Lectio Divina Domingo XVIII del Tiempo Ordinario A. Tú eres mi fortaleza, Dios fiel

No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.  

Isaías: 55, 1-3 Salmo 144 Romanos: 8, 35. 37-39  Mateo 14,13-21


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA Del libro del profeta Isaías: 55, 1-3

 

Esto dice el Señor: "Todos ustedes, los que tienen sed, vengan por agua; y los que no tienen dinero, vengan, tomen trigo y coman; tomen vino y leche sin pagar.

¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta? Escúchenme atentos y comerán bien, saborearán platillos sustanciosos. Préstenme atención, vengan a mí,  escúchenme y vivirán. Sellaré con ustedes una alianza perpetua, cumpliré las promesas que hice a David".

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

El Señor, por boca del profeta, dirige na palabra de esperanza al pueblo, que está en eld estierro. Los productos pregonados procedend e este mundo: «Compren trigo y coman de balde» (v. 1). Es la antelación en figura de la gratuidad de la redención, de la «justicia» de un Dios rico en misericordia. El texto termina con una promesa: «Sellare con ustedes una alianza perpetua» (v. 3). Ahora, en el horizonte de quien se debate en la incertidumbre y el dolor se dibuja una gracia inigualable.

Es interesante, en el breve oráculo, el doble binomio de verbos: «escúchenme y comerán», «escúchenme y vivirán». «Escuchar» al Señor significa abrir el corazón y llevar a la práctica su Palabra, dejándose transformar por ella, ya que posee el germen de la vida nueva. Si el primer binomio subraya el efecto «nutritivo» -«comerán»-, el segundo evidencia la consecuencia última y magnífica: «vivirán», una certeza imperativa y absoluta.

Los elementos mencionados son cuatro: el agua, el vino, la leche y el pan. El agua es principio y fundamento de la vida. El vino alude a la alegría y es signo del banquete mesiánico. La leche está asociada a la prosperidad y la abundancia de bienes concedidos por un Dios de consuelo y ternura con su pueblo. El último, el pan, es nombrado de modo «apofático», es decir, por lo que no es. En efecto, otro será el pan bajado del cielo, el de la vida eterna: Jesucristo, nuestro Señor.

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 144, 8-9. 15-16. 17-18.

R/. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

 

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas.

R/. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

 

A ti, Señor, sus ojos vuelven todos y tú los alimentas a su tiempo. Abres, Señor, tus manos generosas y cuantos viven quedan satisfechos.

R/. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

 

Siempre es justo el Señor en sus designios y están llenas de amor todas sus obras. No está lejos de aquellos que lo buscan; muy cerca está el Señor, de quien lo invoca.

R/. Abres, Señor, tu mano y nos sacias de favores.

 

SEGUNDA LECTURA

Nada podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús.

De la carta del apóstol san Pablo a los Romanos: 8, 35. 37-39

Hermanos: ¿Qué cosa podrá apartarnos del amor con que nos ama Cristo? ¿Las tribulaciones? ¿Las angustias? ¿La persecución? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La espada? Ciertamente de todo esto salimos más que victoriosos, gracias a aquel que nos ha amado; pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni el presente ni el futuro, ni los poderes de este mundo, ni lo alto ni lo bajo, ni creatura alguna podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús.

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

El apóstol presenta un cuadro dramático del cristiano que rechaza todo aquello a lo que no se adhiere connaturalmente: la corrupción, la pasividad, el pecado y la muerte. En general, esto también vale para todos, inmersos en el oleaje de la historia, en un mar que quiere engullirlos con sus tribulaciones y angustias. Pero cada privación tiene su certeza, que convierte la trágica situación en una realidad luminosa: el amor de Dios, que es más fuerte que la muerte. El cuadro se perfila en favor del hombre gracias a «Dios, que nos ama» (v. 37).

Ninguna criatura, por fuerte o poderosa que sea, podrá separarnos del «amor de Dios manifestado en Cristo Jesús» (v. 39). Este pasaje paulino nos evoca otro texto del apóstol, donde afirma: «El mundo, la vida, la muerte, lo presente y lo futuro; todo es de ustedes. Pero ustedes son de Cristo, y Cristo es de Dios» (1 Cor 3,22ss). En el amor de Dios y en la humanidad divina de Cristo, el hombre redimido vuelve al dominio de aquél al que todo pertenece y de cuyo misterio participa todo.

 

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 4, 4
R/. Aleluya, aleluya.

No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios.

R/. Aleluya, aleluya.

Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 13-21

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio aquella muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos.

Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: "Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer". Pero Jesús les replicó: "No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer", Ellos le contestaron: "No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados". Él les dijo: "Tráiganmelos".

Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse, y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.

 

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Jesús, informado de la muerte de Juan el Bautista, siente la necesidad de apartarse: «Se retiró de allí a un lugar tranquilo» (v. 13). Jesús está de luto, podría pensarse. La humanidad, representada por el gentío, «aquel gran gentío», acude al lugar desértico y entra en su soledad. El Dios hecho hombre se hace solidario del dolor humano y acoge espontáneamente al hombre en este viacrucis de la existencia, en una historia donde da la impresión que prevalece el sufrimiento y la tribulación. Tres verbos escalonan la intervención del Salvador: «vio», «sintió compasión» y «curó». El corazón de Dios se estremece ante aquella indigencia humana, que de por sí clama al Altísimo. Dos detalles completan la ausencia de cualquier esperanza posible: «el anochecer» y «el lugar desértico». Es la hora del «nada es imposible para Dios».

Ante la fe del hombre, la humildad de Dios se convierte en gloria. A los atónitos discípulos Jesús les dice: «Denles ustedes de comer» (v. 16). Sorprende este «ustedes». Jesús traslada su iniciativa a la actuación de los apóstoles: él podía haber intervenido personalmente. Pero es desde la libertad de la fe cuando puede actuar, los discípulos cooperan y todos reciben comida abundantemente.

 

MEDITATIO

 

El hambre y la sed de la humanidad no se sacian con bienes materiales. A lo largo de la historia, la humanidad, fatigada y oprimida por múltiples angustias y problemas, siempre ha experimentado, y cada vez más, la incapacidad de darse una salvación meramente terrenal, obtener una paz duradera y alcanzar una justicia ecuánime. El hombre, en el fracaso de sus esfuerzos y aspiraciones, aún es más consciente de que necesita una ayuda de lo alto; y esto, por sus designios trascendentes, no puede ser sino un don. Su gratuidad es tan extraordinaria como inconmensurables son su valor y su obtención. Una es la experiencia inmediata de todo esto: «Dios es más grande que nuestro corazón» (1 Jn 3,20). En esta verdad se basa la alianza eterna.

La «compasión» de Jesús por la muchedumbre desvela el móvil del don de Dios en el Hijo unigénito para la vida del mundo: una coparticipación viva, palpitante y auténtica. Prefigura la hora del Calvario y compendia completamente el contenido eucarístico del sacrificio del banquete divino ofrecido en símbolo mediante el milagro. El tiempo mesiánico se ha manifestado: Dios sacia a su pueblo «de balde»; lo nutre de cosas buenas: gracia y verdad, vida y alegría. Y aún más, lo vincula con una comida que es prenda de eternidad: el Verbo encarnado y entregado por nosotros. En él, cualquier añoranza humana de Dios es atendida ampliamente mediante el cumplimiento de la promesa y el vínculo perenne con Dios.

 

ORATIO

 

El cansancio y la debilidad han oprimido nuestros corazones. No tenemos ni alimento espiritual, ni descanso corporal, ni consuelo. La nostalgia, la espera y la esclavitud nos están ahogando. Jesús misericordioso, imploramos tu compasión, nos abrazamos a tu costado abierto. Corazón misericordioso e inflamado de amor, apriétanos con los lazos de la piedad, el amor y la unión. Ayúdanos a regresar pronto a nuestra tierra,

para que podamos cumplir mejor, siempre mejor, las tareas encomendadas por el Creador. Amén (jóvenes lituanos en un campo de concentración siberiano).

 

CONTEMPLATIO

 

Ha colmado de bienes a los hambrientos. Primero ha humillado, después ha alimentado. El espíritu de profecía narra los hechos futuros como si ya hubiesen pasado. ¿Por qué los hambrientos todavía no han sido colmados de bienes? Si lo hubiesen sido, ¿cómo podrían estar hambrientos? Y si están hambrientos, ¿cómo pueden ser colmados de bienes? A no ser que lo entendamos en el sentido de aquellas palabras: «Los ángeles desean contemplarlo». Los ángeles siempre están viendo el rostro del Padre, y se encuentran hambrientos y colmados de bienes al mismo tiempo. Mantienen el deseo aún en la saciedad e incluso la saciedad en el deseo. Es un hartazgo que no conoce el hastío, es un hambre sin tormento; es, más bien, esa hambre que es hambre de beatitud, que los sacia sin fin. Pero en el camino no es como en la patria celestial. En el camino se tiene sed y hambre de justicia; en la patria quedarán saciados cuando se manifieste la gloria. Sin embargo, ya en este camino terrenal, los hambrientos son colmados de bienes, porque Dios les da la comida a su tiempo. Son colmados de bienes, son liberados de males. Son colmados de bienes, es decir, de los dones del Espíritu Santo... Y éste es el motivo por el que Dios nos alimenta y nos viste en este viaje nuestro, por el que colma a los hambrientos de bienes consoladores: para que nos convirtamos como Israel, o sea, para que seamos contemplativos (Dionisio el Cartujano, Tornerò al mio cuore, Magnano 1987, 51).

 

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Tú eres mi fortaleza, Dios fiel» (Sal 58,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

[El autor, un médico alemán, recuerda la experiencia vivida en las minas de Vorkuta, un campo de concentración soviético, el número 9/10].

Cada mañana, hacia las cuatro, se celebraba la santa misa y se distribuía la comunión. Del grupo que estaba orando, se apartó un minero, vestido como los demás, con un mono, y se acercó al altar improvisado (a unos doscientos metros bajo tierra). Era el sacerdote. Después, de la muchedumbre salió otro: el ayudante. Sobre el altar improvisado, un minúsculo cáliz y un misal pequeño. El ayudante sacó del bolsillo del mono una campanilla minúscula. El cáliz de plata medía unos siete centímetros de alto y cuatro de ancho y había sido hecho por los mismos mineros. Durante la santa misa, muchos se acercaron para recibir la comunión. Las hostias venían de Lituania. Los comunistas, que no sabían de qué se trataba, las llamaban «pan lituano». El vino llegaba con enormes dificultades al campo de concentración de Crimea. Durante la Pascua, más de cuatrocientos pudieron comulgar. A los mineros les entregaban, según lo acordado, una cajetilla de tabaco y, debajo de la primera fila de cigarrillos, les colocaban el Santísimo envuelto en un trocito de candido lino. La hostia consagrada se partía y era distribuida entre cuatro personas, más o menos (cf. J. 'Scholmer, Die Toten kehren züruck, Berlín 1954).

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