Lectio Divina Domingo XIX del Tiempo Ordinario A. Mándame ir a ti caminando sobre el agua.

 

Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.

1 Reyes 19,9a.11-13ª Romanos 9,1-5 Mateo 14,22-33

 

 

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Quédate en el monte, porque el Señor va a pasar.

Del primer libro de los Reyes: 19, 9. 11-13

 

Cuando Elías llegó al monte, entró en una gruta y pasó allí la noche. El Señor le dirigió su palabra:

-Sal y quédate de pie ante mí en la montaña. ¡El Señor vana pasar!

Pasó primero un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas, pero el Señor no estaba en el viento. Al viento siguió un terremoto, pero el Señor no estaba en el terremoto. Al terremoto siguió un fuego, pero el Señor no estaba en el fuego. Al fuego siguió un ligero susurro. Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con su manto y, saliendo afuera, se quedó de pie a la entrada de la gruta.

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Las grandes teofanías son signos mediante los cuales Dios manifiesta su presencia sin llegar a identificarse con ellos. En el Horeb, el profeta Elías se percata de «un viento fuerte e impetuoso, que removía los montes y quebraba las peñas» (v. 11). ¿Cómo no darse cuenta del poder de Dios? Montañas y rocas son prodigios de la naturaleza, majestuosos y soberbios, que el hombre puede contemplar; lo que puede desconcertarle es realmente  una majestad y una potencia superior. El terremoto es otro fenómeno natural que provoca en las personas terror, sentido de pequeñez e insignificancia. De modo espontáneo, todo lo que no puede ser controlado ni dominado produce temor: las certidumbres internas se desvanecen

como se desmoronan los edificios tras un temblor. El Señor es un Dios que agita las seguridades humanas. El fuego, aun sin precisar, hace referencia al indecible, inefable y superlativo atributo divino: la santidad.

La perícopa nos hace ver que estas características evidencian la distancia entre la trascendencia divina y la pequeñez humana. Elías había recibido la orden de salir de la cueva y permanecer en la presencia del Señor, pero, asustado ante el insólito suceso desencadenado por las fuerzas de la naturaleza, se metió de nuevo. Sólo al «ligero susurro» (v. 12) salió y se quedó a la entrada de la gruta. La delicadeza inmanente de un Dios que se oculta le permite al hombre acercarse a él y gozar de la amistad primordial (cf. Gn 3,8).

 

SEGUNDA LECTURA

Hasta quisiera verme separado de Cristo, si esto fuera para bien de mis hermanos.

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 9, 1-5

 

Hermanos:

Digo la verdad como cristiano, y mi conciencia, guiada por el Espíritu Santo, me asegura que no miento al afirmar que me invade una gran tristeza y es continuo el dolor de mi corazón. Desearía, incluso, verme yo mismo separado de Cristo como algo maldito por el bien de mis hermanos de raza. Son descendientes de Israel. Les pertenecen la adopción filial, la presencia gloriosa de Dios, la alianza, las leyes, el culto y las promesas. Suyos son los patriarcas y de ellos, en cuanto hombre, procede Cristo, que está sobre todas las cosas y es Dios bendito por siempre. Amén.

 

La confidencia del apóstol es conmovedora: «Me invade una gran tristeza y es continuo el dolor de mi corazón» (v. 2). La causa de este martirio interior es la solidaridad «según la carne» con sus hermanos, los judíos, separado de ellos debido a la fe en Jesucristo, el Señor. Judío «según la carne» y cristiano «según la fe» que profesa, Pablo, como hombre, experimenta una de las más profundas laceraciones: ser judío y cristiano al mismo tiempo. La herida le hace expresar una idea imposible: «Desearía, incluso, verme yo mismo separado de Cristo como algo maldito por el bien de mis hermanos de raza» (v. 3).

 

Palabra de Dios

Te alabamos, Señor.

 

En veinte y un siglos de cristianismo, es el primero del grupo de los santos que ha experimentado este tipo de martirio: hacerse maldición por la salvación de los hermanos, aceptar la máxima infamia para liberar a otros de cuanto ensombrece la verdad y dificulta la plena comunión con Dios. «Anatema» significa poner aparte y reservarle a Dios la destrucción total. Después, con el tiempo, el vocablo invirtió su significado y la idea dominante pasó a ser la de «maldición». Para el cristiano, la maldición es la separación de Cristo. Perseguidores y mártires han rivalizado sobre este gozne de la conciencia para probar su firmeza, unos con perversidad y otros con fe.

El apóstol presenta una lectura esperanzadora basándose en las promesas divinas. La llamada a Israel se basa en la memoria de un pueblo, en una elección, en una alianza en la que Cristo es también el sello según la carne.

 

EVANGELIO

Mándame ir a ti caminando sobre el agua.

Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 22-33

 

Luego, Jesús mandó a sus discípulos que subieran a la barca y que fueran delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte para orar a solas. Al llegar la noche, estaba allí solo.

La barca, que estaba ya muy lejos de la orilla, era sacudida por las olas, porque el viento era contrario. Al final ya de la noche, Jesús se acercó a ellos caminando sobre el lago. Los discípulos, al verlo caminar sobre el lago, se asustaron

y decían: -Es un fantasma.

Y se pusieron a gritar de miedo.

Pero Jesús les dijo en seguida:

-¡Ánimo! Soy yo, no teman.

Pedro le respondió:

-Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas.

Jesús le dijo:

-Ven.

Pedro saltó de la barca y, andando sobre las aguas, iba hacia Jesús. " Pero al ver la violencia del viento se asustó y, como empezaba a hundirse, gritó:

-¡Señor, sálvame!

Jesús le tendió la mano, lo agarró y le dijo:

-¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?

Subieron a la barca, y el viento se calmó. Y los que estaban en ella se postraron ante Jesús, diciendo:

-Verdaderamente, eres Hijo de Dios.

 

Palabra del Señor

Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

Jesús subió al monte «para orar a solas» (v. 23). Es una imagen que nos transporta fuera del tiempo y del espacio: todo parece pararse en la quietud eterna del silencio del Hijo en el Padre. Como si no hubiese anochecer, ésa es la impresión. Mientras, los discípulos están

desconcertados: es de noche y la barca es sacudida por el oleaje (v. 24). Despunta el alba y Jesús se aproxima.

Pero esto no significa el final de la turbación. Al contratiempo de los elementos externos y naturales le sucede ahora un acontecimiento fascinante e imprevisible, aún más estremecedor, que les conmociona interiormente: Jesús se acercó a ellos caminando sobre las aguas (v. 25). El evangelio recoge la reacción de los discípulos: «se pusieron a gritar de miedo» (v. 26). El miedo es la antigua esclavitud del hombre y se contrapone a la fe. La réplica del Señor: «¡Ánimo! Soy yo, no temáis» (v. 27) parece calmar la atmósfera.

Pedro emprende un acto atrevido, no por fe, sino por verificación, impulsivo. Contesta: «Señor, si eres tú» (v. 28). La iniciativa humana no es suficiente para caminar al encuentro de Jesús. El miedo lo hunde y sólo la humildad de la fe lo salva. El acontecimiento tiene su diagnóstico: «¿Por qué has dudado?» (v. 31). El desenlace final es de adoración coral. A la luz del día le siguió la calma: «El viento se calmó» (v. 32), es decir, a la luz de la verdad en Cristo, con Cristo y por Cristo, el hombre consigue, después de la prueba, la calma del corazón en Dios.

 

MEDITATIO

 

Los tres textos de la liturgia reflejan el tema de la fe en el Dios-con-nosotros, presente y activo tanto en la historia universal como en los acontecimientos personales de cada uno. Y a su vez, nos proponen una reflexión sobre la continuidad de la experiencia de fe judía y cristiana, de la diferencia de calidad y modos. Elías, Pablo y Pedro son tres campeones con quienes podemos confrontar nuestra experiencia de fe en el Dios trascendente, supremo y santo, que es todo para el hombre; el Dios de los «padres» envuelto en aureola misteriosa es el Dios que actúa dentro de la historia como el que salva; el Dios cuya esencia es incognoscible, pero cuya voluntad y deseo se inclinan en favor del hombre, en mimarlo y llevarlo cogido de la mano. Esto no permite fáciles abstracciones filosóficas, sino empeñar

todo el ser en la opción fundamental de la fe. No son simples mensajes, sino hechos. El Dios «totalmente otro» no se manifiesta en imágenes, sino que se revela mediante la Palabra y, al llegar la plenitud de los tiempos, en el Hijo unigénito. La fe no puede quedar relegada a la esfera afectiva del hombre. La fe es compromiso y empeño, pues la historia no es una secuencia de he chos, sino un único acontecimiento salvífico, cuya trama la teje Dios con toda la humanidad.

 

ORATIO

 

Concédenos, Señor, la vista que nos permita ver tu amor en el mundo, a pesar de los chascos humanos.

Concédenos la fe para confiar en tu bondad, a pesar de nuestra ignorancia y debilidad. Concédenos el conocimiento, para que sigamos orando con un corazón consciente, y muéstranos lo que cada uno de nosotros tiene que hacer para favorecer la llegada del día de la paz universal (los astronautas del Apolo VIII, desde el espacio, el 24 de diciembre de 1968).

 

CONTEMPLATIO

 

¿Por qué, pues, se lo permitió Cristo? Porque de haberle dicho: «No puedes», él, ardiente como era, le hubiera contradicho. De ahí que quiere el Señor enseñarle por vía de hecho, para que otra vez sea más moderado. Mas ni aun así se contiene. Bajado, pues, que hubo de la barca, empezó a hundirse por haber tenido miedo. El hundirse dependía de las olas, pero el miedo se lo infundía el viento. Bajado, pues, que hubo Pedro de la barca, caminaba hacia Jesús, alegre no tanto de ir andando sobre las aguas cuanto de llegar a él. Y es lo bueno que, vencido el peligro mayor, iba a sufrir apuros en el menor; por la fuerza del viento, quiero decir, no por el mar. Tal es, en efecto, la humana naturaleza. Muchas veces, triunfadora en lo grande, queda derrotada en lo pequeño. Cuando todos estaban llenos de miedo, él tuvo valor de echarse al agua; en cambio, ya no pudo resistir la embestida del viento, no obstante hallarse cerca de Cristo. Lo que prueba que de nada vale estar materialmente cerca de Cristo si no lo estamos también por la fe. Esto, sin embargo, sirvió para hacer patente la diferencia entre el maestro y el discípulo y para calmar un poco a los otros.

Mas ¿por qué no mandó el Señor a los vientos que se calmaran, sino que, tendiendo él su mano, cogió a Pedro? Porque hacía falta la fe del propio Pedro. Cuando falta nuestra cooperación cesa también la ayuda de Dios... Así, de no haber flaqueado en la fe, fácilmente

hubiera resistido también el empuje del viento. La prueba es que aun después de que el Señor lo hubo tomado de la mano, dejó que siguiera soplando el viento; lo que era dar a entender que, estando la fe bien firme, el viento no puede hacer daño alguno. Y como al polluelo que

antes de tiempo se sale del nido y está para caer al suelo, la madre lo sostiene con sus alas y lo vuelve al nido, así hizo Cristo con Pedro (Juan Crisóstomo, «Homilías sobre el evangelio de san Mateo», 50,2, en Obras de san Juan Crisóstomo, II, Biblioteca de Autores Cristianos,

Madrid 1956, 75-76).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«No temas, yo estoy contigo» (Hch 18,10).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Dios mío, he nacido para contemplarte, para vivir en ti, para actuar por ti. Sólo la conciencia de servirte fielmente puede darme la paz. Tengo miedo de pensar que no soy digno de ti. Este es el verdadero «temor de Dios». Dios mío, he crecido y he tenido que soportar que seas un desconocido no sólo de pensamientos, sino también de palabras y de obras... En mi interior me he propuesto resarcir esas ofensas, ser impecable y valiente caballero tuyo.

Me he equivocado, he pecado contra ti, no me he entregado a ti con todas mis fuerzas, me he distraído; también yo te he ofendido. He tenido miedo de cumplir tu voluntad; han surgido en mí prepotencias y villanías que de ningún modo quería sentir. Pero la violencia usada en tu nombre o -mejor- la resistencia al mal en tu nombre es santa, aunque resulte dolorosa a alguien. Y como alguien, Dios, quieres que esté yo, y estaré con el más fuerte para participar de su fuerza, si bien, pienso, después, que esto puede bloquearme de cara a uno más débil que yo, de cara a alguien que tenga más necesidad que yo. No obstante, ¿perderé la fuerza que tengo?, ¿se me comunicará la debilidad ajena? Quizá, el riesgo existe, pero la salvación consiste en neutralizar las influencias o, mejor dicho, en mantener un equilibrio tal para poder dar sin ser arrastrados (Mario Finzi, un joven judío de Bolonia, el 23 de marzo de 1944, ocho días antes de su detención y deportación a Auschwitz).

 

 

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