahorran las expiaciones de la
otra vida: «En el sufrimiento mantente
firme, y en los reveses de tu humillación sé paciente. Porque en el fuego se
purifica el oro y la plata; y los hombres aceptos a Dios, en el camino de la
humillación».
Jesús quiere
hacernos santos a toda costa, pero más que nada quiere santificarte a ti. Él te
lo está manifestando continuamente; parece que no tiene entre manos otra
preocupación que la de santificar tu alma. ¡Oh!, ¡qué bueno es Jesús! Las
cruces continuas a las que te somete, dándote la fuerza, no sólo necesaria sino
sobreabundantemente, para soportarlas con mérito, son signos muy ciertos y
particularísimos de su entrañable amor por ti. La fuerza que él te da, créeme,
no queda infecunda en ti; te lo aseguro de parte de Dios y tú debes escucharme
humildemente, apartando de ti cualquier sentimiento contrario.
(15 de agosto de 1914, a Raffaelina Cerase –
Ep. II, p. 153)
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