Lectio Divina Jueves XXI del Tiempo Ordinario A. La mujer que teme al Señor es digna de alabanzas. Sus hijos la llenarán de bendiciones y su marido, de elogios.

 

Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.

1 Corintios 1,1-9       Salmo 144,2-3.4-5.6-7.     Mateo 24,42-51


 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Por Cristo, Dios los ha enriquecido en todo.

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 1, 1-9

 

Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Sóstenes, mi colaborador, saludamos a la comunidad cristiana que está en Corinto. A todos ustedes, a quienes Dios santificó en Cristo Jesús y que son su pueblo santo, así como a todos aquellos que en cualquier lugar invocan el nombre de Cristo Jesús, Señor nuestro y Señor de ellos, les deseo la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y de Cristo Jesús, el Señor.

Continuamente agradezco a mi Dios los dones divinos que les ha concedido a ustedes por medio de Cristo Jesús, ya que por él los ha enriquecido con abundancia en todo lo que se refiere a la palabra y al conocimiento; porque el testimonio que damos de Cristo ha sido confirmado en ustedes a tal grado, que no carecen de ningún don ustedes, los que esperan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El los hará permanecer irreprochables hasta el fin, hasta el día de su advenimiento. Dios es quien los ha llamado a la unión con su Hijo Jesucristo, y Dios es fiel.

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

Pablo ha estado año y medio en Corinto, ha vivido allí un período de intensa actividad evangelizadora, conoce bien las luces y las sombras, los recursos y los problemas de esta comunidad, a la que está ligado por un afecto profundo. El fragmento que hemos leído hoy

es el comienzo de la primera carta que dirigió a la comunidad, provocada por ciertas noticias

preocupantes y por ciertas preguntas que le habían sometido a su juicio. Siguiendo el esquema epistolar usual, se ponen de relieve en el preámbulo las relaciones que existen entre

el remitente y el destinatario. Aquí se presenta Pablo a sí mismo como «apóstol», es decir, «enviado» (v. 1), con el subrayado de que esta identidad suya le viene de Dios a través de una llamada expresa. Esta autoconciencia de Pablo es firme y segura, y la manifiesta en casi todas sus cartas. Densos de sentido teológico son asimismo los títulos de la comunidad. «La iglesia de Dios que está en Corinto» (v. 2) indica que toda comunidad local, aunque tenga unos fundadores humanos, es obra divina. Los miembros de las comunidades locales, en comunión con la Iglesia universal, presente en todo el mundo, han sido santificados por Jesús y están en una continua tensión hacia la santidad plena, que se puede llevar a cabo a través de diferentes formas de vida.

En la acción de gracias, común en sus cartas, Pablo deja aparecer un claro entusiasmo por la riqueza de los dones otorgados a los corintios (vv. 4ss). De estos dones hablará, después, de una manera explícita en los capítulos 12-14. Menciona, en particular, los dones de la «Palabra» y del «conocimiento», que eran los más estimados y buscados por los corintios. Sin embargo, a pesar de haber sido bendecidos con tanta gracia divina, los corintios no deben considerar que ya han llegado a la meta y son perfectos, sino que se deben considerar como gente en camino hacia la manifestación plena de la gloria del Señor. De ahí la recomendación

de permanecer firmes en la fe, fiándose de la fidelidad de Dios.

 

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 144,2-3.4-5.6-7.

R/. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.

 

Un día tras otro bendeciré tu nombre y no cesará mi boca de alabarte. Muy digno de alabanza es el Señor, por ser su grandeza incalculable.

R/. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.

 

Cada generación, a la que sigue anunciará tus obras y proezas. Se hablará de tus hechos portentosos, del glorioso esplendor de tu grandeza.

R/. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.

 

Alabarán tus maravillosos prodigios y contarán tus grandes acciones; difundirán la memoria de tu inmensa bondad y aclamarán tus victorias.

R/. Siempre, Señor, bendeciré tu nombre.

 

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 24, 42. 44

R/. Aleluya, aleluya.

Estén preparados, porque no saben a qué hora va a venir el Hijo del hombre.

R/.

 

EVANGELIO

Estén preparados.

Del santo Evangelio según san Mateo: 24, 42-51

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Velen y estén preparados, porque no saben qué día va a venir su Señor. Tengan por cierto que si un padre de familia supiera a qué hora va a venir el ladrón, estaría vigilando y no dejaría que se le metiera por un boquete en su casa. También ustedes estén preparados, porque a la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre.

Fíjense en un servidor fiel y prudente, a quien su amo nombró encargado de toda la servidumbre para que le proporcionara oportunamente el alimento. Dichoso ese servidor, si al regresar su amo, lo encuentra cumpliendo con su deber. Yo les aseguro que le encargará la administración de todos sus bienes. Pero si el servidor es un malvado, y pensando que su amo tardará, se pone a golpear a sus compañeros, a comer y emborracharse, vendrá su amo el día menos pensado, a una hora imprevista, lo castigará severamente y lo hará correr la misma suerte de los hipócritas. Entonces todo será llanto y desesperación".

 

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Este pasaje se encuentra situado, en el marco redaccional de Mateo, en el último gran discurso de Jesús: el «Discurso escatológico» (capítulos 24 y 25), dominado por la descripción de las tribulaciones de Jerusalén y de las persecuciones por las que pasa la Iglesia, por el anuncio de la crisis cósmica que precederá al final y por la consecuente necesidad de vigilancia. El objetivo del discurso no es meter miedo; al contrario, pretende animar. La historia no tiene sólo un final, sino una consumación; el mundo no camina hacia las catástrofes, aunque las habrá, sino que se abre a una nueva belleza. Pablo dirá que la vida humana es toda ella un trabajo de parto para alumbrar la nueva creación (cf. Rom 8,19ss).

Desde esta perspectiva, Jesús exhorta a la vigilancia en la espera e ilustra este tema con cuatro parábolas, la primera de las cuales es la que hemos leído. «Velen», «esten preparados»: éstas son las palabras claves. En efecto, si bien es cierta la venida del Señor, el momento no lo es. La imagen del «ladrón» (v. 43) da viveza al sentido de imprevisto: era una imagen muy conocida en la Iglesia primitiva y aparece también en el pensamiento de Pablo (cf. 1 Tes 5,2-4). No es sólo el amo el que debe velar la casa; también han de hacerlo los criados que aman al amo y a la casa. El siervo «fiel y sensato» (v. 45) hace las veces del amo, se muestra amoroso con los compañeros y responsable en las tareas que le han sido confiadas. Hace lo contrario que el criado malo, que, al ver que no llega el amo, se aprovecha para dar rienda suelta a sus placeres desenfrenados, se pone a hacer de amo derrochando los bienes y maltratando a sus compañeros. Es de esperar que el final de estos dos criados sea muy diferente.

 

MEDITATIO

 

Pablo tranquiliza a los cristianos de Corinto: Dios es fiel, él «los mantendrá firmes hasta el fin, para que nadie tenga de qué acusarlos en el día de nuestro Señor Jesucristo». Jesús nos explica en el evangelio con esta parábola lo que significa que nadie tenga de qué acusarlos hasta el final. El Señor nos pone ante dos certezas: nuestra vida tendrá un final, deberemos dar cuenta de nuestra vida al final.

Somos «seres temporales». La Biblia, para hablar de esto, no emplea ni conceptos racionales, ni argumentaciones sistemáticas, sino que asume un lenguaje poético y evocador; introduce símbolos concretos, tomados de la vida diaria: hierba, flores, sombra, soplo, polvo, el tejido cortado por la urdimbre, la lanzadera que corre veloz, las hojas del árbol que caen dejando sitio a otras nuevas, etc.

Todos estos símbolos hablan de fragilidad y de caducidad. La muerte es la realidad más cierta de la vida, y es de tontos no tenerla presente. El sabio Ben Sirá enseña: «Como hojas verdes en árbol frondoso, que unas caen y otras brotan, así las generaciones de carne y sangre unas

mueren y otras nacen. Toda obra corruptible perece, y su autor se va tras ella» (Eclo 14,18-19). «En todo lo que hagas ten presente tu final» (Eclo 7,36). Quien olvida el pensamiento de su propio final no llega nunca a la madurez de la vida y permanece en la superficie de la misma.

Por largo o corto que sea nuestro vivir en la tierra, no somos amos absolutos de nuestra vida; somos más bien sus administradores. La rendición de cuentas final es necesaria, y no es posible huir ni jugar con astucia. La responsabilidad del siervo de la parábola es múltiple: el amo le ha confiado a sus criados y le ha confiado el cuidado de sus propios bienes. Esa responsabilidad es también la nuestra. Deberemos presentarnos irreprensibles ante el Señor, amo de nuestra vida, ante los otros siervos compañeros de camino, ante la casa que es nuestro mundo y nuestra historia.

 

ORATIO

 

Oremos con palabras inspiradas por el salterio: «Señor, dame a conocer mi fin, y cuántos van a ser mis días; que me dé cuenta de lo frágil que soy. Me diste sólo un puñado de días, mi vida no es nada ante ti; el hombre es como un soplo fugaz, como una sombra que pasa; se afana por cosas fugaces, atesora, sin saber para quién será» (Sal 39,5-7).

«Tú haces que el hombre vuelva al polvo, diciendo: “¡Retornad, hijos de Adán!”. Porque mil años son para ti como un día, un ayer que ya pasó, una vigilia de la noche... Enséñanos a calcular nuestros días, para que adquiramos un corazón sabio» (Sal 90,3–4.12).

«Mis días son como sombra que pasa, y yo me voy secando como el heno. Pero tú, Señor, reinas por siempre, tu fama dura por todas las edades» (Sal 102,12ss).

«El Señor es clemente y compasivo, paciente y lleno de amor; no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga de acuerdo con nuestras culpas. Él sabe de qué estamos hechos, se acuerda de que somos polvo. Los días del hombre son como la hierba: florecen como la flor del campo, pero cuando la roza el viento deja de existir, nadie la vuelve a ver en su sitio. Pero el amor del Señor a sus fieles dura eternamente, y su salvación alcanza a hijos y  nietos» (Sal 103,8.10.14-17).

 

CONTEMPLATIO

Luego, otra vez, por que no le preguntaran, añadió: Vigilen, pues, porque no saben en qué momento ha de llegar su Señor. No dijo: «Porque no sé», sino: Porque no saben. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilen, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprendan que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estén también ustedes preparados, pues en el momento que no piensen vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.

Así pues, por que no limitaran su fervor a ese día, el Señor no revela ni el común ni el propio de cada uno, pues quiere que le estén siempre esperando y sean siempre fervorosos. De ahí que también dejó en la incertidumbre el fin de cada uno. Luego, sin velo alguno, se llama a sí mismo Señor, cosa que nunca dijo con tanta claridad. Más aquí paréceme a mí  que intenta también confundir a los perezosos, pues no ponen por su propia alma tanto empeño como ponen por sus riquezas los que temen el asalto de los ladrones. Porque, cuando éstos se esperan, la gente está despierta y no consiente que se lleven nada de lo que hay en casa. Ustedes, empero, les dice, no obstante saber que su Señor ha de venir infaliblemente, no vigilan ni están preparados, a fin de que no se los lleven desapercibidos de este mundo. Por eso aquel día vendrá para ruina de los que duermen. Porque así como el amo, de haber sabido la venida del ladrón, lo hubiera evitado, así ustedes, si están preparados, lo evitarán igualmente (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 77, 2ss [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Nuestros ojos pendientes del Señor, nuestro Dios, esperando que se apiade de nosotros» (Sal 122,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Si la trascendencia divina trasciende y abarca desde dentro el presente, el pasado y el futuro del hombre, en cuanto el hombre haya reconocido el primado del futuro en nuestra temporalidad, el fiel lo pondrá antes que nada, y con razón, en relación con la trascendencia de Dios. Por eso pondrá a Dios en relación con el futuro del hombre y en última instancia, puesto que el hombre es persona en una comunidad de hombres, con el futuro de toda la humanidad. Este es un terreno particularmente fértil para una nueva imagen de Dios en

nuestra cultura; naturalmente, con el presupuesto de una auténtica fe en la realidad invisible de Dios, verdadera y propia fuente que, partiendo del mundo, estimula la formación de un «concepto» de Dios.

En semejante contexto cultural de vida, el Dios de los fieles se manifiesta a nosotros mismos como «el que viene», como el Dios que es nuestro futuro. Surge aquí entonces un cambio profundo: aquel a quien nosotros, en tiempos pasados, guiados por una imagen del hombre un tanto anticuada y por una concepción vieja del mundo, llamábamos el «totalmente otro» se presenta ahora como el «totalmente nuevo», como alguien que es nuestro futuro y crea un nuevo futuro humano. Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos proporciona la posibilidad de crear el futuro, esto es, de hacerlo todo nuevo y de superar la historia pecaminosa de nosotros mismos y de todos los demás. Esta nueva cultura hará ciertamente que, de una manera maravillosa, redescubramos el alegre anuncio del Antiguo y del Nuevo Testamento, a saber: que el Dios de la promesa nos da la tarea de ponernos en camino hacia la tierra prometida, hacia una tierra que nosotros, como en un tiempo Israel y siempre con la confianza de la promesa, debemos transformar y hacer fértil (E. Schillebeeckx, Erfahrung aus Glauben, Friburgo 1984, p. 87).

 

 

 

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