Lectio Divina Lunes XVIII del Tiempo Ordinario A. Jesucristo Maestro y Señor: Mándame ir a ti caminando sobre el agua.

Conocemos lo que es el amor, en que Cristo dio su vida por nosotros. Así también debemos nosotros dar la vida por nuestros hermanos.  Jeremías: 28,1- 17 Salmo 118 Mateo: 14, 22-36

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

A ti, Jananías, no te ha enviado el Señor, y has hecho que el pueblo crea en una mentira.

Del libro del profeta Jeremías: 28,1- 17

 

El quinto mes del cuarto año del reinado de Sedecías, Jananías, hijo de Azur y profeta de Gabaón, le dijo a Jeremías en el templo, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo: "Esto dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: 'Voy a romper el yugo del rey de Babilonia. Dentro de dos años haré que se devuelvan todos los objetos del templo del Señor, que el rey Nabucodonosor tomó de este lugar y se llevó a Babilonia; haré volver a Jeconías, hijo de Joaquín y rey de Judá, y a todos los desterrados de Judá que han ido a Babilonia, en cuanto yo rompa, dice el Señor, el yugo del rey Nabucodonosor' ". Entonces el profeta Jeremías le respondió a Jananías, en presencia de los sacerdotes y de todo el pueblo que estaba en el templo del Señor: "Amén. Que así lo haga el Señor. Que el Señor confirme lo que has predicho y haga retornar de Babilonia a este lugar los objetos del templo del Señor y a todos los desterrados. Pero, pon atención a lo que voy a decirte delante de todo el pueblo: Antes de mí y antes de ti, siempre ha habido profetas que predijeron a muchos países y a grandes reinos la guerra, el hambre y la peste. Y cuando un profeta predice la paz, sólo hasta que se cumplen sus palabras, se puede reconocer que es verdadero profeta, enviado por el Señor". Entonces Jananías tomó el yugo que traía Jeremías en el cuello, lo rompió y dijo delante de todo el pueblo: "Esto dice el Señor: 'Así romperé el yugo de Nabucodonosor, rey de Babilonia, dentro de dos años y lo quitaré del cuello de todas las naciones' ".

Jeremías se alejó de allí. Pero un tiempo después de que Jananías había roto el yugo del cuello del profeta Jeremías, el Señor le habló a éste y le dijo: "Ve y dile a Jananías: 'Esto dice el Señor: Has roto un yugo de madera, pero yo lo sustituiré por uno de hierro. Porque esto dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: He puesto en el cuello de todas estas naciones un yugo de hierro, para someterlas al servicio de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y hasta las bestias del campo lo servirán"'. Y Jeremías añadió: "Escucha, Jananías: No te ha enviado el Señor y tú has hecho que el pueblo crea en una mentira. Por eso el Señor te dice: 'Yo te borraré de la superficie de la tierra. Este año morirás, por haber incitado a la rebelión contra el Señor' ". Y el profeta Jananías murió aquel mismo año, en el mes séptimo.

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

El episodio que se narra en este fragmento tomado de Jeremías, que probablemente tengamos que situar hacia el año 594-593 a. de C., plantea la cuestión del discernimiento entre la verdadera y la falsa profecía. Nabucodonosor había exiliado a un grupo de judíos, junto con su rey Jeconías-Joaquín, a Babilonia y había saqueado el templo (cf. 2 Re 24,10ss): el profeta Jananías predice la liberación de los deportados y también la restitución de los enseres del templo. Para apoyar su profecía, lleva a cabo una acción simbólica: rompe el yugo que Jeremías se había puesto en el cuello como signo de la pesada dominación a la que Babilonia había sometido a Judá (vv. 10ss; cf. Jr 27). Jeremías recuerda a Jananías y a todos los presentes que una profecía sólo es auténtica cuando se cumple (vv. 7-9; cf. Dt 18,21ss;

Jr 23,16-18). Por su parte, espera que Dios le hable. A pesar de que también él desea un futuro de libertad y de paz (v. 6), no puede dejar de ser fiel a aquella palabra que le ha seducido, que le hace arder por dentro con una fuerza irresistible y que anuncia desventuras y castigos (cf. Jr 20,7-9).

Jeremías, dócil instrumento en manos de YHWH, proclama la Palabra verdadera, aunque resulte impopular: Babilonia hará aún más pesado su propio dominio, sin que Judá tenga la posibilidad de sustraerse del mismo (vv. 12-14). El castigo que le espera al falso profeta Jananías será inexorable e inminente (v. 15ss; cf. Dt 18,20): su muerte atestiguará la autenticidad de la profecía de Jeremías (v. 17).

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 118, 29. 43. 79. 80. 95. 102.

R/. Enséñame, Señor, tus mandamientos.

 

Apártame de los caminos falsos y dame la gracia de cumplir tu voluntad. No quites de mi boca las palabras sinceras, porque yo espero en tus mandamientos. R/. Enséñame, Señor, tus mandamientos.

 

Que se vuelvan hacia mí tus fieles, los que hacen caso de tus preceptos. Que sea mi corazón perfecto en tus leyes, así no quedaré avergonzado. R/. Enséñame, Señor, tus mandamientos.

 

Los malvados me esperaban para matarme, pero yo meditaba tus preceptos. No me aparto de tus mandamientos, porque tú me has instruido. R/. Enséñame, Señor, tus mandamientos.

 

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 1, 49

R/. Aleluya, aleluya.

Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.

R/. Aleluya, aleluya.

 

 

EVANGELIO

Mándame ir a ti caminando sobre el agua.

Del santo Evangelio según san Mateo: 14, 22-36

 

En aquel tiempo, inmediatamente después de la multiplicación de los panes, Jesús hizo que sus discípulos subieran a la barca y se dirigieran a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedirla, subió al monte a solas para orar. Llegada la noche, estaba él solo allí.

Entre tanto, la barca iba ya muy lejos de la costa y las olas la sacudían, porque el viento era contrario. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el agua. Los discípulos, al verlo andar sobre el agua, se espantaron y decían: "¡Es un fantasma!". Y daban gritos de terror. Pero Jesús les dijo enseguida: "Tranquilícense y no teman. Soy yo". Entonces le dijo Pedro: "Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua". Jesús le contestó: "Ven". Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse y gritó: "¡Sálvame, Señor!". Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?".

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en la barca se postraron ante Jesús, diciendo: "Verdaderamente tú eres el Hijo de Dios".

Terminada la travesía, llegaron a Genesaret. Apenas lo reconocieron los habitantes de aquel lugar, pregonaron la noticia por toda la región y le trajeron a todos los enfermos. Le pedían que los dejara tocar siquiera el borde de su manto; y cuantos lo tocaron, quedaron curados.

 

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El relato de la tempestad calmada por Jesús ha sido colocado por Mateo en el contexto de unos episodios orientados específicamente a la formación del grupo de los discípulos (Mt 14,13–16,20), que preceden al magno «discurso sobre la vida de la comunidad cristiana» (capítulo 18). Esto confiere al texto un peculiar carácter eclesiológico.

El evangelista había narrado ya una tempestad (8,23-27) que sorprendió a los discípulos mientras dormía el Maestro. De aquel relato se había desprendido ya el carácter excepcional de la autoridad de Jesús, una autoridad había suscitado la pregunta por su identidad;

al mismo tiempo, Jesús había reafirmado la necesidad de la fe (cf. 8,10) para poder seguirle (cf. 8,19ss). Aquí se desencadena la tempestad cuando la barca se encuentra en medio del lago y mientras Jesús, que previamente se había separado de los discípulos, ora en soledad (14,22ss). Su llegada milagrosa engendra en ellos turbación y miedo (v. 26). Sin embargo, sus palabras de ánimo les tranquilizan (v. 27). Y no sólo esto: también animan a Pedro a imitar a su Maestro caminando sobre las olas (vv. 28ss). Pero se hace necesaria otra intervención de Jesús a fin de que la fe vacilante del discípulo pueda

apoyarse totalmente en aquel que es el único que da la salvación (vv. 30ss). Por la misma experiencia de salvación pasan todos aquellos que de algún modo entran en contacto con Jesús (vv. 34-36); se trata de una experien que manifiesta la verdadera identidad del Salvador: «Verdaderamente, eres Hijo de Dios» (V 32).

 

MEDITATIO

 

Jeremías habla de verdaderos y falsos profetas. Dado que todos debemos ser profetas verdaderos, puesto que todos pertenecemos a un pueblo profético, ¿cómo hemos de proceder para llegar a ser verdaderos profetas? No re sulta fácil, en efecto, ser profetas verdaderos, entre otras cosas porque es preciso decir no las palabras que agradan, sino las palabras que salvan. Y las palabras que salvan pueden molestar, ser consideradas como anacrónicas o apocalípticas, inoportunas o exageradas u otras cosas, de suerte que, por lo general, son descalificadas en virtud de un mecanismo instintivo de defensa.

El verdadero profeta es una persona libre, interiormente libre. Es una persona a la que no le preocupan las audiencias, sino la fidelidad a Dios. Es una persona que se construye a diario sobre Dios, que se compara de manera prioritaria con su Palabra y está preocupada por no traicionarla.

El profeta -y todo cristiano lo es- se va construyendo lentamente, porque él mismo debe pasar de los condicionamientos de este mundo a la fidelidad a Dios. Debe realizar en sí mismo ese trabajoso camino que le lleva a ver las cosas con los ojos de Dios. Siempre «con gran temor y temblor», porque sabe que su manera de pensar puede sobreponerse o hacer de pantalla al modo de pensar de Dios.

Con todo, Dios necesita un pueblo profético para hacer oír su Palabra en la historia siempre complicada de este mundo, atareado en perderse por senderos que no llevan a ninguna parte.

 

ORATIO

 

¡Cuántas palabras, Dios mío! Me quedo trastornado en medio de tanto rebote de voces que me alcanzan e intentan imponerse. A veces ni siquiera consigo distinguir las palabras llenas de significado de las que están vacías, envolturas aparentes de la nada. ¿Cómo reconocer las palabras que engendran vida y cómo distinguirlas con claridad de aquellas que la extinguen? Dentro de mí mismo, Señor, tu Palabra se me presenta como una entre tantas, y la confundo, y no capto su sonido y su eco profundo... ¿Qué palabras digo, entonces, Dios mío? Jirones de «cosas ya oídas». Y llego a sentirme sólo un repetidor de cosas que se dan por descontado, de frases hechas, según lo que esté de moda.

Me detengo un momento, Señor: tú me hablas para que yo hable de ti. Tú te hiciste Palabra por nosotros y yo estoy llamado a hacerme palabra por los otros: no una palabra-conjunto-de-sonidos, sino una palabra-vida, una palabra-persona, una palabra-entrega-de-sí-mismo.

Que yo obtenga de ti el coraje de ser para mis hermanos, para mis hermanas, esa palabra que los alimenta, que sacia su deseo de verdad y de sentido.

 

CONTEMPLATIO

 

¡Oh Dios mío, dulzura inefable! Conviérteme en amargura todo consuelo carnal que me aparta del amor de las cosas eternas, lisonjeándome torpemente con la vista de bienes temporales que deleitan.

No me venza, Dios mío, no me venza la carne y la sangre; no me engañe el mundo y su breve gloria; no me derribe el demonio y su astucia.

Dame fortaleza para resistir, paciencia para sufrir, constancia para perseverar.

Dame, en lugar de todas las consolaciones del mundo, la suavísima unción de tu espíritu, y, en lugar del amor carnal, infúndeme el amor de tu nombre.

Hijo, conviene que lo des todo por el todo, y no ser nada de ti mismo.

Sabe que el amor de ti mismo te daña más que ninguna cosa del mundo.

Según fuere el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas.

Si tu amor fuere puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna.

No codicies lo que no te conviene tener. No quieras tener lo que te puede impedir y quitar la libertad interior (Tomás de Kempis, Imitación de Cristo, III, 26,3; 27,1; San Pablo, Madrid 1997, pp. 181-183).

 

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Habla, Señor: anunciaré tu Palabra» (cf. Jr 28,12).

 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El camino de la experiencia gradual de Dios fue también, para la Iglesia de los orígenes, el camino de una libertad cada vez mayor. Para mí, la vía de la mística es el auténtico camino hacia la libertad.

Por el camino místico nos tropezamos, en primer lugar, con nuestra verdad personal. Y sólo la verdad nos hará libres. Descubrimos aquí los modelos de vida de los que somos prisioneros, nuestros modos de ver ilusorios que distorsionan la realidad y a causa de los cuales nos hacemos mal. Cuanto más nos acercamos a Dios, con mayor claridad reconocemos nuestra verdad. Cuanto más unidos estamos a Dios, más libres nos volvemos.

Todos anhelamos la libertad, pero la verdadera libertad no consiste en la liberación con respecto a una soberanía externa a nosotros mismos, sino que consiste en la libertad interior, en la libertad respecto al dominio del mundo, en la libertad respecto al poder de los otros hombres y mujeres, y respecto a la libertad de las constricciones interiores y exteriores.

Debe quedar claro que la libertad constituye un aspecto esencial del mensaje cristiano y que todo camino espiritual auténtico conduce al final a la libertad interior. Y esto es así porque la experiencia de Dios y la experiencia de la libertad están intrínsecamente conectadas (Anselm Grün, Non farti del male, Brescia 1999, pp. 9ss [edición española: Portarse bien con uno mismo, Sígueme, Salamanca 1999]).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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