Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí, dice el Señor
Cuando
yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí, dice el Señor (Jn
12-32)
Lectio
Divina Quinto Martes de Cuaresma “A”
Números
21,4-9 Salmo 101 Juan 8,21-30
LECTIO
1° Lectura (Núm 21, 4-9)
Del libro de los Números
En aquellos días, los hebreos salieron del
monte Hor en dirección al Mar Rojo, para rodear el territorio de Edom; pero por
el camino, el pueblo se impacientó y murmuró contra Dios y contra Moisés,
diciendo: “Para qué nos sacaste de Egipto? ¿Para que muriéramos en el desierto?
No tenemos pan ni agua y ya estamos hastiados de esta miserable comida”.
Entonces envió Dios contra el pueblo
serpientes venenosas, que los mordian, y murieron muchos israelitas. El pueblo
acudió a Moisés y le dijo: "Hemos pecado al murmurar contra el Señor y
contra ti. Ruega al Señor que aparte de nosotros las serpientes”. Moisés rogó
al Señor por el pueblo y el Señor le respondió: “Haz una serpiente como esas y
levántala en un palo. El que haya sido mordido por las serpientes y mire la que
tú hagas, vivirá”. Moisés
hizo una serpiente de bronce y la levantó
en un palo; y si alguno era mordido y miraba la serpiente de bronce, quedaba
curado.
Palabra de Dios.
A. Te alabamos, Señor.
El fragmento nos presenta otro episodio de
protesta del pueblo durante el Éxodo. Los israelitas, agotados por el viaje,
nunca satisfechos con los signos de poder y providencia que el Señor les
manifiesta, murmuran contra Dios y contra su mediador, Moisés. Viene el castigo
-las picaduras de serpientes venenosas (“ardientes”)-, pero pronto se
transforma en misericordia. El recurso es la serpiente de bronce alzada en un
estandarte, a la que miraban con fe, para curarse de las mordeduras letales. Si
no estuviese en el contexto de este episodio, sería ciertamente un gesto
idolatrico. La tradición yahvista vincula este objeto de culto, que luego
destruirá el rey Ezequías (cf. 2 Re 18,4), a la sabia pedagogía de YHWH. Por la
mediación de Moisés, ofreció a su pueblo la posibilidad de evitar ceder a los
cultos de las naciones paganas vecinas, que veneraban de un modo particular a
las serpientes.
Gracias a tal legitimación, la serpiente
elevada en el estandarte se convierte en un signo que se prolonga y cumple en
el Evangelio (cf. Jn 3,14). Si para el pueblo en el desierto es el signo que
expresa la misericordia de Dios poniendo remedio al castigo, en el Evangelio
Cristo, exaltado en la cruz, muestra a la vez el castigo y la misericordia.
Jesús, el cordero inmolado en la cruz, es el castigo de Dios por nuestro pecado
y, a la vez, la mayor manifestación del poder divino que sana, libera y salva
del pecado.
Salmo responsorial (Sal 101)
R. Señor, escucha mi plegaria.
L. Señor, escucha mi plegaria; que a tu
presencia lleguen mis clamores. El
día de la desgracia, Señor, no me
abandones. Cuando te invoque, escúchame y
enseguida respóndeme. /R.
L. Cuando el Señor reedifique a Sión y
aparezca glorioso, cuando oiga el
clamor del oprimido y no se muestre a sus
plegarias sordo, entonces al Señor
temerán todos los pueblos y su gloria
verán los poderosos. /R.
L. Esto se escribirá para el futuro y
alabará al Señor el pueblo nuevo, porque el Señor, desde su altura santa, ha
mirado a la tierra desde el cielo, para oír
los gemidos del cautivo y librar de la
muerte al prisionero. /R.
Aclamación antes del evangelio
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
La semilla es la palabra de Dios y el
sembrador es Cristo; todo aquel que lo
encuentra vivirá para siempre.
R. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
6. Evangelio (Jn 8, 21-30)
Del santo Evangelio según san Juan
A. Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos:
“Yo me voy y ustedes me buscarán, pero morirán en su pecado. A donde yo voy,
ustedes no pueden venir”. Dijeron entonces los judíos: “¿Estará pensando en
suicidarse y por eso nos dice: 'A donde yo voy, ustedes no pueden venir'?”.
Pero Jesús añadió: “Ustedes son de aquí abajo y yo soy de allá arriba; ustedes
son de este mundo, yo no soy de este mundo. Se lo acabo de decir: morirán en
sus pecados, porque si no creen que Yo Soy, morirán en sus pecados”.
Los judíos le preguntaron: “Entonces
¿quién eres tú?”. Jesús les respondió: “Precisamente eso que les estoy
diciendo. Mucho es lo que tengo que decir de ustedes y mucho que condenar. El
que me ha enviado es veraz y lo que yo le he oído decir a él es lo que digo al
mundo”. Ellos no comprendieron que hablaba del Padre.
Jesús prosiguió: “Cuando hayan levantado
al Hijo del hombre, entonces conocerán que Yo Soy y que no hago nada por mi
cuenta; lo que el Padre me enseñó, eso digo. El que me envió está conmigo y no
me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que a él le agrada”. Después de
decir estas palabras, muchos creyeron en él.
Palabra del Señor.
R: Gloria a Ti Señor Jesús.
El nuevo conflicto con los jefes de los
judíos se sitúa en el área del templo y está escalonado por la revelación de la
divinidad de Jesús (“Yo soy”), repetida en los vv 24.28. De nuevo se brinda a
los judíos la posibilidad de aclarar el misterio del Hijo del hombre (cf. Dn
7,13). Pero ellos lo rechazan obstinadamente entendiendo mal las afirmaciones
sobre su inminente partida (vv. 21-24) y las afirmaciones sobre su identidad
(vv. 25-29) como
enviado de Dios y su revelador definitivo
(cf. Jn 5,30; 6,38).
¿Cómo es posible una incomprensión tan
grande? Porque ellos son “de aquí abajo”, “de este mundo"
(v. 23), mientras que él es “de allá arriba": un abismo media entre
ellos. Sólo la fe lo puede llenar, porque hace que elevemos las miradas. Y
Jesús nos invita precisamente a eso. A pesar de todo, continuaron los
malentendidos: "ellos no comprendieron".
Jesús es signo de contradicción, y lo será
sobre todo cuando sea elevado en la cruz, donde, dando cumplimiento al designio
de salvación, revelará los pensamientos secretos del corazón y manifestará plenamente
su identidad de Hijo que dice y hace siempre lo que agrada al Padre. Y mientras
se va profundizando el distanciamiento con los adversarios, la perícopa
evangélica concluye con una inesperada
nota de esperanza: “Cuando les exponía esto, muchos creyeron en él"
(v. 30).
MEDITATIO
Al leer atentamente los grandes textos del
evangelio de Juan, nos sentimos un poco perdidos. Se condensan muchas
ideas que a veces parecen casi contradictorias.
Por ejemplo, Jesús dice: "Donde voy
yo, vosotros no podéis venir". ¿Por qué? Porque no creemos
suficientemente. La fe nos permite ir donde va él. ¿No dijo a sus discípulos: “Donde yo voy, no podéis
seguirme ahora; me seguiréis más tarde" (cf. Jn 13,36)?
¿Sólo le podremos seguir después de nuestra muerte corporal? Creer y esperar
con amor es ir donde Jesús se encuentra siempre, junto al Padre.
En el contexto, Jesús alude a la salvación
por medio de la cruz. Los medios de gracia derivados de la cruz nos permiten
encaminar nuestros pasos por el sendero
justo. Es cierto que no podemos ir donde
Jesús se encuentra, en el sentido de que no podemos ser artífices de nuestra
propia salvación. Pero si nuestros ojos, oscurecidos por el pecado, se elevan
al que, como dice Pablo, se hizo pecado por nosotros, en este intercambio de miradas
–porque él también nos mira desde lo alto de la cruz- descubriremos no sólo que
estamos en el buen camino, sino también que ya ha comenzado nuestra felicidad
eterna.
Cuando adoremos la cruz el Viernes Santo,
podremos recordar dos expresiones de la lectura de hoy: el que miraba a la
serpiente "quedaba curado” (Nm 21,9) y “sabréis que yo soy” (Jn 8,28).
Contemplada ya desde lejos, la cruz revela quién es Jesús: es el camino, la verdad,
la vida.
ORATIO
Oh Padre, Dios de amor y de piedad, tú te
has compadecido del hombre y no le has dejado perecer encerrado en la dureza de
su pecado y de sus rebeliones. Ya en el Antiguo Testamento quisiste que la
serpiente, portadora de muerte, se transformase, por tu gracia, en medio de
curación.
Más aún: has permitido que tu Hijo amado
asumiese en su cuerpo todo el horror del pecado para que el que lo contemple no
vea ya en el duro suplicio de la cruz -culmen y síntesis de la crueldad humana-
la ignominia del desprecio, sino el misterio de un amor sin medida.
Enséñanos a creer siempre que eres Padre y
que no hay una experiencia desoladora de muerte ni horror de pecado que no
pueda convertirse, por el misterio de tu compasión omnipotente, en lugar de
manifestación de tu misericordia, signo de vida y de esperanza.
CONTEMPLATIO
Sí, aquí estamos para contemplar. Por muy
atroz que sea la imagen de Jesús crucificado, nos sentimos atraídos por este
varón de dolores. Estamos persuadidos de estar ante una revelación que
trasciende la imagen sensible: la revelación intencional de un símbolo, de un
tipo, de una personificación extrema del
sufrimiento humano. Jesús, el Cristo, quiso presentarse así. ¡Aquí el dolor
aparece consciente! ¡La terrible pasión estaba prevista! La vejación y deshonra
de la cruz se sabía de antemano. Jesús es el que "conoce la enfermedad"
en toda su extensión, en toda su profundidad e intensidad. Y esto basta para
que sea hermano del hombre que gime y sufre; hermano mayor, hermano nuestro.
Jesús detenta un primado que concentra la simpatía, la solidaridad, la comunión
del hombre que padece.
Jesús murió inocente porque quiso. ¿Por
qué quiso? Aquí está la clave de toda esta tragedia: él ha querido asumir la
expiación de toda la humanidad. Se ofreció como víctima en sustitución nuestra.
Sí, él es "el cordero de Dios que quita el pecado del mundo".
El se sacrificó por nosotros. Se entregó por nosotros. Y así es nuestra
salvación. Por eso el crucificado fija nuestra atención (Pablo VI, Meditazione
sulla passione, en id., Meditazioni inedite, Roma 1993, 31ss).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la
Palabra:
“Nuestros ojos están fijos en el Señor"
(Sal 122,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Una de las verdades del cristianismo, hoy
olvidada por todos es que lo que salva es la mirada. La serpiente de bronce ha
sido elevada a fin de que los hombres que yacen mutilados en el fondo de la
degradación la miren y se salven.
Es en los momentos en que uno se encuentra
-como suele decirse- mal dispuesto o incapaz de la elevación espiritual que
conviene a las cosas sagradas, cuando la mirada dirigida a la pureza perfecta es
más eficaz. Pues es entonces cuando el mal, o más bien la mediocridad, aflora a
la superficie del alma en las mejores condiciones para ser quemada al contacto
con el fuego.
El esfuerzo por el que el alma se salva se
asemeja al esfuerzo por el que se mira, por el que se escucha, por el que una
novia dice sí. Es un acto de atención y de consentimiento. Por el contrario lo
que suele llamarse voluntad es algo análogo al esfuerzo muscular.
La voluntad corresponde al nivel de la
parte natural del alma. El correcto ejercicio de la voluntad es una condición
necesaria de salvación, sin duda, pero lejana, interior, muy subordinada,
puramente negativa. El esfuerzo muscular realizado por el campesino sirve para
arrancar las malas hierbas, pero sólo el sol y el agua hacen crecer el trigo.
La voluntad no opera en el alma ningún bien.
Los esfuerzos de la voluntad sólo ocupan
un lugar en el cumplimiento de las obligaciones estrictas. Allí donde no hay
obligación estricta hay que seguir la inclinación natural o la vocación, es
decir, el mandato de Dios. Y en los actos de obediencia a Dios se es pasivo;
cualesquiera que sean las fatigas que los acompañen, cualquiera que sea el
despliegue aparente de actividad, no se produce en el alma nada análogo al
esfuerzo muscular; hay solamente espera, atención, silencio, inmovilidad a
través del sufrimiento y la alegría. La
crucifixión de Cristo es el modelo de
todos los actos de obediencia
(S. Weil, A la espera de Dios,
Madrid 1993, 159s passim).
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