Estate en paz alma mía
21 de enero
Mi
alma se va derritiendo de dolor y de amor, de amargura y de dulzura al mismo
tiempo. ¿Qué haré para sostener tan inmensa actuación del Altísimo? Lo poseo en
mí, y es motivo de tal alegría que me lleva, sin que lo pueda evitar, a decir
con la Virgen Santísima: «Se alegra mi espíritu en Dios
mi Salvador».
Lo
poseo en mí, y siento la necesidad imperiosa de decir con la esposa del Cantar
de los Cantares: «Encontré al que ama mi alma... lo abracé y no lo
soltaré». Pero es entonces cuando me siento incapaz de sostener
el peso de este amor infinito, de mantenerlo entero en la pequeñez de mi
existencia; y me invade el terror, porque quizás tenga que dejarlo por la
incapacidad de poder contenerlo en el estrecho espacio de mi corazón.
Este
pensamiento, que, por otro lado, no es infundado (mido mis fuerzas, que son
limitadísimas, incapaces e impotentes para tener siempre fuertemente abrazado
este divino amor), me tortura, me aflige, y siento que el corazón salta de mi
pecho.
(12 de enero de 1919, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p.
1111)
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