"Hijos míos, sed también vosotros médicos"



20 de agosto

Lectura de la carta a los Hebreos 12,4-7. 11-15

Hermanos:
Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea contra el pecado.
Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: «Hijo mío, no rechaces el castigo del Señor, no te enfades por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos».
Aceptad la corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?
Ningún castigo nos gusta cuando lo recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por él, nos da como fruto una vida honrada y en paz.
Por eso, fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, y caminad por una senda llana: así el pie cojo, en vez de retorcerse, se curará.
Buscad la paz con todos y la santificación, sin la cual nadie verá al Señor.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, contaminando a muchos.

Padre Pío nos dice:
Os exhorto, mis queridísimos hijos, a cuidar con todo empeño vuestros corazones. Procurad mantener la paz, controlando vuestro temperamento. Yo no digo, escuchad bien, mantener la paz, sino que os digo que procuréis mantenerla: que éste sea vuestro deseo importante; y guardaos bien de que sea motivo de inquietud el no poder controlar la variedad de los sentimientos y de vuestro temperamento.

Aprended bien qué significa el claustro, para que no os llevéis a engaño. Es la academia de la necesaria corrección, en la que el alma debe aprender a dejarse trabajar, cepillar y pulir, para que, estando bien pulida y enderezada, pueda unirse y acoplarse a la voluntad de Dios. La contraseña evidente de la perfección es querer ser corregidos, porque éste es el fruto principal de la humildad, que nos lleva a reconocer que necesitamos la corrección.

El claustro es un hospital de enfermos espirituales, que quieren ser curados; y, para conseguirlo, se someten a la sangría, al bisturí, a la navaja, al hierro, al fuego y a todos los inconvenientes de las medicinas. En la primitiva Iglesia, a los religiosos se les llamaba con un nombre que significa médico. Hijos míos, sed también vosotros médicos y no hagáis caso a lo que el amor propio os pueda sugerir en contra; y, dulce, amable y amorosamente, tomad esta decisión: o morir o curarse. Y, porque no se quiere morir espiritualmente, elegid la curación. Y, para curaros, aceptad sufrir los cuidados y la corrección, y suplicad a los médicos del alma que no os priven de ningún medio que os pueda alcanzar la curación. Sed siempre sinceros con el que tiene que curar vuestras enfermedades espirituales.

 (18 de enero de 1918, a los novicios –  Padre Pío. Ep. IV, p. 366)

Queridos hermanos, la “disciplina del Señor” en el Nuevo Testamento envuelve todo el proceso de “criar a los hijos”. Criar, significa educar, formar para la vida en los valores tanto civiles como cristianos. Es necesario, por lo tanto que cada uno en el lugar que el Señor nos ha puesto seamos responsables en cuanto a nuestra conducta y a la corrección fraterna. De no ser así, el mundo se nos viene abajo. Todo se derriba porque construimos castillos sobre arena. "Por qué mi hijo es así", ¿"Por qué mi hija me trata de esta manera"?  Simplemente porque desde pequeños se les ha permitido hacer lo que les agrade. Un ejemplo muy claro en la actualidad es el darle a los niños el teléfono celular para que dejen a la mamá en paz, para que no la molesten, para que no la incomoden. Esta es la mejor manera de ir educando a los hijos en la desobediencia, sin disciplina y muchos menos sin corrección.  Son los padres de esta tierra los que han de corregir y disciplinar a sus hijos, al mismo tiempo que son los superiores y superioras quien han de corregir a sus hermanos y hermanas que el Señor les ha confiado. En efecto, Pablo usa justo esa forma en Efesios 6:4, “... en disciplina”. La expresión es de la palabra paideia que en hebreos 12 es traducida “disciplina”. Habla de los esfuerzos de los padres terrenales por disciplinar a los hijos. También habla del Padre celestial que busca hacer que seamos santos, así como él es santo. El objetivo último de la disciplina y de la corrección no solamente es una buena y sana educación, sino alcanzar la meta de todo cristiano. Abrirse plenamente a la acción del Espíritu Santo, para que desde ahí, Dios vaya haciendo su obra de santificación, que inició el día de nuestro bautismo. Desde nuestro renacer a la vida en Cristo, nuestra historia de salvación se nos presenta como un constante entrenamiento para recibir y dar una buena educación, y así podamos ser “participantes de su santidad” y demos “fruto apacible de justicia”. Este es el reto de cada día, pero también es la gran oportunidad que Dios nos presenta para formar parte de su vida divina aquí en la tierra.

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