Somos la obra de sus manos
23
de enero
¿Para qué, pues, vivimos nosotros? Después de habernos
consagrado a él en el bautismo, somos todos de Jesucristo. Por tanto, el
cristiano debería tener como suyo el dicho de este santo Apóstol: «Para mí la vida es Cristo», yo vivo para
Jesucristo, vivo para su gloria, vivo para servirlo, vivo para amarlo. Y cuando
Dios nos quiera quitar la vida, el sentimiento, el afecto, que tendríamos que
tener debería ser precisamente el de quien, después de la fatiga, va a recibir
la recompensa, el de quien, después del combate, va a recibir la corona.
¡Gustemos sí, gustemos, oh, mi querida Raffaelina,
saboreemos esta excelsa disposición del alma de tan gran apóstol! Sí, es verdad
que todas las almas que aman a Dios están dispuestas a todo por amor al mismo
Dios, teniendo el convencimiento pleno de que todo redundará en su propio
beneficio. Estemos preparados siempre para reconocer en todos los
acontecimientos de la vida el orden sapientísimo de la divina providencia,
adoremos y dispongamos nuestra voluntad para conformarla siempre y en todo a la
de Dios, ya que de este modo glorificaremos al Padre celestial y todo nos será
beneficioso para la vida eternal.
(23 de febrero de 1915, a Raffaelina Cerase –
Ep. II, p. 340)
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