Sin número es el número de sus misericordias, que mi corazón lleva consigo.
2
de marzo
Mi queridísimo padre, querría por un momento abrirle
mi interior para hacerle ver la llaga que el dulcísimo Jesús ha abierto
amorosamente en mi corazón. Éste, por fin, ha encontrado un amante que se ha
enamorado de él de tal forma que no sabe cómo intensificar ese amor.
A este amante usted ya lo conoce. Es un amante que no
se enfada nunca con quien le ofende. Sin número es el número de sus
misericordias, que mi corazón lleva consigo. Este corazón reconoce no tener
absolutamente nada de que gloriarse ante él. Él me ha amado; ha querido
preferirme a muchas criaturas.
Y cuando le pregunto qué he hecho para merecer tantos
consuelos, él me sonríe y me va repitiendo que a tan gran intercesor nada se le
niega. Como recompensa me pide sólo amor; pero ¿no se lo debo por gratitud?
¡Oh si pudiera, padre mío, alegrarle un poco, de la
misma forma que él me alegra a mí! Él de tal forma se ha enamorado de mi
corazón que me hace arder de su fuego divino, de su fuego de amor. ¿Qué es este
fuego que me invade totalmente? Padre mío, si Jesús nos hace tan felices en la
tierra, ¿qué será en el cielo?
(3 de diciembre de
1912, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 316).
Jesús siempre y en todo momento manifiesta su fidelidad y su amor a través de la misericordia de Dios para con la humanidad entera. Dios siempre elije a algunas personas para hacer más palpable y accesible su misericordia divina. Cuando Dios tiene a bien manifestar dicha misericordia, va transformando a la persona elegida poco a poco en símbolo de amor y de generosidad. Solamente así Dios puede enviar el consuelo no solamente a la persona que ha destinado como mensajero de su misericordia, sino a través de ella, al mundo entero.
La persona transmisora de la misericordia de Dios poco a poco se va configurando con los sentimientos de Cristo a través de la acción del Espíritu Santo, para que una vez acrisolada, pueda manifestar a la humanidad entera "lo bueno que es el Señor". La violencia que la persona ha de hacerse a sí misma consiste en una total apertura a la gracia de Dios, en custodiar la humildad del corazón y en estar atenta ante los empates feroces del enemigo. Ante todo esto, la persona ha de ser siempre fiel a Dios y no siempre grata a los hombres.
Dios es siempre fiel, y desea compartir con todos su amor, su misericordia y su fidelidad. También contigo. Abraza pues la cruz de Jesús y configúrate cada vez más en Él y el Señor te mostrará su misericordia y te dará la salvación.
Paz y Bien.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.
Puebla de Los Ángeles, 2 de marzo de 2020.
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