Lectio Divina Domingo XXXII del Tiempo Ordinario A. Encuentran la sabiduría aquellos que la buscan.
El Señor es mi pastor, nada me falta; en verdes praderas me hace recostar; me conduce hacia fuentes tranquilas.
Sabiduría: 6, 12-16. 1 Tesalonicenses 4,13-18. Mateo 25,1-13
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro de la Sabiduría: 6, 12-16
Radiante e incorruptible es la sabiduría; con facilidad la contemplan quienes la aman y ella se deja encontrar por quienes la buscan y se anticipa a darse a conocer a los que la desean.
El que madruga por ella no se fatigará, porque la hallará sentada a su puerta. Darle la primacía en los pensamientos es prudencia consumada; quien por ella se desvela pronto se verá libre de preocupaciones.
A los que son dignos de ella, ella misma sale a buscarlos por los caminos; se les aparece benévola y colabora con ellos en todos sus proyectos.
Palabra de Dios.
R/.Te alabamos, Señor.
En la Biblia, el sabio es quien teme a Dios y se aparta del mal (cf. Job 28,28). Nuestro autor quiere suscitar en sus oyentes el movimiento de desear la sabidría y salir a s encentro. La saboduría, pintada con los colores más brillantes, viene representada con la imagen de una bella joven, radiante, atractiva y anhelada, sentada a la puerta de su casa y dispuesta a entregarse totalmente a los suyos. Los versículos personifican a la sabiduría y la comparan con una amiga o una esposa. El hombre justo la ama, la desea, sale en su búsqueda desde muy temprano y la encuentra sentada en su puerta (v. 14; cf. Cant 3,2). Otro tanto ocurre con Dios. Él se deja hallar por quien lo busca (v. 12; cf. Prov 8,17; Sir 6,27); aún más, él sale a su encuentro, como un buen padre con su hijo. Lo importante es hacerse discípulo y aprender las sabias enseñanzas de la vida.
El comportamiento de Dios con el hombre es siempre el mismo: se da gratuita y graciosamente, es misericordioso y solícito, y trata a todos con cariño (cf. In 6,44; Flp 2,13; 1 Jn 4,10). Al hombre se le pide disponibilidad, apertura y espera vigilante. Dios, en efecto, se hace el encontradizo con aquel que lo busca con corazón sincero y manifiesta buena disposición interior para acoger su Palabra. Esto ha hecho el Hijo, eterna «fuerza de Dios y sabiduría de Dios» (1 Cor 1,24), que ha venido al encuentro de la humanidad en el misterio de la encarnación. Él siempre ha estado abierto a la Palabra del Padre y a su plan de salvación y ha recorrido los caminos del hombre para buscarlo, atraerlo y ofrecerle un modo de vivir, es decir, la «sabiduría».
SEGUNDA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Pablo a los tesalonicenses: 4, 13-18
Hermanos: No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que mueren en Jesús, Dios los llevará con él.
[Lo que les decimos, como palabra del Señor, es esto: que nosotros, los que quedemos vivos para cuando venga el Señor, no tendremos ninguna ventaja sobre los que, ya murieron.
Cuando Dios mande que suenen las trompetas, se oirá la voz de un arcángel y el Señor mismo bajará del cielo. Entonces, los que murieron en Cristo resucitarán primero; después nosotros, los que quedemos vivos, seremos arrebatados, juntamente con ellos entre nubes por el aire, para ir al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él. Consuélense, pues, unos a otros con estas palabras.]
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El discurso de Pablo a la comunidad de Tesalónica es sencillo y está lleno de imágenes. Hoy, algunos aspectos de su mensaje, quizá, no nos preocupen demasiado; por ejemplo, el que hace referencia a la convicción de estar vivos en el momento de la parusía (v. 17) y, de este modo, poder ver y admirar la venida gloriosa de Cristo. Sin embargo, el mensaje que transmite Pablo conserva actualmente su interés. El apóstol no quiere que sus hermanos en la fe se aflijan «como los que no tienen esperanza» (v. 13).
El cristiano se distingue por la esperanza, el hombre de fe se distingue porque es capaz de esperar. Los tesalonicenses, conscientes de la inseguridad del momento presente, siempre estarán expectantes, unidos a Cristo en la fe, en la esperanza y en el amor, y recibirán la salvación que Jesús les ha conseguido con su muerte y resurrección. La esperanza cristiana encuentra su fundamento en la resurrección del Señor: «Nosotros creemos que Jesús ha muerto y ha resucitado» (v. 14). La vida para el creyente no termina aquí; tiene un futuro, y éste es el gran gozo: «Consolaos, pues, unos a otros con estas palabras» (v. 18). Pablo basa sus palabras en la esperanza, que es la comunión entre los creyentes y el Señor. Jesús los reunirá y vivirán para siempre en común unión con él (v. 17).
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Mateo: 25,1-13
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a aquellas diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara.
Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: '¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!'. Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: 'Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando'. Las previsoras les contestaron: 'No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo'.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta, Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: 'Señor, señor, ábrenos'. Pero él les respondió: 'Yo les aseguro que no las conozco'. Estén pues,
preparados, porque no saben ni el día ni la hora".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
La parábola de las diez jóvenes, cinco sabias y cinco necias, forma parte del «discurso escatológico» (cf. Mt 24-25). El evangelista pretende conseguir un doble propósito: mantener viva la certeza del retorno del Señor e indicar una sana sugerencia sobre cómo comportarse durante este tiempo de vigilancia. Los peligros existen y deben ser superados por el cristiano. A saber, vivir con vigilante impaciencia, despreocupado de los afanes del mundo, sería una evasión, así como afanarse por las cosas del mundo, hasta despreocuparse de estar vigilante, sería una mundanización. La parábola ofrece una sabia enseñanza: hay que ser previsores y estar preparados ante cualquier eventualidad, sin desanimarse con facilidad o hacer excesivos cálculos. Olvidarse del Señor o no tener paciencia para esperar su vuelta es un riesgo, igual que relajarse y descuidar la actitud vigilante. En realidad, no cuenta si la vuelta de Jesús es inmediata o se demora, sino «estar preparados», porque todos los momentos son decisivos para la salvación.
La sabiduría del cristiano está en un planteamiento prudente de la vida y no en teorías especulativas. La seriedad del momento presente exige preparación y compromiso personal. Cuando venga el esposo, sólo aquellos que tienen las lámparas con aceite suficiente entrarán
con él a la boda. Los no preparados, no previsores, se encontrarán la puerta cerrada, excluidos definitivamente del Reino. Será inútil golpear la puerta; la respuesta sonará así: «Os aseguro que no os conozco» (v. 12).
MEDITATIO
El año litúrgico está llegando al final y la Iglesia lanza una mirada de fe hacia «las cosas últimas » para subrayar los principios fundamentales de la sabiduría humana y cristiana. El libro de la Sabiduría nos invita a hacer de la Palabra de Dios el principio orientador de la vida: «Quien madrugue para buscarla no se fatigará, pues la encontrará sentada a sus puertas. Meditar sobre ella es prudencia consumada» (6,14ss). Vivimos en una sociedad, en muchos momentos, improvisada, instintiva, superficial, impulsiva e irreflexiva, de aquí que sea tan útil la llamada a ser sabios y a concentrarnos en lo esencial.
También la parábola de las diez vírgenes nos invita a estar preparados y ser previsores, sin olvidar que somos peregrinos del Señor. Todos tenemos necesidad de ser sabios, y no importa la edad, y de ajustar nuestras ideas, elecciones, comportamientos y decisiones. La verdadera sabiduría, de la cual hablan las Escrituras, es un don, desciende de Dios y se implora con paciencia y perseverancia. También la sabiduría ha de ser buscada, deseada y amada por nosotros. Para apropiarnos de ella es necesario ponderar y velar sin perderse en comportamientos vanos y estériles. Se anticipa a quien la desea y sale al encuentro de quienes son merecedores de ella. Esta sabiduría, llena de vida, fe y ahínco evangélico, está estrechamente vinculada con el anhelo del corazón por las realidades del más allá y la espera vigilante del Señor, el Esposo que debe venir, el impulso que nos mantiene fieles al cielo y a la tierra.
ORATIO
Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Sabiduría del Padre, Verbo hecho carne y resplandor de la gloria, tú te acercas a nosotros, vienes a nuestro encuentro y nos invitas a la boda de la Iglesia con Dios, Padre de todos. Que nuestro amor anhele y busque, alcance y logre tu sabiduría y permanezca siempre en lo que ha descubierto.
Deseamos invocarte y suplicarte con las palabras litúrgicas: «Dichosos los invitados a la mesa del Señor», esto es: «Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero» (Ap 19,9), o con las de san Agustín: «El tiempo es como la noche, el momento en que la Iglesia vela, con los ojos de la fe fijos en la Sagrada Escritura como antorchas resplandecientes en la oscuridad, hasta la llegada del Señor».
Somos como aquellas cinco vírgenes prudentes, sentadas a la mesa con el esposo. Confiemos humildemente un deseo a la generosidad de nuestro Dios: que todos nosotros, que permanecemos en la fe y vivimos la vigilante espera de la paz sabática, nos reunamos un día en tu Reino, en el banquete eterno, y que nadie se quede fuera, sin cruzar la puerta, donde «será el llanto y el rechinar de dientes». Señor, que, cuando vengas, encuentres a tu Iglesia vigilante a la luz del Espíritu y despiertes este cuerpo, que yacerá dormido en la tumba.
CONTEMPLATIO
Las lámparas que encendiste [inmediatamente después del bautismo] son la imagen de aquel cortejo de luces con las que, como luminosa alma de virgen no adormilada por la pereza y la indolencia, caminaremos al encuentro de Cristo esposo con las lámparas resplande
cientes de la fe, no vaya a ser que aquel al que esperamos se nos presente de repente y sin saberlo, y nosotros, desprovistos del aceite y de las buenas obras, nos que demos excluidos de la sala nupcial.
Veo con la mente el triste y lamentable acontecimiento, Cuando resuene el grito que nos dispondrá a su encuentro, entonces se presentará el [...]. Entrará rápidamente y las virgenes prudentes pasarán con el; sin embargo, las necias, que han esperado a preparar las
lámparas cuando era el tiempo de entrar, serán excluidas y se quejarán a grandes voces, comprendiendo demasiado tarde que han perdido por su descuido e indolencia. En efecto, aunque clamen y supliquen, ya no pueden entrar en la sala de bodas: se han quedado fuera por su culpa (Gregorio Nacianceno, Sermones [PG 36, 426 428), en L'ora dell'ascolto, Casale Monf, Jall 1989, 2.144).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Ya está ahí el esposo, salid a su encuentro» (Mt 25,6),
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Lo realmente triste no es cuando, al anochecer, regresas y no tienes a nadie que te espere en casa, sino cuando tú no esperas nada de la vida [...]. Esperar, esto es, experimentar el gozo de vivir
Dicen que la santidad de una persona se mide según pesor de su espera. Quizá sea verdad, Si es así, hay que concluir que María es la más santa de las criaturas, porque toda su vida aparece marcada por el gozo de quien espera [...]. Santa María, virgen de la esperanza, danos de tu aceite, que nuestras lámparas se apagan, Mira: se han agotado las reservas. No nos mandes a otros vendedores. Reaviva en nuestras almas el antiguo ardor que nos quemaba por dentro, cuando bastaba una pequeñez para rebosar de alegría: la llegada de un amigo lejano, el rojo atardecer después de una tormenta, la caída de las hojas anunciando el regreso del invierno, los repiques de campanas en los días de fiesta, el vuelo raso de las golondrinas en primavera, el acre olor emanado de los lagares, el canturreo de las cantinelas otoñales, el encorvarse tierno y cadencioso del regazo materno, el perfume del espliego al preparar la cuna.
Si hoy no sabemos esperar es porque estamos escasos de esperanza. Se han desecado las fuentes. Sufrimos una profunda sequía de deseos. Y, satisfechos con los miles de sucedáneos que nos asedian, ya no esperamos nada de las promesas selladas con la sangre del Dios de la alianza [...]. Santa María, virgen de la esperanza, danos un alma vigilante. […] [En pleno] tercer milenio, nos sentimos, lamentablemente, más hijos del crepúsculo que profetas de la claridad que llega, que vivimos día a día. Centinela del mañana, despierta en nuestro corazón la pasión por los jóvenes anuncios para transmitirlos al mundo, que se siente
ya viejo, triste, enfermo, decepcionado, sin esperanza. Entréganos el arpa y la citara, y contigo madrugaremos para despertar la aurora. Frente a los cambios que sacuden la historia, haz que experimentemos de nuevo los estremecimientos primeros. Haznos comprender que no basta con acoger: es necesario esperar. Acoger es, a veces, señal de resignación. Esperar es, siempre, signo de esperanza. Haznos, por tanto, ministros de la espera. Y el Señor que viene, Virgen del adviento, nos sorprenda, también junto a tu materna complicidad, con la lámpara en la mano (A. Bello, Maria, donna dei nostri giorni, Cinisello B. [Mi] 51995, 17.18-20 [edición española: María, Señora de nuestros días, San Pablo, Madrid 1996]).
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