Cristo nos ha obtenido la redención, el perdón de los pecados
Por
medio de su Sangre, Cristo nos ha obtenido la redención y el perdón de los
pecados. En esto se manifestó la riqueza de su gracia (Ef 1,7)
Cuarto
viernes de Cuaresma “A”
Sabiduría
(2,1.12-22 Salmo 33
Juan
7,1-2. 10.25-30
Hoy es viernes. Dentro de dos semanas justas estaremos en el
Viernes Santo, fijos los ojos en la Cruz de Cristo. Las lecturas de hoy parecen
orientarnos ya a esa perspectiva. Algunas frases las volveremos a escuchar
aquel día: «ha puesto su confianza en Dios, que le salve ahora, si es que de
verdad le quiere» (Mt 27,43).
En el libro de la Sabiduría -el último del AT-aparece una dinámica
que luego vemos cumplirse a lo largo de los siglos y también ahora: los justos
resultan incómodos en medio de una sociedad no creyente, y por tanto hay que
eliminarlos. «Nos resulta incómodo, se opone a nuestras acciones, nos echa en
cara nuestros pecados... es un reproche para nuestras ideas... lleva una vida
distinta de los demás». La decisión es: «lo condenaremos a muerte ignominiosa».
Pero Dios, como repite el salmo, «está cerca de los atribulados...
el Señor se enfrenta con los malhechores... aunque el justo sufra muchos males,
de todos lo libra el Señor».
Así pues, después de una exhortación para vivir de acuerdo con la
justicia (Sab 1,1-15), el hagiógrafo deja la palabra a los “impíos”.
Éstos, en un discurso articulado, exponen
su “filosofía": viven la vida como búsqueda desenfrenada del
placer, eliminando -incluso con violencia- cualquier obstáculo que se les ponga
por delante. Los dos versículos que enmarcan la exposición manifiestan un claro
juicio condenatorio: razonan equivocadamente (v. 1), se engañan (v. 21).
Los “impíos” de los que se habla son probablemente los
hebreos apóstatas de la comunidad de Jerusalén, que, aliados con los paganos,
persiguen a sus hermanos fieles al Dios de la alianza. Con su conducta estos “justos”
constituyen una presencia insoportable. Cuatro imperativos muestran un
creciente rencor oculto que se convierte en odio abierto: del tender acechanzas
se pasa al insulto, para llegar finalmente al proyecto de condena a muerte, en
un desafío blasfemo contra Dios (v. 18; cf. v. 20).
El “resto” de Israel vive su pasión profetizando la del Mesías.
Jesús es el único Justo verdadero, el Hijo amado, el humilde puesto a prueba,
escarnecido (v. 19) y condenado a una muerte infame (v. 20). Pero, sobre todo,
es él quien, habiendo puesto toda su confianza en el Padre, surge del abismo en
la luz de pascua como primogénito de los muertos. La esperanza del Antiguo Testamento
adquiere una dimensión inesperada, que supera cualquier profecía” posible: por
los méritos de uno solo, todos son constituidos “justos”, si se abre el corazón
para acoger el don de su gracia.
«Los judíos trataban de matarlo». Jesús es el prototipo del justo
que resulta incómodo y cuyo testimonio se quiere hacer silenciar. Entre hoy y
mañana leemos el capítulo 7 del evangelio de Juan. Sucede en la fiesta de las
Tiendas o Tabernáculos, la fiesta del final de la cosecha, muy concurrida en
Jerusalén, que duraba ocho días. La oposición de las clases
dirigentes a Jesús se va enconando cada vez más, porque se
presentaba como igual a Dios.
Lasexcusas son a cual más flojas: por ejemplo, que de Jesús saben
de dónde viene de Nazaret, mientras que el Mesías no se sabrá de dónde viene.
Otras veces será porque le creen endemoniado. Lo importante es desacreditarle y
no tener que aceptar su testimonio.
Jesús afirma (grita) valientemente su identidad: «yo no vengo por
mi cuenta, sino enviado por el que es veraz: a ése vosotros no le conocéis; yo
lo conozco porque procedo de él y él me ha enviado».
«Todavía no había llegado su hora» y, por tanto, todavía no es la
hora de la
cruz.
También en el mundo de hoy, junto a muchas personas que creen y
aceptan a Cristo, hay otras muchas que han optado por ignorarlo, o incluso por perseguir
toda idea suya.
Sus seguidores corren igual suerte. Una sociedad que ha perdido
los valores fundamentales, acusa el impacto del testimonio de los creyentes.
Los verdaderos profetas son con frecuencia perseguidos. Los falsos, los que no se
preocupan de transmitir lo que Dios dice, sino lo que gusta a la gente, ésos sí
que prosperan. Estos son los hijos del mundo.
Lo de perseguir al profeta le puede pasar al Papa, si lo que dice
no gusta. A unos obispos o a unos misioneros, si su voz se levanta para
denunciar injusticias o situaciones que afectan a intereses de poderosos.
También nos puede pasar a cada uno de nosotros, a cada uno de ustedes, si con
nuestra vida damos un testimonio de valores diferentes, porque vivimos en
sentido inverso de lo que es moda o de lo que dicen las estadísticas
sociológicas. O sea, si damos testimonio de de Jesucristo y de su Evangelio,
que no coincide con el del mundo.
Tal vez no llegaremos a ser perseguidos y amenazados de muerte,
pero sí desacreditados o ridiculizados o simplemente ignorados. No deberíamos asustarnos
demasiado. Todos estamos comprometidos en la batalla entre el bien y el mal.
Jesús fue signo de contradicción, como les anunció el anciano Simeón a María y
a José. Los cristianos, si somos luz y sal, podemos también resultar molestos
en el ambiente en que nos movemos. Lo triste sería que no diéramos ninguna
clase de testimonio, que fuéramos insípidos, incapaces de iluminar o interpelar
a nadie.
Ante el Triduo Pascual, ya cercano, nuestra opción por Cristo debe
movernos también a la aceptación de su cruz y de su testimonio radical, si
queremos en verdad celebrar la Pascua con él.
La persona de Jesús suscitó preguntas e inquietudes entre sus
contemporáneos, mientras la aversión de los jefes judíos llega al paroxismo (v.
1b). Jesús no es un provocador ni un cobarde: espera la hora del Padre sin huir
ni adelantar los acontecimientos. Por eso evita la
Judea hostil y cuando por fin sube a Jerusalén a la fiesta más
popular, la de las Tiendas, lo hace “de incógnito”, contrariamente
al deseo de sus parientes, deseosos de disfrutar su fama (vv. 3-5). En la
ciudad santa, sin embargo, es reconocido en seguida. Y como siempre se dividen
los ánimos: ahora se trata de su mesianismo.
Los círculos apocalípticos de la época sostenían el origen
misterioso del Mesías: y si Jesús proviene de Nazaret, es sólo un impostor (vv.
26s). Jesús no ignora las voces que se van difundiendo, y sobre ellas se eleva su
propia voz, fuerte y clara, en el templo (v. 28: literalmente "grito";
se trata de una proclamación solemne y con autoridad). Con sutil ironía, se
muestra que su origen es efectivamente desconocido a los que piensan saber
muchas cosas de él: de hecho, no quieren reconocerlo como el enviado de Dios y
por eso no conocen al Dios veraz y fiel que cumple en él sus promesas.
Las palabras de Jesús suenan a los oídos de sus adversarios como
una ironía, un insulto y una blasfemia. Tratan de echarle mano, pero en vano:
él es el Señor del tiempo y las circunstancias, porque se ha sometido totalmente
al designio del Padre, y todavía no ha llegado su “hora" (v. 30).
MEDITATIO
Juan ubica el drama mesiánico en el interior de la historia del
pueblo de Dios; en particular, une la vida de Jesús con las celebraciones de
las grandes fiestas hebreas, que tenían como objetivo mantener viva la memoria
de las grandes obras de Dios. Como siempre, en el cuarto evangelio, los
pequeños detalles adquieren un valor simbólico. ¿Por qué aparece el complot
contra Jesús pocos días antes de la celebración de la fiesta de las Tiendas? En
esta fiesta se agradecía a Dios las cosechas y se recordaban los cuarenta años
pasados en
el desierto. Se construían chozas con ramas -también en
Jerusalén-, a las que se iba a meditar: retiro en un desierto simbólico.
La controversia que relata Juan se sitúa precisamente en vísperas
de este tiempo propicio a la reflexión. Es como si Jesús hiciese un último
esfuerzo para invitar a los adversarios a reflexionar sobre su persona y sobre sus
obras". Sabemos que el resultado fue negativo. ¿No podríamos quizás
nosotros, acogiendo la sugerencia de la liturgia de hoy, hacer este alto en
nuestro camino hacia la pascua, tomarnos un tiempo para dedicarlo a releer y
meditar este texto tan denso e inagotable, para interrogarnos más profundamente
sobre el misterio de la persona de Jesús y adherirnos a él con mayor amor?
ORATIO
¡Ven, Espíritu Santo de Dios!
Hemos endurecido nuestros corazones como una piedra a causa de
nuestro pertinaz orgullo, la violencia finamente perpetrada, las grandes o
pequeñas ambiciones que perseguimos a toda costa. Cada día condenamos al Inocente
a una muerte infame, cuando nos mueve un
principio distinto de el del amor. El mal que hacemos, quizás sin
darnos cuenta, aplasta hoy a los inocentes.
¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo!
Tú, luz santísima, esclarece la conciencia, ilumina la
inteligencia: pretendíamos conocer a Dios y hemos despreciado a su Cristo en la
multitud de pobres humillados por la vida que, sin apariencia ni brillo, han pasado
junto a nosotros.
¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo!
Dulce huésped del alma, ayúdanos a descubrir el origen del Humilde
que soportó en silencio la iniquidad de todos nosotros sin avergonzarse de
llamarnos "hermanos”. Confórmanos a él para que comprendamos la gracia de
vivir como hijos del único Padre, enviados por él con Cristo a llevar el amor a
todo ser humano.
¡Ven, Espíritu Santo, crea en nosotros un corazón nuevo!
CONTEMPLATIO
Tú eres el Cristo, Hijo del Dios vivo. Tú eres el revelador de
Dios invisible, el primogénito de toda criatura, el fundamento de todo. Tú eres
el Maestro de la humanidad. Tú eres el Redentor: naciste, moriste y resucitastepor
nosotros. Tú eres el centro de la historia y del mundo. Tú eres quien nos
conoce y nos ama. Tú eres el compañero y amigo de nuestra vida. Tú eres el
hombre del dolor y de la esperanza. Tú eres aquel que debe venir y
que un día será nuestro juez y, así esperamos, nuestra felicidad.
Nunca acabaría de hablar de ti. Tú eres luz y verdad; más aún: tú eres “el
camino, la verdad y la vida” [...].
Tú eres el principio y el fin: el alfa y la omega. Tú eres el rey
del nuevo mundo. Tú eres el secreto de la historia. Tú eres la clave de nuestro
destino. Tú eres el mediador, el puente entre la tierra y el cielo. Tú eres por
antonomasia el Hijo del hombre, porque eres el Hijo de Dios, eterno, infinito.
Tú eres nuestro Salvador. Tú eres nuestro mayor bienhechor. Tú
eres nuestro libertador. Tú eres necesario para que seamos dignos y auténticos
en el orden temporal y hombres salvados y elevados al orden sobrenatural. Amén
(Pablo VI, 29 noviembre 1970).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
“Aunque el justo sufra muchos males, de todos lo libra
el Señor" (Sal 33,20).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
En la vida de Jesús, en su vivir mediante el Padre, se hace presente
el sentido intrínseco del mundo, que se nos brinda como amor -de un amor que
ama individualmente a cada uno de nosotros- por el don incomprensible de este
amor, sin caducidad, sin ofuscamiento egoísta, hace la vida digna de vivirse.
La fe es, pues, encontrar un tú que me sostiene y que en la imposibilidad de
realizar un movimiento humano da la promesa de un amor indestructible que no
sólo aspira a la eternidad, sino que la otorga. La fe cristiana obtiene su
linfa vital del hecho de que no sólo existe objetivamente un sentido de la
realidad, sino que este sentido está personalizado en Uno que me conoce y me
ama, de suerte que puedo
confiar en él con la seguridad de un niño que ve resueltos todos
sus
problemas en el "tú" de su madre.
Todo esto no elimina la reflexión. El creyente vivirá siempre en esa
oscuridad, rodeado de la contradicción de la incredulidad, encadenado como en
una prisión de la que no es posible huir. Y la indiferencia del mundo, que
continúa impertérrito como si nada hubiese sucedido, parece ser sólo una burla
de sus esperanzas. ¿lo eres realmente? A hacernos esta pregunta nos obligan la
honradez del pensamiento y la responsabilidad de la razón, y también la ley interna
del amor, que quisiera conocer más y más a quien ha dado su "sí",
para amarle más y más.
¿Lo eres realmente? Yo creo en ti, Jesús de Nazaret, como sentido del
mundo y de mi vida (J. Ratzinger, Introducción al cristianismo, Salamanca 1969,
57-58, passim).
(Imagen: Cristo de Zurbarán 1655)
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