Lectio Divina Solemnidad de Cristo Rey Del Universo A. ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el reino de nuestro padre David!

 Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del universo

 

Cristo le entregará el Reino a su Padre para que Dios sea todo en todas las cosas.

 

 

Ezequiel 34,11-12.15-17. 1 Corintios 15,20-26a. 28. 

Mateo: 25, 31-46


 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Ezequiel: 34,11-12.15-17

 

Esto dice el Señor Dios: "Yo mismo iré a buscar a mis ovejas y velaré por ellas. Así como un pastor vela por su rebaño cuando las ovejas se encuentran dispersas, así velaré yo

por mis ovejas e iré por ellas a todos los lugares por donde se dispersaron un día de niebla y oscuridad.

Yo mismo apacentaré a mis ovejas, yo mismo las haré reposar, dice el Señor Dios. Buscaré a la oveja perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré. Yo las apacentaré con justicia.

En cuanto a ti, rebaño mío, he aquí que yo voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El texto, dirigido a los responsables del pueblo, utiliza la imagen del pastor empleada por Jr 23,1-6. Dios reprueba a los reyes y a cuantos estaban investidos de poder (sacerdotes y escribas) porque han faltado a sus deberes y han incumplido las funciones de guiar al pueblo. Todo lo que han hecho con las ovejas (Israel) ha sido nefasto, deletéreo y mortal: han pensando siempre en ellos y nunca en el pueblo, han empleando la violencia con sus hermanos y los han entregado en las manos de los pueblos vecinos.

Al rey, Dios le echa en cara su culpa y le anuncia que le quitará el pueblo y él mismo cuidará y apacentará a su rebaño como rey y Mesías (vv. 11-16; cf. Is 40,11; Sal 22). No es cuestión de sustituir unos jefes indignos por otros para que conduzcan al pueblo, ni es cuestión de invertir el orden; se trata del anuncio de una teocracia. La profecía se hizo realidad: a la vuelta del destierro de Babilonia, el «resto de Israel» no volvió a tener más un rey, sino la anunciada teocracia. Dios mismo alimentará a su pueblo, proveerá sus necesidades y los deseos de todos.

Ezequiel inauguró así la nueva teocracia divina, en la cual Cristo, verdadero pastor del pueblo, puso a sus enemigos como escabel de sus pies. Él, en efecto, no «desperdiga», sino que «reúne»; conduce a los pastos a sus ovejas y les proporciona descanso; va en busca de la oveja perdida y venda a la herida. Éstos son los rasgos que los evangelios le aplican a Cristo. El rey Mesías es el rey para los demás: su majestad es servicio, no dominio; es entrega de sí mismo y predilección por los pobres y los débiles.

 

SEGUNDA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 15, 20- 26. 28

 

Hermanos: Cristo resucitó, y resucitó como la primicia de todos los muertos. Porque si por un hombre vino la muerte, también por un hombre vendrá la resurrección de los muertos.

En efecto, así como en Adán todos mueren, así en Cristo todos volverán a la vida; pero cada uno en su orden: primero Cristo, como primicia; después, a la hora de su advenimiento, los que son de Cristo. 

Enseguida será la consumación, cuando, después de haber aniquilado todos los poderes del mal, Cristo entregue el Reino a su Padre. Porque él tiene que reinar hasta que el Padre ponga bajo sus pies a todos sus enemigos. El último de los enemigos en ser aniquilado, será la muerte. Al final, cuando todo se le haya sometido, Cristo mismo se someterá al Padre, y así Dios será todo en todas las cosas. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Este texto paulino relaciona la soberanía de Jesús con la resurrección y la victoria sobre el pecado y la muerte. Es una visión grandiosa de la realeza de Cristo, una majestad en desarrollo: Jesús, aunque ha resucitado, aún está en lucha contra el pecado del mundo y la muerte. Al final, las potencias del mal y de la muerte serán derrotadas y Cristo podrá entregar su Reino al Padre.

El texto comienza diciendo que «por su unión con Adán todos los hombres mueren» (v. 22), excepto el primogénito de la nueva humanidad, Jesucristo, el resucitado, que se ha liberado de toda esclavitud. Él no haquerido ser el único en triunfar sobre la muerte, sino

que ha unido consigo a la Iglesia, indicándole los medios prácticos para vencer la muerte y el mal.

El primer Adán, en efecto, arrastró a la humanidad a la muerte, mientras que el segundo Adán, Jesucristo, arrastra a los suyos a la resurrección. Él ya ha resucitado como «primicia» («primer fruto», v. 23), como primera célula del mundo nuevo. Luego, después de su venida, resucitarán «los que pertenezcan a Cristo» (v. 23). El último enemigo que será destruido será «la muerte» (v. 26). Entre las primicias de la resurrección de Cristo y el acontecimiento final de la resurrección de sus seguidores está la historia y la vida del mundo, que se encuentran dominadas por la lucha de Cristo y las potencias: «Es necesario que Cristo reine hasta que Dios ponga a todos sus enemigos bajo sus pies» (v. 25). Ahora, esta lucha continúa, pero al final la muerte será vencida.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 31-46

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Hijo del hombre, rodeado de su gloria, acompañado de todos sus ángeles, se sentará en su trono de gloria.

Entonces serán congregadas ante él todas las naciones, y él apartará a los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos, y pondrá a las ovejas a su derecha y a los cabritos a su izquierda.

Entonces dirá el rey a los de su derecha: 'Vengan, benditos de mi Padre; tomen posesión del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo; porque estuve hambriento y me dieron de comer, sediento y me dieron de beber, era forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron, encarcelado y fueron a verme'. Los justos le contestarán entonces: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, sediento y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos de forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o encarcelado y te fuimos a ver?'. Y el rey les dirá: 'Yo les aseguro que, cuando lo hicieron con el más insignificante de mis hermanos, conmigo lo hicieron'. Entonces dirá también a los de la izquierda: 'Apártense de mí, malditos; vayan al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles; porque estuve hambriento y no me dieron de comer, sediento y no me dieron de beber, era forastero y no me hospedaron, estuve desnudo y no me vistieron, enfermo y encarcelado y no me visitaron'. 

Entonces ellos le responderán: 'Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de forastero o desnudo, enfermo o encarcelado y no te asistimos?'. Y él les replicará: 'Yo les aseguro que, cuando no lo hicieron con uno de aquellos más insignificantes, tampoco lo hicieron conmigo'. Entonces irán éstos al castigo eterno y los justos a la vida eterna". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Estamos frente a la clásica visión del juicio final, que Mateo pone como conclusión del «discurso escatológico» y de todos los discursos de Jesús. En realidad, Jesús no pronunció este discurso con la intención de describirnos los acontecimientos finales relativos al juicio definitivo. Sin embargo, leyendo los hechos de su tiempo, Jesús sí ha querido inculcarnos los medios concretos para salir victoriosos en la prueba final de la vida, cuando toda la humanidad se encuentre frente a él, como rey universal restaurando su Reino. La página evangélica posee una fuerza extraordinaria tanto por el mensaje en sí como por lo sugestivo de la escena. El texto se encuentra articulado en tres partes: una, la introducción, que presenta la llegada del Hijo del hombre, la convocación de los pueblos y la separación de los mismos (vv. 31-33); otra, el diálogo del rey con los de un lado, quienes entrarán y tomarán posesión de su Reino, y, a continuación, con los del otro lado, los excluidos (vv. 34-45); y la última, la conclusión, que reanuda y ejecuta las distintas sentencias (v. 46).

La parte más importante del texto es la que se fija, y con insistencia, en las actitudes de amor o indiferencia, es decir, en la acogida amorosa o en el rechazo de los pobres y los necesitados. Las obras misericordiosas y gratuitas son premiadas por Dios. Está claro que este rey y juez escatológico, que cumple las profecías antiguas, es Jesús de Nazaret, el crucificado, aquel que experimento el hambre, la desnudez, la soledad, el dolor. Este rey y Señor, que se identifica con los pequeños y los pobres, vive escondido y oculto en «sus hermanos más pequeños».

 

MEDITATIO

 

Estamos concluyendo otro año litúrgico con toda la Iglesia. Es bueno que hagamos un balance personal -y comunitario, también- y nos preguntemos si durante el tiempo transcurrido hemos realizado una coherente acción evangelizadora, de promoción humana, de santificación personal y fraterna con quienes vivimos, de glorificación a Dios en Cristo, hacia donde convergen como meta todas las actividades de la Iglesia. Y debemos plantearnos más cosas, a la luz de la Palabra de Dios, en esta fiesta de Cristo Rey: ¿cómo estamos viviendo la vida presente?, ¿tenemos presente la vida futura?

Nuestra vida tiene dos tiempos. El primero es terrenal: el «tiempo propicio» que estamos viviendo, el de la salvación (cf. 2 Cor 6,2), donde contamos con Cristo como «buen pastor» y decidimos, porque está en nuestras manos, si nos salvamos. Y después vendrá «aquel día», cuando Cristo como juez se siente en su trono de gloria y nada quede impune ante él. La Escritura nos invita en este día a reflexionar austeramente. La fiesta de Cristo Rey nos ayuda a reconsiderar que todavía estamos en el tiempo favorable de la salvación, donde

todo depende de la disponibilidad para acoger la invitación de Dios. Él, buen pastor, nos invita a no endurecer el corazón para no ser seducidos por el pecado. Merece la pena repetir convencidamente: «El Señor es mi pastor, nada me falta».

 

ORATIO

 

Señor, con la palabra, tajante y auténtica, que nos has dirigido hoy hemos comprendido que lo esencial en la vida no es, ni mucho menos, confesarte con palabras, sino practicar el amor con los pobres y desfavorecidos. En esto consiste la voluntad del Padre, en vivir de ti y como tú, incluso de parte de quienes no te conocen bien. Señor, Jesús, tú te identificaste con los perseguidos, con los pobres, con los débiles. Nos has mostrado un claro ejemplo de vida, contenido en el evangelio y condensado en las bienaventuranzas.

La señal de que ha llegado tu Reino se encuentra en que en ti el amor concreto de Dios alcanza a los pobres y los marginados, y no por sus méritos, sino por su condición de excluidos y oprimidos, porque tú eres Dios y porque los «últimos» son los primeros «clientes» tuyos y del Padre.

Ayúdanos, Señor, a entender que descuidar este amor concreto por los pobres, los forasteros, los prisioneros, los desnudos o los hambrientos, significa no vivir según la fe del Reino, sino apartarnos de su lógica. Faltar al amor es negarte, porque los pobres son tus hermanos, y lo son justamente por su pobreza. Haznos comprender con todas sus consecuencias que ellos son el lugar privilegiado de tu presencia y del Padre celestial.

 

CONTEMPLATIO

 

Omnipotente, santísimo, altísimo y sumo Dios, Padre santo y justo, Señor rey de cielo y tierra (cf. Mt 11,25), te damos gracias por ti mismo, pues por tu santa voluntad, y por medio de tu único Hijo con el Espíritu Santo, creaste todas las cosas espirituales y corporales,

y a nosotros, hechos a tu imagen y semejanza, nos colocaste en el paraíso (cf. Gn 1,26; 2,15). Y nosotros caímos por nuestra culpa.

Y te damos gracias porque, al igual que nos creaste por tu Hijo, así, por el santo amor con que nos amaste (cf. In 17,26), quisiste que él, verdadero Dios y verdadero hombre, naciera de la gloriosa siempre Virgen beatísima Santa María, y quisiste que nosotros, cautivos, fuéramos redimidos por su cruz, y sangre, y muerte

(Francisco de Asís, «Reglas para los hermanos menores», XXIII, 2-3, en San Francisco de Asís. Escritos. Biografías. Documentos de la época, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1978, 109-110).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«El Señor es mi pastor, nada me falta» (Sal 23,1).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Es importante saber lo que pasa a nuestro lado y tener conciencia de las personas y las situaciones. Es importante saber que Jesús es el Señor y que él representa la visita personal y definitiva de Dios a la humanidad. Es importante saber que debemos ser sensibles a las necesidades urgentes de los otros, especialmente de los más pobres, sucios y malolientes. Pero el saber no es decisivo. Lo decisivo es el hacer efectivo. No se salva el que sabe y dice: «Señor, Señor...», sino el que hace lo que Dios pide. La salvación tiene lugar cuando se da el salto de la teoría a la práctica verdadera. Lo que nos proporciona la salvación es el solidarizarse con la realidad, el amar desinteresadamente, el perdonar con sinceridad y el extender la mano generosa.

Simón de Cirene fue el buen samaritano para Jesús que sufría en el camino. Él no socorrió a un condenado y criminal a los ojos de la justicia romana y judía. Dio asistencia y ayuda al mismo Dios.

«Señor, ¿cuándo te vimos sufriendo y te servimos? ¿Cuándo te vimos caído y bañado en sangre y te levantamos? ¿Cuándo te vimos llevando la cruz y te ayudamos llevándola nosotros mismos?» Y el Señor nos dirá: «En verdad os digo que cada vez que hagáis como Simón de Cirene, que cargó con la cruz de un condenado, conmigo lo hacéis».

Verdaderamente, Dios se esconde y va de incógnito debajo de todo necesitado. Suplica compasión. Implora liberación. Quiere ser auxiliado. Es importante saberlo. Pero más importante, incluso decisivo, es ayudar, abajarse, tomar sobre si la cruz y caminar junto al otro. Es la elección perenne que Simón de Cirene nos legó [...].

Al juzgar sobre nuestra salvación o perdición definitiva, Dios no se guiará por criterios cúlticos -cuánto hemos rezado-, ni por criterios doctrinales -en qué verdades hemos creído-, sino por criterios éticos -lo que hemos hecho por los demás-. En el minimum de solidaridad con los hambrientos, los sedientos, desnudos y oprimidos se decidirá el destino eterno de cada hombre. En el ocaso de la vida seremos juzgados de amor.

Y los pobres y los necesitados nos juzgarán en nombre de Dios: «Me viste pasando hambre, viste a mis hijos comiendo alimentos deteriorados recogidos de la basura y no me diste las sobras de tu plato lleno. Me viste sin ropas y andrajoso y a mi familia cobijándose bajo una chabola de cartón y hoja de lata у tú hasta me expulsaste de allí y me quitaste mi pedacito de tierra para construir tu chalet... Viste toda una clase diezmada por salarios de hambre, deshumanizada por la necesidad, y no te solidarizaste con ella; denunciaste a sus líderes como subversivos, sus ideas de justicia como atentado a la seguridad de la sociedad de los opulentos, y su organización como rebelión violenta para destruir la paz. ¡Como no quisiste vivir solidario, estás eternamente condenado a vivir solitario! Como fuiste insensible a la justicia, no podrás vivir con hombres justos. ¡Ya tuviste en la vida tu consuelo!».

Los pobres no constituyen un tema del Evangelio. Pertenecen a la esencia misma del Evangelio. Porque «evangelio» quiere decir «buena nueva», alegría de la justicia mesiánica para quien se encuentra sometido a la injusticia, liberación para quien se ve oprimido y, salvación para quien se halla perdido. Sólo a partir del lugar de los pobres se entiende la esperanza del Evangelio de Jesús. Y sólo se salva quien asume la perspectiva de los pobres [...]

El Evangelio, ciertamente, va destinado a todos. Todos son interpelados por él: los que poseen el control de los bienes de este mundo y los desposeídos; los que poseen el privilegio de saber y los ignorantes. No se restringe a una clase. Pero sólo participa del Reino de Dios y se salva el que vive y trabaja, aun siendo rico, asumiendo los clamores de los pobres, suplicando justicia; quien en su proyecto de vida incluye el anhelo mayor de los pobres, que es el de la construcción y el logro de una convivencia equitativa y fraterna para todos, y ayuda a concretarlo (L. Boff, Via crucis de la justicia, Ediciones Paulinas, Madrid 1980, 58-64; traducción, Antonio Alonso).

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