Lectio Divina Domingo XXI del Tiempo Irdinario A. Señor, tu amor perdura eternamente.

 

Inclina tu oído, Señor, y escúchame. Salva a tu siervo, que confía en ti. Ten piedad de mí, Dios mío, pues sin cesar te invoco.

Isaías 22,19-23.       Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6. 8bc. 

Romanos: 11, 33-36.   Mateo: 16,13-20

 

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro.

Del libro del profeta Isaias: 22, 19- 23

 

Esto dice el Señor a Sebná, mayordomo de palacio: "Te echaré de tu puesto y te destituiré de tu cargo. Aquel mismo día llamaré a mi siervo, a Eleacín, el hijo de Elcías; le vestiré tu túnica, le ceñiré tu banda y le traspasaré tus poderes.

Será un padre para los habitantes de Jerusalén y para la casa de Judá.

Pondré la llave del palacio de David sobre su hombro. Lo que él abra, nadie lo cerrará; lo que él cierre, nadie lo abrirá. Lo fijaré como un clavo en muro firme y será un trono de gloria para la casa de su padre".

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

«Este oráculo se sitúa después de la liberación de Jerusalén en el 701 a. de C., que pone fin a la, hasta entonces, campaña victoriosa de Senaquerib» (Biblia de Jerusalén). Isaías, que había anunciado la liberación, invita con este episodio a reconsiderar la precariedad de las ambiciones humanas y cómo sólo la iniciativa divina puede garantizar el orden y el progreso. Se trata de la sustitución del mayordomo del rey Ezequías (716-687 a. de C.), debido a la megalomanía demostrada al querer construirse un mausoleo subterráneo en una altura rupestre (v. 16b). Quien recibe la investidura del mismo Dios -se refiere al mayordomo mayor, que está al cargo, cuidado y gobierno de la casa del rey- se revela como «padre» de sus compañeros, será juez ecuánime y se convertirá en un firme punto de referencia para la estabilidad del Reino. El traspaso de poderes simbolizado en las llaves se ha vuelto a utilizar en referencia al mesianismo de Cristo (Ap 3,7) y al papel de Pedro en la comunidad de Jesús (Mt 16,19). También lo hallamos en la antífona «O» de las vísperas de la liturgia prenavideña del 20 dediciembre: «O Clavis David...».

 

SALMO RESPONSORIAL

Del salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6. 8bc.

R/. Señor, tu amor perdura eternamente.

 

De todo corazón te damos gracias, Señor, porque escuchaste nuestros ruegos. Te cantaremos delante de tus ángeles, te adoraremos en tu templo.

R/. Señor, tu amor perdura eternamente.

 

Señor, te damos gracias por tu lealtad y por tu amor: siempre que te invocamos, nos oíste y nos llenaste de valor.

R/. Señor, tu amor perdura eternamente.

 

Se complace el Señor en los humildes y rechaza al engreído. Señor, tu amor perdura eternamente; obra tuya soy, no me abandones.

R/. Señor, tu amor perdura eternamente.

 

SEGUNDA LECTURA

Todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él.

De la carta del apóstol san Pablo a los romanos: 11, 33-36

 

¡Qué inmensa y rica es la sabiduría y la ciencia de Dios! ¡Qué impenetrables son sus designios e incomprensibles sus caminos! ¿Quién ha conocido jamás el pensamiento del Señor o ha llegado a ser su consejero? ¿Quién ha podido darle algo primero, para que Dios se lo tenga que pagar? En efecto, todo proviene de Dios, todo ha sido hecho por él y todo está orientado hacia él. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.

 

Palabra de Dios.

Te alabamos, Señor.

 

La perícopa paulina retoma los versículos conclusivos de la sección dedicada al pueblo de Israel, que abarca los cc. 9-11 de la Carta a los Romanos. Pablo profundiza en el «misterio del pueblo de la Alianza, un pueblo que no ha reconocido en Jesús de Nazaret al Mesías esperado. Pablo, después de haber intentado captar el sentido providencial de un acontecimiento dramático, como hombre de estricta observancia judía e incondicional profesión cristiana, restalla con expresiones de estupor ante la impenetrabilidad de los designios («decisiones») y la conducta («caminos») de Dios, que esconden una profunda riqueza de sabiduría y conocimiento, y refuerza su ponderación citando al profeta Isaías (40,13-28): en su argumentación resuena la enseñanza sapiencial de la Escritura (cf. Sal 138; Job 41).

 

EVANGELIO

Tú eres Pedro y yo te daré las llaves del Reino de los cielos.

Del santo Evangelio según san Mateo: 16,13-20

 

En aquel tiempo, cuando llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?". Ellos le respondieron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o alguno de los profetas". Luego les preguntó: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?". Simón Pedro tomó la palabra y le dijo: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". Jesús le dijo entonces: "¡Dichoso tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos! Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia. Los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella. Yo te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo".

Y les ordenó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías.

 

Palabra del Señor.

Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Jesús se encuentra en un extremo del territorio -en la ciudad de Cesarea, fundada por el tetrarca Herodes Filipo, a unos 40 kilómetros al norte del lago Tiberíades- con los discípulos e, interesado por la opinión que se habían ido formando de él, los «sondea». La gente cree que es un profeta, un título, en aquel entonces, con una clara referencia mesiánica, Tanto es así que «algunos » lo consideraban «uno de los antiguos profetas, que ha resucitado» (cf. Lc 9,19) o hasta el mismo Juan el Bautista, «que ha resucitado de entre los muertos» (cf. Mt 14,2). Ésta es la opinión de la gente, y «ustedes -enfatiza el Señor- ¿quién dicen que soy yo?» Toma la palabra Simón Pedro, como portavoz del grupo, quien manifiesta tener pleno conocimiento no sólo del mesianismo, sino de la divinidad de Cristo. Es verdad los evangelios han sido escritos después de que los acontecimientos se hayan producido; sin embargo, la bienaventuranza pronunciada por Cristo («dichoso tú») y la razón ofrecida («porque eso...») testimonian la importancia del reconocimiento: Pedro, desde el principio, es confirmado en el nuevo encargo con el cambio de nombre, Cefas, en arameo, totalmente desconocido hasta entonces (Mt 4,18; cf. In 1,42).

 

MEDITATIO

 

El reconocimiento de Simón Pedro de la verdadera identidad de Cristo señala el momento culminante de la experiencia de los apóstoles y de la Iglesia, que tiene en Cristo su fundamento. Pedro, según el texto del cuarto evangelio (6,69), «cree y conoce» que Jesús de Nazaret es «el santo de Dios», el consagrado por excelencia, el Mesías-Cristo. Las consecuencias de tal reconocimiento han marcado una historia bimilenaria y todavía activa.

Sobre todo, subraya que reconocer a Cristo es fruto de la revelación del Padre acogida con espíritu de fe (¡creído y conocido!). En segundo lugar, un acto semejante es, a su vez, fuente de aquella bienaventuranza que le concede al testimonio cristiano empuje y alegría. En tercer lugar, es sobre la roca de Pedro y los apóstoles donde tiene el fundamento la comunidad de Jesús, el nuevo y universal pueblo de Dios. Contra él resultarán impotentes las fuerzas de la muerte («las puertas del infierno», en el lenguaje bíblico). Pedro y los apóstoles (cf. Mt 18,18) ejercen el poder de Cristo (cf. Ap 1,18), la triple tarea de gobernar («atar» y «desatar»), santificar y enseñar. El estupor de Pablo ante los designios divinos bien puede equipararse al episodio evangélico de la investidura de Pedro y la constitución de la Iglesia como una comunidad cimentada sobre la roca de la fe y -lo recuerda Juan al final del evangelio- del amor.

 

 

 

ORATIO

Concédele a tu Iglesia, Señor,

que no alimente actitudes soberbias,

sino servicios humildes, agradables a ti.

Que desdeñe el mal

y practique cuanto es recto

con amor y plena libertad

(oración fijada por la antigua liturgia romana para el 15 de junio, en memoria de los mártires).

 

CONTEMPLATIO

 

Como sabéis, el Señor Jesús eligió antes de su pasión a sus discípulos, a quienes llamó apóstoles. Entre ellos sólo Pedro ha merecido personificar a toda la Iglesia casi por doquier. En atención a esa personificación de toda la Iglesia que sólo él representaba, mereció escuchar: Te daré las llaves del Reino de los Cielos. Estas llaves no las recibió un solo hombre, sino la unidad de la Iglesia. Por este motivo se proclama la excelencia de Pedro, porque era figura de la universalidad y unidad de la misma Iglesia cuando se le dijo: Te daré, lo que en realidad se daba a todos. Para que veáis que es la Iglesia la que recibió las llaves del Reino de los Cielos, escuchad lo que en otro lugar dice el Señor a todos sus apóstoles: «Recibid el Espíritu Santo». Y a continuación: «A quien perdonéis los pecados les quedarán perdonados, y a quienes se los retengáis les serán retenidos». Esto se refiere al poder de las llaves, del que se dijo: «Lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo, y lo que aten en la tierra será atado en el cielo». Pero lo de antes se dijo sólo a Pedro. Para ver que Pedro personificaba entonces a toda la Iglesia, escucha lo que se le dice a él, y en él a todos los santos fieles: «...lo que aten en la tierra quedará atado también en el cielo, y lo que desaten en la tierra será desatado también en el cielo». La paloma ata, la paloma desata. Ata y desata el edificio levantado sobre la piedra.

Teman los atados, teman los desatados (Agustín de Hipona, «Discurso 295»,1-2, en Obras completas de san Agustín, XXV, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1984, 257-258).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios viviente» (Mt 16,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Lo esencial de la gran contienda entre el Oriente cristiano y el Occidente cristiano, desde el inicio hasta hoy, se reduce a lo siguiente: la Iglesia de Dios tiene que desempeñar una tarea concreta entre los hombres; ¿para realizar ese encargo es necesario aunar todas las fuerzas eclesiales cristianas bajo la insignia y el poder de una autoridad eclesiástica central? Dicho con otras palabras: ¿la iglesia, como Reino de Dios presente, debe tener en la tierra representantes y ser una y estar unida, puesto que un reino dividido contra sí mismo no subsistirá, mientras que  la Iglesia, según la promesa evangélica, subsistirá hasta el final y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella?

La Iglesia romana se pronunció resolutivamente con una respuesta afirmativa; se fijó especialmente en el cometido práctico del cristianismo en el mundo, en el sentido de la Iglesia como reino eficiente o ciudad de Dios (Civitas Dei), y desde el inicio personalizó el principio de la autoridad central que de modo visible y práctico le confiere unidad a la actividad terrenal de la Iglesia. Por eso, la cuestión abstracta del significado de la autoridad central en la Iglesia se reduce a la cuestión histórica y viva del sentido de la Iglesia romana. Ella, sus ideas y sus acciones constituyen el verdadero objeto de la gran contienda. El principio de la autoridad eclesiástica, del poder espiritual representado sobre todo por la Iglesia romana, tiene una triple cara y suscita una triple cuestión. Primera, en el ámbito de la Iglesia, nos preguntamos cuál debe ser la relación del poder eclesiástico central con los representantes de las Iglesias locales nacionales; segunda, surge el tema de la relación de la Iglesia con el Estado, de la autoridad espiritual con la laica; y tercera, la relación entre el poder espiritual y la libertad espiritual del individuo, la cuestión de la libertad de conciencia (V.'S. Solov'ev, Il problema

dell'ecumenismo, Milán 1973, 63ss).

 

 

 

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